Vistas de página en total

martes, 8 de noviembre de 2022

ENTREVISTA A DON JUAN HIGUERA, MAESTRO DE SANCHONUÑO DURANTE LA REPÚBLICA.

ENTREVISTA A DON JUAN HIGUERA NOGALES, MAESTRO DE SANCHONUÑO DURANTE LA REPÚBLICA.

  En el número 5 de la revista ESPADAÑA se publicaba una fotografía en la sección de “Recuerdos” en la que aparecían hombres, hoy ya maduros, en su edad escolar allá por los años 30. Su publicación dio pie a que se incluyeran otras fotografías similares. A la vez, la gente empezó a hablarnos del maestro de aquella imagen, don Juan Higuera, y esos buenos recuerdos hacia él hicieron que nos pusiéramos en contacto con este maestro para que nos hablara de su experiencia en Sanchonuño.

Sobre la fotografía, antes de empezar la entrevista, nos comentaba: “Yo tenía 20 años entonces. Esta foto creo que se hizo en el año 35, en el curso 34 al 35, a mediados o finales de curso. Con seguridad no lo sé; también podría ser de 1936”. 
  -¿Dónde nació Juan Higuera Nogales? ¿Cómo fue su vida hasta que se formó como maestro?
-Juan Higuera es natural de Revenga, en la provincia de Segovia. Quedé huérfano de padre y madre muy pronto, a los 6 años, y por eso a los 10 mi hermano mayor, ya casado, pasó a ser mi tutor. Me fui a vivir a Segovia con él y allí hice el bachillerato hasta 4º curso. Después empecé a estudiar Magisterio por libre, porque entonces en Segovia no había Escuela Normal y nos examinábamos en la Normal de Ávila. Terminé la carrera de maestro a los 17 años y por eso no pude hacer los cursillos del 31 porque exigían tener los 19. Mientras, solicité una escuela interina; pensé, si me dan buen pueblo, voy. Y tuve la suerte de que me nombraran maestro interino en Sepúlveda, un pueblo ideal por su encanto y sus gentes, y para allá me fui con 18 años. Habían creado una escuela mixta, en un barrio de Sepúlveda, el de Santa Cruz, y allí ejercí de interino. Convocadas oposiciones en 1933 para ganar escuela en propiedad, me presenté ya con 19 años y tuve la suerte de aprobar a la primera. Luego a esperar a que nos colocaran a los aprobados; así dejé mi escuela de Sepúlveda. Salió una circular de Inspección diciendo que sólo iban a colocar a los que tuvieran 21 años, para paliar el paro. Así me vi yo sin mi escuela de interino, con la oposición aprobada y sin escuela como propietario. Mi caso era insólito y el único de la provincia. Un inspector amigo me aconsejó que mientras esperaba destino me matriculara en Filosofía y Letras en Madrid, y así lo hice. Gracias a Dios mi economía me lo permitía. Pero he ahí que en el mes de noviembre sale una disposición del ministro de Instrucción Pública que dice que todos los que tenemos aprobadas las oposiciones nos tenemos que hacer cargo de nuestras escuelas automáticamente o perdemos nuestros derechos. Tuve que elegir y así renuncié a mi nueva carrera y acepté la escuela que me dieran.
  -¿De esta manera llega destinado a Sanchonuño? 
