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martes, 24 de mayo de 2016

BANDOLEROS EN LA TIERRA DE CUÉLLAR EN EL SIGLO XVIII. (I Parte)


EL TÍO REGALIZA DE SAN MIGUEL DEL ARROYO (VALLADOLID).





EL TÍO REGALIZA. UN HECHO TRUCULENTO EN SAN MIGUEL DEL ARROYO (VALLADOLID) 1782


Todavía recuerdan los más mayores en San Miguel del Arroyo el dicho: “Es más duro que el tío Regaliza, que le molían a palos y no confesaba”. Se aplica incluso para referirse a niños testarudos.


Cuando oí hablar del tío Regaliza a José Antonio Arribas, vecino de dicho pueblo, enseguida lo relacioné con un expediente del que había tomado algunas notas en la Chancillería de Valladolid. Y me sorprendió cómo se había mantenido el recuerdo de este personaje en el pueblo a través de este dicho. Andaba buscando referencias sobre bandolerismo en la comarca cuellarana en la segunda mitad del siglo XVIII. Partía de un dato confirmado: Manuel Consuegra y Vicente Garrido, vecinos de Sanchonuño, habían muerto en dicho lugar a causa de unos balazos que les dispararon unos ladrones la noche del 24 de octubre de 1786. Pero la partida de defunción de los tiroteados no daba más detalles de las circunstancias del hecho, que se produjo unos años después del que vamos a relatar referido a San Miguel del Arroyo. Por ello, podríamos afirmar que no fueron excepcionales los robos y encuentros con bandoleros en la Tierra de Cuéllar y que sin ser un problema continuado, aparecía en algunos momentos dando lugar a situaciones de histeria y preocupación colectiva.


Sin embargo, parece que los asaltos a viajeros eran más frecuentes en el camino de Madrid a Valladolid, por Arévalo. Utilizando en ocasiones los malhechores los pinares de estas tierras como refugio, principalmente los de Coca, algo apartado de su zona preferente de acción, para ponerse a resguardo de las partidas que los persiguieran. Dicho camino desde la capital a Valladolid era sin duda más transitado por viajeros y mercancías que el camino de Segovia a la ciudad del Pisuerga y por lo tanto más atractivo para los asaltantes.


En junio de 1780 se produjo un atraco a viajeros en el camino referido, entre Donhierro y Almenara, que nos puede servir para ilustrar el modus operandi de los bandoleros. Cinco asaltantes a media noche, cuatro en caballos y otro en una mula o macho, color castaño, abordaron a Tomás Ruíz que fue encarado con un trabuco por uno de ellos. Le mandaron echarse de bruces a él y a sus acompañantes. Les robaron tres ducados en dinero, un fardo de pañuelos y fajas de seda que traían de Madrid y una capa de paño de Chinchón nueva a Manuel Gómez, otro de los asaltados. Los bandoleros llevaban sombreros redondos, atados con pañuelos blancos, e iban vestidos de paño negro o pardo con botines de badana o becerro. Además de trabucos, portaban puñales y pistolas. Una vez cometido el robo, se refugiaron en el pinar de Donhierro.


Se citan en los documentos otros atracos en la misma zona y en el mismo tiempo a cargo de once hombres montados. Y esto pasa por toda la Tierra de Cuéllar, Cogeces, Megeces, Íscar, Las Pedrajas y hasta Carbonero y la Granja, en donde está poblado de pinares… Las autoridades mandaban, cuando había alerta de asaltos, provisiones a las distintas localidades para que estuvieran alerta y para que informaran si tenían noticia de otros robos.


Uno de estos bandoleros actuando en nuestra comarca, justo por estos años de 1780, fue Sebastián del Corso. Incluso le podemos imaginar como componente de la partida autora del atraco referido en Donhierro. Pero al torcerse las cosas, envolvió los 6.000 reales, que tenía producto de sus asaltos, en un pañuelo de seda azul y los ocultó en un lugar recóndito antes de ser detenido y encarcelado. Estaba preso en Madrid y no veía la manera de recuperar su preciado botín.


