Vistas de página en total

lunes, 22 de abril de 2024

Mercedes y castigos en la Guerra de las Comunidades. La captura de Juan Bravo.

 Cuando Rodrigo de Tordesillas regresó a Segovia desde La Coruña, donde había votado el servicio al emperador Carlos, se dispuso a dar cuenta de su actuación como procurador en Cortes. Le avisaron de que fuera precavido pues los ánimos estaban muy exaltados en la ciudad. El día anterior, 29 de mayo de 1520, habían ahorcado a Hernán López Melón y a otro corchete por reprender de palabra las posturas manifestadas contra el emperador en la junta de cuadrilleros en la iglesia del Corpus Christi. Rodrigo de Tordesillas sería la tercera víctima de la revuelta cuando se presentó a dar cuenta al regimiento segoviano de su actuación en las Cortes. Al llegar a la iglesia de San Miguel, una muchedumbre le increpó y acabó estrangulado en plena calle y su cadáver colgado con los de el día anterior.

 Fue de esta manera como estalló la chispa que prendió la llamada Guerra de las Comunidades. En el transcurso del conflicto habría vencedores y vencidos. Los primeros fueron compensados con mercedes por los servicios prestados. Los segundos castigados de diferentes formas por haberse levantado contra las políticas de Carlos V. Se seguía un protocolo que arrancaba desde la Edad Media.

En cuanto a los perdedores, algunos pagaron con su vida y con la confiscación de sus bienes el haber estado en el bando comunero. Es el caso del propio Juan Bravo y del menos conocido Juan de Solier, regidor de Segovia y procurador comunero en la Junta de Tordesillas. Era tío de Gonzalo de Tordesillas, que intercedió por él para que fuera liberado en primera instancia, y por lo tanto también perteneciente a la comunidad conversa segoviana. Al final, fue apresado y ejecutado en agosto de 1522 en Medina del Campo, junto a otros procuradores, al revisarse las sentencias previamente acordadas por los regentes. La viuda de Juan Bravo, María Coronel, pleiteó por recuperar los bienes confiscados a su marido, centrándose en los que le correspondían por su dote.

Juan Bravo
Cuéllar y Villalar

 En Segovia solo la capital y Sepúlveda se adhirieron al movimiento comunero. La fidelidad a la corona que manifestó desde el principio el señor de Cuéllar, Francisco Fernández de la Cueva, II duque de Alburquerque, condicionó que sus vasallos pudieran tomar otra opción. Al duque le espantaba que triunfaran los comuneros, porque las ideas de estos diferían por completo de las suyas. Los hijos del duque, don Beltrán y su hermano don Luis, tomaron parte activa en la lucha, hallándose ambos en la toma de Tordesillas, donde don Luis fue herido de una pedrada. Pero estos servicios se prestaban pensando en las mercedes que se solicitarían posteriormente como pago de los mismos. 

Batalla de Villalar
Cuando Padilla decidió abandonar Torrelobatón y retirarse hacia posiciones más seguras en Toro, los jefes de los imperiales fueron en su búsqueda. Esta persecución y acoso se resolvió en las inmediaciones de Villalar cuando la caballería realista abordó a un ejército comunero poco dispuesto al combate. En Villalar hubo miedo, avivado por la lluvia que dejó el campo embarrado. La lucha se decidió rápidamente en favor de los realistas ante la escasa resistencia de unos rivales desmoralizados, cayendo prisionero el grueso del ejército rebelde y los cabecillas comuneros. Batalla de Villalar propiamente dicha no hubo, dado que los comuneros optaron por la fuga apenas los acometió la caballería de los imperiales, que no sufrió una sola baja entre sus filas. Salvo Juan de Padilla, con dos escuderos que le acompañaban, y Juan Bravo, que se esforzó por hacer intervenir la artillería desde el caserío de Villalar, no consta que ningún otro comunero pelease en aquella jornada. El primero fue hecho prisionero por don Alonso de la Cueva, de la casa de Alburquerque, después de que el capitán toledano hubiera derribado de su caballo a don Pedro de Bazán. Juan Bravo fue hecho prisionero por el cuellarano Alonso Ruíz de Herrera, hombre de a caballo de la capitanía de don Diego de Castilla. En Villalar no se hizo prisionero a ninguno de los soldados rasos, sino que una vez apresados se les hizo entregar las armas y pudieron irse libremente. Sin embargo, Padilla, Bravo y Maldonado serían ajusticiados al día siguiente. 

