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miércoles, 1 de septiembre de 2021

HISTORIAS EN LA PIEDRA: LA CORONA DE FRAY SEBASTIÁN.

El señor obispo cumplió con su promesa y por ello erigió una fuente pública a su costa en su lugar de nacimiento, la Nava de Coca. Nos referimos a fray Sebastián de Arévalo y Torres (1619-1704). Esta fuente de estilo herreriano, conocida como Caño del Obispo, luce las armas del prelado que hacen referencia a sus apellidos (Sedeño, Torres, Guzmán...). Abraza el conjunto del escudo el capelo de obispo con sus cordones y borlas, pues lo era del Burgo de Osma en el momento de su construcción. Llama la atención en el escudo una corona real que surge en escorzo, como un balcón asomado a la explanada, que nada tiene que ver con la modesta hidalguía de fray Sebastián. ¿Dónde está el origen del uso de esta corona al que no renunciaron los Torres en su escudo? Emplear como timbre del escudo de los Torres una corona real lo justificó esta familia en un documento, de dudosa autenticidad, que se remontaba al año 1091, en el que el rey Alfonso VII de León les otorgaba esta merced por los servicios prestados y por una presunta relación de parentesco con el monarca. A pesar de lo dicho, la familia lo hizo valer por bueno y usó de este privilegio como mérito en su hoja de servicios y lo expresó en la piedra.
Orígenes de los Torres
La familia Torres ha sido tenida por una de las de más solera en Cuéllar. Sin embargo, su establecimiento seguro en la villa se produjo en las postrimerías de la Edad Media, aunque cierto es que hay emparentamientos con familias cuellaranas desde principios del siglo XV. Podríamos afirmar que los Torres bascularon entre Arévalo y Cuéllar y que al final algunos recalaron, a medio camino, en Nava de la Asunción. El miembro más destacado de la familia, documentado con garantías históricas, fue Gutierre de Torres. Antes de él cuesta dar crédito a las genealogías que se nos presentan y nos hallamos ante el primer indicio de que fueran cristianos nuevos. Gutierre era hombre de armas y participó al servicio del infante Don Fernando en la conquista de Antequera en 1410. Le cupo el mérito de haber tomado la primera torre de la muralla, acción que permitió abrir las puertas de la ciudad y su conquista, con la entrada en ella, en su caballo pío, del mismísimo infante. Don Fernando tuvo así el broche a su prestigio personal en la conquista, con su propia participación en esta acción de armas, representada en el atrio de iglesia tan modesta como la de Pinarejos. Lo tuvo muy en cuenta el Infante y premió a Gutierre de Torres con veinte mil maravedíes de por vida y con la entrada de su hijo como doncel del rey niño Juan II. De novela de caballería es la vida del hijo doncel de Gutierre, llamado Juan de Torres, caballero juglar. En 1419 expidió el rey de Castilla, Juan II, el otro documento que guardaban los Torres como oro en paño: nombró a Gutierre de Torres alguacil mayor de Arévalo, a él y al heredero más capaz que en el futuro lo mereciera, con condición que el primero en sucederle fuera su hijo Juan de Torres. Vivió Juan de Torres su mocedad con el rey niño y compartió aficiones literarias con don Álvaro de Luna. Se alejó de la corte castellana, por no tomar partido en las luchas entre el valido del rey y los hijos del infante Don Fernando de Antequera. Estuvo en Italia para participar en las campañas del rey aragonés dando allí testimonio de la corte castellana. Regresó Juan de Torres a Arévalo donde ejerció como alguacil mayor y se casó en el pueblo de Mamblas con Catalina Velázquez Briceño, llamada la Dueña porque era heredera de una importante hacienda. Estando en dicho pueblo, los Estúñiga le prendieron fuego a su casa, con él dentro, por haberse enfrentado a esta familia por el cambio de señorío de Arévalo. Sucedió a Juan de Torres su hijo Cristóbal de Torres, que fue paje de Juan Velázquez de Cuéllar, el contador, y después alguacil mayor y regidor en Arévalo. Tuvo hacienda en San Cristóbal de la Vega y terminó estableciéndose en Cuéllar por su matrimonio con Usenda Núñez Vela. Se le describe a Cristóbal como hombre valiente y de prestigio, como su padre, habiendo desempeñado el cargo de corregidor en distintos lugares, como en Betanzos-La Coruña. Fruto del matrimonio nacieron siete hijos, dedicados a las armas y al servicio de los reyes y de nobles como los Luna o los Alburquerque, pertenecientes a esa hidalguía que no sale en los libros de Historia. El tercero de los hijos fue Gutierre de Torres que sería padre de uno de los obispos naturales de Cuéllar. 
