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viernes, 16 de agosto de 2019

SANCHONUÑO Y SU PAISAJE: LAS LAGUNAS.


Las lagunas forman parte de nuestro paisaje. El paisaje, entendido como la percepción visual que podemos tener de un espacio vivido; es el documento más extenso y el más accesible de cuantos nos hayan podido legar nuestros antepasados. En la interacción con el medio, el hombre ha sentido la necesidad de nombrar cada espacio, por muy pequeño que este fuera, para describirlo y diferenciarlo de otros en los que desarrolla su existencia. Es por eso que cada laguna tiene su nombre propio. Así surgió la toponimia que constituye un nexo de unión directo con ese legado que nos han transmitido nuestros antepasados. El paisaje es el resultado del esfuerzo secular de los que nos antecedieron que modificaron el entorno con su intervención sobre él y, en el caso que nos ocupa, realizando y borrando lagunas, alterando su flora o aprovechando su fauna.

TOPONÍMIA DEL AGUA: LAGUNAS Y BODONES.

El agua es el elemento clave para determinar el sentido que ha podido tener la intervención del hombre. Determina todas y cada una de las bases productivas, bien por su presencia, bien por su proximidad, por su escasez o por su ausencia. A la vez es un elemento especialmente sensible a la presión humana. Por todo lo dicho, el agua es uno de los elementos constitutivos más determinante del repertorio toponímico de cualquier área geográfica.

En El Carracillo cada población surgió en torno a una pequeña masa de agua, lagunas o charcas, que le servía para su suministro (aparecen asociadas a manantiales o fuentes) y como abrevadero para sus ganados. Cesáreo añade además que la existencia previa de la Cañada de la Reina ayudó a elegir el solar de Sanchonuño para su poblamiento. Si bien, a su vez las lagunas eran un riesgo, ya que las elevadas temperaturas del verano hacían que nuestros antepasados padecieran una enfermedad endémica: el paludismo. Fiebres tercianas y cuartanas aparecen todavía citadas en el diccionario de Madoz a mediados del siglo XIX. Para erradicar esta enfermedad, endémica en nuestra comarca desde tiempo inmemorial, se introdujo a mediados del pasado siglo un pez originario de América del norte, la gambusia o pez mosquito. Por eso aquí lo conocimos como el pez americano, que era voracísimo con las larvas de los mosquitos anófeles. El resultado en conjunto fue positivo, pero como pez exótico e invasivo la gambusia desplazó al resto de la fauna acuática autóctona, con la que compite por el mismo alimento. Queda alguna población de este pez en alguna charca de la comarca que se pueden confundir con alevines de tenca. Lo hemos visto recientemente en una de las charcas que son resultado de la extracción de áridos en Las Cotarras.

Además de fuente para sus habitantes y abrevadero para la cabaña ganadera, las lagunas servían de lugar para el mantenimiento de aves acuáticas domésticas como gansos y patos, aquí llamados parros. Estos últimos serían muy exclusivos de nuestra comarca ya que en las tablas de los diezmos que se pagaban a la Iglesia no figuraban los parros, estando así exentos de esta contribución con el clero. Lagunas y caces producían además otros alimentos como ranas y tencas aprovechados ocasionalmente por la idiosincrasia de nuestros antepasados, y nosotros mismos, siempre sabedores de cómo sacar del entorno el máximo rendimiento. Entre la avifauna silvestre se llevaron la palma el parro bravo, la focha común y el zampullín chico, aquí llamados los dos últimos gallinatos y zarambujones, aves nidífugas y difíciles de capturar. Las “bestias” de las lagunas eran las culebras y el gallipato, a los que nuestra ignorancia infantil nos hacía perseguir sin contemplaciones. Entrábamos en el corral del aserradero para ver a las culebras sobre una rama contra la pared, tomando el sol del verano. Entre las Adoberas y la laguna del Cementerio estaba el lavadero, siempre bullicioso y espacio abierto en aquellos años, con sábanas y ropa recién lavada tendida al sol en las toperas cercanas. La laguna del Camposanto era poco propicia para el baño porque era meter un pie en ella y sacarlo lleno de sangujas.