Alonso Ruiz de Herrera 

El mismo año de Villalar, Ruiz de Herrera siguió en campaña con los ejércitos castellanos que subieron al encuentro de los franceses que, aprovechando la coyuntura de guerra en Castilla, invadieron Navarra. En el encuentro de Noáin, en las proximidades de Pamplona, el cuellarano volvió a realizar una acción singular en el campo de batalla, arrebatando el estandarte del general francés, André de Foix, al que también hirió. Pero como el Señor de Lasparre, el general, acabara en manos de don Francés de Beaumont, fue este quien quiso usurpar el mérito de su captura al de Cuéllar. 

Ruiz de Herrera tuvo que formar por ello una extensa probanza ante notario para las cosas que le convenían. Consiguió que se le reconocieran sus méritos y que se le otorgaran cien mil maravedíes como recompensa por la captura de Juan Bravo en Villalar y por haber arrebatado el pendón de los franceses. Por este testimonio notarial se saben algunos detalles de cómo Alonso Ruiz se apoderó de Juan Bravo, a quien desmontó de su caballo y le hizo subirse al del propio cuellarano que estaba herido. Después lo condujo ante el almirante de Castilla que le ordenó que lo presentara al capitán de la guarda. 


Arrebatar una bandera al enemigo en combate fue siempre objetivo muy codiciado por su dificultad y por su gran valor moral. Por eso Alonso Ruiz de Herrera solicitó y obtuvo merced de Carlos V para ponerla de orla en su escudo de armas: un estandarte blanco con una santa Elena, con una cruz dorada en su mano y un león dorado de ambas partes con follajes y una letra que dice «FIN AVRA». 

Para terminar, Balbino Velasco, el gran historiador contemporáneo de Cuéllar, tocó todos los palos en su historia sobre la villa segoviana. Así, al explicar el significado de la expresión 'Adelantarse como los de Cuéllar', se inclina, sin rubor, por atribuirle un sentido peyorativo a este dicho, y no digo yo que no lo tenga. Sin embargo, las acciones de Alonso Ruiz de Herrera en Villalar y en Navarra aportan el contrapunto de la valentía y de dar ese paso al frente en los momentos de dificultad. Aunque fuera por una recompensa.


https://www.elnortedecastilla.es/segovia/cuellarano-apreso-juan-20180423105020-nt.html

