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lunes, 6 de marzo de 2017

LAS HISTORIAS PERDIDAS DE CUÉLLAR


Había escrito la primera historia de Cuéllar D. Diego Bermúdez de Guevara, hidalgo natural de la villa segoviana y al servicio del duque de Alburquerque, por los años de mediados del siglo XVII. Hay constancia de que esto fue así porque el mismo Bermúdez se lo manifestó al cronista del rey, D. Josef Pellicer, con el que se carteaba e informaba sobre las familias de Cuéllar, para los árboles genealógicos, muy de la moda, que al de Madrid le encargaban.

Sin embargo, la obra de Bermúdez de Guevara se echó a perder por la desidia de sus herederos. Acabaría, señala una tradición, sirviendo para envolver con sus hojas las especias que se expedían en una tienda cuellarana. Así, conocedor del destino de la historia escrita por su paisano Bermúdez, D. Melchor Manuel de Rojas, hidalgo del siglo XVIII, pergeñó una idea para que las Apuntaciones, que había escrito sobre la muy noble y leal villa de Cuéllar a lo largo de su vida, no corrieran la misma suerte.

Le habían encargado a D. Melchor en el año 1763, desde el patronato del Hospital de la Magdalena, que realizara una copia a letra moderna del Cartulario de la fundación hecha en la villa por D. Gómez González, allá por 1430. El Cartulario, copia de seguridad de los papeles del archivo el Hospital, tenía ya las letras muy deslavazadas y su grafía antigua no se entendía por los compatronos de la fundación que no eran otros que los regidores del ayuntamiento. Era propicia la ocasión para que, con permiso del Patronato, incluyera Melchor Manuel de Rojas en su copia de los documentos oficiales del Hospital su Historia de Cuéllar y la biografía del fundador, el arcediano Gómez González. El Cartulario servía no solo para una consulta más metódica de los documentos del archivo, sino que además tenía valor jurídico en los pleitos y podía ser presentado como prueba en los juicios. Por esta razón, la existencia útil de la copia del Cartulario hecha en el siglo XVIII por Rojas fue efímera. Solo estuvo treinta años en Cuéllar, ya que se presentó en el Consejo de Castilla, en Madrid, en un contencioso con el obispo de Segovia, sobre si este tenía derecho de visita sobre el Hospital de la Magdalena. El juicio no se concluyó y los Cartularios, el antiguo y su copia, quedaron olvidados en los archivos madrileños.

Paradójicamente, la historia de Cuéllar de Melchor Manuel de Rojas, salvaguardada por él mismo en su copia del Cartulario, se perdió de esta manera durante doscientos años. Esta es literalmente la historia perdida de Cuéllar que hemos dado a conocer recientemente.


 

LA HISTORIA ENCONTRADA.

Acabaron los dos cartularios en el Archivo Histórico de Madrid y fueron sacados del expediente del juicio referido por la singularidad de los dos libros. Después vino al acceso a los mismos, por cualquier interesado, en el Portal de Archivos Españoles. Pensamos, al conocer los documentos, que otros colegas ya los habrían estudiado. No era el caso. Dimos a conocer las referencias bibliográficas en nuestro primer artículo sobre los cartularios y el propio Balbino Velasco, entonces cronista de Cuéllar, se interesó por ellos para dar cuenta en la quinta edición de su Historia de Cuéllar, que prácticamente estaba ya en la imprenta. Solo tuvo tiempo para conocerlos y citarlos, no para estudiarlos a fondo. Sin embargo, no es tan importante ver quién llegó antes a las Apuntaciones de Melchor Manuel de Rojas, sino la manera  de abordarlas. Decimos esto porque en el ínterin un anticuario las usó como fuente para uno de sus trabajos pero sin entrar en su análisis. El resultado fue una obra de escaso valor, de la que el autor se jactaba de haberla hecho en tres meses (ya serían seis). Todo por tomar al pie de la letra lo que escribió Rojas sin cotejar sus escritos. Este es el otro de los significados de historia perdida: la que no analiza críticamente las fuentes y sigue repitiendo los errores pasados. La que confunde, más que aclara.

