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sábado, 20 de enero de 2024

EL REGIMIENTO PROVINCIAL DE SEGOVIA: TRES VECES PRISIONERO EN FRANCIA.

El Regimiento Provincial de Segovia fue una unidad de infantería creada en el año 1766 durante el reinado de Carlos III. Estuvo integrado enteramente por soldados reclutados por sorteo en los pueblos de la provincia, en proporción a los habitantes de cada uno. Hubo 43 regimientos que surgieron en todo el reino como cuerpos militares de reserva y fueron pensados por la necesidad de contar con una fuerza para la defensa del territorio a un coste muy económico. Porque serían los pueblos los que aportarían el personal y vestuario y el Estado el armamento. En tiempo de paz los soldados permanecían en su casa y solo se reunía la unidad en la capital durante algunos días al trimestre en la llamada Asamblea, convocatoria de formación e instrucción, con alguna que otra práctica de tiro. Mientras el resto del tiempo sólo mantenía activas su plana mayor y sus compañías de preferencia (las de granaderos y cazadores), que a su vez también tomaron parte en diversas campañas. Algunos concejos, como el de Sanchonuño, destinaban unas dietas en metálico a los dos milicianos del pueblo cuando estos acudían a las convocatorias de Segovia.

El Regimiento se componía de un solo batallón de 720 hombres efectivos, repartidos en siete compañías de las cuales dos eran de soldados elegidos, las citadas de granaderos y de cazadores. La elección de sus oficiales se realizaba por parte de las jurisdicciones locales de entre la pequeña nobleza, sin que fuera preciso que contaran con experiencia militar previa. Es por esto que sería su primer coronel don Manuel de Campuzano Peralta y Arias Dávila, conde de Mansilla. Desde 1783 pasó a ser coronel del Regimiento Luis de Contreras Girón y de Peralta, Marqués de Lozoya. El sargento mayor, empleo hoy desaparecido entre el comandante y el teniente coronel, era el responsable de la instrucción y disciplina de la unidad.

El uniforme del Provincial de Segovia durante todo el siglo XVIII consistió en una casaca o chupa blanca con las bocamangas rojas, polainas en los pantalones blancos y tricornio. Su bandera la de los colores de la casa Borbón y en los extremos el escudo de la ciudad.

Si en un primer momento se pensó en estas milicias para defensa urgente del territorio nacional, la ausencia del ejército regular, caro de mantener y alejado de España en sus campañas militares, hizo que se emplearan estas fuerzas en diversos conflictos. Así, pronto veremos al Provincial de Segovia en la campaña contra la Convención francesa o Guerra del Rosellón, en la invasión de Portugal, Guerra de la Naranjas en 1801, y en la Guerra de la Independencia.

GUERRA CONTRA LA FRANCIA REVOLUCIONARIA.

 
La alarma en las monarquías europeas saltó cuando la cabeza de Luis XVI rodó en la guillotina revolucionaria francesa en enero de 1793. Ese fue el desencadenante de la guerra contra la Convención. El sentimiento de indignación contra Francia fue tan unánime en España, que provocó uno de esos movimientos colectivos, raros en la Historia, que hacen vibrar a todo un pueblo movido por un ideal común. Ni la guerra de la Independencia gozó de una tan unánime popularidad. Prelados y párrocos predicaban desde el púlpito esta nueva cruzada.

Por eso, la noticia de que el Regimiento Provincial de Segovia, compuesto por naturales de la provincia, estaba destinado a hacer la campaña, alegró a los segovianos de tomar parte en el conflicto. La declaración de guerra fue acogida con entusiasmo, y así, e1 obispo, que lo era don Alonso Marcos de Llanes, el Cabildo y muchos particulares, ofrecieron donativos para la guerra, tan cuantiosos algunos como el del Marqués de Quintanar, que entregó crecidas cantidades, o el del Marqués del Arco, que armó a su costa un grupo de soldados. D. Juan Bodega, vecino de Turégano, gratificó con 400 reales a los cuatro milicianos de su pueblo y ofreció mantener a dos más por dos años a su costa. Donativos humildes otros, como el de don Bartolomé Peral, maestro de Riaza, el cual ofreció toda su asignación anual: tres fanegas de trigo, tres de cebada y 160 reales.

En Cuéllar, Pedro de Alcántara y Burgos fue comisionado por el Ayuntamiento para conducir 21 voluntarios para servir en el ejército, que junto a otros 22 de la jurisdicción de Segovia, los entregó al gobernador militar de la Corte. Las gratificaciones hechas a los alistados de Cuéllar ascendían a 12.000 reales en efectivo. Habían intervenido en su recluta el Ayuntamiento, pero sobre todo el alcalde mayor del duque de Alburquerque, el cabildo eclesiástico, el patronato de la Magdalena y particulares. Todo ello a pesar de hallarse el pueblo muy decaído por las tormentas sufridas en la Tierra ese año. Pedro de Alcántara, que era su nombre de pila, había ofrecido también a uno de sus hijos como recluta para esta guerra contra los franceses; lo sustraía así de la justicia, pues estaba acusado de haber maltratado y causado la muerte a una hija de Laureano López, vecino de Vallelado. El entonces marqués de Cuéllar, con grado de teniente coronel, se hallaba también sirviendo en el frente de Navarra como ayudante de campo, nos referimos a José María de la Cueva y de la Cerda.

Los Pirineos serían el frente natural en este conflicto y España emplazó allí tres ejércitos. El de Cataluña, al mando del general Ricardos, fue el más numeroso con 40.000 hombres porque sería en la zona oriental, en el Rosellón, donde iba a desarrollarse la parte más importante de la contienda. La guerra empezó bien por los éxitos conseguidos por Ricardos, hasta el punto de que en las parroquias de la diócesis de Segovia se mandaron misas de acción de gracias por la buena suerte de nuestros soldados. El frente occidental, el de Navarra, con la mitad de efectivos militares que el ejército de Cataluña , se esperaba que fuera un teatro secundario en las hostilidades. Allí habían sido destinados los más de los Regimientos provinciales: los de Segovia, Logroño, Ávila, Plasencia, Sigüenza, Soria, Burgos, Toledo y León. 

Sería en el frente navarro donde el Provincial de Segovia tendría su bautismo de fuego al mando del Marqués de Lozoya, que era su coronel, y cumplió sobradamente con lo que se podía esperar de esos soldados. La misión del ejército en Navarra era la de contener al enemigo, sin renunciar a llevar a cabo alguna ofensiva que distrajese por aquellos lados sus fuerzas cuando fuera necesario. El regimiento provincial segoviano se vio envuelto en la mayor parte de las operaciones que configuraron la guerra, llegando incluso a tomar parte en operaciones de destacado nivel ofensivo. Es por ello que empezaron a llegar las primeras noticias de bajas del Provincial a Segovia, como la del miliciano de Cantalejo Bernabé Sanz, que dejaba viuda joven en su lugar de nacimiento, a la que había dejado como heredera universal.