 

TENCAS, PARROS Y ZARAMBUJONES.

Cesáreo recoge en sus memorias cómo la cría de tencas se convirtió para algunas familias de Sanchonuño en medio de vida comercial. Citando en este punto al tío Simonete, que ya las explotaba a la venta pública en el siglo XIX, y al tío Patricio su sobrino político, primer sucesor del tío Simón. Contaron entre sus principales clientes al doctor Jiménez Díaz y exportaron tencas por toda la geografía española. Hoy en día, como proyección de esta actividad, tan antigua y que se resiste a desaparecer, mantiene la cría de este pez autóctono José Antonio, descendiente y quinta generación de los antes citados, dedicado con todo su empeño a este fin y conocedor de todo lo relativo a las tencas. Nos cuenta cómo dedica todo su tiempo a la cría y comercialización de este ciprinído, más ahora para repoblación que para su consumo, en cuya demanda sobresale Cantalejo. Hablamos sobre el pez americano y él no lo tiene en sus lagunas, las únicas que a día de hoy se han conservado dentro del casco urbano debido a este uso piscícola. Nos comenta también cómo el último intruso llegado desde lejos y que le afecta a su negocio es el cormorán, o cuervo marino, que ha venido para quedarse, y al que ahuyenta con el uso de cohetes algunas noches. Es desde la caída del sol cuando este espacio se convierte en punto de referencia de distinta fauna que lo visita, habiendo identificado huellas de la gineta y haberse topado de cara, sorpresa, con la misma nutria en sus aguas a la captura de la tenca.

Le preguntamos por si, atrapado en sus redes, ha visto que siga habiendo en las lagunas ese fósil viviente del triásico que era el triops (récord mundial de permanencia sobre la faz de la tierra, ya que lleva unos 220 millones de años), y que todavía conocimos en los años sesenta en la laguna de la Carretera; parece que  no se le ha vuelto a ver.


Para concluir sobre el asunto de las tencas, yo he hallado documento del siglo XVIII en el que el duque de Alburquerque  arrendaba la laguna de Losáñez a un vecino de Mudrián para la cría de tencas y anguilas, con lo que tenemos confirmación de la antigüedad de la cría de estos peces en El Carracillo.

En el libro de memorias citado, se recoge cómo las lagunas era la alternativa al pilón para disuadir a los forasteros que se las daban de fanfarrones, y alguno acabó en sus aguas. Así como a los novios, que en la noche de bodas y después de bailar las galas, si se negaban a dar la cantidad que se les pedía para el chocolate les paseaban en burra por las lagunas hasta mojarse los pies. Hasta su colmatación con la arena extraída cuando se construyó la fábrica de Alena, la laguna de las Adoberas era la más extensa de Sanchonuño. Esta laguna, agrandada durante tanto tiempo por su uso como barrero para hacer adobes con el mencal, además de su interés ecológico, fue la escuela de natación de numerosas generaciones hasta la inauguración de las piscinas municipales en el año 1981. Algunos formamos parte de las últimas promociones de esa escuela.

Las lagunas constituían un símbolo y un ritual que marcaban la infancia de los niños del pueblo, como nos relataba J. Manuel Gómez Pradera en una colaboración con la desaparecida revista Espadaña. Aprovechando la siesta de los mayores en el paréntesis de la trilla, nos escapábamos a bañarnos en las Adoberas. Hacia los siete u ocho años se hacía la probadilla en la orilla, en frente del corral del tío Lesmes, según relata Pradera, que recuerda la inmunidad al agua de la laguna y su légano de los chicos locales. Con nueve o diez años, se avanzaba por el claro de ovas, conocido como el sendero, hasta el palo de la luz y desde aquí a la cotarrilla. En este punto había un bodón somero que permitía un baño seguro y nadar al más depurado “estilo perrillo”, aún no reconocido como modalidad olímpica. Cruzar este bodón de lado a lado nadando daba ya un primer grado en el aprendizaje. Lo más temerario era nadar y hacer pie en el conocido como “el pozo”, porque allí cubría hasta a los mayores. El ritual del baño diario terminaba con un “Santo Tomás, la última y nada más”, antes de volver a la era.