Por lo dicho, las Apuntaciones de Melchor Manuel de Rojas exigían una lectura detenida (no me sonrojo de que el tiempo empleado se cuente por años) y analítica, porque no todo lo que cuenta el historiador del siglo XVIII ha resultado ser cierto. En este sentido, sí somos los que hemos recuperado la historia perdida de Rojas. Porque hemos entrado en ella para desentrañar sus intenciones e ideología. Las luces y las sombras de una obra sectaria en la que su autor pretendía justificar la preeminencia de su clase social, la de los hijosdalgo, sobre el común de la población, en el control de los resortes económicos y del poder de toda la Tierra de Cuéllar.

La de Melchor Manuel de Rojas es una historia que se aleja de la contaminación de los falsos cronicones, aún sin estar exenta de ella. Nos referimos a aquellos escritos falsarios aparecidos en el siglo XVI que embrollaron la historia y la convirtieron en impracticable incluso para los más entendidos. Pero entre tantos males, lo positivo fue el considerable número de historias locales que se escribieron. Los autores de los falsos cronicones concedieron a los pueblos remota antigüedad, en otros fijaron la situación de antiguas y renombradas poblaciones, en algunos hasta silla episcopal, fundada por los mismos apóstoles o santos paleocristianos, y dieron por doquier a casi todos santas vírgenes. Para el caso de Segovia, los cronicones fingidos inventaron para su diócesis un santo que le daba antigüedad y lustre: San Geroteo. Será Gaspar Ibáñez de Segovia, el Marqués de Mondéjar, historiador más cabal, quien arremeta en un escrito en defensa de los patronos clásicos, San Frutos y San Valentín, contra el intruso obispo San Geroteo, introducido por el supuesto cronista Dextro (creado por Jerónimo de la Higuera).

NOTICIAS SOBRE EL ARTE EN ROJAS
Aunque Melchor Manuel de Rojas no concibe un plan dentro de su obra para abordar el Arte en Cuéllar, nos rescata  referencias a obras desaparecidas, caso del Convento del Pino, en Mata de Cuéllar, fundado por el presunto antepasado de Gómez González, Alonso García de León, contador mayor de Enrique III. O nos da luz sobre algunas obras de arte que se han conservado, aunque hoy estén en museos de fuera de la villa. Este es el tercer significado de historia perdida: el conjunto de obras de arte echadas a perder en Cuéllar o que salieron fuera de la villa, recalando en Madrid, Barcelona o en el mismo Harlem, en Nueva York.
Es muy interesante la tabla para un sepulcro de la iglesia de San Esteban que encargó Gómez González en el primer tercio del siglo XV. El arcediano patrocinó esta sepultura o lucillo para dos parientes próximos, padre e hijo. Se trata de Juan Velázquez Caballero y Juan Velázquez, caídos presuntamente en algún conflicto armado de su época, tal vez en Setenil o Antequera. Es una de las pocas conjeturas que nos permitimos en el libro: son para nosotros el padre y el hermano del patrocinador, Gómez González. Todo ello después de desmontar la genealogía que Rojas construye para el arcediano. Solo un pariente en primer grado dedica una obra de este tipo para el entierro de sus parientes. Así nos lo relata Rojas, que supo ver la importancia de esta tabla:
Hizo construir Gómez González en esta iglesia de San Esteban para depósito de dos parientes queridos suyos, a la mano derecha de la entrada, que es un arco con una pintura antigua y poco cuidada, que por tanto me costó no poco leerla después de bien lavada y barrida.
Esta pintura gótica sobre tabla es una más de las importantes obras de arte cuellaranas que hoy se hallan fuera de la villa. Dicha pintura ingresó en el Museo Arqueológico Nacional en 1936, y en las guías de este museo aparece descrita como un fondo de lucillo funerario procedente de la iglesia de San Esteban de Cuéllar. La tabla, con estructura de arco apuntado, encajaría en el marco arquitectónico del sepulcro, constituyendo su fondo. Tan importante pintura, por quien la encargó y por lo que significa (tiene representada una de las primeras Misas de San Gregorio del panorama artístico nacional) debería ser solicitada al museo que ahora la expone y ser traída a su iglesia de origen, San Esteban de Cuéllar, para ser admirada durante los meses que duren las Edades del Hombre. Ignoramos si está en los planes de los organizadores hacerlo, pero la ocasión es pintiparada, plagiando la expresión del prologuista de nuestro libro, D. Antonio Linage Conde. Y ya puestos a sugerir obras para dicha exposición, resulta significativo, por su singularidad, que uno de los pueblos de la tierra de Cuéllar, Sanchonuño, cuente con un Cristo Yacente, escultura neo-barroca, realizado por un artista oriundo del pueblo, hace tan solo veinticinco años y que, aunque nos toque por razones de parentesco, no queremos dejar de dar a conocer aquí. Cabe perfectamente en el programa de las Edades: Reconciliare. Pero doctores tiene la iglesia.


