Vistas de página en total

viernes, 16 de agosto de 2019

SANCHONUÑO Y SU PAISAJE: LAS LAGUNAS.


Las lagunas forman parte de nuestro paisaje. El paisaje, entendido como la percepción visual que podemos tener de un espacio vivido; es el documento más extenso y el más accesible de cuantos nos hayan podido legar nuestros antepasados. En la interacción con el medio, el hombre ha sentido la necesidad de nombrar cada espacio, por muy pequeño que este fuera, para describirlo y diferenciarlo de otros en los que desarrolla su existencia. Es por eso que cada laguna tiene su nombre propio. Así surgió la toponimia que constituye un nexo de unión directo con ese legado que nos han transmitido nuestros antepasados. El paisaje es el resultado del esfuerzo secular de los que nos antecedieron que modificaron el entorno con su intervención sobre él y, en el caso que nos ocupa, realizando y borrando lagunas, alterando su flora o aprovechando su fauna.

TOPONÍMIA DEL AGUA: LAGUNAS Y BODONES.

El agua es el elemento clave para determinar el sentido que ha podido tener la intervención del hombre. Determina todas y cada una de las bases productivas, bien por su presencia, bien por su proximidad, por su escasez o por su ausencia. A la vez es un elemento especialmente sensible a la presión humana. Por todo lo dicho, el agua es uno de los elementos constitutivos más determinante del repertorio toponímico de cualquier área geográfica.

En El Carracillo cada población surgió en torno a una pequeña masa de agua, lagunas o charcas, que le servía para su suministro (aparecen asociadas a manantiales o fuentes) y como abrevadero para sus ganados. Cesáreo añade además que la existencia previa de la Cañada de la Reina ayudó a elegir el solar de Sanchonuño para su poblamiento. Si bien, a su vez las lagunas eran un riesgo, ya que las elevadas temperaturas del verano hacían que nuestros antepasados padecieran una enfermedad endémica: el paludismo. Fiebres tercianas y cuartanas aparecen todavía citadas en el diccionario de Madoz a mediados del siglo XIX. Para erradicar esta enfermedad, endémica en nuestra comarca desde tiempo inmemorial, se introdujo a mediados del pasado siglo un pez originario de América del norte, la gambusia o pez mosquito. Por eso aquí lo conocimos como el pez americano, que era voracísimo con las larvas de los mosquitos anófeles. El resultado en conjunto fue positivo, pero como pez exótico e invasivo la gambusia desplazó al resto de la fauna acuática autóctona, con la que compite por el mismo alimento. Queda alguna población de este pez en alguna charca de la comarca que se pueden confundir con alevines de tenca. Lo hemos visto recientemente en una de las charcas que son resultado de la extracción de áridos en Las Cotarras.

Además de fuente para sus habitantes y abrevadero para la cabaña ganadera, las lagunas servían de lugar para el mantenimiento de aves acuáticas domésticas como gansos y patos, aquí llamados parros. Estos últimos serían muy exclusivos de nuestra comarca ya que en las tablas de los diezmos que se pagaban a la Iglesia no figuraban los parros, estando así exentos de esta contribución con el clero. Lagunas y caces producían además otros alimentos como ranas y tencas aprovechados ocasionalmente por la idiosincrasia de nuestros antepasados, y nosotros mismos, siempre sabedores de cómo sacar del entorno el máximo rendimiento. Entre la avifauna silvestre se llevaron la palma el parro bravo, la focha común y el zampullín chico, aquí llamados los dos últimos gallinatos y zarambujones, aves nidífugas y difíciles de capturar. Las “bestias” de las lagunas eran las culebras y el gallipato, a los que nuestra ignorancia infantil nos hacía perseguir sin contemplaciones. Entrábamos en el corral del aserradero para ver a las culebras sobre una rama contra la pared, tomando el sol del verano. Entre las Adoberas y la laguna del Cementerio estaba el lavadero, siempre bullicioso y espacio abierto en aquellos años, con sábanas y ropa recién lavada tendida al sol en las toperas cercanas. La laguna del Camposanto era poco propicia para el baño porque era meter un pie en ella y sacarlo lleno de sangujas.

 

TENCAS, PARROS Y ZARAMBUJONES.

Cesáreo recoge en sus memorias cómo la cría de tencas se convirtió para algunas familias de Sanchonuño en medio de vida comercial. Citando en este punto al tío Simonete, que ya las explotaba a la venta pública en el siglo XIX, y al tío Patricio su sobrino político, primer sucesor del tío Simón. Contaron entre sus principales clientes al doctor Jiménez Díaz y exportaron tencas por toda la geografía española. Hoy en día, como proyección de esta actividad, tan antigua y que se resiste a desaparecer, mantiene la cría de este pez autóctono José Antonio, descendiente y quinta generación de los antes citados, dedicado con todo su empeño a este fin y conocedor de todo lo relativo a las tencas. Nos cuenta cómo dedica todo su tiempo a la cría y comercialización de este ciprinído, más ahora para repoblación que para su consumo, en cuya demanda sobresale Cantalejo. Hablamos sobre el pez americano y él no lo tiene en sus lagunas, las únicas que a día de hoy se han conservado dentro del casco urbano debido a este uso piscícola. Nos comenta también cómo el último intruso llegado desde lejos y que le afecta a su negocio es el cormorán, o cuervo marino, que ha venido para quedarse, y al que ahuyenta con el uso de cohetes algunas noches. Es desde la caída del sol cuando este espacio se convierte en punto de referencia de distinta fauna que lo visita, habiendo identificado huellas de la gineta y haberse topado de cara, sorpresa, con la misma nutria en sus aguas a la captura de la tenca.

Le preguntamos por si, atrapado en sus redes, ha visto que siga habiendo en las lagunas ese fósil viviente del triásico que era el triops (récord mundial de permanencia sobre la faz de la tierra, ya que lleva unos 220 millones de años), y que todavía conocimos en los años sesenta en la laguna de la Carretera; parece que  no se le ha vuelto a ver.


Para concluir sobre el asunto de las tencas, yo he hallado documento del siglo XVIII en el que el duque de Alburquerque  arrendaba la laguna de Losáñez a un vecino de Mudrián para la cría de tencas y anguilas, con lo que tenemos confirmación de la antigüedad de la cría de estos peces en El Carracillo.

En el libro de memorias citado, se recoge cómo las lagunas era la alternativa al pilón para disuadir a los forasteros que se las daban de fanfarrones, y alguno acabó en sus aguas. Así como a los novios, que en la noche de bodas y después de bailar las galas, si se negaban a dar la cantidad que se les pedía para el chocolate les paseaban en burra por las lagunas hasta mojarse los pies. Hasta su colmatación con la arena extraída cuando se construyó la fábrica de Alena, la laguna de las Adoberas era la más extensa de Sanchonuño. Esta laguna, agrandada durante tanto tiempo por su uso como barrero para hacer adobes con el mencal, además de su interés ecológico, fue la escuela de natación de numerosas generaciones hasta la inauguración de las piscinas municipales en el año 1981. Algunos formamos parte de las últimas promociones de esa escuela.