Los historiadores poco o nada se han ocupado da la campaña de Navarra. Sin embargo, no faltaron en ella hechos gloriosos de valentía en los primeros meses, y de tenaz defensa en las últimas y desdichadas fases de la guerra. Para el caso del Provincial segoviano contamos con la correspondencia de la mujer del coronel, Doña Juana María de Escobar y de Silva, convirtiéndose sin querer en corresponsal de guerra. Las cartas de la marquesa , que siguió en su coche de mulas al regimiento que mandaba su marido y del cual era oficial su hijo, son preciosos documentos para seguir las vicisitudes de la guerra en el Pirineo navarro.

Ruinas de la fábrica de armas de Eugui en el curso alto del río Árga.

En 1794 el curso de los acontecimientos cambió, motivado por el decreto en Francia del reclutamiento general para la constitución de un ejército nacional y la determinación de invadir la frontera de Navarra por lo que la actividad se incrementó en este sector. El general Ventura Caro mandó a los segovianos al puerto de Ibañeta, en Roncesvalles, en donde desde junio de dicho año los franceses llevaron la iniciativa. El ejército francés ocupó Baztán y las Cinco Villas. A lo que siguió la destrucción de las fábricas de armas de Eugui y Orbaiceta, la primera de las cuales ya nunca volvería a ser reconstruida. En la defensa de Eugui, objetivo estratégico por ser fábrica de armas y municiones, estuvo también el Provincial de Segovia rechazando el ataque de fuerzas muy superiores hasta su rendición. Hubo más de 200 bajas en estas operaciones, de alguna de las cuales da cuenta la mujer del Marqués de Lozoya, como la de un soldado de Aldea Real.

El segoviano Tomás Rodrigo, sargento del Provincial, había sido herido ya a principios de la guerra y estuvo en la heroica defensa de la fábrica de Eugui, donde fue hecho prisionero y llevado a Francia junto con otros oficiales y muchos soldados del Regimiento. Sería la primera vez en su historia que la unidad segoviana era conducida como cautiva a territorio francés. Se fugó de este presidio el sargento Rodrigo y dio a su vuelta cuenta del buen estado de los prisioneros segovianos, a los que los franceses tenían en consideración por el heroísmo demostrado en la defensa de la fábrica de armas. Asegurando el sargento que no tenían el mismo trato con los prisioneros de Figueras, la belle inutile, cuyo baluarte defendido por 9000 hombres había capitulado ante el francés sin disparar un solo tiro; a estos los miraban con desprecio, sin embargo que los pobres muchos eran inocentes.

La Paz de Basilea puso fin al conflicto y como quiera que el resto de países europeos ya habían firmado por su cuenta con Francia, y por el desgaste propio de la guerra, París y Madrid hicieron lo propio renunciando por la misma los franceses a los territorios ocupados. Sólo reclamaron la parte occidental de la isla de Santo Domingo, Haití.

En septiembre de 1795 el Provincial de Segovia partía desde tierras navarras de vuelta a casa. Así lo relata Doña Juana, la mujer del coronel: Gracias a Dios he visto salir el regimiento hoy martes 15 muy lucido, llevando las compañías de granaderos y todo él con una gente hermosa, habiendo salido Luis delante a caballo, y los demás oficiales donde les correspondía, hasta que todos tomaron sus caballerías, y marcharon muy contentos.

EL PROVINCIAL DE SEGOVIA EN LA FRANCESADA: DEFENSA DE CIUDAD RODRIGO.

Ciudad Rodrigo
Por el Tratado de de Fontainebleau en 1807, España y Francia, ahora aliados, daban vía libre a la invasión de Portugal. Ésta se realizó por un ejército combinado hispano-francés que a finales de dicho año ocupó Lisboa. Para esta operación fueron movilizadas las dos compañías de élite del Provincial de Segovia, granaderos y cazadores. El grueso de la unidad, con su coronel el Marqués de Quintanar, fue enviada a La Coruña como guarnición para vigilar las costas. Allí seguía en mayo de 1808 cuando se inició el levantamiento contra los franceses. El coronel se unió con su Regimiento a las fuerzas del marqués de La Romana, participando en las operaciones en la retirada desde Burgos a Galicia, combatiendo luego en El Bierzo y Salamanca, y sobre todo en la sitiada plaza de Cuidad Rodrigo, entre febrero y julio de 1810.

El general Pérez de Herrasti
El general Pérez de Herrasti dirigió la defensa de dicha plaza salmantina durante el sitio realizado por tropas francesas que comandada el mariscal Ney. Estas tropas galas estaban compuestas por 65.000 miembros, mientras la guarnición defensora de la ciudad eran 5500 españoles. Para entonces quedaban sólo 311 hombres del Provincial de Segovia, que aún así estuvo cubriendo el espolón llamado de Santiago en el baluarte salmantino, bajo el mando de su coronel, su teniente coronel Francisco Mendiri y su sargento mayor Fernando Mateos, con el mayor celo y vigilancia. Según el informe que redactó Herrasti todos sus oficiales y tropa desempeñaron su deber en las ocasiones que se ofrecieron con el honor correspondiente. Tuvo el Provincial de Segovia durante el sitio 9 bajas y 43 heridos, todos ellos de tropa salvo un oficial. Cuando al final la plaza capituló, las tropas que la habían defendido fueron enviadas a un penoso cautiverio en tierras de Francia. Segunda vez que nuestro Provincial pasaba por este trance. Se cita el depósito de Macon (Franco Condado) como uno de los lugares donde estuvieron presas las tropas después de la capitulación de Ciudad Rodrigo.

Manuela Troncoso
Otro centro de internamiento de presos fue Charleville, en las Árdenas, donde recaló la gallega Manuela Troncoso, mujer que se alistó voluntariamente en el Provincial de Segovia, donde servían su marido Fernando Miravalles como sargento y su hijo de diez años, fruto de su primer matrimonio, como tambor. Participó Manuela Troncoso uniformada como soldado en la defensa de Ciudad Rodrigo y se hizo merecedora de los consiguientes reconocimientos. Aparecen documentados junto a este matrimonio en Francia otros soldados segovianos como Juan Palomino, de la capital, o Santiago Esteban, de Navas de Oro. Los segovianos recuperaron su libertad en 1814, tras la abdicación de Napoleón.

