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sábado, 20 de abril de 2019

HISTORIAS DE MUJERES TRABAJADORAS


La Historia toca de forma transversal al sexo femenino, algo que si ya es notorio con las mujeres importantes, en el caso de las del pueblo llano es clara marginación. Por esto, hemos recogido algunos datos que nos hemos ido encontrando en diferentes medios y fuentes y si bien el resultado no es muy granado, queremos presentar algunos ejemplos de mujeres trabajadoras para aportar nuestro grano de arena a enmendar tanto olvido. Trabajadora es un epíteto para la mujer, es decir, por el hecho de serlo ya se le supone o lo lleva implícito, salvo honrosas excepciones, que de todo habrá. La fortaleza del otrora llamado sexo débil no se pone en duda, que si hombres y mujeres tuviéramos que parir por turnos, otro habría sido el devenir de la historia y de la demografía.

Fuera del hogar, el servicio doméstico ha sido tradicionalmente una de las actividades que ha recibido gran número de las mujeres trabajadoras a sueldo. No sé si servirá de ejemplo para los casos de las demás criadas el de Juana Velázquez de la Torre, que fue contratada por la reina Isabel la Católica para que fuera ama del malogrado príncipe heredero Juan, fallecido en 1497. Yo la tengo por cuellarana, como a otros que entraron en la órbita de los reyes llamados por su pariente Juan Velázquez de Cuéllar, para entrar al servicio en la corte. La triste ama, manifiesta en su testamento el gran dolor que sintió con la muerte del príncipe.

Nombrada igual que la anterior, Juana Velázquez fue viuda y estanquera para Cuéllar, Íscar y Fuentidueña del monopolio del solimán y azogue, documentada a finales del siglo XVI. El  monopolio de estos productos, obtenidos a partir del cinabrio, estaba justificado en base a su uso en las minas de oro y plata, principalmente en las colonias americanas. A Cuéllar llegaba el azogue no para estos menesteres, sino para ser aplicado en el curtido de pieles en sus tenerías, por sus cualidades corrosivas. Doña Juana era beneficiaria de este estanco en Cuéllar y tenía en este negocio su forma de ganarse la vida. Tal vez se tuvo en cuenta su viudedad para otorgárselo a ella.

Del trabajo de las esclavas habría mucho que decir, porque era más habitual de lo que nos podemos imaginar que las familias pudientes tuvieran servicio de esta naturaleza en la Castilla de Cervantes. En 1565 bautizaron en Cuéllar a María, esclava india propiedad de Diego de Hinestrosa, hijo de Dña. Isabel de Zuazo, la de las bulas de San Esteban, y heredero de su mayorazgo. Fue su madrina Dña. Catalina de Quesada, su ama y mujer de D. Diego. La esclavitud, como institución vigente en España y sus colonias hasta finales del siglo XIX, se ha soslayado en los estudios como una lacra de nuestra historia. Si traemos aquí que en España hubo esclavitud, muchos no daremos crédito o pondremos objeciones, pero la realidad es que la hubo y el esclavo fue un elemento normal de nuestra sociedad.

Llamativa nos ha resultado la historia de Catalina López, tratante de gallinería en Madrid. Este oficio comercial aparece como paradigma de oficio femenino desde principios del siglo XVII. No solo suministraban gallinas y pollos, los más consumidos por las clases populares, sino también huevos, conejos y todo tipo de volatería (faisanes, perdices, codornices, pichones...), destinada a las clases privilegiadas. Poseían cabalgaduras propias, debidamente registradas, y salían con ellas a comprar el género a las zonas rurales. En caso de necesidad, nombraban persona de confianza que les sustituyera en ese cometido. Gallinas, paja y cebada eran parte del impuesto de alcabalas que en la Tierra de Cuéllar se le pagaban al duque de Alburquerque en especie. Así, en 1651 dicha Catalina López se quedó con el lote de las gallinas del partido, que ascendía a 2.300 aves, valoradas a dos reales y medio cada una, lo que hacían un montante de 6.000 reales.
Llama la atención en la documentación que Felipe García autorice a su mujer Catalina López, para que esta le dé a él mismo el poder para ir a recaudar en Cuéllar las gallinas de las alcabalas del duque. Solo figuran las aves que tenían que pagar las aldeas, no las de la villa, y le sirven al historiador, en un siglo desierto de censos de población, para hacerse una idea de la misma, ya que cada vecino le pagaba una gallina al señor.

