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sábado, 20 de marzo de 2021

40 AÑOS DEL 23-F SEGOVIANOS EN LA VALENCIA DEL GOLPE DE ESTADO.

 

El servicio militar era todavía en los años ochenta del pasado siglo una traumática interrupción del trabajo, de los estudios o del paro, que durante quince meses nos alejaba de la vida y del entorno cotidiano. Pudiera ser que una pequeña minoría comulgara con los ideales castrenses que se intentaban inculcar en la mili, pero la gran mayoría no llegábamos a plantearnos seriamente ese tema y aceptábamos aquel trance como una obligación ineludible. Los veinte años cumplidos era la edad a la que entonces se nos embarcaba en aquella experiencia que nos haría hombres, según la doctrina militar. Sin embargo, vimos más valor en aquellos primeros objetores de conciencia que en el andén de la estación, a punto de subir al tren que nos llevaba a la III Región Militar, salieron de entre nosotros, reclamados por un oficial.

Superado el periodo de instrucción en Alicante, el destino que nos fue asignado fue el Gobierno Militar de Valencia. Lo que a priori sería una mili para dejarse llevar, por lo benigno de un destino en las oficinas, tomó un giro inesperado y nos vimos convertidos por sorpresa en policías militares. La compañía de este cuerpo, Policía Militar 32, se había quedado en cuadro por una mala planificación en los remplazos que la nutrían, y echó sus redes entre los recién llegados. El capitán de la policía había solicitado al general gobernador diez soldados para su compañía, de los que al final consiguió seis: tres segovianos, un gallego, un catalán y un madrileño. Desafortunados en eludir de alguna manera aquella selección, la tarde de nuestro primer día en Valencia ya estábamos entrando por la puerta de la compañía donde nos esperaba un “periodo” de formación al estilo de los marines de La chaqueta metálica. Lo que menos nos humilló fue aquel corte de pelo hasta no poder apurarlo más, o no poder hablar con los veteranos, o ser durante aquellos días meros números, o que nos tuvieran ese mismo día hasta las tres de la madrugada aprendiendo el funcionamiento de nuestras nuevas armas. En la mañana siguiente había programadas prácticas de tiro y contaban con nosotros para el evento, por ello, debíamos saber el funcionamiento del subfusil propio de la policía, completamente novedoso para nosotros que no habíamos pasado de primero de cetme. Ejercicio peligroso por el grado de estrés al que estábamos sometidos.

Vimos también interrumpido por sorpresa el periodo de instrucción interna. Si en el campamento se juraba bandera, allí se juraba tolete, nombre que se le daba a la porra de madera del policía militar. Nos privaron del único acto reconocimiento del progreso adquirido. Sin previo aviso, para el día siguiente del asesinato de John Lennon, 8 de diciembre de 1980, nos pusieron a los seis recién incorporados en la guardia del Gobierno Militar.

Mi estreno en la guardia fue tranquilo en una entrada al edificio que daba acceso a un bar para oficiales. Por la tarde se presentó de paisano el general gobernador, nosotros eramos su guardia pretoriana y teníamos que reconocerle, aunque solo lo veríamos cada mañana cuando entraba por la puerta principal. Era D. Luis Caruana y Gómez de Barreda, supe que era él por su porte entre militar y aristocrático. Me cuadré e hice sonar con toda su intensidad aquellos accesorios metálicos que nos poníamos en los tacones de las botas para darle las novedades del protocolo. No lo volví a tener tan cerca.

Luis Caruana y Gómez de Barreda.
General Gobernado de Valencia el 23-F

El ritmo de servicios allí era trepidante. Las guardias de 24 horas en el edificio continuaban con vigilancias por la ciudad cada día siguiente, y al tercero te podía tocar desde trasladar presos, dirigir el tráfico de la ciudad al paso de convoyes militares, o escoltar a generales de la plaza que temían por su seguridad. Fueron esos años muy convulsos y el azote de ETA no cesaba, llegando los rumores de atentados de la banda hasta la misma Valencia. Nos tocó vivir allí, sin quererlo, tiempos turbulentos, la democracia estaba en mantillas, el terrorismo asesinaba sin darse tregua y en los cuartos de banderas se palpaba la tensión.

