HERMANOS DE LECHE III
(Este será solo un ejercicio de
lectura. Habrá actividades para el cuaderno en la próxima entrega)
(Resumen de lo
publicado. Para evitar la vergüenza a la familia del recién nacido,
Juana de la Torre, la comadrona que había asistido al parto, busca
un ama de cría para la criatura en una aldea distante de la villa).
ANA SERRANA, EL AMA DE
CRÍA
Hacia la aldea, un día
después.
No
demoraron la entrega del niño para que lo amamantara Ana Serrana,
una aldeana que hacía diez días había parido a un niño en un
lugar a dos leguas de la villa. La conocía y confiaba en que era
ella la mejor opción para el encargo de criar al retoño y darle su
leche, más con el incentivo de los dineros que ganaría.
Engancharon
la mula parda a la pequeña carreta de varas. Había envuelto a la
criatura en una manta corta de lana y se lo sujetó Juana pegado al
calor de su pecho. A media mañana, con Andrés Vázquez, su marido,
salieron por la puerta de la Trinidad para tomar la carrera de
Arévalo. Había parado el viento y eso trajo aquella niebla de la
mañana que, desde la tarde anterior, se aferraba pertinaz, como
sujeta por la copa de los pinos, desde el río Cerquilla hasta el
infinito. A la primera legua, cruzando el Cega por el puente de Gómez
Sancho, la criatura rompió a llorar. Pararon por ello en el molino
de Vellosillo para hacer un descanso y limpiar a la criatura. Era el
hambre el que desquiciaba al niño.
Prosiguieron
el camino y a la segunda legua, rayando el mediodía, la niebla
empezó a abrirse dejando que un rayo imponente de sol se abriera
hueco, ahuyentándola, e iluminara la torre de Arroyo, que se erguía
segura, como un baluarte, la hermana menor de los campanarios de la
villa. Les indicaron una casa de adobes, de ventanas diminutas, gris
como aquella niebla que despejaba, hacia donde partía el camino para
Sanchonuño, entre otras casas de tejado pajizo y tenadas de ramera,
en los atrases.
Ana
Serrana era una mujer imponente, de veintitrés años, toda
vitalidad. Sus pechos, voluptuosos de por sí, eran la señal de que
estaba criando a aquel niño que dormía en una cuna de mimbre, con
sábanas de estameña. Se acercó a la comadre y tomó al niño en
sus brazos y desde ese momento lo hizo suyo. Descubrió en un gesto
hábil el primero de sus pechos y el infante enganchó su boca a él
con todas sus fuerzas, mamando de aquella fuente de vida. Después le
ofreció el segundo, hasta que el niño quedó saciado y lo tumbó en
la misma cuna, contrapuesto a su hijo.
Buscaron
después al cura de la aldea. Vivía en un espacio habilitado en el
segundo cuerpo de la torre. Tenía su cuarto ventanas geminadas a
imitación de las de la villa. Le expusieron el caso porque el niño
estaba sin cristianar y, a pesar de algunas reticencias del párroco,
se concertaron para a la semana siguiente bautizar al niño. Dando
así tiempo para ver que realmente la criatura salía adelante, para
que se escagazara*, según palabras del clérigo.
Según
lo convenido, regresó el matrimonio a la aldea a los ocho días a
bautizarlo sin más demora. Se cristianó Juan Velázquez en la
iglesia de Santa Lucía, del lugar del Arroyo, en la pila bautismal,
junto al primer cuerpo del campanario del templo. Fueron los padrinos
Andrés Vàzquez, marido de la comadre, vecino de Cuéllar, y Ana
Serrana, mujer de Blas Gil, el ama que le criaba y daba leche. Don
Manuel, el párroco, apañó la partida de bautismo y dejó inscrito
este hecho en el libro de sacramentos.
(Continuará)
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