Las lagunas constituían un símbolo y un ritual que marcaban la infancia de los niños del pueblo, como nos relataba J. Manuel Gómez Pradera en una colaboración con la desaparecida revista Espadaña. Aprovechando la siesta de los mayores en el paréntesis de la trilla, nos escapábamos a bañarnos en las Adoberas. Hacia los siete u ocho años se hacía la probadilla en la orilla, en frente del corral del tío Lesmes, según relata Pradera, que recuerda la inmunidad al agua de la laguna y su légano de los chicos locales. Con nueve o diez años, se avanzaba por el claro de ovas, conocido como el sendero, hasta el palo de la luz y desde aquí a la cotarrilla. En este punto había un bodón somero que permitía un baño seguro y nadar al más depurado “estilo perrillo”, aún no reconocido como modalidad olímpica. Cruzar este bodón de lado a lado nadando daba ya un primer grado en el aprendizaje. Lo más temerario era nadar y hacer pie en el conocido como “el pozo”, porque allí cubría hasta a los mayores. El ritual del baño diario terminaba con un “Santo Tomás, la última y nada más”, antes de volver a la era.

La reválida de lo aprendido en las Adoberas se realizaba en primera instancia el día de Santiago en el Cega, en la Corredera, en un bodón conocido, tal vez por esto, como el de los Mozos. Desde la piedra de su orilla esperábamos el momento de lanzarnos para cruzar el río nadando y desplazados por el entonces más alegre caudal del río que nos llevaba a cruzar el bodón por el camino más largo. La segunda convocatoria para los indecisos era el 15 de agosto, el día de la Virgen. Cruzar el río en este punto suponía el doctorado y el reconocimiento de los méritos por los más mayores e iguales.

Bodón, como nava, constituye una reliquia toponímica interesante. Según el DRAE pervive como apelativo con el valor de “charca o laguna invernal”. Se trata de un derivado de la voz latina buda, espadaña, que acaba tomando el sentido de “lugar propicio para que crezcan las espadañas, terreno húmedo, encharcado”. Se conservan en Sanchonuño El Bodoncillo, Camino del Bodoncillo, Los Bodones. Hay charcas o lagunas que por su dimensión se ajustan más a la característica del bodón, como es el caso de la Laguna Gascón, porque en la comarca también se asocia bodón con charca pequeña y profunda.

 

LAS LAGUNAS EN EL ESCUDO.

En el escudo de Sanchonuño, por su importancia en relación al pueblo, se recogen las lagunas. Siendo nuestro emblema básicamente figurativo en sus elementos, la única abstracción aparece en los ocho círculos o roeles que recoge su bordura, que representan las lagunas dentro del pueblo. No es trascendente si estas lagunas urbanas eran ocho o diez, según asegura Cesáreo, ya que lo que se pretendió en el diseño, y esto me lo sé bien, fue establecer un paralelismo con la bordura del escudo del duque de Alburquerque, señor que fue de esta tierra. Pero probemos a enumerarlas.

1.-Laguna de la Iglesia. Hoy Plaza Mayor y edificios municipales de su entorno. Laguna natural, la más grande y profunda en su tiempo. Llegaba en su día hasta la iglesia, cuya pared norte por los efectos de las humedades que sufría debió de ser construida de nuevo durante la importante reforma del edificio a mediados del siglo XVIII. Era de propiedad municipal y fue borrada por obreriza gratuita de los vecinos en el año 1929, siendo alcalde Santiago Arranz. Se arrendaba hasta su desaparición para la cría de tencas.

2 y 3-Laguna de las Adoberas y laguna de las Pegueras, lagunas artificiales resultado de la extracción de barro para la fabricación de adobes hasta mediados del siglo pasado. Las Adoberas fue la laguna más extensa del pueblo, poco apta para la cría de tencas se usaba principalmente para la recría de parros y gansos por todos los vecinos del pueblo que lo deseaban y que soltaban allí sus aves que campaban a sus anchas. Las cuales, cuando se las llamaba a la caída de la tarde, con aquel “par, par, parrines”, volvía cada una con su dueña y a su corral.

4.-Laguna de Casas Quemadas. Se mantuvo en el callejero de Sanchonuño hasta el siglo XX y hace referencia a un incendió que ocurrió el 14 de mayo de 1776 en el que se quemaron diez casas en esa zona del pueblo conocida como Barrio de Arriba. Tal vez sería un nombre a recuperar en la mejor ocasión. Ocupaba los solares de los edificios de los números pares de la calle la Fragua, entre el 12 y el 22. Antes del fuego, se la conoció como laguna del Camino de Zarzuela.

5.-Fuente los Caños o Fuente Nueva. Hoy parque, desaguaba hacia la de Casas Quemadas y esta a su vez lo hacía por un caz o regadera hacia el camino del Arroyo, que ha dado nombre a la calle Regadera.

6.-Laguna del Camino del Campo. Conocida también como laguna del tío Patricio, de propiedad privada y una de las pocas que se mantiene gracias a su dedicación a la cría de tencas. Desaguaba, en caso de crecidas, por el caz del Florín.

7.- Laguna del Camino de Gomezserracín. También llamada laguna de la Carretera porque llega hasta esta. Igual que la anterior, de propiedad privada y dedicada actualmente a tencas, lo que la ha salvado de otro destino.

8.-Laguna de la Fuente Vieja. No hemos conocido esta laguna. Se hallaba hacia el final de la calle que hoy lleva su nombre donde solo daban muestras de su pasada existencia algunas junqueras y la construcción de un pilón para abrevadero de ganado junto al desaparecido potro.

Para mí estas serían las ocho manchas de agua dentro del casco antiguo del pueblo en relación a los roeles del escudo municipal. Cesáreo incluye además:

9.- Laguna del Camposanto o Cementerio. Llamada así desde que las leyes liberales de principios del siglo XIX, prohibieron los enterramientos dentro de las iglesias y ordenaron buscar un lugar apropiado para dar sepultura a los difuntos. En Sanchonuño, como en otros pueblos de la comarca, se optó por los terrenos colindantes a la ermita del Humilladero, que pertenecía a la cofradía de la Cruz, cumpliendo con lo ordenado: lugar que no ofendía a la salud pública. Antes de esto, a la laguna se la conocía como Carravalladolid o del Humilladero.

10.-Laguna de Narros. Hoy desaparecida, estaba en el límite sur del prado de la Fuente o Sanjuaniego (escrito junto porque es adjetivo) y serviría de abrevadero al ganado de estos pastos. De propiedad municipal, fue después arboleda y camino abierto para comunicar la carretera con Carracotogordo. Hoy dentro del casco urbano, aparece en nuestro callejero.