Es en este punto donde aparece Jacinto Díaz, el tío Regaliza. Entre todos los expedientes sobre bandolerismo, vistos en la Chancillería, este era el que llamaba más poderosamente la atención. Me refiero al que inició la justicia de San Miguel del Arroyo contra dicho Jacinto Díaz, palillero de limpiar dientes y buscador de raíces medicinales, natural de San Pedro de Argimil, en el obispado de Lugo, y vecino de Madrid, por ser cómplice de la ocultación de 6.000 reales robados por su sobrino Sebastián del Corso.


El preso, desde la cárcel, preocupado por su suerte, determinó considerar la manera de contactar con alguien del exterior capaz de ir a buscar su dinero enterrado. Era una cantidad importante. Para este fin confeccionó un plano, con unas señas fijas por escrito, para facilitar el cometido. Pensó para ello en su tío Jacinto Díaz, vecino de la villa de Madrid, a quien hizo llegar un sobre, con los planes escritos y el mapa, a su despacho de palillero en la calle de Alcalá.


Jacinto Díaz, era un gallego que se había afincado en Madrid donde figuraba como fabricante de palillos para limpiar dientes. Vivía en la calle del Niño, hoy llamada de Quevedo porque el escritor tuvo allí su casa, y el despacho en la calle de Alcalá. Además aprovechaba las estaciones favorables para salir a buscar raíces y otras plantas medicinales que servía a dos herbolarios de la calle Postas y la Carrera de San Jerónimo. Era el indicado para ir a rescatar el dinero. Tenía la coartada perfecta para convencerle de que fuera el encargado de esta comisión. Si le hallaban cavando, lo hacía con el objeto de encontrar esta o aquella raíz. Lo que el tío Regaliza ganaría con el encargo se ignora.

Ermita del Espíritu Santo o de la Fuenlabradilla en cuyo olmedal escondió el bandolero Sebastián del Corso el dinero producto de sus robos. (Foto: Ricardo Sanz. San Miguel del Arroyo)

DE MADRID A VILORIA.

Jacinto Díaz aceptó ser él el encargado de ir a rescatar el dinero. Siguiendo las indicaciones de las señas dadas, se desplazó desde Madrid, pasando por Segovia y Cuéllar, a la ermita de El Henar. La referencia clave, antes de llegar al lugar de la ocultación, era un lugarcito del que Sebastián del Corso no recordaba el nombre. Sin duda se trataba de Viloria del Henar. De esta manera, en los primeros días de agosto del año 1782, llegó Jacinto a la ermita de la Fuenlabradilla, en el  término de San Miguel del Arroyo, donde se estableció como huésped en la casa del santero de dicha ermita, Antonio Callejo. Tal vez ni le vieran por el pueblo de San Miguel. Solo algunos vecinos habían reparado en él, al cruzárselo por el monte, cuando iban a sus faenas.


El forastero hizo diferentes rutas buscando raíces. Sin embargo, la querencia que Jacinto tenía hacia determinado lugar, al que volvía una y otra vez pues no le resultaba tan fácil dar con lo que buscaba, despertó las sospechas del guarda de los panes, Blas Criado.


Se estableció cierta relación entre Blas y el Regaliza. El guarda le vigilaba de cerca y de sus conversaciones con el forastero dedujo que este realmente sabía de plantas medicinales. De esta manera, los dos estaban juntos cuando Blas le dijo a Jacinto que le dejara probar a él con alguna azadonada. Al segundo golpe, fue el guarda el que hizo saltar alguna de las monedas que había escondidas dentro del pañuelo. Para sorpresa de los dos. Sobre todo del guarda, que sospechó al momento que tal vez era aquello lo que buscaba el palillero. Recogieron el dinero y el guarda llevó a Jacinto a la ermita de la Fuenlabradilla. Desde allí dio parte al pueblo, cuyos vecinos fueron acudiendo al santuario, a la voz y reclamo de “han encontrado un tesoro en el olmedal de la Fuenlabradilla”.




EUSTAQUIO ROMERO, ALCALDE PEDÁNEO. PRIMERAS DILIGENCIAS.