La reválida de lo aprendido en las Adoberas se realizaba en primera instancia el día de Santiago en el Cega, en la Corredera, en un bodón conocido, tal vez por esto, como el de los Mozos. Desde la piedra de su orilla esperábamos el momento de lanzarnos para cruzar el río nadando y desplazados por el entonces más alegre caudal del río que nos llevaba a cruzar el bodón por el camino más largo. La segunda convocatoria para los indecisos era el 15 de agosto, el día de la Virgen. Cruzar el río en este punto suponía el doctorado y el reconocimiento de los méritos por los más mayores e iguales.

Bodón, como nava, constituye una reliquia toponímica interesante. Según el DRAE pervive como apelativo con el valor de “charca o laguna invernal”. Se trata de un derivado de la voz latina buda, espadaña, que acaba tomando el sentido de “lugar propicio para que crezcan las espadañas, terreno húmedo, encharcado”. Se conservan en Sanchonuño El Bodoncillo, Camino del Bodoncillo, Los Bodones. Hay charcas o lagunas que por su dimensión se ajustan más a la característica del bodón, como es el caso de la Laguna Gascón, porque en la comarca también se asocia bodón con charca pequeña y profunda.

 

LAS LAGUNAS EN EL ESCUDO.

En el escudo de Sanchonuño, por su importancia en relación al pueblo, se recogen las lagunas. Siendo nuestro emblema básicamente figurativo en sus elementos, la única abstracción aparece en los ocho círculos o roeles que recoge su bordura, que representan las lagunas dentro del pueblo. No es trascendente si estas lagunas urbanas eran ocho o diez, según asegura Cesáreo, ya que lo que se pretendió en el diseño, y esto me lo sé bien, fue establecer un paralelismo con la bordura del escudo del duque de Alburquerque, señor que fue de esta tierra. Pero probemos a enumerarlas.

1.-Laguna de la Iglesia. Hoy Plaza Mayor y edificios municipales de su entorno. Laguna natural, la más grande y profunda en su tiempo. Llegaba en su día hasta la iglesia, cuya pared norte por los efectos de las humedades que sufría debió de ser construida de nuevo durante la importante reforma del edificio a mediados del siglo XVIII. Era de propiedad municipal y fue borrada por obreriza gratuita de los vecinos en el año 1929, siendo alcalde Santiago Arranz. Se arrendaba hasta su desaparición para la cría de tencas.

2 y 3-Laguna de las Adoberas y laguna de las Pegueras, lagunas artificiales resultado de la extracción de barro para la fabricación de adobes hasta mediados del siglo pasado. Las Adoberas fue la laguna más extensa del pueblo, poco apta para la cría de tencas se usaba principalmente para la recría de parros y gansos por todos los vecinos del pueblo que lo deseaban y que soltaban allí sus aves que campaban a sus anchas. Las cuales, cuando se las llamaba a la caída de la tarde, con aquel “par, par, parrines”, volvía cada una con su dueña y a su corral.

4.-Laguna de Casas Quemadas. Se mantuvo en el callejero de Sanchonuño hasta el siglo XX y hace referencia a un incendió que ocurrió el 14 de mayo de 1776 en el que se quemaron diez casas en esa zona del pueblo conocida como Barrio de Arriba. Tal vez sería un nombre a recuperar en la mejor ocasión. Ocupaba los solares de los edificios de los números pares de la calle la Fragua, entre el 12 y el 22. Antes del fuego, se la conoció como laguna del Camino de Zarzuela.

