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miércoles, 28 de julio de 2021

SEGOVIANOS EN LA GUERRA DE MARRUECOS: 100 AÑOS DEL DESASTRE DE ANNUAL.

Se cumplen los cien años del mayor de los desastres militares españoles en el Rif. Ocurrió cuando el Ejército trató de controlar todo el territorio mediante operaciones militares. El general Silvestre, desde Melilla, penetró en las tierras dominadas por Abd el-Krim, que reaccionó atacando las posiciones adelantadas de Abarrán e Igueriben, quebrando el dispositivo español. Silvestre quedaba cercado en Annual y adoptó la peor de las decisiones posibles: abandonar la posición y replegarse hacia Melilla sin ningún dispositivo previo para el repliegue. España quedó sobrecogida cuando supo que en la tarde del 22 de julio de 1921, la guarnición entera, unos seis mil hombres, había sido masacrada; el general se suicidó y buena parte de los jefes y oficiales murieron en la retirada. La tragedia continuó durante las dos semanas siguientes cuando todo el dispositivo de blocaos se vino abajo y se perdieron otros millares de vidas, tomando los rifeños centenares de prisioneros y gran cantidad de armas y víveres antes de presentarse a las puertas de Melilla. El desastre de Annual pasaría a ser sinónimo de luto y el expediente abierto por el general Picasso sacó a la luz la incapacidad, cobardía, desorganización, corrupción e irresponsabilidad de los mandos. En España estalló un escándalo político y militar formidable y el país hubo de afrontar una guerra de cuatro años de duración, que costó un río de sangre y de dinero y que abrió las puertas a la dictadura de Primo de Rivera. Por todo ello, Annual y servicio militar en África fueron dos expresiones que trajeron de cabeza a una generación de segovianos y españoles que tembló ante la perspectiva angustiosa de un destino peligroso e incierto.
España en Marruecos 
A comienzos del siglo XX España decidió aumentar su presencia en el norte de Marruecos como fórmula para elevar la moral de la población y de las tropas tras las pérdidas de las últimas colonias (Cuba y Filipinas). Por ello, en la Conferencia de Algeciras de 1906 el Gobierno español aceptó participar en el reparto de zonas de influencia en el Norte de África. Nadie imaginó entonces que se estaba dando el primer paso de una guerra colonial que acabaría con el régimen político de la Restauración. La zona asignada a España resultaría ser la más conflictiva por el carácter de sus habitantes y sería un quebradero de cabeza permanente que supondría importantes gastos económicos, en perjuicio de inversiones más necesarias, y altos costes en términos de pérdidas humanas. En las campañas en Marruecos el peso de la recluta siguió recayendo sobre las clases bajas, en su mayoría gente procedente del campo. La movilización de 14.000 reservistas para reforzar las unidades enviadas a Melilla -muchos de los cuales ya llevaban tres años licenciados, algunos casados y con hijos- fue el detonante para que las calles de Barcelona ardiesen a finales de julio de 1909. 

