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lunes, 23 de marzo de 2020

ACTIVIDADES DE LA PALOMA III


HERMANOS DE LECHE III

(Este será solo un ejercicio de lectura. Habrá actividades para el cuaderno en la próxima entrega)

(Resumen de lo publicado. Para evitar la vergüenza a la familia del recién nacido, Juana de la Torre, la comadrona que había asistido al parto, busca un ama de cría para la criatura en una aldea distante de la villa).

ANA SERRANA, EL AMA DE CRÍA
Hacia la aldea, un día después.

No demoraron la entrega del niño para que lo amamantara Ana Serrana, una aldeana que hacía diez días había parido a un niño en un lugar a dos leguas de la villa. La conocía y confiaba en que era ella la mejor opción para el encargo de criar al retoño y darle su leche, más con el incentivo de los dineros que ganaría.
Engancharon la mula parda a la pequeña carreta de varas. Había envuelto a la criatura en una manta corta de lana y se lo sujetó Juana pegado al calor de su pecho. A media mañana, con Andrés Vázquez, su marido, salieron por la puerta de la Trinidad para tomar la carrera de Arévalo. Había parado el viento y eso trajo aquella niebla de la mañana que, desde la tarde anterior, se aferraba pertinaz, como sujeta por la copa de los pinos, desde el río Cerquilla hasta el infinito. A la primera legua, cruzando el Cega por el puente de Gómez Sancho, la criatura rompió a llorar. Pararon por ello en el molino de Vellosillo para hacer un descanso y limpiar a la criatura. Era el hambre el que desquiciaba al niño.
Prosiguieron el camino y a la segunda legua, rayando el mediodía, la niebla empezó a abrirse dejando que un rayo imponente de sol se abriera hueco, ahuyentándola, e iluminara la torre de Arroyo, que se erguía segura, como un baluarte, la hermana menor de los campanarios de la villa. Les indicaron una casa de adobes, de ventanas diminutas, gris como aquella niebla que despejaba, hacia donde partía el camino para Sanchonuño, entre otras casas de tejado pajizo y tenadas de ramera, en los atrases.
Ana Serrana era una mujer imponente, de veintitrés años, toda vitalidad. Sus pechos, voluptuosos de por sí, eran la señal de que estaba criando a aquel niño que dormía en una cuna de mimbre, con sábanas de estameña. Se acercó a la comadre y tomó al niño en sus brazos y desde ese momento lo hizo suyo. Descubrió en un gesto hábil el primero de sus pechos y el infante enganchó su boca a él con todas sus fuerzas, mamando de aquella fuente de vida. Después le ofreció el segundo, hasta que el niño quedó saciado y lo tumbó en la misma cuna, contrapuesto a su hijo.
Buscaron después al cura de la aldea. Vivía en un espacio habilitado en el segundo cuerpo de la torre. Tenía su cuarto ventanas geminadas a imitación de las de la villa. Le expusieron el caso porque el niño estaba sin cristianar y, a pesar de algunas reticencias del párroco, se concertaron para a la semana siguiente bautizar al niño. Dando así tiempo para ver que realmente la criatura salía adelante, para que se escagazara*, según palabras del clérigo.
Según lo convenido, regresó el matrimonio a la aldea a los ocho días a bautizarlo sin más demora. Se cristianó Juan Velázquez en la iglesia de Santa Lucía, del lugar del Arroyo, en la pila bautismal, junto al primer cuerpo del campanario del templo. Fueron los padrinos Andrés Vàzquez, marido de la comadre, vecino de Cuéllar, y Ana Serrana, mujer de Blas Gil, el ama que le criaba y daba leche. Don Manuel, el párroco, apañó la partida de bautismo y dejó inscrito este hecho en el libro de sacramentos.

(Continuará)


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