Por el valor demostrado en Ciudad Rodrigo, hubo ascensos entre los oficiales y medallas también para soldados del Provincial de Segovia. Fernando Mateos, Fernando Valdés, Juan Soldado y Juan Pío Quijano, sargento mayor y capitanes del Regimiento Provincial de Segovia, fueron ascendidos al grado de teniente coronel. Francisco Javier Mendiri a coronel y el coronel a brigadier. Francisco Herranz, Ángel Díaz y Vicente Torices, soldados del Provincial, recibieron la cruz pendiente con una cinta morada, que tenía grabado por un lado las armas de Castilla, y en el reverso un letrero que decía: Valor acreditado en Ciudad Rodrigo.

El advenimiento del Trienio Liberal en 1820 determinó que el primer alcalde constitucional de Segovia fuera Fernando Mateos, coronel de los ejércitos nacionales y sargento mayor del Provincial de la ciudad. Todo un desconocido de la historia local, salvo por su hoja de servicios en el ejército de la que hemos dado aquí algún retazo. Cuando los cien mil hijos de San Luis irrumpieron en España para volver a reponer al rey felón Fernando VII con todos sus poderes en el trono, el Provincial de Segovia estaba de guarnición en la ciudadela de Pamplona. Allí capituló, con el resto de los defensores, después de un prolongado asedio en septiembre de 1823. Para evitar represalias de los absolutistas navarros, los franceses determinaron trasladar como prisioneros a las tropas de la ciudadela a su país. Sería ésta la tercera vez documentada en que el Regimiento Provincial de Segovia estuvo cautivo en Francia en un corto periodo de treinta años.

lunes, 18 de diciembre de 2023

LAS TABLAS FLAMENCAS DEL RETABLO DE CARBONERO EL MAYOR Y LA FAMILIA DEL SELLO.

En el patrimonio artístico de Carbonero el Mayor destaca su iglesia parroquial de San Juan Bautista y dentro del edifico, su joya, el impresionante retablo renacentista realizado a mediados del siglo XVI. Componen esta obra un total de veintiuna escenas pintadas en óleo sobre tabla catalogadas dentro de la pintura flamenca con influencia italiana. Su valor artístico es de primer orden y por ello fue declarada Bien de Interés Cultural con categoría de monumento. Enmarca la obra de pincel del retablo su soporte, o mazonería, con su propia iconografía en los relieves que la cubren y que suman a la calidad del conjunto. Se sigue sosteniendo en informaciones oficiosas que los autores fueron Baltasar Grande y Diego de Rosales, artistas del ámbito artístico abulense, ya que aparecen en la documentación parroquial percibiendo pagos por su participación en la obra. Sin embargo, la autoría de los citados pintores, en cuanto a la realización de las tablas, fue puesta en entredicho por Fernando Collar de Cáceres, especialista en el arte del Renacimiento castellano y sobre todo del de la provincia de Segovia. Desaparecido este historiador del Arte hace pocos años, pretendemos reivindicar los argumentos que expuso en el minucioso informe artístico que realizó sobre el retablo de Carbonero, cuando se abordó su restauración hace poco más de veinte años, donde propuso otra autoría para sus pinturas.

 

Vista de conjunto del retablo de Carbonero el Mayor.

Carbonero hace 500 años.

Las Averiguaciones de la Corona de Castilla (1525-1540) registra que Carbonero el Mayor era un lugar del sexmo de Cabezas, dentro de la Tierra y Ciudad de Segovia. Carbonero, que siempre tuvo esa categoría de lugar y nunca quiso aspirar a ser villa, era el núcleo más poblado de los veintidós que componían la demarcación. Contaba en el tiempo de las Averiguaciones con 224 vecinos pecheros que, junto a los hidalgos que no se computan en la información, nos permite estimar una población total ligeramente por encima de los mil habitantes. Le seguían en importancia Mozoncillo con 172 pecheros, Aldea Real con 157, Escalona con 142 y Cantimpalos con 78. El resto de lugares no alcanzaba los 50.

La economía de Carbonero, como en todo el sexmo, era básicamente agrícola en torno al cultivo de cereales, viñedo y algo de rubia, planta tintorera, aunque en tierras en su mayoría en régimen de arrendamiento, que suponían más del sesenta por ciento de las mismas. Este alto porcentaje de tierras arrendadas indica la propiedad de grandes terratenientes, la mayoría, como la familia del Sello para el caso de Carbonero, inversores de la capital. Se adquirieron propiedades agrarias convencidos los compradores de la seguridad y de la riqueza que esto les reportaría. El extraordinario crecimiento demográfico experimentado en el siglo XVI aumentó la demanda y elevó los precios de los productos agrícolas y, por lo tanto, la rentabilidad de las tierras de labor para los rentistas, como era el caso de la familia del Sello en Carbonero. El propietario burgués de la capital era novedoso para los campesinos y se suscitó en estos cierto resentimiento, sobre todo porque sabían su origen converso. Tampoco se puede afirmar que fueran inversores estrictamente absentistas, puesto que al tener sus propiedades en el entorno próximo a su ciudad de residencia, participaban en el control de sus haciendas y arrendamientos a través de la figura del mayordomo o administrador. Las rentas se cobraban en especie y los del Sello tenían en Carbonero, además de un palacio, sus paneras donde almacenaban los cereales. Acaparaban así importantes cantidades de grano que les permitía especular con sus excedentes en los años de escasez, aunque siempre se dijera que se vendía a la tasa. En el año 1542, Antonio del Sello denunció, véase la paradoja, a la mismísima Inquisición de Valladolid porque uno de sus inquisidores, el doctor Ruesga, le había dejado a deber poco más de catorce mil maravedíes por setenta fanegas de trigo y algunas de cebada, que le había puesto en su casa de la capital del Pisuerga desde Carbonero el Mayor.

Fue en este contexto de bonanza económica general del quinientos cuando el lugar de Carbonero abordó el encargo y realización de su retablo mayor, con su banco, cuatro cuerpos, cinco calles y veintiuna tablas. El contrato se firmó en 1548 con los citados Diego de Rosales y Baltasar Grande, pero el incuestionable carácter flamenco de las pinturas que vemos en la obra, que va más allá de una mera cuestión de influencias estilísticas, ha hecho pensar que los autores materiales de las pinturas fueran otros.


Un retablo hecho en Flandes a la manera de Flandes.