 Dos obispos segovianos 
Casó Gutierre de Torres, administrador del duque de Alburquerque, con la sepulvedana Margarita Osorio y Bracamonte en el año 1540. Fruto del matrimonio nació Juan de Torres Osorio (Cuéllar 1565-Valladolid 1632), el menor de los hermanos, al que orientaron hacia la vida religiosa. Desde el Estudio de Gramática de Cuéllar, pasó a Salamanca donde se licenció en cánones y en pocos lances acabó como juez de la monarquía en Sicilia, donde fue promovido a los obispados de Siracusa y de Catania, dejando la impronta de su escudo en las obras que allí realizó. Le nombró Felipe IV, para premiar sus servicios, obispo de Oviedo primero y de Valladolid después, siendo además en la ciudad del Pisuerga presidente de su Chancillería. Murió elegido obispo de Málaga y fue enterrado en la capilla mayor de la catedral de Valladolid. Por su testamento, sabemos que tenía tres esclavos turcos, llamados Amorat, Arrageb y Azay, y que su prima María de Torres, mujer del cronista Antonio de Herrera, le había ayudado muchas veces en sus dificultades financieras. Nombra por sus herederos a sus sobrinos a los que apercibe de que no descuiden en reclamar el alguacilazgo mayor de Arévalo, porque lo acabarían perdiendo por dejadez, como así sería al redimirlo el regimiento de la villa abulense en puja con Manuel de Rojas y Torres, sucesor del obispo en ese cargo, en el año 1644.
Otro de los herederos citados en el testamento del prelado Torres Osorio es Sebastián de Arévalo, residente en la Nava de Coca y padre del obispo natural de este lugar. Con ello se confirma la relación de parentesco entre los dos obispos tratados aquí, el de Cuéllar y el de Nava. Cuellarana fue doña Potenciana de Torres, abuela paterna de fray Sebastián de Arévalo y Torres. Este navero ingresó en los franciscanos de Segovia y promocionó por méritos propios y por la hoja de servicios de sus familiares. Fue primero maestro de Teología en Valladolid, confesor en las Descalzas Reales de Madrid y promovido desde aquí al obispado de Mondoñedo. Pasó enseguida a la diócesis de Osma, donde sería obispo hasta su muerte en 1704. Se le ha llamado el obispo limosnero por su labor benéfico-social. Construyó en el Burgo de Osma el hospital de San Agustín, donde se prodiga el escudo barroco con las armas del prelado, incluida la corona real.
En su pueblo natal, además de la citada Fuente del Caño, se conserva en relación con fray Sebastián un magnífico retrato de cuerpo entero del señor obispo que se custodia en la iglesia parroquial. Allí también lucen sus armas. El escudo de los Torres, cinco torres en aspa, lo hallaremos también en Cuéllar (en las laudas sepulcrales de la capilla de los Rojas, en las hoy ruinas de San Francisco), en Carbonero el Mayor en el llamado Palacio del Sello y también en alguna fachada de la capital. Esto nos da idea de lo extendida que estuvo esta familia en la provincia. Pero establecer las relaciones que hubo entre todas sus ramas requiere un ejercicio que ahora no toca aquí. Daría como resultado una telenovela turca, como los tres esclavos del obispo Torres Osorio.