Desde el momento de ser reconocidos por fin como policías militares, y perfectamente reconocibles los seis porque nuestra altura contrastaba con la de nuestros compañeros (voluntarios captados entre los reclutas más altos en el campamento) oímos hablar de la denominaba Operación Turia. Consistía esta en un operativo diseñado para la protección de itinerarios y edificios militares a cargo de Policía Militar. 

La guardia en la puerta del Gobierno Militar de Valencia.
Un mes después del intento de golpe, el 19 de marzo de 1981.

Existía un informe de los servicios secretos (Cesid) según el cual, ya desde finales de 1980, había una amenaza real en la ciudad de Valencia de que se produjera una acción terrorista de ETA. Sin embargo, los ejercicios que empezamos a practicar en el mes de enero de 1981 tomaron otro sentido. Esas prácticas las realizábamos en un antiguo cuartel de carabineros, en la playa valenciana de La Patacona, e iban orientadas a actuar ante una presunta guerrilla urbana, en un contexto de estado de excepción, como llegó a verbalizar un teniente en una clase teórica. El ejercicio más repetido consistía en cómo ponernos a cubierto, yendo en nuestro endeble vehículo oficial del cuerpo, la siata, nula en blindaje, ante disparos que venían desde los edificios.


LA TARDE DEL 23-F

La mañana de aquel frío lunes de febrero fue extrañamente más tranquila de lo habitual. Sabíamos que por la tarde habría de nuevo Operación Turia, pero ignorábamos en qué contexto. Todo sería por la tarde. Después de comer, nos reunieron a todos y nos recordaron lo básico del operativo: patrullar Valencia como ya habíamos hecho en otras ocasiones, pero ahora aquello iba más en serio. Me quedé fuera de esa vigilancia por ser uno de los escoltas del llamado jefe de día, militar que sustituye al general gobernador en alguna de sus funciones. Extrañamente ese día lo era un teniente coronel; lo recogimos en su domicilio y lo trasladamos al gobierno militar. No volvió a requerirnos sino para que reforzáramos la guardia del edificio. Fue entonces cuando oímos por la radio valenciana el bando del general Milans del Boch, repetido cada media hora entre marchas militares, y tuvimos noticia del asalto al Congreso por Tejero y sus guardias civiles.

Los tanques y blindados entraron en la capital ocupando puntos estratégicos. Sentimos su llegada desde el balcón de la fachada principal del Gobierno Militar. Uno de los tanques paró delante de nuestro edificio para quedarse allí. Tal como se desarrollaron después los acontecimientos, no supimos si estaba con nosotros o contra nosotros. Esa es la imagen captada por la cámara del fotógrafo José Penalva, icono del golpe en Valencia.

Carro de combate delante del Gobierno Militar de Valencia la noche del 23-F.

En cuanto a nuestro jefe, Milans había dado orden al gobernador militar, Luis Caruana, para que acudiera al Gobierno Civil y arrestar al gobernador, José María Fernández del Río, y tomar el control del poder político. Lo hizo prácticamente solo y mantuvo las patrullas de vehículos ligeros de su Policía Militar recorriendo diversos itinerarios, en especial las calles importantes de la ciudad requiriendo la documentación a las pocas personas que transitaban.

Desde Madrid, el general Gabeiras, jefe de estado mayor, tras conocer que Milans le estaba mintiendo y seguía con los carros de combate en la calle, dando largas a las órdenes que le transmite, decide relevarlo en el mando. Va a producirse la escena más tensa y peligrosa de todas las que se vivieron esa jornada: el enfrentamiento entre el golpista ya derrotado, el capitán general Milans del Bosch, y el general Caruana, gobernador militar de la Plaza, su subordinado, que tiene la orden de arrestarle y de quitarle el mando.

Caruana cumplió la papeleta que le tocaba y se presentó en Capitanía, en este caso solo, evitando roces entre sus hombres y los de Milans. El general gobernador entró en el despacho del capitán general y le dijo: “Mi general, traigo orden de Gabeiras de que te consideres arrestado y hacerme cargo de la Capitanía”. Milans sonrió y, cogiendo el revolver que tenía encima de la mesa, le dijo: “Atrévete...”. El arrestó no se consumó porque entonces entró una llamada por teléfono de La Zarzuela y el capitán general se resignó ante la llamada directa del rey. Milans del Bosch comprobó, finalmente, que las restantes capitanías generales no lo seguían y terminó por tirar la toalla y asumir su fracaso.

La aparición del rey Juan Carlos I en televisión, pasada la una de la madrugada del 24 de febrero, fue providencial. El rey se dirigió a la nación para situarse contra los golpistas, defender la Constitución, llamar al orden a las Fuerzas Armadas en su calidad de Comandante en Jefe y desautorizar a Milans del Bosch. A partir de ese momento el golpe se da por fracasado.

El colofón de la historia es que Milans ingresó en prisión, el gobernador civil dejó la política y Caruana, sorpresa, fue nombrado capitán general de Aragón.























viernes, 12 de marzo de 2021

LAS PEGUERAS

 

Testimonio recogido al resinero Audelino Martín (Narros de Cuéllar 1922-Campo de Cuéllar 2002) sobre cómo se preparaban las antiguas pegueras para obtener la pez.


Las antiguas pegueras eran de abobes y forradas de barro, luego se empezaron a hacer de ladrillo. Había maestros albañiles especializados en hacerlas por la dificultad que conlleva su construcción.

Las pegueras se pueden poner en cualquier lugar, pero es mejor hacerlo en desnivel para recoger en la parte trasera la pez, si no hay que hacer un canal.



Detrás de la peguera hay que hacer la hoya o pila de ladrillo donde vierte la pez, tapada por arriba la hoya con tablas y tierra para que no respire la pez, que podría arder. El suelo de la peguera va a desnivel desde la boca hacia la hoya en la cual vierte con un tubo que atraviesa la bóveda.


PREPARACIÓN DEL ENCAÑE.

Primero se coloca la muela, que son ramas verdes y fuertes para que no se quemen hasta el final. Para extraer la pez se utilizan impurezas de la resina y teas (que son astillas teudas con melera). La forma de encañar consiste en colocar primeramente sobre la muela una vuelta de astillas de tea apoyadas en la pared del horno, con caída hacia el centro, todo alrededor. A continuación se colocan impurezas de la resina, colocadas a desnivel igual que la tea con caída hacia el centro. Así se irán alternando vueltas de tea con otras de impurezas.

Cuando la peguera ya va rebosando, se van colocando adobes sobre la entrada casi hasta taparla, dejando solamente diez centímetros de boca, para facilitar una combustión lenta. De esta manera la pez irá destilando poco a poco, cayendo hacia la base de la peguera y saliendo hacia la hoya.

Todo este proceso de preparación de la peguera para destilar hasta que se le da fuego se llama “encañe” y así se dice también “encañar la peguera”.

La duración de la operación de la destilación es de tres días aproximadamente, vigilada pero no de continuo; hay que ir quitando los abobes de la boca según se vaya quemando.


EXTRACCIÓN DE LA PEZ

Cuando se observa que dentro de la peguera solo quedan brasas quemadas, se destapa la hoya y en el momento en el que no corre pez hacia ella se puede sacar casi sin peligro ninguno (en estado líquido) con un cazo desde arriba.

La pez se pasaba a recipientes de madera llamado tabales, que son moldes para recibir pez quemada, que se utilizaba para empegar recipientes para el vino, como botas, pellejos, colambres, así como los toneles.


Publicado en la revista ESPADAÑA, Nº 14. Sanchonuño, agosto de 1990. Página 13.

Parte posterior de una peguera por la que se recogía la pez según iba destilando desde el interior de la bóveda. La imagen corresponde a la peguera que hubo en el llamado Molino Boriles, al sur del término de Campo de Cuéllar, junto al arroyo Malucas (antaño río), en cuyo desnivel hacia el cauce se construyó la peguera. Dada la robustez de las estructuras en bóveda, no cabe pensar otra cosa que fue destruida intencionadamente por algún desaprensivo para “aprovechar” los ladrillos de tejar y darle a su choco o merendero un aire rústico. Las fotos se tomaron hacia 1989, poco antes de su desaparición.