En efecto. Se elegían las escuelas vacantes un domingo en Segovia. Según el número obtenido en la oposición elegías. Cojo el coche de línea para Segovia y qué casualidad que llegó con la hora ramplona. Cuando llegué al local estaban pidiendo pueblos y yo, despistado, no sabía los que quedaban. Pero de lejos, veo a doña Enriqueta y a don Isidro, que eran amigos míos. Les cuento mi caso y me dicen: “mira, estás al llegar para que elijas”. Les dije: “¿en qué pueblo estáis vosotros?. Estamos en Sanchonuño, me respondieron. Ah, ¿sí? No lo conozco. Pero contestadme a estas preguntas: ¿tiene teléfono? Sí. ¿Tiene carretera? Sí. Digo, pues ahí voy a ir yo. Cuando me tocó elegir les dije.: “Creo que hay una plaza en Sanchonuño”. Sí. “Bueno, pues esa”. Y así me nombraron a Sanchonuño. Volví a Madrid a recoger mis cosas y a despedirme de la patrona y a últimos de noviembre de 1934 me presenté en Sanchonuño, donde me hicieron un recibimiento muy emocionante. La llegada entonces de un nuevo maestro era todo un acontecimiento. La verdad, se puede decir que llegué con buen pie. Llegué un sábado y el lunes tomé posesión de la escuela y a ejercer, cosa que hice con mucha ilusión. No sé si lo haría bien o mal, lo que sí os digo de verdad que puse siempre mi mayor fe y buena voluntad. Y cuando se hace una cosa así, sea lo que sea, no hay cosa que salga mal. Además de esa reacción tan favorable de los vecinos y de los chicos, pues miel sobre hojuelas. Aquello fue una felicidad para mí. Recuerdo y añoro los años de mi vida allí, en Sanchonuño, como algo inolvidable, porque la gente demostró en el momento que nos tuvimos que trasladar, por distintas circunstancias, un gran apego. Yo me tuve que ir con harto dolor de mi corazón de Sanchonuño. El pueblo hizo una instancia para que nos mantuvieran en nuestro destino, pero las irregularidades de la vida... no atendieron a esta solicitud por presiones raras. 
-¿En qué año tuvo lugar este traslado? 
-En 1940, después de la Guerra Civil. Por presiones, bueno, cosas raras, porque yo no pertenecía a ningún partido político. Era muy joven y sólo me preocupaba de trabajar y de divertirme. A don Isidro lo mandaron a Cabezuela y a mí a Santa María de Nieva. Nos marchamos con lágrimas en los ojos. (Don Juan evita hablar claramente de los motivos y el nombrar a personas que tuvieran que ver con este traslado en contra del pueblo y de ellos mismos, a pesar de los años transcurridos). -No me gusta hablar mal de las personas, para eso prefiero no hablar. Del pueblo sólo dos o tres personas influirían bajo cuerda para nuestro traslado, pero comparado con la totalidad del pueblo que estaba con nosotros, no significaban nada. El pueblo estaba con nosotros y eso es lo que importa. Si la mayoría quería que permaneciéramos allí, sus razones tendría: su aprecio y consideración hacia nosotros y nuestra labor. 
-¿Contaban con los medios necesarios para desempeñar una enseñanza de calidad?
-No. Entonces la escuela tenía muy pocos medios. Recuerdo que el presupuesto para material todo el curso, y tenía una matrícula de 65 niños, era de 147 pesetas y 30 céntimos. La vida estaba muy barata, pero qué se hacía con esa cantidad cuando por ejemplo un cuaderno valía 20 céntimos. Un cuaderno, con lo que trabajábamos, se acababa muy pronto. Con todo lo que había que comprar, decidme a qué tocaba cada uno …¡a nada! Aunque esté feo decirlo, en alguna ocasión, y no es por presumir, yo puse dinero de mi bolsillo para comprar cuadernos para los chicos que acababan pronto el suyo y ya no había material. Era algo inmoral que teniendo yo un duro ellos no tuvieran cuaderno. No lo he dicho nunca, pero pasados ya tantos años lo digo y es verdad. Poco, pero ponía tanto como el Estado para todo el curso.