En relación a esta actividad, asistimos por estos años a una denuncia de intrusismo en la profesión, como un primer Cabify en la Corte. Serían dos mujeres, María de Paz y Ana López, las que en representación del colectivo de tratantes informaran a las autoridades de la presencia de mujeres chalanas que, sin tener cabalgaduras propias, vendían pollos y huevos por distintos puntos de la ciudad. La repetición de apellidos en los censos de tratantes hacen pensar que esta actividad femenina se articulaba a través de redes familiares. Entre las gallineras de 1700 destaca María Martínez de Coca, con una reata de 10 machos para la realización de su labor, esto nos pone sobre la pista de que algunas de estas mujeres fueran además segovianas.


Al margen de estos ejemplos con nombres propios, en relación al trabajo y oficios que desempeñaron las mujeres, tendríamos que referirnos a toda esa legión de mujeres anónimas que no sale en los papeles. El servicio doméstico y la lavandería constituyen el mayor nicho de empleo de la mujer trabajadora en la España tradicional. Las lavanderas eran en las ciudades un ejército laboral invisible e infravalorado, la mayoría de ellas viudas. Después de ellas venían las actividades relacionadas con el abastecimiento y distribución de alimentos donde se empleaban un buen grupo de mujeres. El abasto ponía en relación la economía de la ciudad con la de las zonas rurales y, con ese suministro, los oficios de procesamiento de alimentos y la restauración. Este sigue siendo hoy en día un sector estratégico para el desenvolvimiento de la economía rural y para la fijación de población en los pueblos, y el ejemplo de lo que decimos lo hallamos en el norte de la provincia.
Mujeres picando la raíz de la achicoria en un secadero de Sanchonuño hacia 1960. (Geni Maroto)


“La mujer de El Carracillo se echa la tierra al hombro”, oímos decir no hace mucho a una mujer de edad en Cantimpalos. Como si esas mujeres fueran el paradigma y ejemplo de la mujer trabajadora segoviana. Y mirando a lo que nos resulta más próximo no le falta razón, pues a las tareas del hogar siempre estaban dispuestas a complementar con su trabajo el de maridos y padres: escardar, espigar, trillar, aventar o coger miera, según los casos. Geni Maroto, hija y nieta de resineros, ha recopilado un interesante archivo de fotografías antiguas que reflejan esos trabajos antes de la mecanización del campo. Se incluyen fotos en las campañas en Francia o Suiza, como prueba de que no solo se iban los hombres en los sesenta y setenta. De estos fondos salió también la imagen de su abuelo resinando, plasmada ahora en un monumental grafiti en la plaza se Sanchonuño, en reconocimiento a este oficio. Geni durante mucho tiempo salió de su pueblo y trabajó como gobernanta en un importante hotel de Menorca, regresando cada año al final de la campaña turística. En este tesoro de imágenes, nos quedamos con la que aquí presentamos: grupo de mujeres picando la achicoria, icono para el futuro museo de esta raíz proyectado en Sanchonuño. El hombre en el horno y la mujer picando. La imagen no refleja la dureza de este trabajo. El picado de la achicoria en rodajas antes de pasarla al secadero era realizado por mujeres, más habilidosas con el hocín que los hombres. Labor ingrata por el frío de inviernos más rigurosos y que solía hacerse al abrigo del techo de un colgadizo. Imagen precursora que enlaza con la de las trabajadoras que al día de hoy acuden a las fábricas hortofrutícolas.