Cómo primer eslabón en la cadena de la justicia, le tocaba intervenir al alcalde pedáneo de San Miguel, Eustaquio Romero. Al tener noticia de que un hombre forastero había encontrado un pedazo de dinero y de que este se hallaba en la casa del ermitaño de la Fuenlabradilla, determinó dirigirse hacia allí, acompañado del regidor Jerónimo Arenal. Llegó a las cinco de la tarde del día 8 de agosto. Dentro, con el detenido, estaban el guarda, el ermitaño, el maestro Manuel Valdés y Antonio Capa. El alcalde Romero inició las diligencias, de las que fue fiel de los hechos el maestro Valdés, preguntándole al Regaliza por su filiación. Después le pidió que mostrase sus pertenencias para su reconocimiento y le hallaron en el talego los dineros encontrados (pesos duros, dicen, metidos en un moquero de seda, bastante gastado). Extendieron las monedas en una capa y el alcalde dio orden a los presentes que lo contaran. En el ínterin, se sumó al grupo Matías Arribas, sacristán de la parroquia de San Esteban, del lugar de San Miguel, y Joseph Pelillo, regidor de dicho pueblo, así como Manuel Pelillo. En presencia de todos se contó el dinero por el tipo de monedas que había (pesos duros, medios pesos, pesetas y demás) sin llegar a precisar la cantidad exacta en reales, que era importante. Se hizo depositario del dinero a Manuel Pelillo, procurador síndico de San Miguel.


Habiendo preguntado el alcalde Romero después a Jacinto Díaz que de qué era aquel dinero, este le respondió que se lo había topado, negando con ello que hubiera ido en su busca intencionada. Esto exacerbó al alcalde que le dijo: Dese usted preso y si saliese bien, se le devolverá el dinero. Sin embargo, en el registro de las otras pertenencias del gallego, aparecieron los papeles que le comprometían: el plan diseñado por escrito que había servido a Jacinto de guía, el sobre de carta con sus señas y el propio plano.


El alcalde de San Miguel determinó, después de esto, pasar el caso al siguiente eslabón en la cadena de la justicia: el alcalde mayor de Cuéllar. Así como el traslado del preso a la cárcel de la villa. Pero antes de llevar al detenido a Cuéllar tuvo que solucionar otros problemas con sus vecinos.
San Miguel del Arroyo: Iglesia parroquial. A la izquierda, en piedra,  casa de la familia Pelillo, construida en 1752 por Bernardo Pelillo. (Foto: Ricardo Sanz)



REACCIÓN DE LA GENTE DE SAN MIGUEL DEL ARROYO.

El trámite de oficio que había realizado el alcalde con Jacinto Díaz le resultó más fácil que canalizar las expectativas de sus vecinos respecto al tesoro. La gente del común, obviando por la pasión del momento lo que era evidente, consideró que si el dinero había aparecido en el término del pueblo les pertenecía de algún modo. Ya había costado mantener en la puerta del santero de la Fuenlabradilla a los curiosos y, acabado el interrogatorio, dos de los regidores fueron a la casa del concejo con mucha gente. Y allí empezaron a decir unos que este dinero sería bueno para pagar en las arcas reales los tributos que tenían atrasados, otros que para estandartes (sic), porque hacían falta por no tener dinero el ayuntamiento, y otros para distintos fines. Por si fuera poco, apareció el cura de San Miguel, D. Nicolás Antonio Moreno, diciendo que el dinero le correspondía al mostrenco y cruzada y que a él le pertenecía como juez de la misma. Pero ni por el cura ni por los otros se inclinó el alcalde Romero, aunque por unos y por otros estaba completamente aturdido y sobrepasado por los acontecimientos, según su propia declaración.


Al final, entre el cura y los regidores, junto con el maestro y procurador síndico Pelillo, determinaron que el alcalde condujera al preso a Cuéllar ante el alcalde mayor y que llevara solamente la mitad del dinero, unos 3.060 reales. Que la otra mitad se reservase en poder del cura, la que si muriese en prisión Jacinto Díaz se aplicaría el dinero por hacer bien por su alma (propuesta sin duda del señor párroco) mediante la aplicación de misas y sufragios. Si saliera inocente, se le devolvería el dinero por mano del cura. Al ser las personas principales del pueblo las que propusieron este acuerdo, lo aceptó así el alcalde Romero.