 LOS VELÁZQUEZ DE CUÉLLAR
Ha sido un reto, gratificante, desentrañar la obra de Rojas, con sus luces y sus sombras, con sus intencionalidades. Hemos pretendido hacer un trabajo para sumar, para aportar novedades para la historia de Cuéllar, usando las claves que se extraen del historiador del siglo XVIII. Los indicios para llegar hasta el testamento de Martín López de Córdoba Hinestrosa, el marido de Isabel de Zuazo, la señora de las bulas, que se da a conocer íntegro. Rojas en alguna ocasión duda y nos hace dudar a nosotros. Pone en entredicho las genealogías y señala el camino para corregirlas. Así, hemos llegado a establecer el árbol genealógico de los Velázquez, cabezas de la familia, los moradores de la Casa de la Torre o Palacio de Pedro I el Cruel. Paradójico, cuando el propio Rojas inventa otras genealogías y hay que desmontárselas a él. Este asunto ya nos ha acarreado algunos detractores, pero estamos tan seguros de lo bien hecho, que será cuestión de tiempo que se acepte como válido. La confusión la sembró el cronista Pellicer, al adulterar el árbol de los Velázquez, para hacer cabeza de la familia a Gutierre Velázquez, el de Arévalo, mayordomo de la reina viuda Juana, madre de Isabel la Católica. Ni Gutierre ni su hijo, Juan Velázquez de Cuéllar, fueron dueños de la casa solariega de Cuéllar. Incluso ninguno pudo enterrarse en la villa, como había sido su deseo. Melchor Manuel de Rojas sienta las bases al poner en entredicho a Pellicer, por haber tenido el testamento del Dr. Ortún Velázquez (1436), cabeza de la casa y personaje relegado a un segundo plano por la historiografía tradicional de la villa. Incluso por haberse hecho una sola biografía con la del doctor y un homónimo contemporáneo suyo. En el recorrido de nuestro estudio, otros documentos han venido a apuntalar nuestra propuesta. No haremos aquí un nudo gordiano de otro que nos jactamos de haber deshecho. Los detalles los podrá encontrar el lector en nuestro libro.
 