Hasta otras veinte charcas de pequeñas dimensiones salpican el término de Sanchonuño. Citaremos la laguna del Concejo, que era propiedad del ayuntamiento, en una hondonada al SE del pueblo. Hoy aparece seca pero se reconoce su parte central identificándose con lo que fue. Por su singularidad destacaba la laguna de las Casillas por haber conservado, hasta una desafortunada intervención humana, nenúfares en sus aguas, lo que le daba una belleza especial. Hoy carece de estas singulares plantas acuáticas que había conservado esta laguna como una reliquia exclusiva. La toponimia de estas lagunas hace referencia principalmente a los que serían sus poseedores (Gascón, Pelofino, Don Domingo, Tío Pinilla); a actividades realizadas en sus inmediaciones (Carboneras, El Corral, Las Pegueras); a las características de la charca (Laguna Honda, Salmoral, Cigüeñera) o simplemente se las nombra con el topónimo de donde se hallan (Bercial, Las Navas, Sotillo, La Mondá).

De la revisión hecha al tema de las lagunas, surge un reportorio de palabras relacionadas con ellas que nos parece oportuno rememorar. Cuando Aguado nos propuso colaborar en su obra pictórica con alguna frase a propósito de las charcas, vimos oportuno plasmar, como complemento a su mural, un vocabulario interactivo con estos términos. Para muchos la mayoría de las palabras le resultarán familiares y les evocarán recuerdos; a otros poco significativas. Para los que las desconozcan, por ser demasiado jóvenes, posiblemente se despierte en ellos la curiosidad, o al menos se pregunten si merece la pena conocerlas y conservarlas. O tal vez los actuales ritos de paso de la infancia a la mocedad vayan ahora por otros derroteros y no contemplen para nada un baño en el Bodón de los Mozos.

J. Ramón Criado Miguel

martes, 18 de junio de 2019

LA CAPILLA DE JUAN GARCÍA MÉNDEZ O DE LOS PARDO: EL PANTEÓN DEL INDIANO.


La aspiración a tener su propia capilla para enterramiento en sus parroquias de referencia, motivó a las familias pudientes y piadosas de la villa de Cuéllar a gestionarse la adquisición de la suya correspondiente. Hablaremos de dos de esas capillas sitas en la iglesia de San Miguel de Cuéllar que se han tratado, en general, desde el punto de vista artístico y poco sobre la personalidad de sus fundadores. Nos referimos a las capillas establecidas por Juan García Méndez y la inmediatamente fundada después a ella, que dotó Francisco Sanz de la Cueva, ambas en los primeros años del siglo XVII. Estas capillas pasaron con el tiempo a ser conocidas como la capilla de los Pardo, la primera, y la de los Ayala, en el segundo caso.
A continuación de la capilla de San Sebastián en el lado de la epístola de la iglesia de San Miguel en Cuéllar, se sitúa la conocida como capilla de los Pardo. En su origen, esta capilla fue fundada por Juan García Méndez, natural de Cuéllar (circa 1540) y fallecido en Sevilla en 1600.

Lápida fundacional de la capilla de los Pardo. Iglesia de San Miguel. Cuéllar

ESTA CAPILLA ES DE D. JUAN GARCÍA MÉNDEZ NATURAL / DESTA VILLA. FALLECIO EN SEVILLA Y TRASLADARONSE / SUS GUESOS EN ELLA DONDE DEXO DOS CAPELLANES PER/PETUOS PARIENTES Y CINCUENTA Y UN MIL MAR/AVEDIS DE RENTA PARA CADA UNO Y CIEN DUCADOS / PARA REDEMPCION DE CAUTIVOS. Y PARA QUE BISTAN / SEIS POBRES A DUCIENTOS REALES CADA UNO. QUE SE COM/PREN CIEN DUCADOS DE TRIGO Y SE REPARTAN LAS SEMAN/AS DEL AÑO A POBRES. QUE SE DEN AL HOSPITAL DE LA MA/DALENA CIEN DUCADOS PARA COMBALECER POBRES Y Q/UE SE DEN A GUERFANAS PARIENTAS / A DOCIENTOS DUCADOS / A CADA UNA PARA SU DOTE E A LAS NO PARIENTAS A CIEN DUCADOS / ESTO CADA UN AÑO. PUSOSE ESTA PIEDRA EN PRIMERO DE HEN/ERO DE MDCX AÑOS, CUYA ANIMA REQUIESCAT IN PACE.

Testamento de Juan García Méndez. Sevilla jueves 6 de abril de 1600.


Sepan cuantos esta carta de testamento vieren cómo yo Juan García Méndez, natural de la villa de Cuéllar, estante y residente en esta ciudad de Sevilla, en la colación de San Bartolomé, estando enfermo del cuerpo y sano de la voluntad y en mi cuerdo juicio y entendimiento natural cumplido y buena memoria tal cual Dios nuestro Señor fue servido de me querer dar, creyendo como firmemente creo en la Santísima Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero y en todo lo demás que tiene y cree la Santa Madre Iglesia católica romana, como bueno y fiel cristiano, e temiendo de la muerte que es cosa natural y deseando salvar mi ánima, otorgo que hago y ordeno este mi testamento en la forma y manera siguiente:
Primeramente de la renta que rentase mi hacienda y bienes se saque ciento y dos mil maravedíes en cada un año de renta perpetuamente y estos los doy adjudicados a dos capellanes que han de decir y cantar por mi ánima, las de mis padres y difuntos y bienhechores y por las ánimas del purgatorio, dos capellanías de ciento y ochenta y tres misas rezadas cada una de ellas en cada un año. Que el orden que se ha de tener en servirlas ha de ser en esta forma: que un capellán de ellos ha de decir y servir una semana y el otro lo ha de decir y servir la otra semana y ansí por este orden todas las semanas del año. Diciendo y que se digan las dichas misas los lunes por las ánimas del purgatorio y los sábados a Nuestra Señora y los demás días (…) Quiero que hayan cada uno de los dos capellanes la mitad de los dichos ciento y dos mil maravedís, que cabe a cada uno cincuenta y un mil maravedís en cada un año y los hayan y cobren de las rentas de este patronazgo por los tercios del año y esta renta de estas capellanías sea la preferida y primeramente pagada que todas las demás cosas del patronazgo.
Estas capellanías se han de servir y cantar en la capilla y entierro que se comprare y labrare en la iglesia mayor de la villa de Cuéllar, o de la iglesia de ella donde mis patrones concertaren y no en otra parte, porque en ella han de ser trasladados mis guesos.
Imagen de Sevilla en el siglo XVI. Allí testó el cuellarano Juan García Méndez en abril de 1600.

