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martes, 15 de agosto de 2017

VILLALAR: EL CUELLARANO QUE CAPTURÓ A JUAN BRAVO





ALONSO RUIZ DE HERRERA: CAPTOR DE JUAN BRAVO.


Otra de las familias de abolengo en la villa de Cuéllar fue la de los Ruíz de Herrera. Tuvieron sus casas principales en la calle de Segovia y, por lo tanto, eran de nacimiento parroquianos de la iglesia de Santa María de la Cuesta. Sus blasones lucen en sus casas y dicho escudo de armas de los Herrera se compone de dos calderas con cabezas de serpientes en las asas y por orla once calderas más pequeñas. (7) Los Ruiz de Herrera fueron añadiendo otros cuarteles con las armas de las familias con las que fueron emparentando y, desde Alonso Ruiz de Herrera, la bandera que este ganó a un general francés en la batalla de Noaín (1521).




La familia Herrera se preciaba de su antigua hidalguía en la villa y desde la llegada a Cuéllar de los duques de Alburquerque, sus oficios habían girado en torno a los señores de la villa (algunos fueron corregidores de los llamados estados del duque, en Cuéllar y en Ledesma, por ejemplo). No son nada críticos con ellos, como lo fueron otras familias, y consideran a los duques miembros natos de la Cofradía de la Cruz. Estas circunstancias nos hacen sospechar si no sería otra de las familias llegadas a Cuéllar de la mano de D. Beltrán de la Cueva.


Aunque parroquianos de Santa María de la Cuesta, como se ha señalado, sus entierros los tenían en el convento de San Francisco (como los Velázquez, los Daza y los Rojas, en el lado del evangelio). La capilla primera del lado de la epístola era la que correspondía a los Ruíz de Herrera.


Fue Alonso Ruíz de Herrera el miembro más destacado de la saga familiar en el siglo XVI, fundador del mayorazgo. Nació con este siglo (circa 1500-1579) en la villa de Cuéllar y fue esencialmente un hombre de armas. Rojas le dedica una importante entrada como tal (nº 52 de la clase sexta) y describe su hazaña en la batalla de Noaín y, además, lo señala como el soldado que prendió a Juan Bravo en la Batalla de Villalar. También sabemos ahora que en el año 1519 estaba ya emplazado y dispuesto a cruzar el océano camino de Cuba, para ponerse a las órdenes de su paisano el adelantado Diego Velázquez de Cuéllar. Había servido hasta entonces como soldado en la compañía de D. Diego de Castilla y ganado méritos para esta merced que se le daba.


Pero los acontecimientos políticos y militares que se produjeron inmediatamente después (Guerra de las Comunidades) lo retendrían en la Península. Su participación en Villalar aportada por Rojas, capturando en ella al capitán segoviano, podría ser insuficiente para tenerla en consideración. Sin embargo, este dato es señalado también en el informe de los méritos de D. Agustín Velázquez y Rojas, su biznieto cubano, que, al citar a su antepasado, reitera que había tomado prisionero a Juan Bravo, persona de cuenta del bando contrario. Y este documento no lo conoció Melchor Manuel de Rojas. Es así que no solo los miembros de la casa ducal de Alburquerque (Beltrán de la Cueva II y su hermano D. Luis de la Cueva y Toledo) estuvieron del lado de Carlos V, sino también los cuellaranos, como Alonso Ruiz de Herrera, que ya servían en los ejércitos del rey y, presuntamente, los hidalgos de armas de Cuéllar que acompañarían al duque en esta empresa, como el propio Marín López de Córdoba y su hijo Beltrán. Con lo que podemos afirmar que toda la villa estuvo del lado de Carlos V. En el ámbito segoviano solo se adhirieron al movimiento comunero la capital con su tierra y Sepúlveda.

Estatua de Juan Bravo en Segovia.