ANEXO DOCUMENTAL

UN EPISODIO DE VILLALAR: LA PRISIÓN DE JUAN BRAVO

En una información hecha en Segovia á 11 de Mayo de 1521 «ante el muy noble licenciado Juan Ortiz de Zárate, del Consejo de SS. MM. e alcalde en la su casa y corte, y en presencia de mí Diego de Horbanega, escribano, declaró Alonso Ruiz que el día de la batalla que fue cabe Villalar, quando fue desbaratado Padilla y la gente de la comunidat, puede haber cerca de tres semanas, yo el dicho iba hombre de armas, en servicio de sus magestades, en un caballo blanco, en la dicha capitanía de Don Diego de Castilla, e peleando delante de la bandera de la dicha capitanía prendí al dicho Juan Bravo, y preso le entregué al Señor Almirante en la dicha batalla, y a tiempo que se le entregué su Señoría del dicho Señor Almirante dixo e prometió que me daría por el dicho preso muy buen rescate, y me mandó entregarle al capitán de la guarda de sus magestades, y así yo lo entregué xltem que al tiempo y sazón quando yo prendí al dicho Juan Bravo, en la dicha batalla, me hirieron el dicho caballo blanco, y de que le vi herido, apeeme e fize subir en él al dicho Juan Bravo, e luego delante del dicho capitán de la guarda, al tiempo que ansí le entregaba preso al dicho Juan Bravo, se cayó muerto el dicho mi caballo blanco, e que al tiempo que ansí le tenia preso al dicho Juan Bravo, él mismo dijo que yo le había prendido e no otro alguno e era mi prisionero». El alcalde recibió juramento a los testigos que presentó Alonso Ruiz para probar dicho extremos en debida forma. El primero de ellos, Hernando Ruiz de Salas, alférez de la compañía de don Diego de Castilla, dijo: «que vio el dicho día al dicho Alonso Ruiz que iba en un caballo blanco que él tenia, en la dicha compañía, e le vio ir delante de este testigo, que llevaba la bandera, e vio que el primero que llegó al dicho Juan Bravo en el dicho desbarate fue el dicho Alonso Ruiz, e se abrazó con el dicho Juan Bravo después de averle dado ciertos golpes con una porra que llevaba, y después que el dicho Juan Bravo estaba rendido al dicho Alonso Ruiz, llegó este testigo por favorecer al dicho Alonso Ruiz, porque otros hombres de armas que avian llegado después, se lo querían matar, e vio que el dicho Juan Bravo dijo a los dichos hombres de armas que llegaron después: señores, no me matéis que ya yo estoy rendido á este caballero; y decíalo por el dicho Alonso Ruiz; e después de esto llegó Don Francisco de Biamonte (Francés de Baumont) diciendo que él quería parte de aquel prisionero, y este testigo tenía por la mano al dicho Juan Bravo, e dijo al dicho Don Francisco que no tenia razón de pedir parte del prisionero, que era del dicho Alonso Ruiz, e ansí este testigo le entregó al dicho Alonso Ruiz e le dijo que se apartase con él á una parte donde no se lo matasen, e ansí se salió el dicho Alonso Ruiz con él fuera de donde él estaba.

«Bernaldino de Bajera, hombre de armas, dijo: que dicho día andando este testigo en el dicho desbarato, topó con el dicho Alonso Ruiz que tenia preso al dicho Juan Bravo, e le rogó que se quedase con él hasta ponerlo en cobro, y el dicho Alonso Ruiz quitó al dicho Juan Bravo un sayón de terciopelo negro e un coselete, e le dijo que se apease de su caballo, e le hizo cabalgar en un caballo blanco en que el dicho Alonso Ruiz iba, y entonces le dijo el dicho Juan Bravo: caballero, más holgara venir en un caballo de dos ó tres que mis pajes llevaban , que no en este que no vale nada, por[que] en uno de ellos fuerades bien encabalgado; y así el dicho Alonso Ruiz y este testigo llevaron al dicho Juan Bravo fuera de la gente e toparon al Señor Almirante, y el dicho Alonso Ruiz le dijo: Señor, e aquí Juan Bravo que traigo preso; y el Señor almirante dijo: ¿quién le prendió? y el dicho Alonso Ruiz dijo que él, y el dicho Juan Bravo le iba hablar; el Señor almirante le dijo que no hablase; que él le prometía de quemarle en Torre de Lobaton como él abia hecho á su fortaleza, y dijo al dicho Alonso Ruiz: hidalgo, entregaldo al capitán de la guarda, que yo prometo de os dar por él buen rescate; e así lo entregó el dicho Alonso Ruiz al dicho capitán.»

(Archivo general de Simancas. Descargos del Emperador Carlos V, leg. 48, fol. 24, documento original.)

Y no fue la prisión de Juan Bravo el único hecho notable de este Alonso Ruiz, pues fue también quien en la batalla contra los franceses en Navarra cogió el estandarte á M. Gasparros, Capitán General del ejército de Francia, vencido en dicha batalla, según consta por cédula del Condestable de Castilla dada en Valladolid á 20 de Enero de 1523. Era, pues, Alonso Ruiz hombre de armas y de corazón: fue natural de Cuéllar, y estuvo casado dos veces, dejando numerosa descendencia.