El cultivo de la achicoria como sucedáneo del café en el siglo XX puso en valor unas tierras con unos rendimientos impensables hasta entonces, cuando se dedicaban al cultivo del cereal. Las tierras centeneras de la comarca tan apropiadas para este cultivo y los que vinieron después: la zanahoria, la remolacha, el puerro o la fresa. La achicoria relanzó la economía y retrasó el éxodo de familias hacia Madrid o el País Vasco. Con la mejoría en la economía familiar llegó también un acceso más igualitario de la mujer a la promoción y al estudio. De nuestros pueblos han salido en las dos últimas generaciones una importante legión de féminas que accedieron a la formación: maestras, enfermeras, veterinarias, economistas, médicas, periodistas, abogadas, fiscales, juezas… Aunque en estos casos el destino laboral de estas mujeres esté en la ciudad.

En reconocimiento de la labor de todas ellas, incluidas las que siguen enraizadas y trabajando en sus pueblos y las que por omisión no han salido en esta instantánea, vayan dedicadas estas líneas.

 

 

miércoles, 17 de abril de 2019

CRÓNICA BREVE DE LAS XI JORNADAS DE INVESTIGACIÓN HISTÓRICA DE CUÉLLAR.


Sorteando el caprichoso cambio de fechas que han sufrido las Jornadas de Investigación histórica (28 y 29 de marzo), para esta edición he podido estar presente en las mismas y esta es mi crónica de lo en ellas visto como asistente incómodo (para la organización). No será este el primer análisis crítico, porque ya le vino por adelantado a las Jornadas cuando el Colectivo feminista de Cuéllar 8 M reprochó a la organización su oportunismo por el tema elegido (Mujeres en la historia, mujeres de leyenda) y sobre todo por la escasa participación del género femenino en las ponencias, solo dos  del total.
Las Jornadas llevan marcada su propia fecha de caducidad por el carácter endogámico de las mismas desde sus inicios. Son siempre los mismos ponentes los que desfilan por la tribuna y algunos ya hasta sienten cierto rubor y lo verbalizan (otros no). En cifras, de las diez ponencias, siete fueron impartidas por profesores asiduos a las jornadas (todos del mundo del Derecho), más el invitado catalán, también jurista aunque no se indicaba en el programa.

El triunvirato formado por el autodenominado “comité científico” viene siendo fijo por decreto. El Sr. Hernanz, que además actuó como presidente, presentó las Jornadas como una “amalgama” de temas relacionados con personajes femeninos, de donde se deduce la superficialidad con la que se iba a abordar el asunto elegido (ahí cabía casi todo). Dejando claro que para nada se iba a tocar lo social y que no se hablaría de igualdad de género, ni habría comparaciones con los hombres. Dijo el presidente que se hablaría un “poquito” de la mujer de Cuéllar, salvándole este punto la oportuna participación de Carmen Gómez Sacristán, con su magnífica exposición sobre Alfonsa de la Torre, a la que conoce como nadie. Otro poquito Mauricio Herrero, al que se le encargó bucear en la Colección Diplomática de Cuéllar para rescatar a mujeres de la Villa, y más receptivo a mi intervención al final de su exposición que el propio presidente.

En su turno fijo, Javier Hernanz no arriesgó nada y no se salió de su zona de confort y nos habló de La mujer en Roma (¡), bastante cabe en la flexibilidad del tema. Al minuto cinco abandoné la sala. El segundo del triunvirato, Ricardo Mata, ponente vitalicio, delega este año en un joven colega del derecho penal que habló sobre Concepción Arenal, y al que se le percibía tenso desde mi rifirrafe con la mesa.

El segundo día de las Jornadas, el Dr. Martínez Llorente, reeditó su charla del verano pasado sobre las mujeres de Pedro I. Sorprendentemente, o sabedor de mi presencia en el auditorio, pasó de puntillas sobre el asunto de las bodas de Juana de Castro en Cuéllar, evitando así el debate y la polémica que en su día tuvimos. Ya no estaba seguro de casi nada y nada aportó sobre la Historia de Cuéllar, como se nos había vendido en la presentación. Me di por satisfecho y nada dije, porque creo que ha sabido leer el mensaje, que no es otro que no debe infravalorar al auditorio y hablar con esa ligereza y falta de rigor.