  -¿Qué se pretendía entonces que supieran los chicos al salir de la escuela?
-Todo lo que se pudiera, como ahora y como siempre. Pero yo en mi grupo, los pequeños hasta los once años que pasaban con don Isidro, machacaba la trilogía: leer, escribir y cuentas. Machacar en otras cosas podía ser hasta perder el tiempo. Yo tenía que dedicarme a señalarles “escribe bien esto”, “coge buena letra”, “cuidado con las faltas”, “aprende las cuatro reglas pronto”... Trabajábamos con las toneladas, los kilos, las pérdidas que tenían las achicorias cuando las llevaban a Cuéllar y les quitaban el 30%, todo esto había que enseñárselo pronto. Algunos conmigo llegaron a aprender quebrados, áreas y volúmenes y decir “mirad, vamos a medir la tierra vuestra, esto se hace así, pasar las áreas a obradas”. Enseñaba estas cosas tan sencillas pero tan útiles en los pueblos, cuando el sistema métrico decimal lo sabían muy pocas personas. Allí estábamos sacando una generación muy buena. Don Isidro también apretaba y sacaba a chicos sabiendo álgebra y análisis sintácticos bastante bien hechos. 

-¿Qué recuerda de sus compañeros?
-Que no se pueden tener mejores. No ha habido después de nosotros, tengo la seguridad y si no preguntáis en el pueblo, un equipo como el nuestro. El caso era hacer cosas en favor de la enseñanza. Éramos algo fuera de serie: doña Bernardina, doña Enriqueta, don Isidro y yo éramos como hermanos. Yo añoro mucho aquellos tiempos por los compañeros. No había fricciones y sí una compenetración terrible; y cuando esto es así el beneficiado es el pueblo. Sanchonuño tuvo en esa época unos maestros como no los haya podido tener, mejor y con más armonía, nunca. Igual sí, pero mejor no, seguro.
  -¿Cómo era la vida del pueblo vista por un maestro joven?
-La juventud da optimismo y da alegría y todo es bonito y bello. Yo me lo pasaba estupendamente como un chico joven de 20 años. Si a esa edad no tienes alegría y optimismo ¿cuándo lo vas a tener? Yo me lo pasé allí formidablemente en todos los sentidos: como chico joven y como maestro. No lo puedo recordar más que en este plan. ¡Qué maravillosos los años que estuve allí!
  -Por lo que se ve estaba muy integrado en el pueblo.
-Vivía allí. Si no salíamos de allí... algún jueves íbamos dando un paseo hasta Cuéllar, aprovechando que no había clase por la tarde, para luego volver en el coche de línea.
  -¿Cómo era un día de clases? 
Teníamos clase todos los días, menos el jueves por la tarde como os he dicho. Eran jornadas normales de 9 a 12 y luego de 2 a 4 por la tarde. Después, en invierno teníamos clases de adultos que eran voluntarias de 7 a 9. ¿Sabéis lo que nos pagaba el Estado entonces durante la República por estas clases? Yo ganaba 247 pesetas con 30 céntimos y si la patrona te cobraba 4,50 pesetas al día, pues ya sabes lo que te quedaba para todo lo demás. 
-¿Quién era su patrona en Sanchonuño? 
-Pues yo estaba en casa de una señora viuda, la señora Paz, su hijo se llamaba Guillermo; las escuelas estaban en el Ayuntamiento. Desde el balcón de mi patrona veía yo mi clase del primer piso. 
-Nos han contado que tuvo tiempo de echarse novia en Sanchonuño.
-Los solteros tienen tiempo de todo. Novia no, pero divertirme todo lo que podía, sí. Es normal, un chico joven lo lógico es que busque chicas para divertirse. 
-¿Cómo era ese Sanchonuño que conoció durante la República?
-Era un pueblo tranquilo. Cada uno tendría su forma de pensar. A mí nadie me coaccionó en el sentido político, ni yo coaccioné, si no podía ni votar... En el pueblo no había más que una armonía general; cada uno pensaría como fuera, pero nada más. La prueba es que en Sanchonuño no ocurrió lo que en otros pueblos durante la guerra, que por rencillas políticas o personales se fusilara. ¿Que hubo algún detenido? Bien, pero después cada uno a su casa y ya está. Es un pueblo que demostró tener unos sentimientos buenos y una humanidad extraordinaria. En todos los pueblos hay rencillas, es inevitable, pero allí no se llegó a tanto.