En la propuesta quedó el depositario del dinero, Manuel Pelillo, en entregárselo al sacerdote, pero no debió hacerlo. Regresado de Cuéllar de entregar al preso, y hallándose trillando el señor alcalde, se presentó el cura en la era a reclamarle porque aún no le habían dado el dinero para que él lo custodiara. Le respondió el alcalde que en su mano no estaba el dárselo y sí en la del depositario, que era el procurador síndico Pelillo.

Bajorrelieve en la fachada de la Casa de la familia Pelillo. San Miguel del Arroyo.
(Foto: Ricardo Sanz)



II Parte




Eran los cargos del concejo anuales y a Eustaquio Romero le había tocado lidiar con aquel embolado. Cuando trasladó al preso a Cuéllar, acompañado de otro vecino, el tío Regaliza había ablandado su corazón para que le administrara un dinero que tenía suyo propio, el que había traído para su manutención. Se hacía a la idea de que iba a pasar un tiempo, cuanto menos, en la cárcel de Cuéllar y de que le tocaría pagar algunos gastos de su comida y tener contento al carcelero. Así lo hizo, y le llegó a mandar algunas monedas con el santero de la Fuenlabradilla, Antonio Callejo, lo que le traería algún problema con el Alcalde mayor.


Era dicho alcalde mayor por el Duque de Alburquerque D. Antonio de Salas Heredia, abogado de los reales consejos, segunda instancia en la cadena de justicia de la época. Antes que en Cuéllar, lo había sido en otros estados del de Alburquerque como en Ledesma. Se hizo cargo del reo y, en coordinación con la Chancillería de Valladolid, siguió las diligencias del caso encaminadas a hacer confesar al Regaliza. Pero éste no soltaba prenda.

Pidió a Madrid se investigara sobre qué puño y letra escribió el itinerario y dibujó el plano para la localización del dinero oculto. Se sospechó de un vecino de Jacinto Díaz, el abogado D. Manuel Vindel. Se le interrogó a éste sobre si había estado alguna vez en el Santuario del Henar o en los pueblos de la zona, expresando en qué año y con qué motivo. Que cuánto dinero le había dado al palillero y que si éste había ido a algún negocio más que al de las hierbas medicinales.

Vindel negó que hubiera dado carta ni mapa alguno a Jacinto. Que le dijo de palabra la mejor ruta para llegar a Cuéllar (Segovia, Encinillas, Escarabajosa, Sanchonuño) cuando le había preguntado sobre este asunto. Negó haber estado en El Henar, ni en San Miguel o Viloria. Dijo que conocía los lugares de esa ruta de oídas.

Así las cosas, se solicitó desde Madrid el traslado del preso a esa capital para seguir el proceso. Se señala desde la Chancillería, que es desde donde llega la orden, que se traslade al reo a esa villa por los  medios acostumbrados (de tránsito de justicia en justicia), con seguridad de que no tome lugar sagrado. Asunto este último contra el que están luchando para su eliminación los dos fiscales estrella de la Chancillería en aquellos años: Montenegro y Rodríguez Bayo.

Jacinto Díaz llevaba ya casi tres meses en la cárcel de Cuéllar y había recibido al menos una carta de su mujer, Ana Moreno. Carta que según el alcalde mayor arrojaba mucha luz al caso, como pidiendo una tregua para ser él quien resolviera el asunto. Ana le dice a Jacinto que mire por él, invitándole a que declare quienes están detrás de su encargo. Se despide con un tu más rendida esposa que tu bien y ver desea. Salas Heredia, el alcalde mayor, aprovecha esta baza para presionar emocionalmente al Regaliza. Pero éste se mantiene en sus trece. No descartamos que hubiera malos tratos en los interrogatorios, pero la documentación no lo recoge.