EL TESTAMENTO DE MARTÍN LÓPEZ DE CÓRDOBA HINESTROSA.
El otro testamento manejado por Melchor Manuel de Rojas es el de un cuellarano que ha pasado a ser actualidad: el de D. Martín López de Córdoba Hinestrosa. Su mujer, Isabel de Zuazo, acumuló durante su vida un buen conjunto de bulas y otras prerrogativas en papel con las que se hizo enterrar, habiendo custodiado y conservado, desde su sepulcro en la iglesia de San Esteban, tan interesante legado durante casi quinientos años.
Por empeño en la investigación, dimos con el testamento  de su marido, D. Martín López, año de 1523, enterrado junto a su mujer en las extraordinarias sepulturas del lado de la epístola en dicha iglesia de San Esteban de Cuéllar. Este testamento es un documento extenso, prolijo en detalles e interesante para la historia de la villa. No tenemos constancia de que lo hayan utilizado historiadores contemporáneos; no obstante, después de haber sido dado a conocer por nosotros, algún colega ha envidado con que él también lo estaba trabajando, que ya lo conocía. Confesamos aquí, avisados de nuestra experiencia, que con el testamento de D. Martín nos habíamos reservado, para nuestra custodia, la referencia de este documento para, llegado el caso, exponer dónde lo encontró cada uno.
Es un documento complementario para el significado de las bulas de su mujer. Bulas de Martín López son las de difuntos, tomadas en 1498, para sus cuatro abuelos y sus padres, todos perfectamente identificables. No así la que tomó para una tía que, por su testamento, hemos identificado con Leonor López de Córdoba, hermana de su padre Gabriel López, enterrada en la iglesia de Santiuste de San Juan Bautista, y hacia la que su sobrino profesaba especial compromiso (Bula 3.7). Pero Martín López confiaba más en la aplicación de misas y aniversarios, para la salvación de su alma, que en la adquisición de bulas. Y su deseo, verbalizado en su última voluntad, de ser amortajado con el hábito franciscano, con el que realmente ha aparecido en su sepulcro. Continúa el testamento de Martín López con las honras fúnebres del día de su entierro y siguientes, cuyo boato es proporcional a la categoría social del difunto: el de un noble hidalgo cuellarano con la suficiente hacienda como para no haberse tenido que embarcar en la aventura de la conquista de América, como sus sobrinos los Rojas.







Las mandas piadosas por su alma se complementan con un treintanario revelado en San Esteban y las misas de San Amador. Interesante el treintanario revelado, porque es una manda especial que consistía en treinta misas por espacio de treinta días seguidos en sufragio del difunto, durante los cuales el sacerdote permanecía encerrado en la iglesia y se creía supersticiosamente que Dios había de revelar el estado del alma del difunto. Era la manera de asegurarse Martín López el camino de su salvación, prefiriendo la manda de misas a la acumulación de bulas. En el mismo sentido se oficiaba el treintanario de San Amador, que gozó durante la Baja Edad Media de gran popularidad y que se mantiene para algunos casos en Cuéllar y este es el ejemplo. Se componían de una serie de misas, concretamente treinta y una en Castilla, que tenían por objeto el rescate del Purgatorio de las almas de las personas por las que se oficiaban. Estas misas, distribuidas en diferentes tandas, se acompañaban de la quema de un determinado número de candelas en cada una de ellas.
PALABRAS FINALES
En resumen, del análisis de las Apuntaciones de Melchor Manuel de Rojas se ha llegado a aportaciones nuevas para la Historia de Cuéllar. Además de las expuestas, nos ha permitido atribuir la identificación del cadáver 2 a, aparecido en uno de los sepulcros de San Esteban, con Ana Jaramillo, nuera de Martín López de Córdoba Hinestrosa. Pero estos y otros detalles ya no caben aquí.
Muchos de los datos recopilados a partir de Rojas en nuestro libro “Cuéllar: la historia perdida”, los teníamos ya publicados, pero dispersos. Convenía, y este era el momento, juntarlos y complementarlos. Hacer nuestra propia copia de seguridad, como lo fue en su día el Cartulario del Hospital de la Magdalena. Para que, llegado el caso, haga a juicio y fuera de él. Pero, sobre todo, el libro ha surgido para sumar a la Historia de Cuéllar, para divulgar y dar a conocer a la gente estas aportaciones. Somos independientes de cualquier academia, universidad o cátedra. Beligerantes contra cualquier intento de monopolio de la Historia de Cuéllar, a la que, por su grandeza, no se la puede acotar. Escribimos pensando en los lectores a los que agradecemos el interés, acogida y el apoyo prestado a esta obra. Así como a los medios por la cobertura facilitada.
Por último, señalar mis cómplices necesarios. Los patrocinadores del proyecto para que la mía no fuera otra historia perdida en un cajón. Instituyendo un nuevo modelo de mecenazgo, ellos son: el Ayuntamiento de mi localidad natal, Sanchonuño, y dos empresas privadas de la localidad (HUERCASA y El Campo). Muchas gracias.