Por la copia: LUIS PÉREZ RUBÍN.

Pérez Rubín, L., «Un episodio de Villalar. La prisión de Juan Bravo». Revista de Archivos, bibliotecas y museos. N.º 4 y 5 (abril y mayo de 1902), pp. 385-6.  

Palabras clave. Guerra de las Comunidades. Captura de Juan Bravo. Alonso Ruíz de Herrera. Noaín. Cuéllar en la Guerra de las Comunidades. Rodrigo de Tordesillas.


sábado, 20 de enero de 2024

EL REGIMIENTO PROVINCIAL DE SEGOVIA: TRES VECES PRISIONERO EN FRANCIA.

El Regimiento Provincial de Segovia fue una unidad de infantería creada en el año 1766 durante el reinado de Carlos III. Estuvo integrado enteramente por soldados reclutados por sorteo en los pueblos de la provincia, en proporción a los habitantes de cada uno. Hubo 43 regimientos que surgieron en todo el reino como cuerpos militares de reserva y fueron pensados por la necesidad de contar con una fuerza para la defensa del territorio a un coste muy económico. Porque serían los pueblos los que aportarían el personal y vestuario y el Estado el armamento. En tiempo de paz los soldados permanecían en su casa y solo se reunía la unidad en la capital durante algunos días al trimestre en la llamada Asamblea, convocatoria de formación e instrucción, con alguna que otra práctica de tiro. Mientras el resto del tiempo sólo mantenía activas su plana mayor y sus compañías de preferencia (las de granaderos y cazadores), que a su vez también tomaron parte en diversas campañas. Algunos concejos, como el de Sanchonuño, destinaban unas dietas en metálico a los dos milicianos del pueblo cuando estos acudían a las convocatorias de Segovia.

El Regimiento se componía de un solo batallón de 720 hombres efectivos, repartidos en siete compañías de las cuales dos eran de soldados elegidos, las citadas de granaderos y de cazadores. La elección de sus oficiales se realizaba por parte de las jurisdicciones locales de entre la pequeña nobleza, sin que fuera preciso que contaran con experiencia militar previa. Es por esto que sería su primer coronel don Manuel de Campuzano Peralta y Arias Dávila, conde de Mansilla. Desde 1783 pasó a ser coronel del Regimiento Luis de Contreras Girón y de Peralta, Marqués de Lozoya. El sargento mayor, empleo hoy desaparecido entre el comandante y el teniente coronel, era el responsable de la instrucción y disciplina de la unidad.

El uniforme del Provincial de Segovia durante todo el siglo XVIII consistió en una casaca o chupa blanca con las bocamangas rojas, polainas en los pantalones blancos y tricornio. Su bandera la de los colores de la casa Borbón y en los extremos el escudo de la ciudad.

Si en un primer momento se pensó en estas milicias para defensa urgente del territorio nacional, la ausencia del ejército regular, caro de mantener y alejado de España en sus campañas militares, hizo que se emplearan estas fuerzas en diversos conflictos. Así, pronto veremos al Provincial de Segovia en la campaña contra la Convención francesa o Guerra del Rosellón, en la invasión de Portugal, Guerra de la Naranjas en 1801, y en la Guerra de la Independencia.

GUERRA CONTRA LA FRANCIA REVOLUCIONARIA.

 
La alarma en las monarquías europeas saltó cuando la cabeza de Luis XVI rodó en la guillotina revolucionaria francesa en enero de 1793. Ese fue el desencadenante de la guerra contra la Convención. El sentimiento de indignación contra Francia fue tan unánime en España, que provocó uno de esos movimientos colectivos, raros en la Historia, que hacen vibrar a todo un pueblo movido por un ideal común. Ni la guerra de la Independencia gozó de una tan unánime popularidad. Prelados y párrocos predicaban desde el púlpito esta nueva cruzada.