Solo obtuvo del preso que no diría nada por no causarle más perjuicios a su sobrino Juan Fernández, preso en la cárcel de Madrid por amancebamiento conocido. Que la carta se la habían dejado en su despacho de la calle Alcalá en una mesilla y que no pudo averiguar quién. Preguntado su sobrino en Madrid, dijo que él había mandado la carta con un preso recién salido de la cárcel, pero que a él se la había dado otro preso.

Jacinto Díaz seguía ratificándose en que él no había cometido robo ni delito alguno, ni sabía quién era el preso que le había dado a su sobrino dicho papel.

Mientras tanto, a Sebastián del Corso no se le había podido tomar declaración porque había sido condenado a cumplir su condena en un presidio del norte de África.

El alcalde mayor de Cuéllar ejecuta la orden del traslado de Jacinto Díaz hacia Madrid el 25 de octubre de 1782. Interrogados los dueños de los herbolarios a los que servía el tío Regaliza, éstos manifestaron su sorpresa, pues tenían a Jacinto por hombre aplicado y de arreglada conducta.

Con el traslado del palillero también se pierden las noticias sobre su suerte ya que el proceso se concluiría en la capital del reino. Se remitieron con él los 6.000 reales, incluidos los 3000 que se habían quedado en San Miguel, como mal menor para aplacar los ánimos de los vecinos, que consideraban que eran del pueblo. Para recuperar ese dinero que había quedado en poder del procurador síndico Pelillo, la Chancillería desarrolló una investigación paralela en San Miguel para averiguar qué razones hubo para partir el dinero. Pelillo hizo bien en guardarlo, sin dárselo al señor cura, porque fue a él a quien en última instancia reclamaron ese dinero.

Hasta aquí esta pequeña historia que durante un tiempo tuvo en vilo al pueblo de San Miguel del Arroyo. Mantenida en la tradición y conservada (y confirmada) en los papeles de la Chancillería. Y el ingenio que tuvo el pueblo para apodar a Jacinto Díaz como el Tío Regaliza, por ser buscador de raíces.

El guarda de los panes de San Miguel del Arroyo, Blas Criado, siempre recordó que lo que el tío Regaliza buscaba eran yezgos, una especie del saúco, la raíz de la nuez y malvavisco. Recordaba también que los cantos ruedan, por eso no estaba allí la piedra que marcaba el sitio exacto donde Sebastián del Corso había escondido su dinero, bajo aquel pino, de dos brazos, en el Olmeral de la Fuenlabradilla.

 

(Dedicado a mis amigos de San Miguel del Arroyo: José Antonio Arribas, por haberme facilitado la llave de este caso; a Diego y Rebeca; a Ricardo Sanz, agradeciéndole el interés y las imágenes prestadas; a Jorge Velasco y Javier Arribas, por haberme invitado a tocar también en la procesión de la Virgen de la Fuenlabradilla; a todo el pueblo, en fin, por el seguimiento que ha hecho de esta microhistoria).

 

J. Ramón Criado

(Terminada esta microhistoria en Sanchonuño, hoy 2 de julio de 2016)









ANEXO DOCUMENTAL

(El plano y señas fijas para encontrar el botín del bandolero Sebastián del Corso.  Año 1782)

A Jacinto Díaz, que Dios guarde.

Calle de Alcalá, el Palillero.

Madrid.