Nombro por primeros dos capellanes perpetuos de las dos capellanías a Gregorio Hernández, mi sobrino, hijo de Gregorio Hernández y de Ana Méndez, mi hermana, el cual porque al presente no es de misa y estudia para ello, quiero y es mi voluntad que se pueda ordenar a título de ella y que la haga servir por vía de pitancería y que haya y lleve el susodicho el superabi (sic) para sus estudios y gastos. Y el otro capellán quiero que sea el Licenciado Álvarez, cura de Gómez Sarracite (por Gomezserracín), mi sobrino, si él la quisiere servir y en caso que no la quisiere servir nombro en su lugar al bachiller Alonso de Burgos, clérigo del cabildo de Cuéllar y a falta de estos sean capellanes perpetuos los parientes más cercanos que hubiese de mi linaje, ansí de parte de Frutos García, mi padre, como de María Méndez, mi madre, prefiriendo el más allegado pariente al que no lo fuere tanto, y el más hábil y de buena vida y costumbres al que no lo fuere. Y quiero que los dichos mis parientes y los demás nombrados por tales capellanes se puedan ordenar a título y nombre de estas capellanías y mientras estudiaren y se ordenaren las puedan servir por vía de pitancería y la hayan y lleven ellos el superabi para sus estudios y gastos, y esto se entienda solo con los que fueran mis parientes, y todos los demás tengan obligación en teniendo veinte y cinco años de ordenarse de misa y servirlas por sus personas y si ansí no lo hicieren que sean excluidos y sucedan en los siguientes. Y a falta de no haber personas de mi linaje que quieran ser capellanes perpetuos de las capellanías, en ese caso puedan nombrar y nombren mis patronos y elijan los capellanes perpetuos que hubieren de ser conque los tales vayan por oposición y el que fuere más hábil y suficiente para ello y tuviere los más votos de tres letrados que mis patronos han de nombrar en la ciudad de Valladolid para que los examinen, aquel sea electo.


Heráldica en la capilla de los Pardo.

Por tal capellán perpetuo y por esta orden vayan sucediendo y siendo los que fueren nombrados por los dichos mis patrones en el tiempo conforme a
esto pueden = nombrar a los cuales encargo a las conciencias que siempre lo hagan como más convenga al servicio de Dios nuestro Señor y a la gloria en honra suya y quiero y es mi voluntad que las dichas capellanías y misas se comiencen a servir y a decir desde el día que que esté mi hacienda empleada en renta o tanta parte de ella que baste para pagarlas, aunque no esté hecha la capilla que aquí será declarada, y entretanto que no se compra y labra la capilla, se sirva y cante en la iglesia mayor de Cuéllar, en el altar de Señora Santa Ana, que fue de mis abuelos. Y revoco y anulo y doy por ninguno y de ningún valor y efecto todos y cuales quiera testamentos y codicilos y otras disposiciones que y haya fecho e otorgado hasta hoy, que quiero no valgan ni hagan fe en juicio ni fuera de él, salvo este que ahora hago y otorgo en que declaro que cumplida mi final y postrimera voluntad = En testimonio de lo cual lo otorgué ante el presente escribano y testigos de esta carta, que es fecha en Sevilla estando en las casas de la morada donde posa el dicho Juan García Méndez en la colación de San Bartolomé, jueves seis días del mes de abril de mil seiscientos años. Y el dicho Juan García Méndez otorgante, al cual yo Juan de Tordesillas escribano público de Sevilla ante quien se otorga este testamento doy fe que conozco, lo firmó de su nombre en el registro. Presentes por testigos Pedro Pérez de Córdoba e Jusepe de Arguello y Juan Vázquez, escribanos de Sevilla. = Va entre renglones se compran los ornamentos necesarios en juicio, vala = Yo Juan de Tordesillas escribano público de Sevilla lo fice escribir y fice mi signo y soy testigo.

Este documento es complemento al artículo completo publicado en:



Capilla de los Pardo con su reja en la iglesia de San Miguel.



sábado, 20 de abril de 2019

HISTORIAS DE MUJERES TRABAJADORAS


La Historia toca de forma transversal al sexo femenino, algo que si ya es notorio con las mujeres importantes, en el caso de las del pueblo llano es clara marginación. Por esto, hemos recogido algunos datos que nos hemos ido encontrando en diferentes medios y fuentes y si bien el resultado no es muy granado, queremos presentar algunos ejemplos de mujeres trabajadoras para aportar nuestro grano de arena a enmendar tanto olvido. Trabajadora es un epíteto para la mujer, es decir, por el hecho de serlo ya se le supone o lo lleva implícito, salvo honrosas excepciones, que de todo habrá. La fortaleza del otrora llamado sexo débil no se pone en duda, que si hombres y mujeres tuviéramos que parir por turnos, otro habría sido el devenir de la historia y de la demografía.

Fuera del hogar, el servicio doméstico ha sido tradicionalmente una de las actividades que ha recibido gran número de las mujeres trabajadoras a sueldo. No sé si servirá de ejemplo para los casos de las demás criadas el de Juana Velázquez de la Torre, que fue contratada por la reina Isabel la Católica para que fuera ama del malogrado príncipe heredero Juan, fallecido en 1497. Yo la tengo por cuellarana, como a otros que entraron en la órbita de los reyes llamados por su pariente Juan Velázquez de Cuéllar, para entrar al servicio en la corte. La triste ama, manifiesta en su testamento el gran dolor que sintió con la muerte del príncipe.

Nombrada igual que la anterior, Juana Velázquez fue viuda y estanquera para Cuéllar, Íscar y Fuentidueña del monopolio del solimán y azogue, documentada a finales del siglo XVI. El  monopolio de estos productos, obtenidos a partir del cinabrio, estaba justificado en base a su uso en las minas de oro y plata, principalmente en las colonias americanas. A Cuéllar llegaba el azogue no para estos menesteres, sino para ser aplicado en el curtido de pieles en sus tenerías, por sus cualidades corrosivas. Doña Juana era beneficiaria de este estanco en Cuéllar y tenía en este negocio su forma de ganarse la vida. Tal vez se tuvo en cuenta su viudedad para otorgárselo a ella.

Del trabajo de las esclavas habría mucho que decir, porque era más habitual de lo que nos podemos imaginar que las familias pudientes tuvieran servicio de esta naturaleza en la Castilla de Cervantes. En 1565 bautizaron en Cuéllar a María, esclava india propiedad de Diego de Hinestrosa, hijo de Dña. Isabel de Zuazo, la de las bulas de San Esteban, y heredero de su mayorazgo. Fue su madrina Dña. Catalina de Quesada, su ama y mujer de D. Diego. La esclavitud, como institución vigente en España y sus colonias hasta finales del siglo XIX, se ha soslayado en los estudios como una lacra de nuestra historia. Si traemos aquí que en España hubo esclavitud, muchos no daremos crédito o pondremos objeciones, pero la realidad es que la hubo y el esclavo fue un elemento normal de nuestra sociedad.

