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martes, 6 de octubre de 2020

CUANDO DON PEDRO ABATIÓ AL PUERCO.

La presencia de una presunta pantera negra en un pueblo granadino ha sido noticia estos días pasados y ha traído de cabeza a los vecinos de Ventas de Huelma. No es un caso nuevo. Otro felino avistado hace dos años en la serranía de Guadalajara resultó ser un perro asilvestrado. En otro pueblo más próximo a nuestro entorno, fue muy comentada la presencia de otro animal foráneo de grandes dimensiones en los pinares de Montemayor de Pililla. En enero de 2017, el alcalde prevenía en un bando a sus vecinos de la posible presencia en su término de un felino jaguar, lo que a la postre resultó ser un bulo, luego descontrolado en las redes sociales. Hasta se ha avistado y se sigue pendiente de la presencia de un cocodrilo a sus anchas por el río Pisuerga.

Aprovechando que hasta un cocodrilo ha surcado las aguas del Pisuerga, traeremos a colación que, si alguna vez las amenazas se han concretado en algo real, estas han venido por animales autóctonos y no tan exóticos como los referidos. Tenemos dos ejemplos documentados en la Tierra de Cuéllar de los que, aunque lejanos en el tiempo, se ha conservado alguna memoria.

El primero, el protagonizado por Pero González Dávila, caballero de armas al servicio del infante Don Juan Manuel de cuya mano se estableció en Cuéllar y le concedió la tenencia y alcaldía de la villa. Su memoria se ha perpetuado más por haber sido quien lanceó al puerco espín o jabalí, que causaba mucho daño en las cosechas y atacaba a los viajeros, que por los servicios que prestó al infante. Don Pero abatió a lanzadas al verraco salvaje que atemorizaba a los vecinos y se le conoció desde entonces como el del Puerco por esta razón. Tomando asimismo alguna de las ramas de los Velázquez, de los que don Pero fue tronco en Cuéllar, el puerco para añadirlo a los trece roeles propios del escudo de la familia. Esto ocurría en la segunda década del siglo XIV, cuando Don Juan Manuel instaló su cuartel general en Cuéllar para estar más cerca de los resortes del poder y presentar sus pretensiones a la tutoría del rey niño, Alfonso XI.


 La caza del jabalí en una viga mudéjar del siglo XIV procedente del castillo de Curiel de Duero (Valladolid). Museo Arqueológico Nacional.

Sabido el cuándo, intentemos precisar el dónde. Sin duda, en la Tierra de Cuéllar. Pero hay una pista en la toponimia para precisarlo más. En el año 1438 fray Pedro de Toro, abad del monasterio premostratense de Retuerta, acudió a Gomezserracín para cotear el Prado de Santa Olaya, también llamado Soto del Monje. Dentro del mismo, en dicho apeo, se alude a otro prado denominado de don Pero Puerco. Estando este incluido en una propiedad mayor bien determinada, se le pudo dar este nombre en relación a la proeza del caballero medieval. Aunque hoy el topónimo haya quedado solo en Prado Puerco, por la tendencia natural a acortar los nombres. El escenario cumple las características a las que aluden las memorias, principalmente porque era zona de paso para los viajeros que hacían el camino entre Cuéllar y Segovia (Carrasegovia).

Hacían uso del prado de los monjes los vecinos de Gomezserracín, para pasto de sus ganados mayores y menores, en él cortaban leña seca y verde y era muy apto para la caza. Por ello lo tenían vedado a forasteros, a los que prendaban las armas si entraban en el prado. En tiempos de Carlos I, habían confiscado sendas ballestas al cura de Sanchonuño, que se creía con algún derecho a entrar a cazar por haber sido antes sacristán en Gomezserracín, o al hidalgo Figueroa, escribano del número en la villa de Cuéllar. Por el usufructo del prado de Santa Olaya, el concejo del pueblo pagaba cada año 1.200 maravedíes y seis pares de gallinas al monasterio de Santa María de Retuerta, en dos pagas, que llevaban hasta Sardón de Duero (municipio vallisoletano donde estaba el monasterio)  por Navidad y Pascua de Flores. Un claro ejemplo de arrendamiento perpetuo o censo enfitéutico.

La eliminación del verraco agresivo debió de ser una obra colectiva, aunque Pero González Dávila se llevara el mérito. Sería necesaria la colaboración de los vecinos de los pueblos más afectados por la presencia del jabalí los que participarían a pie en la montería, con los perros, para localizar al animal y conducirlo desde el pinar hacia un pradejón o zona franca. Allí los hombres a caballo abatieron al puerco, habiendo sido don Pero quien lo atravesó con su lanza.


                                             Escudo de los Velázquez del Puerco en Cuéllar.

El segundo caso del que queremos hacer memoria es el del lobo rabioso abatido por Francisco Cabrero, labrador de la villa de Cuéllar. Lo rescata del anonimato Melchor Manuel de Rojas, autor de una temprana historia de la villa en el siglo XVIII, destacando el valor heroico de su proeza. Nos dice que en el año 1701 vagaba por las proximidades del pueblo un lobo rabioso y disforme, causando horribles daños y sustos, sin que hubiese valor para salir a su encuentro. Francisco Cabrero rompió la cuarentena para ir a arar al pago La Fuente que Llueve mirase bien lo que hacía porque tendría al lobo allí seguro, pero siguió su camino desoyendo el aviso. Sin haber llegado al tajo, le salió al encuentro desesperado el animal hidrofóbico. Al lanzarse sobre Francisco, este le esperó sin miedo con la aguijada en la mano, metiéndole por la boca los gavilanes y sujetándolo de este modo, dejó destrozado al animal. Fue la suya una hazaña, individual y valerosa, muy celebrada en su día en Cuéllar y su contorno.

Hallamos un paralelismo entre la imagen que nos podemos hacer de Francisco Cabrero contra el lobo, enfrentándose a él a pie y con las herramientas de arar, con la de Pero Puerco, a caballo y lanceando al jabalí. Cada clase social, cada hombre, enfrentándose a su destino con los medios de los que dispone. La historia del labrador estuvo condenada a ser olvidada con el tiempo, la de don Pero a ser proyectada, esculpida incluso en piedra, en el escudo de los Velázquez del Puerco.