5.-Fuente los Caños o Fuente Nueva. Hoy parque, desaguaba hacia la de Casas Quemadas y esta a su vez lo hacía por un caz o regadera hacia el camino del Arroyo, que ha dado nombre a la calle Regadera.

6.-Laguna del Camino del Campo. Conocida también como laguna del tío Patricio, de propiedad privada y una de las pocas que se mantiene gracias a su dedicación a la cría de tencas. Desaguaba, en caso de crecidas, por el caz del Florín.

7.- Laguna del Camino de Gomezserracín. También llamada laguna de la Carretera porque llega hasta esta. Igual que la anterior, de propiedad privada y dedicada actualmente a tencas, lo que la ha salvado de otro destino.

8.-Laguna de la Fuente Vieja. No hemos conocido esta laguna. Se hallaba hacia el final de la calle que hoy lleva su nombre donde solo daban muestras de su pasada existencia algunas junqueras y la construcción de un pilón para abrevadero de ganado junto al desaparecido potro.

Para mí estas serían las ocho manchas de agua dentro del casco antiguo del pueblo en relación a los roeles del escudo municipal. Cesáreo incluye además:

9.- Laguna del Camposanto o Cementerio. Llamada así desde que las leyes liberales de principios del siglo XIX, prohibieron los enterramientos dentro de las iglesias y ordenaron buscar un lugar apropiado para dar sepultura a los difuntos. En Sanchonuño, como en otros pueblos de la comarca, se optó por los terrenos colindantes a la ermita del Humilladero, que pertenecía a la cofradía de la Cruz, cumpliendo con lo ordenado: lugar que no ofendía a la salud pública. Antes de esto, a la laguna se la conocía como Carravalladolid o del Humilladero.

10.-Laguna de Narros. Hoy desaparecida, estaba en el límite sur del prado de la Fuente o Sanjuaniego (escrito junto porque es adjetivo) y serviría de abrevadero al ganado de estos pastos. De propiedad municipal, fue después arboleda y camino abierto para comunicar la carretera con Carracotogordo. Hoy dentro del casco urbano, aparece en nuestro callejero.

Hasta otras veinte charcas de pequeñas dimensiones salpican el término de Sanchonuño. Citaremos la laguna del Concejo, que era propiedad del ayuntamiento, en una hondonada al SE del pueblo. Hoy aparece seca pero se reconoce su parte central identificándose con lo que fue. Por su singularidad destacaba la laguna de las Casillas por haber conservado, hasta una desafortunada intervención humana, nenúfares en sus aguas, lo que le daba una belleza especial. Hoy carece de estas singulares plantas acuáticas que había conservado esta laguna como una reliquia exclusiva. La toponimia de estas lagunas hace referencia principalmente a los que serían sus poseedores (Gascón, Pelofino, Don Domingo, Tío Pinilla); a actividades realizadas en sus inmediaciones (Carboneras, El Corral, Las Pegueras); a las características de la charca (Laguna Honda, Salmoral, Cigüeñera) o simplemente se las nombra con el topónimo de donde se hallan (Bercial, Las Navas, Sotillo, La Mondá).

De la revisión hecha al tema de las lagunas, surge un reportorio de palabras relacionadas con ellas que nos parece oportuno rememorar. Cuando Aguado nos propuso colaborar en su obra pictórica con alguna frase a propósito de las charcas, vimos oportuno plasmar, como complemento a su mural, un vocabulario interactivo con estos términos. Para muchos la mayoría de las palabras le resultarán familiares y les evocarán recuerdos; a otros poco significativas. Para los que las desconozcan, por ser demasiado jóvenes, posiblemente se despierte en ellos la curiosidad, o al menos se pregunten si merece la pena conocerlas y conservarlas. O tal vez los actuales ritos de paso de la infancia a la mocedad vayan ahora por otros derroteros y no contemplen para nada un baño en el Bodón de los Mozos.

J. Ramón Criado Miguel