A la afirmación que encabeza este apartado llegó Collar de Cáceres después de su análisis estilístico de las tablas de Carbonero. Para demostrar su propuesta, parte de la comparación de las pinturas segovianas con las de Flores de Ávila, localidad abulense en el corazón de La Moraña; allí está confirmado que Diego de Rosales fue el autor de la pintura figurativa de las tablas del retablo mayor de su parroquia y, a la vez, muestra segura de su competencia creativa. El estilo de Rosales en esta obra debe mucho a la corriente castellana de filiación berruguetesca y carece de cualquier componente flamenco. Hasta un profano en la materia percibiría que nada tienen que ver las unas con las otras. Es un argumento irrefutable para poder descartar, de manera plena, la participación de Rosales en la pintura figurativa de las tablas de Carbonero. Rosales se habría reservado el papel de empresario e intermediario representando en Carbonero los “intereses de un artista ausente”, y realizando él labores de policromía. Baltasar Grande, sólo citado en cuentas de los primeros años de la obra, habría que relacionarlo con la intervención en la ejecución de la mazonería, paso previo al encargo de las tablas.

Martirio de Santa Águeda. Carbonero
Retablo de Flores de Avila. Diego de Rosales












Aún así, la información de la socorrida wikipedia, estática y poco permeable a aportaciones nuevas, sigue atribuyendo la autoría de las tablas segovianas a Rosales y Grande, sin ni siquiera barajar otra posibilidad.

¿Cómo explicar la conexión entre Carbonero y Flandes? Muchas pinturas flamencas llegaron a Segovia desde el cuatrocientos y continuarían haciéndolo en el quinientos. En su mayor parte adquiridas por mercaderes locales en las ferias castellanas o en el mismo Flandes. Las importantes relaciones comerciales entre Castilla y Flandes, desarrolladas a lo largo del siglo XV, con la apertura de consulados y la presencia de mercaderes en Brujas o Amberes, tuvieron mucho que ver con la considerable llegada de las apreciadas pinturas flamencas a España. De este comercio artístico hay buenos ejemplos en Segovia como el tríptico de El descendimiento, obra de Ambrosio Benson. Nos quedaría identificar, para el caso de Carbonero, el personaje que hizo de enlace entre el proyecto del retablo y el pintor flamenco del que se ignora su nombre, ya que Benson había muerto en 1550. Buscamos un personaje local con vínculos con las tierras flamencas. De que los miembros de la familia del Sello viajaban por negocios a Flandes da fe una anotación en el Libro de Acuerdos del Ayuntamiento de Segovia en 1542, noticia que dio a conocer Ruiz Hernando: “Mandaron librar a Antonio del Sello cien ducados para comprar y traer de Flandes tres docenas de çiringas y ciertas herradas de cuero para matar fuegos”. Debía tratarse de lo último en la tecnología de entonces para sofocar incendios. Esto, junto a otras noticias referentes a la exportación de lana a esta zona europea en las que aparecen los del Sello, nos lleva a pensar, para los años de la realización del retablo, en Manuel y Antonio del Sello, hijos del Antonio antes citado, importantes mercaderes que heredaron la actividad exportadora familiar y con propiedades en Carbonero el Mayor, como hemos dicho.

Palacio del Sello. Carbonero el Mayor.

Orígenes de la familia del Sello.

El trabajo del profesor Mosácula sobre los judíos conversos y la oligarquía de Segovia, que muchas veces son la misma cosa, ha puesto mucha luz sobre esta especie. Lo aprovecho aquí para tratar de identificar qué Antonio del Sello era el que vivía en el momento de la realización del retablo, ya que Antonio fue el patronímico por excelencia de esta familia. Pasaba con el mayorazgo este nombre de padres a hijos, siempre nombrando Antonio al primogénito, repitiéndose al menos hasta seis generaciones continuadas durante doscientos años, lo que lleva a esta genealogía a ser algo dificultosa.

La familia del Sello descendía del judío Abraham Correnviernes, mote que es contracción de corre en viernes, referido a la prisa con que el judío buscaba resolver sus asuntos pendientes el viernes, día anterior en que está obligado a observar el sabat. Algunos de sus miembros, ya convertidos, murieron en la hoguera ajusticiados por judaizantes. Nos referimos a Ruy González Correnviernes y a su hermano Juan Çipote, ascendientes de Francisco del Sello Çipote, que compró la casa que la Inquisición había embargado a Juan Çipote, en la plaza mayor. Francisco del Sello fue padre del primer Antonio del Sello; aparece en una nómina de rehabilitados que pagaron diferentes sumas para blanquear el nombre de sus familias.

La casa citada en la plaza Mayor sería la principal residencia de los del Sello, siendo por tanto parroquianos de San Miguel en la capital. Esa casa lindaba con el Ayuntamiento. Por esta razón los del Sello no figuran en los libros sacramentales de Carbonero, lo que no es óbice para que llegado el caso, ya que su relación con el pueblo es temprana, colaboraran en los gastos y proyectos en el lugar donde eran los mayores terratenientes. Sirva como prueba que Antonio del Sello Espinar en su testamento de 1587 estableció una manda piadosa para que se repartieran 10.200 maravedíes entre los pobres de Carbonero. Queremos decir que los del Sello no estarían ajenos a la realización del retablo para la iglesia, participando en su realización, incluso en su intermediadión, ya que el indudable carácter flamenco de las pinturas hace pensar que el principal retratado en ellas sea algún personaje local con vínculos don Flandes. Y es en este punto donde surgen los nombres de Antonio y Manuel del Sello, coetáneos a su realización.

Un verso suelto en el retablo.

El programa iconográfico del retablo es transversal por los temas que abarca y bien concebido a la demanda de los comitentes carbonerenses. Los cuatro evangelistas en el banco; las tablas dedicadas al Bautista, patrón de la parroquia; las referidas a la Pasión de Cristo; sólo una dedicada a la Virgen; el resto de pinturas referidas a santos y mártires con más devoción en Carbonero. Sin embargo, hay un verso suelto en el plan: la tabla denominada como Predicación de un santo obispo. En ella Collar de Cáceres buscó algunas claves para entender este retablo. Se representa en este cuadro a un santo predicador, cuya identidad es dudosa, dirigiéndose a un auditorio de infieles, moriscos y judíos, a los que trata de convertir. San Vicente Ferrer predicó en Segovia, con esta intención, en los primeros años del cuatrocientos, pero no es reconocible en la imagen. Cierto es que no dispondrían los pintores de grabados en los que inspirarse, ya que es un tema iconográfico raro y a demanda del comitente, solucionando la dificultad lo mejor que pudieron. Los dos personajes que aparecen retratados a la derecha de la composición; asisten al acto desde el lado de la epístola, el lado de los iniciados. Los del Sello, y todos, saben de su origen pero lo blanquean demostrando que son buenos cristianos y de paso perpetúan su memoria pagando la inclusión de sus retratos en el retablo del pueblo en el que tanto tienen. El auditorio del predicador compone una variada galería de tipos humanos que contrasta radicalmente con los personajes pintados a la derecha por percibirse que éstos son dos auténticos retratos. Las razones para la inclusión de los mismos en la obra tratamos de razonar aquí y conviene recalcar que se hubo de posar para el artista en el mismo Flandes, acaso en Brujas, donde llegarían seguramente por razones comerciales.

Predicación del santo obispo. Carbonero el Mayor

Estaríamos ante el retrato de Antonio del Sello Espinar, que es la identificación que proponemos, realizado durante la última fase de ejecución de las tablas hacia el año 1555. Contaría entonces en torno a los treinta años de edad, que se corresponde con su ciclo vital otorgando un testamento que hizo con tiempo, para no dejar nada al azar, en el año 1587 ante el escribano Juan de Junguito, documento también dado a conocer por Mosácula. Declara que era hijo de Antonio del Sello y de María del Espinar, de los que había heredado un importante patrimonio. Sólo por el mayorazgo de su padre tenía 270 fanegas de trigo y 78 de cebada de renta cada año situadas en tierras de su majestad en el partido de Segovia, principalmente en Carbonero.

Retratos del retablo de Carbonero.
También había heredado de su hermano Manuel del Sello casi dos millones de maravedís, de los cuales había donado mil ducados para el Colegio de los Niños de la Doctrina, fundación de Manuel en Segovia. De esto se deduce que el hermano de Antonio fuera célibe o que, al menos, no tuviera descendencia y que hubieran sido socios en algunas de las actividades que realizaron. Manuel es el otro posible personaje retratado en el retablo, detrás de su hermano, el parecido es razonable y más probable que fuera un autorretrato del pintor de las tablas, como propuso Collar.



Como signo de prestigio, los del Sello se hicieron también con un emblema heráldico que luce en las paredes de su palacio de Carbonero. Coincide este escudo con el de los Torres de Nava de la Asunción o de Cuéllar, aunque ignoramos si había conexiones familiares entre éstos y los del Sello. El escudo lo conforman cinco torres en aspa sobre fondo azul que está timbrado con corona real. El uso de esta corona lo justificaba el obispo cuellarano Juan de Torres Osorio en su testamento en relación a un documento, de dudosa autenticidad, que se remontaba al año 1091, en el que el rey Alfonso VII de León les otorgaba esta merced a los Torres por los servicios prestados y por una presunta relación de parentesco con el monarca. A pesar de lo dicho, los Torres lo hicieron pasar por bueno y usaron de este privilegio como mérito en su hoja de servicios y lo expresaron también en la piedra. En Carbonero no destaca tanto en el escudo del palacio dicha corona real, como en el otro que tiene en su fuente el obispo fray Sebastián de Arévalo, que era de los Torres, en su Nava de Coca natal, pero tampoco pasa aquí desapercibida a poco que nos fijemos.


José Ramón Criado Miguel




viernes, 1 de septiembre de 2023

SANCHONUÑO EN EL CRIMEN DE LA CORREDERA.

 

SANCHONUÑO EN EL CRIMEN DE LA CORREDERA


El reconocimiento.

Se representará en Sanchonuño durante la Semana Cultural la obra de teatro Cierva acosada, que escribiera la poetisa y autora cuellarana Alfonsa de la Torre y que recuperara para la imprenta Carmen Gómez Sacristán. Esta obra se basa en el conocido como crimen de la Corredera, el asesinato nunca resuelto de nuestra paisana Sofía Miguel Puentes, acaecido el 6 de septiembre de 1935. Digo nuestra paisana porque sistemáticamente se omite que la familia de la desafortunada Sofía era de Sanchonuño, como si la villa quisiera adueñarse hasta de la crónica negra. Sanchonuño puso la víctima, cosa tan segura como que Sanchonuño no puso al asesino. Lo afirmo en base al documento que que extraje de las diligencias del juicio, a las que tanto me costó acceder por la oposición de una funcionaria de la Audiencia.

Efectivamente, la noche del 7 de septiembre, día en el que fue hallado el cadáver de Sofía en la conocida como Senda del Pozo, a espaldas de la casa de la Charca, se presentó en Sanchonuño una pareja de la guardia civil con la orden del juez instructor para que se realizara un examen corporal a todos los varones del pueblo, entre los 18 y los 65 años. Para ello se procedió a un pregón, convocando a los hombres al ayuntamiento donde serían examinados por el médico titular, el doctor Fernández Arrieta (descendiente del médico que curó al pintor Francisco de Goya). Levantaría acta de la diligencia a realizar el secretario Cervero, que lo era de Sanchonuño. Desde las 11 de la noche hasta las 3 de la madrugada fueron pasando por este reconocimiento todos y cada uno de los llamados. El primero Albino Callejo, Majete, que quiso voluntariamente con ello despejar cualquier duda sobre su culpabilidad, amén de que el día de autos todos le habían visto aventando en las eras.

Iban entrando de uno en uno, con el torso descubierto, para que el médico comprobara que no tuviera heridas ni arañazos recientes que pudieran significar una posible implicación. Solo tres presentaron algunos rasguños y pasaron a un examen corporal completo, demostrándose que eran resultado de las labores cotidianas en el campo.

La colaboración fue tan espontánea y natural que no se le dio la importancia que tenía. Ni siquiera se ha conservado en la tradición oral. Eso es lo que he comprobado cuando he preguntado a los más mayores, nada se recordaba de la llegada de los guardias y del examen a los hombres. Pero la prueba de ese examen está ahí, firmada por el médico y el secretario del pueblo, cumpliendo las órdenes que les llegaron. También he comprobado que la reacción es diferente según el que oiga este relato sea de Sanchonuño o de Cuéllar, por ejemplo. Porque la pregunta que salta automáticamente es: ¿dónde más se llevó a cabo esta diligencia? La respuesta es que sólo aquí. Por razones de proximidad al lugar donde fue hallado el cuerpo de Sofía (a menos de 3 kilómetros de Cuéllar y a más de 7 de Sanchonuño) también debería haberse llevado a cabo en la villa, pero en Cuéllar no se hizo. A la autoridad le tembló la mano y no firmó la orden para realizarla allí, ni con la rapidez con que se hizo aquí, por su mayor dificultad logística o por la alarma social que ello acarrearía. O no, puede que los cuellaranos hubieran acudido tan voluntarios como los de Sanchonuño a ese reconocimiento. Pero esto nunca lo sabremos, como tampoco podremos afirmar con rotundidad, por la misma razón, que el asesino no fuera de la villa.

El resultado de todo un cúmulo de despropósitos durante la investigación fue que el crimen quedara sin resolver y tan lamentable como la muerte de Sofía sería no haber dado con el que fuera su agresor.

El asesino en la niebla.

Cuando Petronila caminaba aquel sábado por el pinar hacia Dehesa Mayor para saber por qué su hermana no había regresado al molino, Majete sí estaba trabajando en su mata. La saludó y le dijo que había subido el miércoles a ver a Sofía, quería con ello hacerle ver que el noviazgo iba en serio. Pero Petronila no atendió y siguió su camino porque tenía prisa, tenía un mal presentimiento. Llegó a su destino y supo que su hermana había salido el día anterior a las diez y media de la mañana, aquello ya fue un mal pálpito. Regresó sobre sus pasos acompañada por un vecino de la Dehesa, recorriendo otros posibles senderos que hubiera podido tomar. Y la hallaron, allí estaba tendida en el pinar, muerta.

Cuando Majete se enteró del desgraciado destino de Sofía estaba en la casilla del caminero del Puente Segoviano. Había ido a cambiar la azuela, pues era allí donde se las guardaban. Se derrumbó y expresó un lacónico “qué le vamos a hacer...”, que resume la impotencia y la resignación del hombre castellano ante un hecho irreversible.

En Cuéllar se corrió la voz de que habían encontrado muerta a la molinera, bajaron muchos al lugar de los hechos y nadie los supo mantener al margen para que no alteraran el lugar del crimen. Lo alteraron todo, las huellas dactilares en la botella que traía Sofía, las que pudiera haber en la arena, cambiaron los objetos de lugar. Son muestra de las deficiencias de las primeras diligencias realizadas por un juez que era interino y novato. Luego la mala suerte de que la noche de ese día lloviera borrando algunas huellas que se podrían haber considerado. Cuando llegaron a Cuéllar dos inspectores de la Brigada de Investigación ya habían enterrado a Sofía.


El presunto culpable.

Descartada la participación de Albino Callejo y la del otro resinero de Sanchonuño, Virgilio Nevado, que trabajaban en los pinares de la zona del crimen, la investigación se centró en otros, acabando encarcelado Felipe de Benito, resinero residente en Cuéllar y natural de Samboal. Sin embargo, ¿cómo se podía acusar a alguien que no presentó, al ser detenido, ni un leve arañazo, ni mancha de sangre, ni un roto en la camisa? El crimen había provocado tal alarma social que se necesitaba que al menos hubiera un acusado. Felipe, apodado el Chucho, resinaba el día del crimen muy cerca de donde éste se produjo. Tuvo que oír los gritos y es posible que hasta se acercara y viera al asesino (estando en la cárcel confesó a un compañero de celda que él no había sido pero que sabía quién lo había hecho). El Chucho se dejó tres pinos sin resinar y huyó del lugar muy pendiente de su reloj de pulsera para justificar que él ya no estaba en el pinar en el momento del crimen. Hizo una serie de movimientos para dejarse ver en determinados momentos por personas distintas, desde las 11:25. Había quedado para fumarse un cigarro con otro resinero a las 12 pero Felipe pasó por allí poco antes y desde lejos rehusó entretenerse con su colega para fumar con él. Luego pasó por la casa de la Charca y se dejó ver por Milagros, la criada, llenando la botija, hablando incluso con ella. Desde allí se fue a la fuente del Puente Segoviano, a cinco minutos en su bicicleta, allí también fue visto. A las 12:05 estaba en las Cirvianas para comer con su padre, también resinero. Parece claro que preparaba una coartada bien cronometrada para no tener nada que ver con la muerte de Sofía, ni siquiera como testigo. La pregunta que se nos plantea es ¿a quién vio, qué categoría social tenía para que Felipe no se atreviera a denunciarlo?

Sobre el crimen y violación de Sofía Miguel, y como resultado de que la investigación no llegaba a nada concluyente, se hicieron muchas elucubraciones. Una de ellas era la de la presunta participación de un personaje importante de la alta sociedad, pero por lo que fuera no interesó que esto saliera a la luz y no salió.

El señor abogado jugaba a dos bandas. Por un lado confundió al padre de la víctima, Juan Miguel, para convencerlo de que el asesino no podía haber sido otro que Felipe de Benito, y en este empeño siguió el tío Juan actuando incluso como acusación particular. Por otro, el influyente personaje mantenía una relación cordial con la familia del Chucho, teniéndoles al corriente de que su liberación sería próxima por falta de pruebas para implicarlo en el crimen. ¿Por qué se interesaba D. … por la situación del preso? Después viene la pregunta clave de Eulogia, la madre del Chucho, a un periodista: ¿por qué el hijo estudiante de este señor se fue de Cuéllar a raíz de cometerse el crimen? Este hijo no había vuelto ni para pasar las Navidades con su familia. ¿Por qué?


El 10 de marzo de 1937 se dictaba sentencia absolutoria para Felipe de Benito por los delitos de asesinato y violación, de los que había sido acusado provisionalmente. El fiscal no había hallado los indicios suficientes para inculparlo. La familia de Sofía también desistía en mantener la acusación particular. El juez ordenaba la puesta en libertad del procesado.


J. Ramón Criado Miguel

Agosto 2022


Cruz Criado: Retrato de Sofía Miguel Puentes.



Pie de foto:


Estado del molino de la Corredera en 1935. (Revista Crónica)

jueves, 3 de agosto de 2023

EL LENGUAJE DE LAS CAMPANAS.

 

Cada primer domingo de agosto, las campanas de Sanchonuño vuelven a sonar en la procesión de sus fiestas patronales dedicadas a la Virgen del Rosario. Ya es muy propio de los pueblos de la provincia la edición de un programa de mano con las actividades culturales y festivas a desarrollar. Constituye este libreto todo un escaparate de las empresas locales y próximas, que son las que colaboran económicamente con el programa de fiestas. Además de este caleidoscopio de anuncios, con el tiempo se han ido incluyendo no sólo los retratos de los reyes y reinas de la función, sino también fotografías antiguas, sacadas del baúl, que hacen más agradable y vistoso a este formato. En Sanchonuño la portada del libro de fiestas suele presentar alguna imagen referida a un tema de actualidad en la localidad. Este año está dedicada al mural realizado en el pueblo por Daniel Aguado, que representa, en trampantojo, la fachada de la casa de la tía Maura, recientemente derribada para solucionar el estrechamiento de la carretera de Cuéllar en su confluencia con la plaza Mayor.Otros hemos visto en este soporte de papel una manera práctica, y abierta a todos, para publicar textos relacionados con la historia, costumbres y tradiciones del pueblo. La propuesta de este año es la que ahora divulgamos a través del presente medio.

El oficio de campanero fue en la antigüedad itinerante y estos artesanos acudían a fundir las campanas a los lugares que se las demandaban. Los campaneros procedían en su mayoría de Cantabria y aparecen documentados fabricando campanas desde hace más de quinientos años en la provincia de Segovia y por toda Castilla. El proceso era laborioso y requería de gran conocimiento y maestría, lo cual habían heredado de generación en generación. Casi al pie de los campanarios, hacían el horno y con metal nuevo o refundiendo la vieja y rota campana, fabricaban la nueva. Si no era suficiente, los vecinos colaboraban donando viejos almireces, candelabros y todo lo que sirviera para este fin.

En la nueva campana el fundidor solía dejar grabado su nombre, así como la fecha de fabricación, el nombre del patrocinador o benefactor de la obra. En algunos casos también el nombre que se le daba a la campana. Esta epigrafía grabada en el cuerpo de las campanas constituyen su carnet de identidad y nos permite saber su antigüedad y sus autores. Todas llevan impresa una cruz en su parte frontal. Si bien, es raro encontrar en nuestros pueblos campanas de más de doscientos años porque, con el paso del tiempo y el uso continuado, las campanas se agrietaban y el sonido dejaba de ser limpio; o porque fueran requisadas de los campanarios para fundir cañones en tiempos de guerra.


TOQUES DE CAMPANA: LOS SACRISTANES.

La mayoría de toques de campana que conocieron nuestros abuelos, y que ellos reconocían perfectamente, han desaparecido con el paso de los años. Fueron los sacristanes los encargados de realizar los distintos toques que conocían al dedillo. En Sanchonuño los últimos que desempeñaron el oficio de sacristán fueron Laureano Anaya Castillo (Fuentepiñel 1852), que vino desde su pueblo para ejercer este oficio en el año 1902, y después su hijo Mariano Anaya. Entre los dos completan casi un siglo ininterrumpido como sacristanes de Sanchonuño, labor que se reconoció en el callejero del pueblo dedicándole una calle al último de ellos. Tenía Mariano Anaya doce años cuando llegó con su padre al pueblo y ya le ayudaba en la iglesia y no dejaría el oficio de sacristán hasta dos años antes de morir. Compaginaba este servicio con su taller de carpintero. Además de las responsabilidades dentro del edificio de la iglesia, como sacristán se encargaba de los toques de campana, aunque durante un tiempo tuvo un ayudante, el tío Patarrilla, que le ayudaba a tocar por los Santos y en las procesiones. Tampoco le gustaba dejar subir solos a los mozos a tocar las campanas, porque estando sin vigilancia hacían el burro y corrían riesgo las personas y las propias campanas. Esta referencia a “tocar por los Santos” la conocimos cuando hablamos con la tía María, viuda del sacristán, para la revista Espadaña. Esa noche del 1 de noviembre era la única en que excepcionalmente se tocaban las campanas; el resto del año el silencio de la noche era sagrado.



Las campanas en tiempos pasados sirvieron también para convocar al concejo o ayuntamiento a sus reuniones “a son de campana tañida”, congregándose en el pórtico de la iglesia, que no se ha conservado. También se creía que cuando había tormentas el repiqueteo repetido de las campanas alejaba las nubes de granizo, tan temidas para las cosechas. Este repique parecía decir “tente nublo” que es como también se le conoce al toque para tormentas.

En caso de incendio u otra catástrofe las campanas tocaban a arrebato. Sonaban todas las campanas a la vez y de forma acelerada para convocar al vecindario con urgencia para ayudar a sofocar el fuego.

En la función se realizaban los toques de fiesta y se tocaban las campanas al vuelo por los mozos, sobre todo durante el desarrollo de la procesión. El volteo se caracteriza por el gran peligro que supone para los campaneros. Cuenta Ángel Fraile, cronista de Vallelado, que a mediados del siglo XIX un joven de ese pueblo que estaba volteando las campanas con otros durante la fiesta, salió despedido desde el campanario cayendo al medio de la plaza.

De los pocos toques que se han conservado, y que se siguen realizando, tenemos el toque de difuntos, también llamado “clamor”, que sigue dando cuenta del fallecimiento de algún vecino. Este toque se realiza con un ritmo lento y en él participan las dos campanas, que se combinan en su ejecución. Si bien, hay diferencias en los clamores de cada pueblo, e incluso variantes en un mismo lugar. El sonido del clamor bien ejecutado todavía sobrecoge hoy cuando suena. Al principio y al final del clamor se daba la clave para saber si el fallecido era hombre o mujer: tres golpes de campana separados si es varón y dos golpes si es mujer. A estos golpes se les llamaba “esposas” y eran cuatro si el que había fallecido era el sacerdote y cinco para el señor obispo. También, mientras el ataúd era conducido al cementerio, las campanas seguían tocando a duelo durante el recorrido.

Cuando fallecía algún niño se realizaba el llamado “toque de gloria”, para el que se empleaba la campana más pequeña o esquilón.

Por último, recordar que durante la misa mayor del domingo era costumbre dar unos toques de campana que coincidían con los momentos de consagración del vino y el pan. De esta manera se avisaba a la gente que no había podido acudir a la celebración, para que hiciera la señal de la cruz. Coincidían estos toques, realizados por un monaguillo, con los de otro que hacía sonar la esquila dentro de la iglesia.

LOS CURAS DEL SIGLO XIX.

En la iglesia de Sanchonuño existen actualmente tres campanas, una para cada vano de su torre. Dos campanas en el cuerpo principal de la espadaña y el esquilón en el hueco superior. Las campanas más antiguas se realizaron en el año 1840: LOS DIEGOS ME FUNDIERON, reza la inscripción en la campana grande, y a continuación dicho año. Y como esta fecha se repite en el esquilón, damos por seguro que se fundieran las dos campanas a la vez y por los mismos campaneros pertenecientes a una familia cántabra apellidada “de Diego”, naturales y documentados en Meruelo, localidad cuna de campaneros desde tiempo inmemorial. Tiene esta localidad actualmente el museo de la campana. Paulino de Diego, vecino del citado pueblo de Cantabria, aparece trabajando por estas tierras de Segovia como campanero en esos años. Ángel de Diego, también de Meruelo, murió en Sepúlveda en el año 1822 mientras trabajaba allí fundiendo una campana.

¿Por qué razón se fundirían dos campanas a la vez en 1840? Se sabe que durante la Guerra de la Independencia fueron muchas las campanas que se requisaron para fabricar cañones y munición, e incluso para hacer moneda, como ocurrió con las del Monasterio de El Parral en 1809. Cabe esta posibilidad para las campanas de Sanchonuño y que hubiera por ello necesidad de hacer unas nuevas. Lo que sí es seguro es que Manuel Antonio Gómez, alcalde mayor del duque de Alburquerque, requisó plata de las iglesias del partido de la villa para financiar el llamado Tercio de Cuéllar. Se confeccionaron los trajes para las quinientas plazas de tropa que tendría, los mismos que secuestró después el general Hugo para sus soldados cuando tuvo conocimiento de su existencia.


Los Diegos me fundieron 1840.

Era cura en Sanchonuño durante el conflicto napoleónico don Juan Antonio Belicia. Llegó desde Aldealengua de Pedraza, aunque él era natural de Traspinedo, pueblo de Valladolid que pertenecía entonces al obispado de Segovia, y donde se sigue conservando este apellido, que ahora lo escriben con uve. Le tocó a D. Juan Antonio ser testigo de una época convulsa significada por la la francesada y luego por los conflictos del reinado de Fernando VII, habiendo tomado él partido por “el altar y el trono”, absolutista de pro.

Con los franceses tuvo nuestro cura serios problemas que casi le pusieron “en las escaleras del suplicio”, según sus propias palabras; los gabachos le saquearon sus ganados y le persiguieron de muerte. Todo porque Belicia tenía ganadería y por contratado a su hermano Manuel, al que mandaba hasta las tierras palentinas de Villada a comprar vacas a los tratantes de León. Y aunque no lo diga, es posible que también la guerrilla y las otras tropas se surtieran para carne de las reses del señor cura.

Ahora que la historia se cuenta a golpe de centenario le tocaría el turno a los 200 años del Trienio Liberal, en el que D. Juan Antonio Belicia tuvo su momento de gloria. El clero, que fue reacio al nuevo sistema político, fue tomando, desde la inicial pasividad, una clara oposición al mismo, sobre todo cuando las disposiciones que se tomaban tocaban sus bases económicas. Así, desde antes de la llegada de los cien mil hijos de san Luis, desde el señor obispo a los más humildes curas de los pueblos se lanzaron a denunciar el sistema constitucional como “impío y funesto”, y calificaron a sus adeptos de “infame secta revolucionaria”. En este contexto estuvo Belicia “apercibido de multas y prisiones” por el gobierno. Tanto se significó el cura de Sanchonuño en este asunto que sería el encargado de predicar el sermón de acción de gracias por el regreso de Fernando VII al trono con todos sus poderes. Este sermón “por la libertad del rey” lo predicó don Juan Antonio en la iglesia de San Miguel de Cuéllar y se imprimió después en Valladolid sufragado por el regimiento de la villa.

Por problemas de salud, delegó Belicia el curato de Sanchonuño en el dominico fray Vicente Inés, que lo era del convento de San Pablo de Valladolid, que al ser exclaustrado pasaría a sustituirlo ya como cura titular desde 1835, año de la muerte de Belicia.

Entró durante su curato como sacristán de Sanchonuño Serafín Hernanz, natural de Gomezserracín, a pesar de las objeciones que le puso el cura para que lo fuera por no considerarlo persona adecuada y preparada. Pero Serafín ganó su intención y como tal sacristán firmó su obligación y fianza para responder de las alhajas y tesoro de la iglesia de Sanchonuño, que era uno de los principales cometidos del auxiliar de la parroquia.


Cruz claveteada de los campaneros cántabros.

LA CAMPANA GRANDE.

Estuvo don Vicente Inés como cura durante algún tiempo y luego aparecen en escena los Córcoles, Juan y José, aplicados a la cura de almas en Gomezserracín y Sanchonuño. La inscripción de la campana grande da cuenta de ello: SE HIZO SIENDO ECÓNOMO EL LICENCIADO D. JOSÉ DE CÓRCOLES PÁRROCO DE GOMEZSERRACÍN.

Entre sus adornos lleva esta campana la famosa cruz claveteada, tan frecuente y característica de los fundidores cántabros, dispuesta hacia la parte exterior del campanario y mirando, por tanto, hacia el este. Hay otros bajorrelieves pequeños de jarrones con flores. Recorre la parte superior o tercio de la campana la inscripción citada relativa a la saga de los fundidores (los Diegos) y 1840 como año de su fundición, que se completa con un JHS (Jesús Hombre Salvador) seguido de MARÍA Y JOSEPH. Esta advocación a la Virgen y el JHS se repiten en el esquilón, que es como el hermano pequeño de esta campana.

Juan y José Córcoles llegaron a la diócesis de Segovia siguiendo a su tío Juan Nepomuceno de Lera y Cano, jesuita albaceteño y diputado por La Mancha en las cortes de Cádiz, que desde la sede de Barbastro, donde fue antes obispo, pasó a serlo de Segovia en 1828. Pero, por su edad y salud, su obispado sólo duró cuatro años, falleciendo de perlesía en enero de 1831. Está enterrado en la catedral de Segovia.

Los dos sobrinos del obispo permanecieron ligados a la diócesis segoviana y aparecen unos años después establecidos en los pueblos del Carracillo: Sanchonuño y Gomezserracín. El parentesco con el prelado está fuera de toda duda, pues don Juan Córcoles Huerta y Lera así lo expresa en una memoria biográfica que remitió al deán Baeza de la catedral de Segovia. Firma ese informe como sobrino del obispo y siendo cura de Gomezserracín, su fecha 1847.

Poco después figura don Juan Córcoles como cura de Sanchonuño siéndolo todavía en 1865. Compró don Juan al Estado, en asociación con otros, tierras desamortizadas provenientes de los bienes de propios de Sanchonuño y tuvo que demandar a un convecino por no satisfacerle la parte que le debía al cura mientras él había entrado a disfrutar y cultivar pacíficamente las tierras.





LA CAMPANA NUEVA.

Terminamos este recorrido con la campana de menor antigüedad, la que se fundió en el año 1954. Así figura en en la inscripción hacia el lado interior de la torre. Hace el exterior luce, como es tradicional, una cruz en relieve. En lo que se conoce como el pie de la campana dice: SIENDO PÁRROCO D. MARIANO GARCÍA Y ALCALDE D. FRANCISCO RICO.

La autoría del fundidor queda expresada en un molde con su sello que, aunque se descascarilló en la fundición, hemos podido leer cotejándolo con otros coetáneos. Dice: Fundición de campanas. CASA CABRILLO. Metales superiores. SALAMANCA.

Tiene esta campana un sonido limpio y más agudo que la otra campana del XIX, con la que acopla en los clamores.


J. Ramón Criado Miguel