Ellos solos son la prueba de que en estas jornadas históricas no hay historiadores. Las organizan gentes del mundo del Derecho nostálgicos de no haberse dedicado a la Historia. Es en este desequilibrio, maquillado con la inclusión de algún historiador profesional, donde hallamos el otro fallo de las mismas y donde también van heridas. Colegas historiadores de la villa, que en su día fueron ponentes, ahora ni aparecen por las jornadas.

Asiduo desde los inicios sigue siendo Luis Velasco, catedrático de derecho mercantil que habló de la mujer comerciante, pero no nos trajo ningún ejemplo de una sola mujer “comercianta” cuellarana. Me atreví a documentársela yo mismo.

Ignacio Ruíz se lleva la palma de comparecencias en Cuéllar como profesor enlace con la Universidad Rey Juan Carlos; trató sobre un transexual en la España de Felipe II, que ya había expuesto el año pasado. Este profesor ya ha merecido, como otros ponentes, la medalla de las Jornadas, que es ser Alférez Mayor en la Feria Mudéjar de la villa, como colaborador necesario para el asunto sefardí en Cuéllar y que corresponde a su anfitrión, el Sr. Hernanz, llevándole a las Jornadas que organiza en su pueblo: Tarazona.


En los inicios de las jornadas, presenté un trabajo de 40 folios sobre cuellaranos en la conquista de América. Se me remitió acuse de recibo del mismo (que guardo para mi defensa), y nada más. Generosamente di a conocer en ese trabajo mis fuentes: la desconocida Historia de Cuéllar de D. Manuel de Rojas (1763). Enseguida, Ricardo Mata utilizó esta fuente para su libro sin decir por dónde le había llegado. No es plagio, pero sí mala praxis. La precipitada lectura de la historia de D. Melchor, y su falta de rigor y análisis crítico, le condujo a un  torrente de errores y contaminación de la historia de difícil solución. Nunca lo ha reconocido, o ni siquiera es capaz de saber en qué se ha equivocado.

Las Jornadas de Investigación histórica nacieron como un curso de verano que pretendía ambiciosamente “convertir a Cuéllar en núcleo central en el mundo de la investigación y de las universidades”. Por mi percepción y experiencia en ellas, pero sobre todo por la dinámica degenerativa de estos encuentros de juristas, no son sino un bolo que un grupo de colegas de la Historia del Derecho se organizan con el pretexto de hablar sobre un tema histórico.  Además se retroalimentan cuando son llevados por sus propios invitados a las jornadas que estos organizan. Mientras sigan financiadas con dinero público, tendré la entrada abierta.  El cambio de fechas a dos meses de las elecciones municipales, hace sospechar que sea por sacarle a las Jornadas un rédito político por parte del organizador (pero yo ni quito ni pongo rey, que he surgido de los pueblos).

La presencia de asistentes en la sala se garantiza con el acicate que ofrecen a sus propios alumnos de la Facultad de Derecho de Valladolid, que acuden para ganar ese crédito de formación, que solo tiene validez en su propia Universidad. La organización recela de que en los descansos el asistente molesto pueda interactuar con estos jóvenes por si le cuentan algo que aún no sepa.

Algo sí he aprendido de las Jornadas: si ellos como juristas pueden historiar, yo, como historiador, puedo fiscalizar.




 

J. Ramón Criado

PD: Para los que crean que solo hago crítica destructiva, quiero añadir que no por casualidad ha llegado al Ayuntamiento de Cuéllar la revista que edita la Junta de Cofradías de Medina de Rioseco.  En ella se recoge uno de mis últimos trabajos de investigación sobre la escuela cuellarana de escultura (Los Bolduque: entre Cuéllar y Medina de Rioseco). Como prueba de que mi trabajo callado y a veces silenciado también proyecta el nombre de Cuéllar más allá de los límites de la villa. Como ejemplo, además, de que la obra bien hecha siempre queda. No espero que verbalicen ningún reconocimiento, solo que no guarden esas revistas en un cajón.