-¿El curso del 36 no lo pudo empezar porque le movilizan?
 -No me movilizaron. Yo soy de la quinta del 35, por tanto me incorporé por mi quinta el 1 de julio del 36 al Regimiento de Segovia, a los 18 días estaba en el Alto de los Leones. 
-¿Y terminada la guerra?
-Vuelvo a mi escuela de Sanchonuño en julio de 1939, quedaban 15 días de curso y dije que no iba a dar clase porque quería recuperarme de la guerra. Luego en marzo del 40 fue cuando me trasladaron a la escuela de Santa María de Nieva por don Luis , y a él a Sanchonuño por mí; a don Isidro a Cabezuela y al hermano de don Luis, don Tomás, de Cabezuela a Sanchonuño. 
-¿Cuándo dejó de ejercer? 
-Pedí la excedencia. Estuve en Santa María de Nieva, pero puse una sustituta año y medio. Y como vi que no pensaba volver a ejercer la carrera pedí la excedencia ilimitada.
  -¿Y ya no volvió nunca a dar clases? 
-En 1979 salió una disposición por la que podían regresar incluso los expedientados de aquellos años, -yo podía regresar cuando quisiera porque era excedencia ilimitada- y que nos podríamos jubilar inmediatamente. Pedí el reingreso ese año y estuve en una escuela de Coslada y luego en Madrid, en San Blas, al principio del 82 pedí la excedencia. Ahora tengo un carné que me honra como maestro jubilado. 
(Don Juan nos habla de las diferencias tan grandes que encontró en la escuela al reincorporarse respecto a la que conoció como maestro en su juventud. Volvimos a insistirle sobre sus razones para pedir la excedencia en su primera etapa).
 -No hubo razones políticas, pero al mandarme desde Sanchonuño a Santa María de Nieva no quise seguir en este pueblo. El cambio me sentó muy mal y como era soltero y tenía otros medios dejé la profesión. Pensé, o lo sigo como yo quiero, con dignidad, o yo no voy a estar en un segundo plano para nada. Mi nuevo destino era mejor pueblo pero yo hubiera querido permanecer en Sanchonuño.
  -¿Quiénes eran los alumnos que destacaban por su inteligencia o por sus travesuras? 
-Son muchos años, pero me acuerdo de los chicos primeros. Recuerdo a Julio Gilsanz, Isidro, Miguel... no quisiera olvidar. Tenía diez o doce chicos que despuntaban. No hay que olvidar que mi labor allí fue cortísima, dos cursos, y que menos que tres años para reorganizar unas clases uy una escuela. Yo utilizaba a chicos monitores porque a parte de ayudarte mucho, ellos fijaban mejor lo que posiblemente olvidarían. Tenía 65 discípulos y sin material, era una labor muy difícil. 
-¿Algún recuerdo para sus ex-alumnos? 
-Que tengo que agradecerles muchísimo, a ellos, a sus hijos y al pueblo en general. Yo no he dejado nunca de acordarme Sanchonuño, nunca. Lo recuerdo con una especial gratitud porque se portó con nosotros maravillosamente y eso no se olvida. Me encanta estar orilla de vosotros y os agradezco la realización de esta entrevista. Me habéis puesto en una fotografía que es muy mía, porque vuestros padres están ahí y son mis míos, mis alumnos. Un abrazo para todos, de verdad, muy especial para todo este grupo que hay aquí -pasando la mano sobre la fotografía- y a toda su descendencia y a todos en general mi recuerdo más profundo.
Entrevista realizada en Madrid en noviembre de 1986 junto a mi amigo y paisano Javier Rico Gilsanz (Sanchonuño 1960-Madrid 2019) para la revista ESPADAÑA. La desempolvo y la publico aquí en su memoria. 
Palabras clave: Juan Higuera Nogales, Sanchonuño, Revenga, Barrio de Santa Cruz de Sepúlveda, maestros de la República, Guerra Civil. Isidro Herrero Sanz, maestro. Bernardina Reinoso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario