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lunes, 14 de noviembre de 2022

GOMEZSERRACÍN 1915: CUATRO CALLES PARA CUATRO PRÓCERES.

 

D. LUIS REDONET Y LÓPEZ DÓRIGA

En el callejero de algunos pueblos encontramos calles que llevan nombres propios que el tiempo ha hecho que se haya olvidado a quiénes fueron dedicadas. Este es el caso para la calle Doctor Redonet en el pueblo de Gomezserracín. El título de este personaje hace pensar que fuera un médico. Sin embargo, viene a resultar que sí fue doctor, pero en derecho, ya que se corresponde con el prestigioso abogado D. Miguel Redonet y López-Dóriga. No ha sido fácil identificarlo como tal merecedor de una calle en el pueblo segoviano, siendo él cántabro. Tampoco lo ha sido relacionarlo de alguna forma con el pueblo, habiendo desarrollado Redonet su actividad profesional y política en la capital de España. Quiero decir que me ha costado hallar la razón por la cual el municipio decidiera dedicarle en su día el nombre de una vía pública.

Placa original que se puso en Gomezserracín en el año 1915 en reconocimiento al abogado Luis Reonet.

Sin embargo, podemos afirmar, con toda seguridad, que la calle está dedicada a dicho D. Luis Redonet y López-Dóriga. Nació Redonet en Santander en 1875 y murió en Madrid en 1972. Estudió derecho en la Universidad de Deusto alcanzando el título de doctor. Además de abogado, destacó también por su dedicación a la política, su actividad literaria y sus aportaciones para los estudios históricos y económicos. Fue durante su larga vida un autor muy prolífico e interesado en temas históricos y literarios, demostrando también ser un buen escritor de cuentos.

D. Luis Redonet y López Dóriga
Siendo joven se trasladó, con su madre viuda, a vivir en la calle Génova de Madrid, donde en 1901 casó con Estefanía Maura Gamazo, hija del destacado político conservador D. Antonio Maura. Trabajó en el bufete de abogados de su suegro y entró en política de la mano de éste, representando a Laredo o Santander en el Congreso de los Diputados y a Canarias en el Senado. Fue por ello compañero de partido y de bancada del Marqués de Santa Cruz. Sería el marqués, que durante varias legislaturas consecutivas se haría con el escaño de representación del distrito de Cuéllar, el que le puso en relación con Gomezserracín para que lo defendiera en un contencioso con la administración, que pasamos a desarrollar.


EL PLEITO.

En junio de 1915 se entabló pleito, en única instancia, entre el Ayuntamiento de Gomezserracín, D. Mario Guillén Saulate, médico de la localidad, y otros vecinos particulares, contra la Administración General del Estado. Serán representados por el abogado D. Luis Redonet en este contencioso administrativo. El objetivo pretendido era que se revocara una Real orden, dictada a finales de 1913 por el Ministerio de Fomento, por la que se desposeía, a los demandantes, de una serie de tierras localizadas en la zona oriental del pueblo limitando con el Común Grande de las Pegueras. La superficie afectada era considerable y por eso los afectados defendieron sus derechos y no escatimaron medios para lograr recuperar la propiedad de sus tierras.

Un deslinde del Monte de Utilidad Pública (MUP) nº 48, propiedad de la Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar, que se había realizado en el año 1910, de este monte conocido como Común Grande de las Pegueras, sería el detonante del contencioso. Ya había habido desacuerdos con los vecinos de Hontalbilla y Lastras al ejecutar este deslinde en la zona este del pinar. Las protestas fueron mayores cuando los peritos llegaron a deslindar la zona oeste, frontera con el término de Gomezserracín, entre Navarrebollo y el Vado de la Vaca, y se encontraron con las objeciones que les plantearon los carracillanos a la hora de fijar los linderos. Había un desacuerdo considerable: el coteo realizado por el ingeniero de montes dejaba fuera del término de Gomezserracín nada menos que 740 hectáreas que quedaban incluidas en el Común de las Pegueras.

Rufino Cano de Rueda
Defendió los intereses de Gomezserracín en un principio el considerado abogado segoviano, y natural de Pedrajas de San Esteban, D. Rufino Cano de Rueda, quien fuera el fundador del diario provincial El Adelantado de Segovia. Cuando se pensaba que las gestiones realizadas por el letrado iban a ser fructuosas y que se corregiría la línea marcada por el ingeniero, teniendo en cuenta la reclamación de los de Gomezserracín, llegó el gran mazazo. Una real orden aprobaba el deslinde realizado por los técnicos y el terreno en disputa quedaba dentro del Común de las Pegueras.

Por unanimidad, el Ayuntamiento acordó que Cano de Rueda continuara adelante con el pleito, ya que el abogado veía procedente el recurso contencioso administrativo contra dicha real orden. Para reforzar la acción de Cano de Rueda es cuando se decide además contratar los servicios de D. Luis Redonet y López Dóriga, que tomaría las riendas del caso.

Redonet, siguiendo la línea argumental de su colega Cano de Rueda, continuó insistiendo en que Cuéllar, sorprendentemente, no había presentado los documentos en los que se precisaran los linderos, siendo estos vagos e indeterminados, mientras que Gomezserracín había presentado un apeo del año 1751, por el cual se veía que su pinar lindaba con el Común de las Pegueras; refrendado esto por un catálogo de 1862. Pero sobre todo que la villa, como entidad jurídica contra la que se pleiteaba, había delegado su responsabilidad en el criterio del ingeniero de montes, como perito que era. Va a ser sobre la figura del ingeniero contra la que cargue con todo Redonet, por no considerarla suficientemente representativa para tamaña responsabilidad. Pero sobre todo porque el ingeniero había reconocido en un informe las dificultades con las que se había encontrado para hacer el deslinde “por ser un terreno llano y de arenas voladoras que alteraban sistemáticamente el relieve y borraban las referencias”. Fue suficiente para que el Tribunal Superior revocara la Real Orden y se le devolvieran las 740 hectáreas a los de Gomezserracín.


EL ACTA.

En sesión ordinaria del 19 de diciembre de 1915, el alcalde D. Juan Ruano Martín daba cuenta al resto de concejales de cómo se había resuelto favorablemente el pleito mantenido por el Ayuntamiento y vecindario en contra de la Administración con motivo del referido deslinde del Monte Común Grande de las Pegueras. Recordó a los dos letrados intervinientes en el pleito, Cano de Rueda y al Doctor Redonet, y al diputado en Cortes Marqués de Santa Cruz y a D. Rafael Salaya Toro, contador general del Ayuntamiento de Madrid, a estos dos últimos por sus “valiosas influencias dentro de lo justo”, cuyas gestiones no han podido ser más satisfactorias para todo el pueblo de Gomezserracín. Prosigue el acta de la sesión con las siguientes palabras: Por todo ello el alcalde cree que la Corporación por sí y en nombre de sus convecinos está en el deber de demostrar su gratitud de una manera ostensible a dichos cuatro señores y al efecto propone al Concejo que se perpetúe la memoria de tan dignos próceres dando el nombre de D. Rufino Cano a la Plaza de la Fuente, el de D. Rafael Salaya a la Calle Real, el de Marqués de Santa Cruz a la Calle de Samboal y el de Doctor Redonet a la Calle de Zarzuela.

La Corporación oyó con sumo agrado las manifestaciones de la Presidencia y sin discusión alguna acordó que conste en acta el más expresivo voto de gracias para los cuatro citados señores y que sin pérdida de tiempo por el Sr. Alcalde se encarguen a Madrid o Valladolid cuatro placas de fondo azul con letras blancas en relieve para su colocación en la plaza y calles indicadas para que sirvan como recuerdo imperecedero y de grata memoria de este pueblo a tan dignos señores por su noble comportamiento.


Casa de Gomezserracín en cuya fachada se aprecia la que posiblemente fuera la placa original con el nombre del Doctor Redonet.

D. MARIO GUILLÉN SAULATE.

Era médico titular de Gomezserracín, desde los últimos años del siglo XIX, D. Mario Guillén Saulate, natural de Cuéllar y licenciado en Medicina por la Universidad de Valladolid en 1886. Intervino como demandante particular en el pleito porque en el año 1905 había comprado al Estado tres parcelas enclavadas en el terreno en disputa y procedentes de legitimaciones de roturaciones arbitrarias y luego abandonadas. La primera sentencia no daba validez a esa compra y el médico perdía la propiedad de esas tierras por estar dentro de un MUP, por lo que era un perjudicado importante. El médico era yerno del cuarto beneficiado con la dedicación de una calle, D. Rafael Salaya y Toro, importante funcionario del Ayuntamiento de Madrid que movió sus influencias, “dentro de lo justo”, ante la sala tercera del Tribunal Supremo para que la sentencia fuera favorable a los de Gomezserracín. Efectivamente, Mario Guillén había casado con la madrileña Celia Salaya y Díez-Avilés siendo padres de cinco hijos, dos varones y tres mujeres. Era doña Celia descendiente directa del gran escritor del siglo XVIII D. Ramón de la Cruz habiendo heredado al menos los hijos varones las cualidades literarias de su antepasado. El primogénito fue Mario Guillén Salaya a quien, según consta en un acta del Ayuntamiento de Gomezserracín, en 1913 la Corporación le compraba doce ejemplares del libro que el joven acababa de publicar titulado “Cuentos con máximas morales para niños”, a precio de 60 céntimos cada uno. Fue luego periodista, escritor y político en Segovia, dándose a conocer en la página literaria de “El Adelantado de Segovia” llegando a ser director del “Segovia Gráfico”. Se avecindó en Alicante en donde vivió hasta el final de sus días, participando activamente en los temas de la ciudad, falleciendo en 1935.

El segundo de los hijos fue Francisco Guillén Salaya (Gomezserracín1899-Madrid1965) también escritor y político como su hermano mayor y cuya biografía es más extensa y necesitaría un tratamiento especial.

D. Mario Guillén Saulate siguió ejerciendo como médico en Gomezserracín, donde también tiene dedicada una calle, y está enterrado en su cementerio bajo una gruesa lápida de piedra, a ras de suelo, donde la capa de liquen que la cubre hace imposible la lectura del epitafio que tiene grabado.

Buscábamos el motivo del nombre de una calle, la del Doctor Redonet, y nos hemos encontrado que se nombraron otras tres más en el mismo lote y por el mismo motivo. Hasta aquí esta investigación que empezaba partiendo de la consulta de los documentos generados por el pleito por la segregación de las 740 hectáreas y que se ha visto refrendada por el contenido del acta del 19 de diciembre de 1915. Agradezco a Pilar Nieto y al señor alcalde, Martín Ruano, las facilidades dadas para haberla podido encontrar.


J. Ramón Criado Miguel



martes, 8 de noviembre de 2022

ENTREVISTA A DON JUAN HIGUERAS, MAESTRO DE SANCHONUÑO DURANTE LA REPÚBLICA.

ENTREVISTA A DON JUAN HIGUERAS, MAESTRO DE SANCHONUÑO DURANTE LA REPÚBLICA.

  En el número 5 de la revista ESPADAÑA se publicaba una fotografía en la sección de “Recuerdos” en la que aparecían hombres, hoy ya maduros, en su edad escolar allá por los años 30. Su publicación dio pie a que se incluyeran otras fotografías similares. A la vez, la gente empezó a hablarnos del maestro de aquella imagen, don Juan Higueras, y esos buenos recuerdos hacia él hicieron que nos pusiéramos en contacto con este maestro para que nos hablara de su experiencia en Sanchonuño.

Sobre la fotografía, antes de empezar la entrevista, nos comentaba: “Yo tenía 20 años entonces. Esta foto creo que se hizo en el año 35, en el curso 34 al 35, a mediados o finales de curso. Con seguridad no lo sé; también podría ser de 1936”. 
  -¿Dónde nació Juan Higueras Nogales? ¿Cómo fue su vida hasta que se formó como maestro?
-Juan Higueras es natural de Revenga, en la provincia de Segovia. Quedé huérfano de padre y madre muy pronto, a los 6 años, y por eso a los 10 mi hermano mayor, ya casado, pasó a ser mi tutor. Me fui a vivir a Segovia con él y allí hice el bachillerato hasta 4º curso. Después empecé a estudiar Magisterio por libre, porque entonces en Segovia no había Escuela Normal y nos examinábamos en la Normal de Ávila. Terminé la carrera de maestro a los 17 años y por eso no pude hacer los cursillos del 31 porque exigían tener los 19. Mientras, solicité una escuela interina; pensé, si me dan buen pueblo, voy. Y tuve la suerte de que me nombraran maestro interino en Sepúlveda, un pueblo ideal por su encanto y sus gentes, y para allá me fui con 18 años. Habían creado una escuela mixta, en un barrio de Sepúlveda, el de Santa Cruz, y allí ejercí de interino. Convocadas oposiciones en 1933 para ganar escuela en propiedad, me presenté ya con 19 años y tuve la suerte de aprobar a la primera. Luego a esperar a que nos colocaran a los aprobados; así dejé mi escuela de Sepúlveda. Salió una circular de Inspección diciendo que sólo iban a colocar a los que tuvieran 21 años, para paliar el paro. Así me vi yo sin mi escuela de interino, con la oposición aprobada y sin escuela como propietario. Mi caso era insólito y el único de la provincia. Un inspector amigo me aconsejó que mientras esperaba destino me matriculara en Filosofía y Letras en Madrid, y así lo hice. Gracias a Dios mi economía me lo permitía. Pero he ahí que en el mes de noviembre sale una disposición del ministro de Instrucción Pública que dice que todos los que tenemos aprobadas las oposiciones nos tenemos que hacer cargo de nuestras escuelas automáticamente o perdemos nuestros derechos. Tuve que elegir y así renuncié a mi nueva carrera y acepté la escuela que me dieran.
  -¿De esta manera llega destinado a Sanchonuño? 
En efecto. Se elegían las escuelas vacantes un domingo en Segovia. Según el número obtenido en la oposición elegías. Cojo el coche de línea para Segovia y qué casualidad que llegó con la hora ramplona. Cuando llegué al local estaban pidiendo pueblos y yo, despistado, no sabía los que quedaban. Pero de lejos, veo a doña Enriqueta y a don Isidro, que eran amigos míos. Les cuento mi caso y me dicen: “mira, estás al llegar para que elijas”. Les dije: “¿en qué pueblo estáis vosotros?. Estamos en Sanchonuño, me respondieron. Ah, ¿sí? No lo conozco. Pero contestadme a estas preguntas: ¿tiene teléfono? Sí. ¿Tiene carretera? Sí. Digo, pues ahí voy a ir yo. Cuando me tocó elegir les dije.: “Creo que hay una plaza en Sanchonuño”. Sí. “Bueno, pues esa”. Y así me nombraron a Sanchonuño. Volví a Madrid a recoger mis cosas y a despedirme de la patrona y a últimos de noviembre de 1934 me presenté en Sanchonuño, donde me hicieron un recibimiento muy emocionante. La llegada entonces de un nuevo maestro era todo un acontecimiento. La verdad, se puede decir que llegué con buen pie. Llegué un sábado y el lunes tomé posesión de la escuela y a ejercer, cosa que hice con mucha ilusión. No sé si lo haría bien o mal, lo que sí os digo de verdad que puse siempre mi mayor fe y buena voluntad. Y cuando se hace una cosa así, sea lo que sea, no hay cosa que salga mal. Además de esa reacción tan favorable de los vecinos y de los chicos, pues miel sobre hojuelas. Aquello fue una felicidad para mí. Recuerdo y añoro los años de mi vida allí, en Sanchonuño, como algo inolvidable, porque la gente demostró en el momento que nos tuvimos que trasladar, por distintas circunstancias, un gran apego. Yo me tuve que ir con harto dolor de mi corazón de Sanchonuño. El pueblo hizo una instancia para que nos mantuvieran en nuestro destino, pero las irregularidades de la vida... no atendieron a esta solicitud por presiones raras. 
-¿En qué año tuvo lugar este traslado? 
-En 1940, después de la Guerra Civil. Por presiones, bueno, cosas raras, porque yo no pertenecía a ningún partido político. Era muy joven y sólo me preocupaba de trabajar y de divertirme. A don Isidro lo mandaron a Cabezuela y a mí a Santa María de Nieva. Nos marchamos con lágrimas en los ojos. (Don Juan evita hablar claramente de los motivos y el nombrar a personas que tuvieran que ver con este traslado en contra del pueblo y de ellos mismos, a pesar de los años transcurridos). -No me gusta hablar mal de las personas, para eso prefiero no hablar. Del pueblo sólo dos o tres personas influirían bajo cuerda para nuestro traslado, pero comparado con la totalidad del pueblo que estaba con nosotros, no significaban nada. El pueblo estaba con nosotros y eso es lo que importa. Si la mayoría quería que permaneciéramos allí, sus razones tendría: su aprecio y consideración hacia nosotros y nuestra labor. 
-¿Contaban con los medios necesarios para desempeñar una enseñanza de calidad?
-No. Entonces la escuela tenía muy pocos medios. Recuerdo que el presupuesto para material todo el curso, y tenía una matrícula de 65 niños, era de 147 pesetas y 30 céntimos. La vida estaba muy barata, pero qué se hacía con esa cantidad cuando por ejemplo un cuaderno valía 20 céntimos. Un cuaderno, con lo que trabajábamos, se acababa muy pronto. Con todo lo que había que comprar, decidme a qué tocaba cada uno …¡a nada! Aunque esté feo decirlo, en alguna ocasión, y no es por presumir, yo puse dinero de mi bolsillo para comprar cuadernos para los chicos que acababan pronto el suyo y ya no había material. Era algo inmoral que teniendo yo un duro ellos no tuvieran cuaderno. No lo he dicho nunca, pero pasados ya tantos años lo digo y es verdad. Poco, pero ponía tanto como el Estado para todo el curso.




  -¿Qué se pretendía entonces que supieran los chicos al salir de la escuela?
-Todo lo que se pudiera, como ahora y como siempre. Pero yo en mi grupo, los pequeños hasta los once años que pasaban con don Isidro, machacaba la trilogía: leer, escribir y cuentas. Machacar en otras cosas podía ser hasta perder el tiempo. Yo tenía que dedicarme a señalarles “escribe bien esto”, “coge buena letra”, “cuidado con las faltas”, “aprende las cuatro reglas pronto”... Trabajábamos con las toneladas, los kilos, las pérdidas que tenían las achicorias cuando las llevaban a Cuéllar y les quitaban el 30%, todo esto había que enseñárselo pronto. Algunos conmigo llegaron a aprender quebrados, áreas y volúmenes y decir “mirad, vamos a medir la tierra vuestra, esto se hace así, pasar las áreas a obradas”. Enseñaba estas cosas tan sencillas pero tan útiles en los pueblos, cuando el sistema métrico decimal lo sabían muy pocas personas. Allí estábamos sacando una generación muy buena. Don Isidro también apretaba y sacaba a chicos sabiendo álgebra y análisis sintácticos bastante bien hechos. 

-¿Qué recuerda de sus compañeros?
-Que no se pueden tener mejores. No ha habido después de nosotros, tengo la seguridad y si no preguntáis en el pueblo, un equipo como el nuestro. El caso era hacer cosas en favor de la enseñanza. Éramos algo fuera de serie: doña Bernardina, doña Enriqueta, don Isidro y yo éramos como hermanos. Yo añoro mucho aquellos tiempos por los compañeros. No había fricciones y sí una compenetración terrible; y cuando esto es así el beneficiado es el pueblo. Sanchonuño tuvo en esa época unos maestros como no los haya podido tener, mejor y con más armonía, nunca. Igual sí, pero mejor no, seguro.
  -¿Cómo era la vida del pueblo vista por un maestro joven?
-La juventud da optimismo y da alegría y todo es bonito y bello. Yo me lo pasaba estupendamente como un chico joven de 20 años. Si a esa edad no tienes alegría y optimismo ¿cuándo lo vas a tener? Yo me lo pasé allí formidablemente en todos los sentidos: como chico joven y como maestro. No lo puedo recordar más que en este plan. ¡Qué maravillosos los años que estuve allí!
  -Por lo que se ve estaba muy integrado en el pueblo.
-Vivía allí. Si no salíamos de allí... algún jueves íbamos dando un paseo hasta Cuéllar, aprovechando que no había clase por la tarde, para luego volver en el coche de línea.
  -¿Cómo era un día de clases? 
Teníamos clase todos los días, menos el jueves por la tarde como os he dicho. Eran jornadas normales de 9 a 12 y luego de 2 a 4 por la tarde. Después, en invierno teníamos clases de adultos que eran voluntarias de 7 a 9. ¿Sabéis lo que nos pagaba el Estado entonces durante la República por estas clases? Yo ganaba 247 pesetas con 30 céntimos y si la patrona te cobraba 4,50 pesetas al día, pues ya sabes lo que te quedaba para todo lo demás. 
-¿Quién era su patrona en Sanchonuño? 
-Pues yo estaba en casa de una señora viuda, la señora Paz, su hijo se llamaba Guillermo; las escuelas estaban en el Ayuntamiento. Desde el balcón de mi patrona veía yo mi clase del primer piso. 
-Nos han contado que tuvo tiempo de echarse novia en Sanchonuño.
-Los solteros tienen tiempo de todo. Novia no, pero divertirme todo lo que podía, sí. Es normal, un chico joven lo lógico es que busque chicas para divertirse. 
-¿Cómo era ese Sanchonuño que conoció durante la República?
-Era un pueblo tranquilo. Cada uno tendría su forma de pensar. A mí nadie me coaccionó en el sentido político, ni yo coaccioné, si no podía ni votar... En el pueblo no había más que una armonía general; cada uno pensaría como fuera, pero nada más. La prueba es que en Sanchonuño no ocurrió lo que en otros pueblos durante la guerra, que por rencillas políticas o personales se fusilara. ¿Que hubo algún detenido? Bien, pero después cada uno a su casa y ya está. Es un pueblo que demostró tener unos sentimientos buenos y una humanidad extraordinaria. En todos los pueblos hay rencillas, es inevitable, pero allí no se llegó a tanto. -¿El curso del 36 no lo pudo empezar porque le movilizan? -No me movilizaron. Yo soy de la quinta del 35, por tanto me incorporé por mi quinta el 1 de julio del 36 al Regimiento de Segovia, a los 18 días estaba en el Alto de los Leones. 
-¿Y terminada la guerra?
-Vuelvo a mi escuela de Sanchonuño en julio de 1939, quedaban 15 días de curso y dije que no iba a dar clase porque quería recuperarme de la guerra. Luego en marzo del 40 fue cuando me trasladaron a la escuela de Santa María de Nieva por don Luis , y a él a Sanchonuño por mí; a don Isidro a Cabezuela y al hermano de don Luis, don Tomás, de Cabezuela a Sanchonuño. -¿Cuándo dejó de ejercer? -Pedí la excedencia. Estuve en Santa María de Nieva, pero puse una sustituta año y medio. Y como vi que no pensaba volver a ejercer la carrera pedí la excedencia ilimitada.
  -¿Y ya no volvió nunca a dar clases? 
-En 1979 salió una disposición por la que podían regresar incluso los expedientados de aquellos años, -yo podía regresar cuando quisiera porque era excedencia ilimitada- y que nos podríamos jubilar inmediatamente. Pedí el reingreso ese año y estuve en una escuela de Coslada y luego en Madrid, en San Blas, al principio del 82 pedí la excedencia. Ahora tengo un carné que me honra como maestro jubilado. (Don Juan nos habla de las diferencias tan grandes que encontró en la escuela al reincorporarse respecto a la que conoció como maestro en su juventud. Volvimos a insistirle sobre sus razones para pedir la excedencia en su primera etapa). -No hubo razones políticas, pero al mandarme desde Sanchonuño a Santa María de Nieva no quise seguir en este pueblo. El cambio me sentó muy mal y como era soltero y tenía otros medios dejé la profesión. Pensé, o lo sigo como yo quiero, con dignidad, o yo no voy a estar en un segundo plano para nada. Mi nuevo destino era mejor pueblo pero yo hubiera querido permanecer en Sanchonuño.
  -¿Quiénes eran los alumnos que destacaban por su inteligencia o por sus travesuras? 
-Son muchos años, pero me acuerdo de los chicos primeros. Recuerdo a Julio Gilsanz, Isidro, Miguel... no quisiera olvidar. Tenía diez o doce chicos que despuntaban. No hay que olvidar que mi labor allí fue cortísima, dos cursos, y que menos que tres años para reorganizar unas clases uy una escuela. Yo utilizaba a chicos monitores porque a parte de ayudarte mucho, ellos fijaban mejor lo que posiblemente olvidarían. Tenía 65 discípulos y sin material, era una labor muy difícil. 
-¿Algún recuerdo para sus ex-alumnos? 
-Que tengo que agradecerles muchísimo, a ellos, a sus hijos y al pueblo en general. Yo no he dejado nunca de acordarme Sanchonuño, nunca. Lo recuerdo con una especial gratitud porque se portó con nosotros maravillosamente y eso no se olvida. Me encanta estar orilla de vosotros y os agradezco la realización de esta entrevista. Me habéis puesto en una fotografía que es muy mía, porque vuestros padres están ahí y son mis míos, mis alumnos. Un abrazo para todos, de verdad, muy especial para todo este grupo que hay aquí -pasando la mano sobre la fotografía- y a toda su descendencia y a todos en general mi recuerdo más profundo.
Entrevista realizada en Madrid en noviembre de 1986 junto a mi amigo y paisano Javier Rico Gilsanz (Sanchonuño 1960-Madrid 2019) para la revista ESPADAÑA. La desempolvo y la publico aquí en su memoria. Palabras clave: Juan Higueras, Sanchonuño, Revenga, Barrio de Santa Cruz de Sepúlveda, maestros de la República, Guerra Civil.

lunes, 31 de enero de 2022

LOS PAPAGAYOS DE DIEGO VELÁZQUEZ.

En el año 1519 el cuellarano Diego Velázquez, adelantado de Cuba, hizo llegar desde la isla del caribe dos papagayos. Según hizo constar, uno era para el rey Carlos I y el otro para el obispo de Burgos, que a la sazón era Juan Rodríguez de Fonseca. ¿Qué relación hubo entre el prelado burgalés y el conquistador para que este lo tuviera presente con este regalo? Juan Rodríguez de Fonseca había sido miembro del consejo de los Reyes Católicos y fue el primer organizador de la política colonial castellana en Indias. Se encargó de la logística que, con mucha eficiencia, ejecutó para el segundo viaje de Cristóbal Colón, en el año 1493. Este viaje lo conformaban 17 navíos y 1.200 hombres, entre ellos embarcaba Diego Velázquez de Cuéllar.
Fonseca defendía el protagonismo único y directo del rey en la empresa de las Indias, por encima de los derechos que a Cristóbal Colón se le habían reconocido en las capitulaciones con los monarcas. Igual que el cuellarano Diego Velázquez, Juan Rodríguez de Fonseca murió en el año 1524 y se mandó enterrar en la iglesia de Santa María de Coca, villa que era señorío de su familia.
Los papagayos que envió en su día el adelantado Diego Velázquez se corresponden con el llamado guacamayo cubano (Ara tricolor), pájaro exótico de vistosos colores. La captura de estas aves fue habitual y se incrementó, pues eran hermosos regalos para los reyes, siendo por esto diezmada su colonia. La deforestación que se llevó a cabo durante la etapa colonial, eliminando sus últimos hábitats, exterminó a los últimos ejemplares. El último ejemplar conocido fue abatido en 1864.

sábado, 1 de enero de 2022

EL COBRO DEL VOTO DE SANTIAGO EN EL CARRACILLO.

Chañe, 1706 

La tranquilidad habitual de aquella mañana en Chañe quedó rota con la llegada al lugar de dos hombres a caballo. Eran nada menos que los representantes del arzobispo de Santiago de Compostela. Venían al pueblo para hacer diligencias por haberse falseado el padrón para el cobro del llamado Voto de Santiago, evitando con ello que muchos vecinos lo pagasen. Era este método una de las pocas maneras de aliviar el pago de este impuesto considerado injusto desde sus orígenes. Para evitar que otros lugares imitaran la artimaña de los chañeros, los hombres del arzobispo habían venido al pueblo para denunciar y castigar a los que figuraban como firmantes de aquel padrón: Antonio Pedriza y el fiel de los hechos Dionisio de Andrés. Cuando los forasteros requirieron la colaboración de Dionisio en las diligencias a llevar a cabo, éste se puso a la defensiva y les preguntó, con palabras alteradas, que para qué efecto y al saber que se actuaba contra él y sus vecinos se negó a colaborar. Este desacato hizo que el representante del arzobispo le amenazara con la excomunión, al tiempo que reclamaba la presencia de la justicia del pueblo para poner al fiel de hechos en la cárcel, pero el alcalde y los regidores, que eran los que tenían las llaves, ya se habían ausentado del pueblo. Le dijeron entonces al escribano rebelde que tuviera su casa por cárcel, bajo pena de cincuenta ducados. Fue entonces cuando Dionisio de Andrés aún se alteró más diciéndole al juez que no lo obedecía y, manoteando, llegó a zarandearlo. Para que la escena fuera, si cabe, más cervantina, mediaron para aplacar los ánimos el señor cura y un trinitario calzado, de los de Cuéllar, que andaba por el pueblo. Finalmente, el juez pudo leer la orden que traía. Por ella se comunicaba el pleito interpuesto en la Chancillería de Valladolid a los vecinos de Chañe. Era una denuncia de tantas por razón presunta de impagos y fraude en el Voto de Santiago. Los dos jinetes salieron después del pueblo en dirección al Arroyo.
El Voto 

El pago de aquella contribución que se pedía tenía sus orígenes en los años más oscuros de la Edad Media. Se basaba en una doble patraña, a saber, por un lado en una batalla que nunca tuvo lugar, la de Clavijo, y por otro en la supuesta intervención sobrenatural del apóstol en la misma para decantar la victoria a favor del rey Ramiro. En agradecimiento al apóstol, este rey habría dictado el voto de Santiago, comprometiendo a todos los cristianos de la Península, al pago de una medida de trigo por cada pareja de bueyes o yunta de labor. Se establecía así un impuesto extra a pagar a la iglesia, cuyo beneficiario sería el arzobispado de Santiago y que era lineal, porque no tenía en cuenta si la cosecha había sido mala o buena, o si la tierra era más o menos productiva. El valeroso ataque le valió al apóstol para los restos el sobrenombre de Santiago Matamoros, convirtiéndose en símbolo del combate contra el Islam. En Pinarejos hallamos en el atrio de su iglesia una pintura, del primer tercio del siglo XV, que representa esta escena. El Santiago de esta obra se adapta al modelo tradicional: monta un caballo blanco, blande una espada con su mano derecha, sujeta las bridas del animal con la mano izquierda, la misma en la que también enarbola el estandarte que simboliza su victoria sobre los infieles. Le falta, sin embargo, la épica y el dramatismo de la representación de la batalla de Clavijo en siglos posteriores, sobre todo en los cuadros barrocos. Durante los primeros siglos desde su invención no supuso el Voto un pago obligatorio, sino más bien una tradición de limosna, por eso no estaba penado no pagarlo. Este aspecto cambió en 1492 cuando los Reyes Católicos, con la euforia por la conquista de Granada, decidieron poner al día el Voto en agradecimiento personal al Apóstol Santiago y lo hicieron obligatorio per secula seculorum. En los tres siglos siguientes a su implantación como obligado, la rebeldía, las trampas y las ocultaciones fueron constantes. Campesinos y concejos protestaron durante todo el siglo XVI, oponiéndose a la injusticia de un impuesto más. Recurrieron a los tribunales de apelación y en las Chancillerías de Valladolid y Granada se sucedieron más de tres mil pleitos de otros tantos villas y pueblos. Pero estos pleitos eran sistemáticamente ganados por los procuradores de la Catedral de Santiago que había dispuesto un aparato de letrados en las Chancillerías que defendían sus intereses.
Los testigos hablan