Señas fijas que no ay en dónde herrar. Primeramente a Segovia, y luego a la Virgen del Lenar y desde la Hermita se ve un lugarcito que ay media legua muy corta que se toma el camino para ir a este lugar junto la Ermita de la Virgen a mano izquierda, por entre las casas y la Hermita, no se acuerda el nombre del lugar pero no ay otro más cerca, que está camino del Arrabal. A la salida se encuentra una cuesta abajo muy chica es la cuesta y a mano izquierda se encontrará una Hermita caída y más alante un arroyo con una puentecita y dos caminos, el uno a la izquierda y el otro a la derecha, que este de la derecha se conoce muy poco por aber un piazo de prado, pero en siguiendo el agua abajo no tiene pierde nenguno. Y en abiendo andado como un quarto de legua se encontrará un cercado de álamos blancos, /a mano derecha/ y más alante se encontrará otra cerca a mano izquierda con álamos negros y antes de llegar a la cerca se dejará el camino y se tomará la pared arriba de la cerca y se volverá a mano derecha siempre siguiendo la pared y en estando en medio de aquella línea de pared se volverá la espalda a la pared y en frente se verán tres pinos muy grandes que acen figura los tres de un triángulo. Y primero se encuentra un pimpollito nuevo, que está cortada la cogolla, y se irá al pino del medio, que es el más gordo y encima ace a dos ramas grandes, que cada una tira por su lado. Y al pie de este pino, por la parte de abajo, ay un canto encima de la tierra que ace amodo de baldosa, pero no ay que fiar en el canto aunque no esté allí, que los cantos ruedan. Al pie de dicho pino de por la parte de abajo, mirando siempre enfrente de la cerca, se aondará como dos pies de ondo, que lo qual se encontrará una raíz y abajo de ella un pañuelo azul atado con una calzadera.


(Rubrica ilegible)

martes, 10 de mayo de 2016

AÑO 1501: ANDRÉS DE LA LASTRA Y JUANA DE SANCHONUÑO. POBLADORES DE NAVALCARNERO.




En el intento de desarrollar una historia local para el lugar de Sanchonuño, había observado que por la categoría del lugar solo nos encontrábamos personajes de segunda, desde el punto de vista histórico, se entiende. Por otra parte, la gente “ordenada” no suele dejar rastros documentales. Solo cuando por cualquier razón, alguien se sale de ese “orden” aparecen los documentos que dan constancia de su pasado y existencia. Para este fenómeno, para estas pequeñas historias que componen la nuestra, se me había ocurrido el término de “microhistorias”, pero esa palabra ya estaba inventada.

La microhistoria es una rama de la historia social de desarrollo reciente, que analiza cualquier clase de acontecimiento, personajes u otros fenómenos del pasado que en cualquier otro tratamiento de las fuentes pasarían inadvertidos. Supone bajar a interesarse por los individuos de a pie y siguiendo el destino particular de algunos de ellos, aclarar o tratar de entender el mundo que les rodeaba.

De la gente normal no queda rastro porque no cuenta las cosas por escrito, salvo que lo requieran circunstancias especiales. O que un hecho de su vida quede recogido y guardado en algún archivo. Esto es lo que les ocurrió a Andrés de la Lastra y a su mujer, Juana de Sanchonuño, que se salieron del “orden establecido” y se plantearon, sencillamente, cambiar de residencia, dejando su Sanchonuño natal para marchar al recién fundado Navalcarnero. Pero en el año 1501 este tipo de decisión tenía que ser consentido, al parecer, por el Señor de la Tierra de Cuéllar: el Duque de Alburquerque.

Teníamos a D. Francisco Fernández de la Cueva, hijo de D. Beltrán y II Duque, por un noble cercano a sus vasallos de las aldeas. Así se puede interpretar de su intervención en la redacción de las Ordenanzas de 1499. Sin embargo, cuando supo las intenciones de Andrés de la Lastra lo mandó encarcelar para impedirle su propósito. No era caso, que por efecto llamada, su jurisdicción menguara de vecinos. Y siempre se cacareaba que en las villas dependientes del rey se vivía mejor que en las que tenían señor.

Andrés de la Lastra, analfabeto pero no ignorante, buscó la manera de hacer llegar su  caso y apelar ante el tribunal de los reyes, Doña Isabel y D. Fernando. Su reclamación fue atendida y con diligencia. Desde el Consejo de los Reyes Católicos fue remitida carta al Duque de Alburquerque recordándole la Pragmática Sanción de 28 de octubre de 1480: Sepades que nos mandamos dar e dimos una ley para que toda persona que quisiese venir y pasar libremente pudiese pasar e venir e morar de un lugar a otro sean de Señorío, Realengo, Abadengo ordinario o behetría, sacando pan, vino, y todos sus muebles, y ninguno lo impida, ni que vendan o arrienden sus bienes raíces.