El Barranco del Lobo 
Un sangriento ataque a los trabajadores españoles de las minas de la zona de Melilla aconsejó una intervención militar en el verano de 1909. Movilizado para esta campaña, Frutos López Yuste pasó en el mes de julio de aquel año de estar ocupado en sus quehaceres en en su pueblo natal de Hoyuelos a primera línea de fuego sin apenas instrucción. Fue en el Barranco del Lobo, en las estribaciones del estratégico monte Gurugú, donde Frutos estuvo expuesto al fuego de los rifeños, que dominaban las alturas. Esta emboscada originó 153 muertos, entre ellos el General Pintos, que estaba al mando de la expedición, y casi 600 heridos. El de Hoyuelos salvó la vida y pudo regresar después de cinco meses de campaña, pero marcado por la experiencia vivida que recogió en un diario recientemente dado a conocer. Este testimonio contado en primera persona por un soldado de remplazo enriquece la fría información que puede dar el historiador sobre los hechos. Autores de renombre como Ramón J. Sender o Arturo Barea dejaron sendas novelas en las que reflejan sus vivencias e impresiones que, como soldados, sufrieron en la guerra de Marruecos. Otros trasmitieron su testimonio de forma oral a sus descendientes, como Benedicto Arranz (Sanchonuño 1899-1999), soldado de remplazo que recaló en Melilla con 21 años recién consumado el desastre de Annual y que tuvo que participar en la retirada de los cadáveres de Monte Arruit. “No podíamos ni pasar de los que había allí caídos. Estuvimos ocho días con camiones y siete capellanes enterrando”. Tenían que recoger los cuerpos con palas porque no era posible de otra manera. Pero sobre todo lo que le marcó en esta experiencia al tío Benede fue el olor de los cadáveres de hombres y caballerías que se filtraba por las vías respiratorias y les hacía toser y vomitar. “Aquel olor disolvía nuestra sustancia humana”, escribió Arturo Barea.

 
El blocao
El acto de guerra por excelencia del enemigo solía ser asediar y hostigar las posiciones aisladas: los blocaos. Estos fortines fueron la unidad de ocupación del territorio del Protectorado. Construidos en promontorios elevados, permitían un mejor control del terreno, pero tenían el gran inconveniente de la ausencia del agua. Calor y sed son los términos más recurrentes en los relatos de las experiencias de los soldados. Realizar la aguada suponía una maniobra arriesgada expuesta a los certeros francotiradores moros, los llamados pacos por el sonido que producían sus fusiles. En el blocao de Igueriben, al mando del comandante Benítez, cayó el segoviano Federico de la Paz, capitán de artillería. Fue uno de los pocos hechos heroicos al comienzo del desastre. Durante la campaña posterior a Annual, Arranz vivió con angustia el acoso del enemigo al blocao en el que él estaba. Tizzi Azza, Tifaruín, no recordaba bien su nombre. Ocho días sitiados sin comer y sin beber, más que una cacilla pequeña de tomate en conserva, en pleno mes de agosto. El tío Benede, como soldado de Intendencia, era el encargado del reparto del agua, amenazado por el capitán de ser ejecutado si bebía más que sus compañeros. Durmiendo en las piedras, si se podía, porque el enemigo les increpaba desde muy cerca con insultos continuos. Estuvieron a punto de saltar la alambrada y el capitán dispuesto de rendir la posición. Pero rendirse en aquella guerra sin cuartel no era garantía de salvar la vida y se determinaron todos a seguir luchando. La ayuda, que no tuvo Benítez, les liberó del asedio y los sitiados ganaron su medalla al mérito militar.

Se conserva una foto de estudio de Benedicto Arranz en sus años de servicio militar. Aparece con su uniforme y las medallas de la campaña de Marruecos y la del mérito militar. Por detrás hay un breve escrito en el que el soldado tranquiliza a sus padres por la desazón que sabe que les angustia. Pero sobre todo, expresa su resignación a cumplir con el deber que le toca por imperativo del sistema de reclutamiento. Este sentimiento fue general. El soldado español en el conflicto de Marruecos fue fatalista y aceptó la guerra como un mal irremediable: “iremos pasando el tiempo con paciencia”, se lee con frecuencia en la correspondencia epistolar con sus familias. Se sentían impotentes en una guerra de la que no comprendían los motivos, en la que nada les iba, y se resignaban al horror de lo cotidiano, salvo al mal olor. La guerra de Marruecos fue también una magnífica escuela de dictadores. Militares formados en este conflicto colonial de gran salvajismo (Franco, Mola, Sanjurjo...) se convirtieron en un importantísimo sector de opinión dentro del ejército, en una casta: los africanistas. Serían estos los que se pondrían al frente de la sublevación militar del 18 de julio de 1936.

                                                         J. Ramón Criado