El mismo año de Villalar, Ruiz de Herrera siguió en campaña con los ejércitos castellanos que subieron al encuentro de los franceses que, aprovechando la coyuntura de guerra en Castilla, invadieron Navarra. En el encuentro de Noaín, el cuellarano volvió a adelantarse y arrebató el estandarte del general francés, André de Foix, Señor de Lasparre. Esta proeza tuvo su recompensa para el de Cuéllar que ganó la merced de Carlos V, entre otras, de añadir el estandarte del francés a su escudo de armas. Iglesias y el Marqués de la Floresta dicen que el estandarte lo trajo a Cuéllar y lo depositó en la capilla de su familia en el convento de San Francisco. Rojas que se conservaba en Burgos, lo que significa que él no lo conoció en Cuéllar, y Antonio de Herrera directamente ignora su paradero. (6)



Unos años después, Rojas sitúa a Alonso Ruíz de Herrera en 1527 en Cuba como regidor nombrado por Narváez. Recogemos la noticia porque nuestro historiador del siglo XVIII parece que usó los papeles de esta familia en Cuéllar. Quien con seguridad pasó a Cuba fue su tercer hijo Francisco Ruíz de Herrera, con su mujer Ana del Corral y con su hijo Alonso, en el año 1564, según el memorial de su descendiente D. Agustín Velázquez y Rojas. Parece que esta familia se estableció en la isla, con seguridad el hijo, nombrado en Cuba Alonso Velázquez de Cuéllar, tal vez reivindicando con ello su parentesco con el desaparecido adelantado de la isla.


6.- Ainhoa Iglesias Bayón y Alfonso de Ceballos-Escalera Gila en El estandarte de André de Foix, Señor de Lasparre, y las armerías del capitán Alonso Ruiz de Herrera. Cuadernos de Ayala. Nº 31.

7.- Trassierra dice que en el escudo de los Herrera había dos herraduras. Es posible que leyera en algún documento herradas, término con el que en la comarca de Cuéllar se nombran los recipientes de metal y con asas para sacar agua del pozo, por ejemplo, o calderas.






martes, 1 de agosto de 2017

ALGUNAS NOTAS SOBRE EL HOSPITAL DE LA MAGDALENA, CUÉLLAR 1429


La propia descripción del Hospital, que dejó de su puño escrita Gómez González, nos deja claro que la conclusión de este edificio fue la prioridad del arcediano. Pueden despistarnos los elementos arquitectónicos y artísticos más tardíos que aparecen en la portada de la capilla del Hospital respecto al momento de su fundación (1429) y hacernos creer que todo el conjunto de la iglesia es posterior. Las arquivoltas en dicha portada de estilo gótico isabelino, o el propio escudo de los Alburquerque confirman esta propuesta y retrasan su factura a la intervención de uno de los dos primeros duques (finales del siglo XV o principios del XVI). Sin embargo, no cabe pensar sino en una reforma o mejora de dicha portada, que pasa a proyectarse sobre la calle.



La descripción de Gómez González sigue por la segunda planta. En el momento de su apertura los pabellones de enfermos estaban en la planta baja, lo que se explica por la referencia a las tarimas de madera que se pusieron en los mismos para evitar la humedad del suelo. Describe dicha planta alta con sus diferentes espacios y sus usos. Destaca en ella dos cámaras grandes con su chimenea y su zaquizamí. Palabra esta última incluida por Rojas en su índice de vocabulario antiguo y que se refiere a un escusado o servicio. El de los hombres estaba en la propia muralla, al que se salía desde esta planta alta por un corredor y donde tenían su letrina al vuelo. Los planos del siglo XVIII se refieren a este punto como cubo por donde se tiran las inmundicias. Diferencia las dependencias anexas al propio cuerpo del Hospital y capilla. Dedicadas estas a pobres comunes y articuladas en torno a un segundo patio. Establo para diez bestias y dos viviendas para servidores de la institución; corral para aves y un huerto o vergel con su pozo.



Todo lo dejó, en cuanto le fue posible, bien acabado, según expresa el propio Gómez González. A todo ello se dedicó desde su llegada a Cuéllar desde Roma, en junio de 1425, hasta su partida para el monasterio de Guadalupe, en febrero de 1430. Aún tuvo tiempo como arcediano de aplicar su doctrina en relación a la importancia de la eucaristía en la misa. Así, se preocupó de que se dignificaran los sagrarios y de cómo se guardaba el cuerpo de Dios en todas las iglesias de su arcedianazgo de Cuéllar, como se recoge en el manuscrito 697. Mucho celo pondrán, al menos desde esta época, los visitadores del señor obispo para que los relicarios de las parroquias estuvieran en perfecto estado de revista.

Este ideario de la reivindicación de la transustanciación en el momento de la consagración ya lo hemos señalado presente en la tabla para lucillo con la Misa de San Gregorio. En la otra tabla patrocinada por el mecenazgo de Gómez González, la de Juan Fernández, la referencia a este asunto se hace a través de la representación del pelícano picoteando su pecho para dar su sangre a sus crías, tema iconográfico muy recurrente para aludir a la eucaristía.