Por lo tanto no procedía que impidiera a Andrés de la Lastra y su mujer Juana su propósito de mudarse de residencia. El Duque obedeció la orden de los reyes y no se opuso a que se fueran a Navalcarnero.

¿Por qué a Navalcarnero? No les marearé con muchos detalles, pero los que han seguido la serie Isabel sabrán la importancia que tuvieron Gonzalo Chacón y Andrés Cabrera en la consolidación en el trono de Isabel la Católica. Para compensar a estos dos nobles por sus leales servicios les dio tierras y señoríos. Pero estas tierras se segregaron a costa de la Comunidad de Ciudad y Tierra de Segovia, que entonces llegaba mucho más allá de la Sierra de Guadarrama. A Andrés Cabrera y a Beatriz de Bobadilla, su mujer, les otorgó (1480) el señorío de Chinchón, de nueva creación, que incluía un considerable territorio, tal vez no muy bien definido. En este contexto, nacería Navalcarnero, como respuesta de la ciudad de Segovia a las acciones que venían realizando tanto Cabrera como el comendador de Casarrubios, Gonzalo Chacón. A través de sus vasallos, estas familias de nobles se encargaban de ir ocupando los diferentes baldíos que tenía en su poder la ciudad castellana, sin que nadie hiciera nada.

Al sur del sexmo de Casarrubios, la ciudad de Segovia fundaría el 10 de octubre de 1499 el lugar de Navalcarnero, con seis familias llegadas de Perales de Milla, que formaron aquel día su primer concejo ante el representante oficial de Segovia.

El nacimiento de Navalcarnero surgió en un contexto histórico difícil. Con esta y otras fundaciones (Sevilla la Nueva en 1544) Segovia trataba de asegurar y defender las tierras de su propiedad, amenazadas por el expansionismo de los señores señalados. Cabrera y Chacón se opusieron con firmeza a esta fundación, haciendo uso de la violencia en varias ocasiones.

Para atraer y, sobre todo, fijar nuevos pobladores en Navalcarnero, el concejo de Segovia dictó una serie de franquicias, esto es, facilidades, para los que quisieran instalarse en el nuevo lugar. Incluiría sobre todo exención de impuestos durante algunos años y facilitar tierras comunales para el cultivo individual. A esta llamada respondieron Andrés de la Lastra y su mujer, Juana, que verían en el cambio de residencia un proyecto de vida mejor que el que hasta entonces tenían en Sanchonuño. Pasan de esta manera a ser los primeros emigrantes documentados del pueblo ya que, salvadas las dificultades a las que se han hecho referencia, se establecieron en Navalcarnero.

Vendieron los bienes que aquí tenían. Pero se aprecia en el documento, además de la oposición del Duque, un chantaje del entorno familiar del matrimonio y, principalmente, del concejo de la aldea de Sanchonuño. Al estar los impuestos encabezados, si el pueblo pierde vecinos, los que se quedan tienen que pagar más. Pero esto requiere un análisis más profundo y aquí no hay sitio. Quiero decir que una forma de retenerlos era que nadie les comprara lo poco que poseían.

Lo relatado está extraído de dos documentos conservados en el Archivo de Simancas escritos en letra de la época, entre cortesana y procesal, donde llama la atención la forma en que el amanuense escribió “Sanchonuño”.

Para terminar, y en relación a lo aquí expuesto, quiero contar como, recientemente, en una de las tertulias de verano, uno de los amigos participantes apuntó que, estando en Villamantilla, un erudito local expuso que el lugar lo había fundado un pastor de Sanchonuño. Así lo recogía la tradición en este pueblo de Madrid. Eso es una bomba, le dije. Pero hasta el momento no hemos tenido tiempo de indagarlo. Será en otra ocasión.

(En el escudo de Navalcarnero luce un acueducto de Segovia en recuerdo de los segovianos que lo fundaron y poblaron).


                                                                          J. Ramón Criado Miguel








Detalle de la foto del Archivo de Simancas, donde pone Sanchonuño