Por eso, la noticia de que el Regimiento Provincial de Segovia, compuesto por naturales de la provincia, estaba destinado a hacer la campaña, alegró a los segovianos de tomar parte en el conflicto. La declaración de guerra fue acogida con entusiasmo, y así, e1 obispo, que lo era don Alonso Marcos de Llanes, el Cabildo y muchos particulares, ofrecieron donativos para la guerra, tan cuantiosos algunos como el del Marqués de Quintanar, que entregó crecidas cantidades, o el del Marqués del Arco, que armó a su costa un grupo de soldados. D. Juan Bodega, vecino de Turégano, gratificó con 400 reales a los cuatro milicianos de su pueblo y ofreció mantener a dos más por dos años a su costa. Donativos humildes otros, como el de don Bartolomé Peral, maestro de Riaza, el cual ofreció toda su asignación anual: tres fanegas de trigo, tres de cebada y 160 reales.

En Cuéllar, Pedro de Alcántara y Burgos fue comisionado por el Ayuntamiento para conducir 21 voluntarios para servir en el ejército, que junto a otros 22 de la jurisdicción de Segovia, los entregó al gobernador militar de la Corte. Las gratificaciones hechas a los alistados de Cuéllar ascendían a 12.000 reales en efectivo. Habían intervenido en su recluta el Ayuntamiento, pero sobre todo el alcalde mayor del duque de Alburquerque, el cabildo eclesiástico, el patronato de la Magdalena y particulares. Todo ello a pesar de hallarse el pueblo muy decaído por las tormentas sufridas en la Tierra ese año. Pedro de Alcántara, que era su nombre de pila, había ofrecido también a uno de sus hijos como recluta para esta guerra contra los franceses; lo sustraía así de la justicia, pues estaba acusado de haber maltratado y causado la muerte a una hija de Laureano López, vecino de Vallelado. El entonces marqués de Cuéllar, con grado de teniente coronel, se hallaba también sirviendo en el frente de Navarra como ayudante de campo, nos referimos a José María de la Cueva y de la Cerda.

Los Pirineos serían el frente natural en este conflicto y España emplazó allí tres ejércitos. El de Cataluña, al mando del general Ricardos, fue el más numeroso con 40.000 hombres porque sería en la zona oriental, en el Rosellón, donde iba a desarrollarse la parte más importante de la contienda. La guerra empezó bien por los éxitos conseguidos por Ricardos, hasta el punto de que en las parroquias de la diócesis de Segovia se mandaron misas de acción de gracias por la buena suerte de nuestros soldados. El frente occidental, el de Navarra, con la mitad de efectivos militares que el ejército de Cataluña , se esperaba que fuera un teatro secundario en las hostilidades. Allí habían sido destinados los más de los Regimientos provinciales: los de Segovia, Logroño, Ávila, Plasencia, Sigüenza, Soria, Burgos, Toledo y León. 

Sería en el frente navarro donde el Provincial de Segovia tendría su bautismo de fuego al mando del Marqués de Lozoya, que era su coronel, y cumplió sobradamente con lo que se podía esperar de esos soldados. La misión del ejército en Navarra era la de contener al enemigo, sin renunciar a llevar a cabo alguna ofensiva que distrajese por aquellos lados sus fuerzas cuando fuera necesario. El regimiento provincial segoviano se vio envuelto en la mayor parte de las operaciones que configuraron la guerra, llegando incluso a tomar parte en operaciones de destacado nivel ofensivo. Es por ello que empezaron a llegar las primeras noticias de bajas del Provincial a Segovia, como la del miliciano de Cantalejo Bernabé Sanz, que dejaba viuda joven en su lugar de nacimiento, a la que había dejado como heredera universal.