Abandonado su proyecto de fundación de un monasterio jerónimo y por la prioridad dada por Gómez González a la conclusión del Hospital, fue la construcción del Estudio de Gramática la que quedó en segundo plano. El propio Rojas señala que quedó suficiente pero no con las mejoras que en su época ya tenía gracias a la intervención del patronato. Gómez González dejó dispuesto en 1438, consciente del retraso en el edificio del Estudio, que se fuera reformando cada año hasta concluirlo también en cal y canto. Con su claustro en medio articulando los espacios, a manera de colegio dice, donde pudieran estar hasta doscientos escolares, que todo se fuera haciendo, según las posibilidades, hasta acabarlo. Esto nos indica que no se había concluido el Estudio en vida de Gómez González, pero el patronato continuó con el proyecto del fundador hasta rematar la obra. Un dibujo del siglo XIX nos da fe de que se construyó el claustro, con una espléndida galería renacentista, otra de las obras perdidas en Cuéllar, siguiendo la voluntad del fundador, pero ya después de su muerte.

Hoy nos podemos hacer una idea del conjunto del edificio medieval a partir de los planos aparecidos en la Chancillería de Valladolid, referidos a la importante reforma del Hospital llevada a cabo a finales del siglo XVIII, cuando la institución estuvo bajo la dirección directa de Baltasar Alonso, Defensor del Hospital, y la supervisión del órgano judicial vallisoletano. Los dibujos confirman a grandes rasgos la descripción hecha por el propio fundador Gómez González y dan fe de alguna medida tomada en años anteriores. Nos referimos a la decisión de instalar las camas de los enfermos desde la planta baja en la superior.

Alonso, junto con el arquitecto local Joseph de Borgas, llevó a cabo una profunda reforma y puesta al día del edificio del Hospital ejecutada entre los años 1774 y 1778. El objetivo era recuperar el espíritu del fundador y prestar una asistencia más racional a los enfermos, atendidos en la fundación, aumentando el número de camas.

En esta obra se amplió el patio del pozo que quedaba entre la capilla y la muralla y al que daban las enfermerías de hombres y mujeres. Se le añadió un nuevo coro a los pies de la nave de la iglesia. En el momento del desmonte del primitivo edificio del siglo XV, el arquitecto encargado del proyecto general, José de Borgas, informó a la Real Chancillería de la debilidad de los cuerpos de fábrica preexistentes y su incompatibilidad con la obra nueva, solicitando la suspensión del proyecto. El tribunal comisionó entonces al arquitecto vallisoletano Pedro González Ortiz para que inspeccionara las condiciones de la obra, el cual informó favorablemente para el reinicio, con ciertas modificaciones. Aunque por el momento no consta expresamente que esta fuera una de ellas, es muy posible que el abovedamiento del coro tuviera que ver con los necesarios cambios de estructura. Se trata de la única intervención de González Ortiz en el proyecto.[1]



Se reformaron las cocinas de enfermos y se añadió una enfermería para gálicos y llagados. Considerando que los seis sirvientes con los que contaría el Hospital habrían de vivir en sus instalaciones, se habilitaron espacios para sus viviendas mediante el sistema, mantenido antes y después en la comarca, de sala más dos alcobas. Se diseñaron además las respectivas oficinas para estos sirvientes, es decir sus  respectivos corrales con colgadizos para cuadras y leñeras. En el grupo de sirvientes entraban los dos capellanes, enfermeras y otros servicios. Se incluyen otras dependencias, como la sala para recetar y otra para descanso del capellán; sala para juntas del Patronato, archivo, etc. Presuntamente, la conocida como capilla de la Piedad se transformó en sacristía o en ampliación de esta, desapareciendo así tan significado espacio para Melchor Manuel de Rojas.

Fuera de la villa, Gómez González patrocinó en la catedral de Segovia el altar de San Jerónimo al que dotó también de ornamentos. El cabildo de la ciudad aceptó celebrar la festividad de este santo para la que D. Gómez había destinado cierta cantidad de dinero y para que se le dijera un aniversario sobre su sepultura, caso de llegar a ser enterrado en la catedral, como arcediano de Cuéllar que había sido. El cabildo aceptó gustoso las condiciones y dieron muchas gracias de tantos bienes como había hecho y hacía a la dicha iglesia.[2]





[1] ACHVA. PLANOS Y DIBUJOS,DESGLOSADOS,871
[2] Balbino Velasco Bayón (2013) Pág. 198.