Llamativa nos ha resultado la historia de Catalina López, tratante de gallinería en Madrid. Este oficio comercial aparece como paradigma de oficio femenino desde principios del siglo XVII. No solo suministraban gallinas y pollos, los más consumidos por las clases populares, sino también huevos, conejos y todo tipo de volatería (faisanes, perdices, codornices, pichones...), destinada a las clases privilegiadas. Poseían cabalgaduras propias, debidamente registradas, y salían con ellas a comprar el género a las zonas rurales. En caso de necesidad, nombraban persona de confianza que les sustituyera en ese cometido. Gallinas, paja y cebada eran parte del impuesto de alcabalas que en la Tierra de Cuéllar se le pagaban al duque de Alburquerque en especie. Así, en 1651 dicha Catalina López se quedó con el lote de las gallinas del partido, que ascendía a 2.300 aves, valoradas a dos reales y medio cada una, lo que hacían un montante de 6.000 reales.
Llama la atención en la documentación que Felipe García autorice a su mujer Catalina López, para que esta le dé a él mismo el poder para ir a recaudar en Cuéllar las gallinas de las alcabalas del duque. Solo figuran las aves que tenían que pagar las aldeas, no las de la villa, y le sirven al historiador, en un siglo desierto de censos de población, para hacerse una idea de la misma, ya que cada vecino le pagaba una gallina al señor.

En relación a esta actividad, asistimos por estos años a una denuncia de intrusismo en la profesión, como un primer Cabify en la Corte. Serían dos mujeres, María de Paz y Ana López, las que en representación del colectivo de tratantes informaran a las autoridades de la presencia de mujeres chalanas que, sin tener cabalgaduras propias, vendían pollos y huevos por distintos puntos de la ciudad. La repetición de apellidos en los censos de tratantes hacen pensar que esta actividad femenina se articulaba a través de redes familiares. Entre las gallineras de 1700 destaca María Martínez de Coca, con una reata de 10 machos para la realización de su labor, esto nos pone sobre la pista de que algunas de estas mujeres fueran además segovianas.


Al margen de estos ejemplos con nombres propios, en relación al trabajo y oficios que desempeñaron las mujeres, tendríamos que referirnos a toda esa legión de mujeres anónimas que no sale en los papeles. El servicio doméstico y la lavandería constituyen el mayor nicho de empleo de la mujer trabajadora en la España tradicional. Las lavanderas eran en las ciudades un ejército laboral invisible e infravalorado, la mayoría de ellas viudas. Después de ellas venían las actividades relacionadas con el abastecimiento y distribución de alimentos donde se empleaban un buen grupo de mujeres. El abasto ponía en relación la economía de la ciudad con la de las zonas rurales y, con ese suministro, los oficios de procesamiento de alimentos y la restauración. Este sigue siendo hoy en día un sector estratégico para el desenvolvimiento de la economía rural y para la fijación de población en los pueblos, y el ejemplo de lo que decimos lo hallamos en el norte de la provincia.
Mujeres picando la raíz de la achicoria en un secadero de Sanchonuño hacia 1960. (Geni Maroto)


“La mujer de El Carracillo se echa la tierra al hombro”, oímos decir no hace mucho a una mujer de edad en Cantimpalos. Como si esas mujeres fueran el paradigma y ejemplo de la mujer trabajadora segoviana. Y mirando a lo que nos resulta más próximo no le falta razón, pues a las tareas del hogar siempre estaban dispuestas a complementar con su trabajo el de maridos y padres: escardar, espigar, trillar, aventar o coger miera, según los casos. Geni Maroto, hija y nieta de resineros, ha recopilado un interesante archivo de fotografías antiguas que reflejan esos trabajos antes de la mecanización del campo. Se incluyen fotos en las campañas en Francia o Suiza, como prueba de que no solo se iban los hombres en los sesenta y setenta. De estos fondos salió también la imagen de su abuelo resinando, plasmada ahora en un monumental grafiti en la plaza se Sanchonuño, en reconocimiento a este oficio. Geni durante mucho tiempo salió de su pueblo y trabajó como gobernanta en un importante hotel de Menorca, regresando cada año al final de la campaña turística. En este tesoro de imágenes, nos quedamos con la que aquí presentamos: grupo de mujeres picando la achicoria, icono para el futuro museo de esta raíz proyectado en Sanchonuño. El hombre en el horno y la mujer picando. La imagen no refleja la dureza de este trabajo. El picado de la achicoria en rodajas antes de pasarla al secadero era realizado por mujeres, más habilidosas con el hocín que los hombres. Labor ingrata por el frío de inviernos más rigurosos y que solía hacerse al abrigo del techo de un colgadizo. Imagen precursora que enlaza con la de las trabajadoras que al día de hoy acuden a las fábricas hortofrutícolas.

El cultivo de la achicoria como sucedáneo del café en el siglo XX puso en valor unas tierras con unos rendimientos impensables hasta entonces, cuando se dedicaban al cultivo del cereal. Las tierras centeneras de la comarca tan apropiadas para este cultivo y los que vinieron después: la zanahoria, la remolacha, el puerro o la fresa. La achicoria relanzó la economía y retrasó el éxodo de familias hacia Madrid o el País Vasco. Con la mejoría en la economía familiar llegó también un acceso más igualitario de la mujer a la promoción y al estudio. De nuestros pueblos han salido en las dos últimas generaciones una importante legión de féminas que accedieron a la formación: maestras, enfermeras, veterinarias, economistas, médicas, periodistas, abogadas, fiscales, juezas… Aunque en estos casos el destino laboral de estas mujeres esté en la ciudad.

En reconocimiento de la labor de todas ellas, incluidas las que siguen enraizadas y trabajando en sus pueblos y las que por omisión no han salido en esta instantánea, vayan dedicadas estas líneas.

 

 

miércoles, 17 de abril de 2019

CRÓNICA BREVE DE LAS XI JORNADAS DE INVESTIGACIÓN HISTÓRICA DE CUÉLLAR.


Sorteando el caprichoso cambio de fechas que han sufrido las Jornadas de Investigación histórica (28 y 29 de marzo), para esta edición he podido estar presente en las mismas y esta es mi crónica de lo en ellas visto como asistente incómodo (para la organización). No será este el primer análisis crítico, porque ya le vino por adelantado a las Jornadas cuando el Colectivo feminista de Cuéllar 8 M reprochó a la organización su oportunismo por el tema elegido (Mujeres en la historia, mujeres de leyenda) y sobre todo por la escasa participación del género femenino en las ponencias, solo dos  del total.
Las Jornadas llevan marcada su propia fecha de caducidad por el carácter endogámico de las mismas desde sus inicios. Son siempre los mismos ponentes los que desfilan por la tribuna y algunos ya hasta sienten cierto rubor y lo verbalizan (otros no). En cifras, de las diez ponencias, siete fueron impartidas por profesores asiduos a las jornadas (todos del mundo del Derecho), más el invitado catalán, también jurista aunque no se indicaba en el programa.