Los historiadores poco o nada se han ocupado da la campaña de Navarra. Sin embargo, no faltaron en ella hechos gloriosos de valentía en los primeros meses, y de tenaz defensa en las últimas y desdichadas fases de la guerra. Para el caso del Provincial segoviano contamos con la correspondencia de la mujer del coronel, Doña Juana María de Escobar y de Silva, convirtiéndose sin querer en corresponsal de guerra. Las cartas de la marquesa , que siguió en su coche de mulas al regimiento que mandaba su marido y del cual era oficial su hijo, son preciosos documentos para seguir las vicisitudes de la guerra en el Pirineo navarro.

Ruinas de la fábrica de armas de Eugui en el curso alto del río Árga.

En 1794 el curso de los acontecimientos cambió, motivado por el decreto en Francia del reclutamiento general para la constitución de un ejército nacional y la determinación de invadir la frontera de Navarra por lo que la actividad se incrementó en este sector. El general Ventura Caro mandó a los segovianos al puerto de Ibañeta, en Roncesvalles, en donde desde junio de dicho año los franceses llevaron la iniciativa. El ejército francés ocupó Baztán y las Cinco Villas. A lo que siguió la destrucción de las fábricas de armas de Eugui y Orbaiceta, la primera de las cuales ya nunca volvería a ser reconstruida. En la defensa de Eugui, objetivo estratégico por ser fábrica de armas y municiones, estuvo también el Provincial de Segovia rechazando el ataque de fuerzas muy superiores hasta su rendición. Hubo más de 200 bajas en estas operaciones, de alguna de las cuales da cuenta la mujer del Marqués de Lozoya, como la de un soldado de Aldea Real.

El segoviano Tomás Rodrigo, sargento del Provincial, había sido herido ya a principios de la guerra y estuvo en la heroica defensa de la fábrica de Eugui, donde fue hecho prisionero y llevado a Francia junto con otros oficiales y muchos soldados del Regimiento. Sería la primera vez en su historia que la unidad segoviana era conducida como cautiva a territorio francés. Se fugó de este presidio el sargento Rodrigo y dio a su vuelta cuenta del buen estado de los prisioneros segovianos, a los que los franceses tenían en consideración por el heroísmo demostrado en la defensa de la fábrica de armas. Asegurando el sargento que no tenían el mismo trato con los prisioneros de Figueras, la belle inutile, cuyo baluarte defendido por 9000 hombres había capitulado ante el francés sin disparar un solo tiro; a estos los miraban con desprecio, sin embargo que los pobres muchos eran inocentes.

La Paz de Basilea puso fin al conflicto y como quiera que el resto de países europeos ya habían firmado por su cuenta con Francia, y por el desgaste propio de la guerra, París y Madrid hicieron lo propio renunciando por la misma los franceses a los territorios ocupados. Sólo reclamaron la parte occidental de la isla de Santo Domingo, Haití.

En septiembre de 1795 el Provincial de Segovia partía desde tierras navarras de vuelta a casa. Así lo relata Doña Juana, la mujer del coronel: Gracias a Dios he visto salir el regimiento hoy martes 15 muy lucido, llevando las compañías de granaderos y todo él con una gente hermosa, habiendo salido Luis delante a caballo, y los demás oficiales donde les correspondía, hasta que todos tomaron sus caballerías, y marcharon muy contentos.

EL PROVINCIAL DE SEGOVIA EN LA FRANCESADA: DEFENSA DE CIUDAD RODRIGO.

Ciudad Rodrigo
Por el Tratado de de Fontainebleau en 1807, España y Francia, ahora aliados, daban vía libre a la invasión de Portugal. Ésta se realizó por un ejército combinado hispano-francés que a finales de dicho año ocupó Lisboa. Para esta operación fueron movilizadas las dos compañías de élite del Provincial de Segovia, granaderos y cazadores. El grueso de la unidad, con su coronel el Marqués de Quintanar, fue enviada a La Coruña como guarnición para vigilar las costas. Allí seguía en mayo de 1808 cuando se inició el levantamiento contra los franceses. El coronel se unió con su Regimiento a las fuerzas del marqués de La Romana, participando en las operaciones en la retirada desde Burgos a Galicia, combatiendo luego en El Bierzo y Salamanca, y sobre todo en la sitiada plaza de Cuidad Rodrigo, entre febrero y julio de 1810.