En el siglo XVIII la catedral de Santiago había puesto mayor celo en el control del pago de la contribución en las tierras al norte del Tajo, las que dependían de la Chancillería de Valladolid. De la lectura del pleito, que presentamos aquí, deducimos que el delito del que se acusaba a los de Chañe no era tal como lo planteaban los encargados de cobrar el Voto. Habían realizado los chañeros un padrón recogiendo los labradores de yunta y media yunta para su pago. No habían usado el padrón del guarda del campo porque las bestias llamadas de huelga o de ayuda no cotizaban. No habían incluido a los que labraban con yuntas prestadas o alquiladas porque supondría pagar por ellas dos veces. Como el asunto afectaba a los demás lugares comarcanos, el pleito quedó establecido, y así consta en la documentación, entre los lugares de la Tierra de Cuéllar que llaman El Carracillo con el señor arzobispo, deán y cabildo de la santa Iglesia del señor Santiago sobre la forma y modo de pagar el Voto del Apóstol. Para preparar sus alegaciones contra los denunciados, la maquinaria de letrados de la Catedral de Santiago siguió su curso y realizó un interrogatorio a diferentes vecinos de la comarca para recabar los detalles de cómo se había cobrado de siempre el Voto de Santiago en El Carracillo. El apoderado del arzobispo, Juan Antonio Montenegro, acompañado de un escribano receptor, inició los interrogatorios el 29 de febrero de 1708 en el lugar de Arroyo. El primer testigo preguntado fue Blas de Sevilla, vecino del dicho pueblo, labrador de 65 años, que reconoció que el Voto de Santiago se pagaba en este lugar y demás lugares de la villa de Cuéllar, en el partido que llaman El Carracillo. Que siempre se había pagado por todos los labradores que tenían una yunta (6 celemines, que son media fanega) y los de media yunta (3 celemines). Esta respuesta va a ser unánime en el resto de testigos de los otros pueblos, si bien hay matices según la declaración de cada uno en algunos asuntos. En concreto, Blas de Sevilla señala que hasta el año 1700 se ajustaba con la persona que, como recaudador, arrendaba dicho Voto, por un tanto que luego se repartía entre los labradores del pueblo. A partir de dicha fecha empezaron los recaudadores a pedir los padrones del guarda de panes, que recogía el número de yuntas que tenía cada vecino, porque les traía más a cuenta. Hubo resistencia a entregar los padrones y entonces los recaudadores amenazaban con la excomunión, para lo que estaban autorizados. Otra pregunta incidía en comprobar si, además de los dichos labradores de yunta entera y media yunta, los pegujaleros y personas que labraban con yuntas prestadas o alquiladas habían pagado también el Voto de Santiago.“Pegujaleros son los labradores que labran las heredades con yuntas prestadas o alquiladas, mediante las cuales hacen dichas labores a costa de su dinero, por eso nunca se les había repartido el Voto”, así lo expresaba el testigo del Campo Francisco Abad. Era muy frecuente, según declaró Sebastián Ruano de Gomezserracín, que hubiera muchos labradores de un solo buey que buscaban otro para hacer la yunta. Esto se llamaba acoyuntar y los coyunteros eran siempre los mismos entre sí, porque eso suponía que sus animales estuvieran compenetrados para la realización de las labores. Es interesante el testimonio de Juan Magdaleno, barbero y labrador de yunta, natural de Cuéllar y establecido en Chatún, que dijo que en este pueblo y en Gomezserracín era habitual que algunos mozos labraran por su cuenta algunas senaras, pero que no se les repartía el Voto por este trabajo extra que hacían para su propio beneficio. Los padrones para cobrar el Voto En el pleito se pidieron como prueba los padrones que se habían realizado en los últimos años para el cobro del Voto en cada lugar. Consisten básicamente en la lista nominal de los dueños de yuntas completas y de media yunta. Se señalan también a los que se tiene por pegujaleros. En los padrones realizados en 1710, el recaudador del Voto apuntó algunas breves notas para cada lugar, referidas a las dificultades en el cobro, a la calidad del grano recogido y otras de tipo logístico (incluso hay una nota sobre botánica en el caso de Gomezserracín). Entregar trigo morcajo por trigo de primera como exigía el Voto parece que era otra práctica habitual para defraudar. Arroyo: está quebrado este lugar, el trigo centenoso, cobrose en un día y se llevó al Campo (23 fanegas). Chañe: es buen lugar y buen trigo, tardé día y medio en cobrar y repartir. Sanchonuño: tardose en cobrar día y medio y sin dilación, todo lo que se cogió es peor de morcajo, mal lugar, llevar que comer. Mudrián: cobrose en un día, mala gente y mal lugar, todo centeno, llevar que comer y cama para dormir. Pinarejos: mal lugar y todo centeno. Gomezserracín: persicaria immaculata en la fuente de este lugar, hay mucha quiebra y casi todo de centeno, cobrose en un día. Chatún: está muy acabado y mal trigo, llevar pan que palomina hay y buena posada. Samboal: 3 fanegas y una cuartilla en total. El padre de la granja una yunta. Narros: es razonable lugar y buen trigo, cobré en un día, buen lugar para pasar a La Fresneda.
El Voto y La Armedilla 

Hacia 1437, el arzobispo de Santiago de Compostela, don Lope de Mendoza, hizo donación al convento de la Armedilla del Voto de Santiago por lo que le tocaba a Cuéllar y su Tierra. ¿Cómo es posible que don Lope se fijara en aquel retirado convento jerónimo para hacerle tan generosa donación? Se explica esta limosna porque el arzobispo era hombre del círculo de Fernando de Antequera, señor de Cuéllar y fundador de la Armedilla, así como del círculo de su hijo y heredero de la villa, Juan de Navarra. Contribuía con ello al sostenimiento del cenobio jerónimo. Esta donación supone un caso singular. Sin embargo, del análisis del pleito podemos asegurar que el arzobispo sólo donó lo que correspondía a los sexmos de Montemayor, Valcorba y a la propia villa de Cuéllar. Quedaron fuera los sexmos de Navalmanzano, La Mata y Hontalbilla. Esto se deduce de la declaración de un testigo de las probanzas, que por su parte, hicieron los de El Carracillo para su defensa en el pleito. Jerónimo Conde, vecino de Montemayor, dijo que aunque su pueblo era jurisdicción de Cuéllar, él no era parte interesada en el pleito porque el Voto de Santiago se pagaba en su lugar a los religiosos de La Armedilla, como lo hacían también los de la villa de Cuéllar y los del sexmo de Valcorba. Refuerza el de Montemayor su declaración sobre la base de que por los mismos motivos que litigaban los de El Carracillo había litigado el convento de La Armedilla con los lugares donde les pertenecía el Voto. Un acuerdo de las Cortes de Cádiz vino a poner fin al Voto de Santiago, solo de momento. En cuanto regresó Fernando VII al trono se volvió a instaurar. En el año 1828, con los jerónimos retornados a su monasterio de La Armedilla después de la Francesada, asistimos al último pleito en la Chancillería que el prior les puso a los vecinos de Cogeces del Monte en relación con el Voto de Santiago. Quería el fraile que también pagaran las yuntas burreñas, las que se formaban con dos asnos. Y lo ganó. 

 J. Ramón Criado Miguel 

 Fuente principal: Archivo de la Chancillería de Valladolid. PL.CIVILES. PÉREZ ALONSO (OLV). CAJA 0043.0001. (1707-1712)