El triunvirato formado por el autodenominado “comité científico” viene siendo fijo por decreto. El Sr. Hernanz, que además actuó como presidente, presentó las Jornadas como una “amalgama” de temas relacionados con personajes femeninos, de donde se deduce la superficialidad con la que se iba a abordar el asunto elegido (ahí cabía casi todo). Dejando claro que para nada se iba a tocar lo social y que no se hablaría de igualdad de género, ni habría comparaciones con los hombres. Dijo el presidente que se hablaría un “poquito” de la mujer de Cuéllar, salvándole este punto la oportuna participación de Carmen Gómez Sacristán, con su magnífica exposición sobre Alfonsa de la Torre, a la que conoce como nadie. Otro poquito Mauricio Herrero, al que se le encargó bucear en la Colección Diplomática de Cuéllar para rescatar a mujeres de la Villa, y más receptivo a mi intervención al final de su exposición que el propio presidente.

En su turno fijo, Javier Hernanz no arriesgó nada y no se salió de su zona de confort y nos habló de La mujer en Roma (¡), bastante cabe en la flexibilidad del tema. Al minuto cinco abandoné la sala. El segundo del triunvirato, Ricardo Mata, ponente vitalicio, delega este año en un joven colega del derecho penal que habló sobre Concepción Arenal, y al que se le percibía tenso desde mi rifirrafe con la mesa.

El segundo día de las Jornadas, el Dr. Martínez Llorente, reeditó su charla del verano pasado sobre las mujeres de Pedro I. Sorprendentemente, o sabedor de mi presencia en el auditorio, pasó de puntillas sobre el asunto de las bodas de Juana de Castro en Cuéllar, evitando así el debate y la polémica que en su día tuvimos. Ya no estaba seguro de casi nada y nada aportó sobre la Historia de Cuéllar, como se nos había vendido en la presentación. Me di por satisfecho y nada dije, porque creo que ha sabido leer el mensaje, que no es otro que no debe infravalorar al auditorio y hablar con esa ligereza y falta de rigor.

Ellos solos son la prueba de que en estas jornadas históricas no hay historiadores. Las organizan gentes del mundo del Derecho nostálgicos de no haberse dedicado a la Historia. Es en este desequilibrio, maquillado con la inclusión de algún historiador profesional, donde hallamos el otro fallo de las mismas y donde también van heridas. Colegas historiadores de la villa, que en su día fueron ponentes, ahora ni aparecen por las jornadas.

Asiduo desde los inicios sigue siendo Luis Velasco, catedrático de derecho mercantil que habló de la mujer comerciante, pero no nos trajo ningún ejemplo de una sola mujer “comercianta” cuellarana. Me atreví a documentársela yo mismo.

Ignacio Ruíz se lleva la palma de comparecencias en Cuéllar como profesor enlace con la Universidad Rey Juan Carlos; trató sobre un transexual en la España de Felipe II, que ya había expuesto el año pasado. Este profesor ya ha merecido, como otros ponentes, la medalla de las Jornadas, que es ser Alférez Mayor en la Feria Mudéjar de la villa, como colaborador necesario para el asunto sefardí en Cuéllar y que corresponde a su anfitrión, el Sr. Hernanz, llevándole a las Jornadas que organiza en su pueblo: Tarazona.


En los inicios de las jornadas, presenté un trabajo de 40 folios sobre cuellaranos en la conquista de América. Se me remitió acuse de recibo del mismo (que guardo para mi defensa), y nada más. Generosamente di a conocer en ese trabajo mis fuentes: la desconocida Historia de Cuéllar de D. Manuel de Rojas (1763). Enseguida, Ricardo Mata utilizó esta fuente para su libro sin decir por dónde le había llegado. No es plagio, pero sí mala praxis. La precipitada lectura de la historia de D. Melchor, y su falta de rigor y análisis crítico, le condujo a un  torrente de errores y contaminación de la historia de difícil solución. Nunca lo ha reconocido, o ni siquiera es capaz de saber en qué se ha equivocado.

Las Jornadas de Investigación histórica nacieron como un curso de verano que pretendía ambiciosamente “convertir a Cuéllar en núcleo central en el mundo de la investigación y de las universidades”. Por mi percepción y experiencia en ellas, pero sobre todo por la dinámica degenerativa de estos encuentros de juristas, no son sino un bolo que un grupo de colegas de la Historia del Derecho se organizan con el pretexto de hablar sobre un tema histórico.  Además se retroalimentan cuando son llevados por sus propios invitados a las jornadas que estos organizan. Mientras sigan financiadas con dinero público, tendré la entrada abierta.  El cambio de fechas a dos meses de las elecciones municipales, hace sospechar que sea por sacarle a las Jornadas un rédito político por parte del organizador (pero yo ni quito ni pongo rey, que he surgido de los pueblos).

La presencia de asistentes en la sala se garantiza con el acicate que ofrecen a sus propios alumnos de la Facultad de Derecho de Valladolid, que acuden para ganar ese crédito de formación, que solo tiene validez en su propia Universidad. La organización recela de que en los descansos el asistente molesto pueda interactuar con estos jóvenes por si le cuentan algo que aún no sepa.

Algo sí he aprendido de las Jornadas: si ellos como juristas pueden historiar, yo, como historiador, puedo fiscalizar.




 

J. Ramón Criado

PD: Para los que crean que solo hago crítica destructiva, quiero añadir que no por casualidad ha llegado al Ayuntamiento de Cuéllar la revista que edita la Junta de Cofradías de Medina de Rioseco.  En ella se recoge uno de mis últimos trabajos de investigación sobre la escuela cuellarana de escultura (Los Bolduque: entre Cuéllar y Medina de Rioseco). Como prueba de que mi trabajo callado y a veces silenciado también proyecta el nombre de Cuéllar más allá de los límites de la villa. Como ejemplo, además, de que la obra bien hecha siempre queda. No espero que verbalicen ningún reconocimiento, solo que no guarden esas revistas en un cajón.

 


 



viernes, 1 de marzo de 2019

PIONEROS DE LA ARQUEOLOGÍA SEGOVIANA.



La toponimia ya daba cuenta de la existencia de un campo de cuerpos en aquel lugar. Junto a la ermita del Santo Cristo del Corporario, en el pueblo segoviano de Castiltierra, se constató la existencia de una necrópolis de época visigoda al realizar un desmonte para la construcción de una carretera provincial. Eran los años veinte del siglo pasado.



Desde el primer momento de su descubrimiento, chamarileros y gente del pueblo expoliaron y dispersaron numerosas piezas de los ajuares que afloraban en Castiltierra. Un curioso personaje aparece entonces en aquel escenario: Juan García Sánchez (Sanchonuño 1889-1958), artista-pintor y después anticuario, aficionado a la arqueología y las antigüedades. Conocedor de las noticias y rumores, acudió a Castiltierra en el verano de 1930 y se interesó por los objetos expoliados que los vecinos del pueblo tenían en su poder. Los adquirió para cederlos después, según les dijo, a un museo de Madrid. El Museo Arqueológico Nacional (MAN) compró así, entre 1930 y 1932, piezas procedentes de las intervenciones clandestinas que el pintor de Sanchonuño había adquirido en el pueblo segoviano. Así dio a conocer a las autoridades culturales de la República la importancia de esta necrópolis y las actuaciones en ella de los castilterranos. El director del MAN dedujo la conveniencia de efectuar excavaciones oficiales en el lugar y comisionó a García para seguir recabando de los vecinos cuantos objetos pudiera.