El general Pérez de Herrasti
El general Pérez de Herrasti dirigió la defensa de dicha plaza salmantina durante el sitio realizado por tropas francesas que comandada el mariscal Ney. Estas tropas galas estaban compuestas por 65.000 miembros, mientras la guarnición defensora de la ciudad eran 5500 españoles. Para entonces quedaban sólo 311 hombres del Provincial de Segovia, que aún así estuvo cubriendo el espolón llamado de Santiago en el baluarte salmantino, bajo el mando de su coronel, su teniente coronel Francisco Mendiri y su sargento mayor Fernando Mateos, con el mayor celo y vigilancia. Según el informe que redactó Herrasti todos sus oficiales y tropa desempeñaron su deber en las ocasiones que se ofrecieron con el honor correspondiente. Tuvo el Provincial de Segovia durante el sitio 9 bajas y 43 heridos, todos ellos de tropa salvo un oficial. Cuando al final la plaza capituló, las tropas que la habían defendido fueron enviadas a un penoso cautiverio en tierras de Francia. Segunda vez que nuestro Provincial pasaba por este trance. Se cita el depósito de Macon (Franco Condado) como uno de los lugares donde estuvieron presas las tropas después de la capitulación de Ciudad Rodrigo.

Manuela Troncoso
Otro centro de internamiento de presos fue Charleville, en las Árdenas, donde recaló la gallega Manuela Troncoso, mujer que se alistó voluntariamente en el Provincial de Segovia, donde servían su marido Fernando Miravalles como sargento y su hijo de diez años, fruto de su primer matrimonio, como tambor. Participó Manuela Troncoso uniformada como soldado en la defensa de Ciudad Rodrigo y se hizo merecedora de los consiguientes reconocimientos. Aparecen documentados junto a este matrimonio en Francia otros soldados segovianos como Juan Palomino, de la capital, o Santiago Esteban, de Navas de Oro. Los segovianos recuperaron su libertad en 1814, tras la abdicación de Napoleón.

Por el valor demostrado en Ciudad Rodrigo, hubo ascensos entre los oficiales y medallas también para soldados del Provincial de Segovia. Fernando Mateos, Fernando Valdés, Juan Soldado y Juan Pío Quijano, sargento mayor y capitanes del Regimiento Provincial de Segovia, fueron ascendidos al grado de teniente coronel. Francisco Javier Mendiri a coronel y el coronel a brigadier. Francisco Herranz, Ángel Díaz y Vicente Torices, soldados del Provincial, recibieron la cruz pendiente con una cinta morada, que tenía grabado por un lado las armas de Castilla, y en el reverso un letrero que decía: Valor acreditado en Ciudad Rodrigo.

El advenimiento del Trienio Liberal en 1820 determinó que el primer alcalde constitucional de Segovia fuera Fernando Mateos, coronel de los ejércitos nacionales y sargento mayor del Provincial de la ciudad. Todo un desconocido de la historia local, salvo por su hoja de servicios en el ejército de la que hemos dado aquí algún retazo. Cuando los cien mil hijos de San Luis irrumpieron en España para volver a reponer al rey felón Fernando VII con todos sus poderes en el trono, el Provincial de Segovia estaba de guarnición en la ciudadela de Pamplona. Allí capituló, con el resto de los defensores, después de un prolongado asedio en septiembre de 1823. Para evitar represalias de los absolutistas navarros, los franceses determinaron trasladar como prisioneros a las tropas de la ciudadela a su país. Sería ésta la tercera vez documentada en que el Regimiento Provincial de Segovia estuvo cautivo en Francia en un corto periodo de treinta años.