La prensa de la provincia se hizo eco de los hallazgos señalando su carácter visigótico y la importancia de los mismos. Excavar las sepulturas en Cerro Moro, fue una actividad que se convirtió en habitual para ganarse algún dinero, pues las adquisiciones de García para Madrid habían incentivado este fenómeno. Los lugareños siguieron buscando cuadros, que así llamaban a las hebillas de cinturón, con los otros objetos de los ajuares, y un presunto gran tesoro en la necrópolis. La afición a las excavaciones clandestinas no cesó: se siguió excavando durante la contienda civil y en los años siguientes.

El presidente de la Diputación, Sr. Cáceres, llamó a Segovia a García Sánchez que le informó de las actividades llevadas a cabo por él en relación a los hallazgos de Castiltierra. Pero la institución segoviana y la Comisión Provincial de Monumentos, quedarían relegadas en la recepción de piezas, que sí les llegó a prometer el de Sanchonuño.

La Junta de Excavaciones dio luz verde a algunas de las peticiones que el pintor había presentado: excavar en la parte sur de Sanchonuño, lugar de su residencia, y en el paraje denominado Las Suertes, entre Bernardos y Migueláñez. En estas solicitudes se ajustó a la legalidad vigente, solicitando permiso a los dueños de los terrenos afectados y mandando las pertinentes memorias. Constan dos escritos de García a la Junta dando cuenta de los resultados de sus trabajos: manifiesta que en su pueblo no había descubierto nada digno de mención. El Sanchonuño arqueológico no era una quimera de Juan García. La abundante cerámica antigua, que aparecía en los lugares donde solicitó permiso para excavar, era su principal argumento y prueba de culturas pasadas. Sin embargo, no tuvo suerte en los sitios elegidos para sus catas arqueológicas. O las matronas de época visigoda de su pueblo, si las hubiera encontrado, no lucirían ajuares tan ricos y vistosos como las del otro lado de la provincia.

Cerámica de época indeterminada recogida por Juan García en Sanchonuño y dibujada por A. Molinero.
 

La valoración que de Juan García han hecho recientemente los arqueólogos del MAN, que han puesto orden en los materiales de Castiltierra, es contradictoria. Se le valora una parte positiva en su comportamiento en relación a los hallazgos de Castiltierra y su esfuerzo por salvar las piezas excavadas por los labradores y lograr su compra, así como su decisión de implicar al MAN en la necrópolis. Su participación y colaboración como ayudante en las campañas oficiales de excavación fue determinante. Negativa, en cambio, es su actitud mercantilista posterior. Manifestó sus quejas por las bajas tasaciones unilaterales y precio pagado por las piezas vendidas al Arqueológico de Madrid, que muestra su interés en lucrarse en la intermediación.

Es en la reclamación, por el mal trato recibido por los organismos oficiales, donde Juan García se arroga el mérito del descubrimiento de la necrópolis de Castiltierra, en la que había invertido su dinero para adquirir las piezas que vendía al MAN y por lo que había recibido finalmente una exigua cantidad (2900 pesetas por 42 cartones con fíbulas, collares y hebillas de cinturón). Por esto, buscó otros compradores y museos, como el Lázaro Galdiano, y anticuarios expertos, donde conseguiría mejores precios. Martín Almagro, director del Arqueológico de Barcelona, adquirió en 1941 un importante lote de piezas de Castiltierra al Sordillo. El museo catalán no quería quedarse sin materiales de este periodo histórico. Si bien, Almagro sabe que el segoviano había compuesto las piezas que le vendió según su gusto y criterio, mezclando elementos y cuentas de collar procedentes de distintos yacimientos (Siguero, Duratón o Castiltierra), persiguiendo más una querencia por lo estético que por el rigor histórico. 

Campaña en Castiltierra, 1933. Posan delante de la ermita del Cristo del Corporario, de izquierda a derecha: Juan García Sánchez, Francisco Álvarez-Ossorio (director del Arqueológico), ¿?, Emilio Camps y Joaquín Mª de Navascués, los dos últimos los arqueólogos de la excavación. (Fotografía MAN)


LAS EXCAVACIONES OFICIALES (1932-1935)

En 1932 se iniciaron las campañas arqueológicas oficiales, dirigidas por Navascués y Camps, complementados por Juan García y Luis Pérez Fortea, restaurador del MAN. Álvarez-Ossorio, director del museo, fue hábil al darle a García funciones dentro del equipo responsable, porque vio que sus conocimientos sobre el  terreno serían útiles. Así, sus gestiones fueron importantes de cara a conseguir los permisos de los dueños de las tierras donde se pensaba intervenir, mostrándose conocedor de los pueblos de la zona y de sus moradores, suavizando las reticencias de Fresno de Cantespino, del que Castiltierra ya era pedanía. La campaña del 32 duró diez días a finales de septiembre, excavándose principalmente en las inmediaciones de la ermita y contando para el efecto con 20 obreros en tres turnos. Se descubrieron 78 individuos de los que dos tercios dieron ajuar. La confianza del arqueólogo Camps en el pintor de Sanchonuño era tal que algún día le dejó al frente de la excavación. Ese año, García solicitó licencia para marchar un día antes del final de la campaña y llegar a tiempo de las fiestas del Rosario en su pueblo.

La prensa de la provincia volvió a hacerse eco de Castiltierra elogiando la labor de Juan García como auxiliar en la excavación, en la que participaba muy motivado por ser el que descubrió aquellos terrenos, de donde ahora se extraen tantos objetos antiguos.

Las excavaciones en Cerro Moro se reanudaron al año siguiente y se aumentó el número de obreros. Las zonas excavadas coincidían con las que había solicitado el Sordillo en su petición de excavación. Se exhumaron 198 individuos de los que solo la tercera parte de ellos presentaron ajuar.

Los resultados en la campaña de 1935 siguieron siendo muy positivos, pero los trabajos se detuvieron cuando llegaron a la zona más prometedora y antigua de la necrópolis, con sepulturas interesantísimas con espadas y ajuares sin parangón en los cementerios hispanos de la época. Alentados por estos resultados, se las prometían muy felices para la siguiente campaña que ya tenían autorizada, pero el conflicto bélico desatado en 1936 truncó los planes que los arqueólogos tenían para continuar con el proyecto.

. Ajuar típico de una sepultura de Castiltierra, procedente de las excavaciones oficiales. Época visigoda. (MAN).


LOS NAZIS Y CASTILTIERRA.

Acabada la guerra, el nuevo jefe de excavaciones del régimen franquista, Julio Martínez Santa-Olalla, puso sus ojos en Castiltierra y se la reservó para sus intereses. Burgalés, falangista y germanófilo, vio en lo visigodo el nexo cultural que relacionaba lo hispánico con lo ario y en la necrópolis segoviana tenía los materiales que lo fundamentaran.

Mandó a Navascués y a Camps a excavar yacimientos de la Edad del Hierro en la provincia de Ávila y Santa-Olalla se hizo dueño de Castiltierra. Sin embargo, no prescindió de la colaboración de Juan García que, aunque desconozcamos su grado de implicación, se le sigue citando en relación a las excavaciones del falangista y las que llevaron a cabo arqueólogos alemanes invitados por Santa-Olalla. (1) El yacimiento alcanza su cenit durante la visita del mandatario nazi Heinrich Himmler a España en octubre de 1940. Santa-Olalla, por formación, hablaba alemán y sería el intérprete del jefe de las SS en sus visitas a Toledo, El Escorial y a Montserrat, en un viaje con tintes esotéricos donde el reich furer perseguía poco menos que hallar el santo grial.

. El arqueólogo Martínez Santa-Olalla, en el centro de la fotografía,  con Himmler y otros alemanes de su séquito durante la visita de este a España en octubre de 1940.


Santa-Olalla y Himmler coinciden en su interés por el mundo visigodo y por las cuestiones ideológicas citadas. En el programa figuraba una visita a Castiltierra el 22 de octubre de 1940, saliendo a las 10.30 de Segovia. Días antes de la llegada prevista de Himmler, Santa-Olalla envió a  su segundo, el arqueólogo Barradas, a contratar trabajadores para abrir tumbas en una excavación de urgencia en la necrópolis, para la visita prevista del dirigente nazi. “Se buscaron en la comarca de Fresno de Cantespino obreros rubios y altos para que Himmler viera la vinculación germánica”, refieren algunos autores que han relatado recientemente este hecho. El alemán, sin embargo, nunca pisó Castiltierra. La visita se canceló por frío, lluvias y retrasos en el programa, igual que hubo de suspenderse la corrida  organizada en Las Ventas para el alemán en el tercer toro. Aun así, el interés germano por los restos no cedió. En agosto de 1941 arqueólogos alemanes participaron en las excavaciones dirigidas por Santa-Olalla e informaron a Himmler. Exhumaron 400 sepulturas, según el Arqueológico, y se llevaron materiales aún pendientes de ser devueltos.

Santa-Olalla irá pasando a un segundo plano porque, según avanzaba la guerra en Europa, al régimen dejaba de interesarle mantener posturas pro alemanas. Por esto, por la acción de sus detractores y porque le colocaron algunas piezas visigodas falsificadas, que dio por buenas y que le dejaron en evidencia, el falangista derivó hacia otros objetivos en sus estudios.

PINTOR Y ANTICUARIO.

A nivel local, fue un gran dinamizador de la vida cultural a través del folclore y entusiasta de todo tipo de iniciativa en este sentido. Juan García dejó una no reconocida huella importante en el mundo del arte y la artesanía. Con sus hijos, abordó la pintura general de muchas iglesias de la provincia, dejando en algunos templos obras de pincel, como en el presbiterio del santuario de El Henar, con dos cuadros, obra del año 1945, donde se pueden seguir contemplando. (2) En el arte del hierro forjado, fundó un taller que hoy sigue regentado por sus nietos como taller familiar-artesano, cuyos trabajos son muy conocidos y apreciados.

Un profundo problema de sordera condujo a Juan García al trabajo autodidacta y a la lectura de todo tipo de libros y a esa inquietud que le llevó al conocimiento de la necrópolis de Castiltierra. Muy habilidoso para la factura artesanal, reprodujo y reconstruyó piezas originales del yacimiento visigodo. Fue además juguetero y aficionado a las piezas históricas, legando a su familia un negocio de antigüedades y el citado taller de forja artística.

Igual de habilidoso fue para generar las adquisiciones y compras para su negocio de antigüedades. En contacto continuo, por su trabajo de pintor, con los párrocos de los pueblos, presuntamente negociaba con ellos el pago de parte de su trabajo en especie, por algún elemento artístico dañado y por trueques por retablos de marquetería que realizaban en una carpintería de Sanchonuño y que suplían a alguno antiguo. Propuestas que hay que entender en el contexto de la época. Juan García vivía de ello y los curas necesitaban alternativas para pagar las obras de restauración y pintura y contarían con el permiso tácito del obispado para dar salida a alguna obra menor para sufragar los gastos.

En octubre de 1958, una señora muy importante de la época, Carmen Polo, recaló en auto en Sanchonuño. La visita de la mujer de Franco se ha conservado en la memoria colectiva de los que la vivieron. La prensa nacional hizo una reseña del evento: Visitó esta localidad la esposa de S.E. el Jefe del estado, doña Carmen Polo de Franco. Aunque el viaje era de riguroso incógnito, el vecindario la dispensó un cariñoso recibimiento.

Dña. Carmen entró en casa de Juan García. Ese era el destino de su viaje. ¿Qué interesante obra de arte reservaba el anticuario de Sanchonuño para despertar el interés de tan distinguida y mal pagadora dama? Si lo averiguo, prometo contárselo en la próxima ocasión.

Notas:


1 - Francisco Gracia Alonso. Relations between Spanish Archaeologists and Nazi Germany (1939–1945). “In the excavations of 1941, Juan García, alias the Deaf, collaborated with Martínez Santa Olalla; he was an antique merchant from whom the Barcelona Museum had purchased objects originating from this site (Castiltierra)”.
2 - Se trata de dos pinturas murales de considerables dimensiones (4m x 3 m aprox.) que reproducen sendas copias de cuadros de Murillo. En el lado izquierdo se representa el cuadro Santa Ana enseñando a leer a la Virgen (Prado) y en el lado de la epístola se recoge La Sagrada Familia del pajarito, también copia del pintor sevillano. Están firmados: J. García. En el coro cuelga un lienzo de la Virgen del Carmen que luce esta inscripción en su base: Pintado y donado por Juan García de Sanchonuño. Que decoró este Santuario. Año 1945.




Fuentes
Archivo Parroquial de Sanchonuño
Archivo General de la Administración. Alcalá de Henares. La  
Isabel Arias Sánchez y Javier Balmaseda Muncharaz. La necrópolis de época visigoda de Castiltierra (Segovia). Excavaciones dirigidas por E. Camps y J. M.ª de Navascués, 1932-1935. MAN. 2015.
Antonio Molinero Pérez. Aportaciones de las Excavaciones y Hallazgos Casuales (1941-1959) al Museo Arqueológico de SegoviaExcavaciones Arqueológicas en España, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, 1971.
Carlos Porro. La indumentaria tradicional de Sanchonuño. San Benito de Gallegos. A.C.,  nº 8. Diciembre de 2015.
Martín Almagro Basch. Algunas falsificaciones visigodas. 1941.