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viernes, 19 de agosto de 2016

EL DOCTOR ORTÚN VELÁZQUEZ DE CUÉLLAR. CORREGIDOR DE SEVILLA. CABEZA DE SU LINAJE.


El presente artículo forma parte de otro más extenso que sale publicado en la fecha de hoy (19 de agosto de 2016) en la LA VILLA. La Revista de Cuéllar, nº 59. En este trabajo propongo una nueva genealogía para la familia Velázquez, o Velázquez de Cuéllar, sobre todo para la rama principal que ocupó desde mediados del siglo XIV la conocida como Casa de la Torre o Palacio de Pedro como su casa solariega. En esta primera entrega incido en desambiguar la biografía del Dr. Ortún, Fortún u Ordoño Velázquez, (puede aparecer con las tres variantes) mal redactada en Wikipedia por haber mezclado a dos personas que compartieron nombre y lugar de nacimiento. Se incluye también las conclusiones de la primera parte de mi colaboración en la citada revista para situar al lector en el conjunto de mi investigación.

Se hace necesario deslindar la vida de dos personajes que, por compartir el mismo nombre y ser coetáneos en parte de sus vidas, se les ha confundido, en todo o en parte, dificultando la investigación. De hecho, hasta se ha llegado a construir una sola biografía confundiendo y mezclando los datos de los dos. Esto no es lo peor. Todavía hay autores que se empecinan en que se trata de un solo personaje. Me estoy refiriendo al Doctor Ortún Velázquez, corregidor de Sevilla en tiempos de Juan II, y a Ortún Velázquez, hijo de Juan Alfonso, clérigo. Los dos coinciden en Cuéllar en  un acto relacionado con el Hospital de la Magdalena y que recoge el Cartulario, en el año 1430: los honrados y discretos varones Fortún Vlasquez de Cuéllar, Doctor en Leyes, refrendatario de ntro. Señor el rey y su Oidor y del Consexo; et Fortún Velázquez de Cuéllar, Licenciado en Leyes, Canónigo en la iglesia de Segovia, jueces y árbitros arbitradores y amigables componedores que son en los negocios y causas infraescriptas ... (4)

El documento nos ayuda bastante, al referir los títulos que ostenta cada uno, para saber quién es cada cual. El Dr. Ortún Velázquez, Oidor de la Audiencia del rey Juan II y de su Consejo, residente en la Villa, y Ortún Velázquez de Cuéllar, hijo de Juan Alfonso Caballero. El primero fue seglar y con una importante descendencia. El segundo siguió la carrera eclesiástica llegando a desempeñar también importantes cargos durante el reinado de Enrique IV, llegando a ser nombrado obispo de León. Seguro que eran parientes, pero es difícil establecer en qué grado en el laberinto del árbol genealógico de los Velázquez.
D: Josef  Pellicer, historiador y cronista. Intoxicó la genealogía de los Velázquez de Cuéllar.




En esta ambigüedad y confusión de las biografías de los dos en una sola, el más perjudicado resulta ser el Doctor Ortún Velázquez, a quien para identificarlo le añadiremos el cargo que tuvo como corregidor en Sevilla. Por ello, haremos relación de las citas referidas a él en las fuentes consultadas.

Aunque queda sin resolver quienes fueron sus padres, la nueva documentación lo señala como cabeza de los Velázquez a principios del siglo XV y por lo tanto dueño de la casa solariega y su morador cuando no estaba fuera de la villa desempeñando servicios en la órbita de la corte. Puede ser hijo o nieto de Blasco Pérez, primogénito de Pero Puerco.

Cronológicamente, el primer documento que hallamos referido a Ortún Velázquez de Cuéllar data de 1409: una carta del regente, Fernando de Antequera, mandándole investigar el traslado de mercancías a tierras de moros. Seguía en 1412 con este cargo denominado alcalde de las sacas de lo vedado a tierras granadinas.

En 1410 figura el doctor Ortún Velázquez formando parte de la comitiva que acompañó al infante don Fernando a la frontera de Granada. En Sevilla participó en un debate organizado por el Infante entre dos grupos de letrados y doctores sobre quién tenía más derecho a la corona de Aragón, él o su sobrino el rey niño Juan II. Figuraba en el grupo que defendía los derechos del segundo. (5) Estuvo presente en la conquista de Antequera que se consiguió dicho año.

El Dr. Ortún Velázquez era oidor y consejero de Juan II de Castilla en 1411. Con ambos oficios estuvo en la asamblea de letrados y doctores reunida en la capilla del convento de San Pablo de Valladolid para conocer los derechos de Juan II al trono de Aragón.

En 1416 la reina regente, Catalina de Lancáster, le envió para apaciguar la gran violencia banderiza que había en Sevilla. Ortún Velázquez era oidor de la Audiencia Real y llegó a Sevilla, en el mes de febrero, como corregidor, pero solo lo aceptó como tal el bando dirigido por Pedro de Stúñiga. Velázquez intentó imponer una tregua de cuarenta días y hacer salir a la gente de armas, de los dos bandos, de la ciudad. La situación no se arregló y el mismo corregidor tuvo que refugiarse en el alcázar real después de una pelea con los hombres del bando del Conde de Niebla y sus aliados. Esto ocurrió en el mes de junio y allí seguía encerrado seis meses después. (6)

En los meses siguientes, el corregidor Ortún Velázquez hizo que la reina regente llamara a la corte a varios regidores municipales opuestos a su gestión. El bando del Conde de Niebla consiguió que Fortún fuera relevado porque era muy sospechoso de parcialidad contra ellos.

En 1419, en las primeras cortes con mayoría de edad de Juan II, a petición del reino se establece la Audiencia y Chancillería. Se manda que en la sala de lo civil hubiera siempre cuatro letrados y un prelado. En dos turnos por semestres. En el primero figura Juan Velázquez de Cuéllar. En el segundo, Ortún Velázquez de Cuéllar. Se fijó esta Audiencia en Segovia.

En 1420, Ortún Velázquez figura en el numeroso séquito que fue hasta Guadalajara para confirmar el matrimonio del infante Juan de Aragón con Blanca de Navarra. (7)

En 1422 nos encontramos a Ortún Velázquez en Cuéllar. Aparece al servicio del infante D. Juan, señor de la villa, como su alcalde mayor y de su consejo. Sigue siendo además del Consejo Real por lo que nos volvemos a encontrar con esa dualidad de señores a los que sirve: el de la villa y el propio rey. (8) El infante D. Juan ordena a Ortún Velázquez y a Pedro Bermúdez que vean los privilegios, ordenanzas y sentencias que les presente el Concejo de Cuéllar sobre el Pinar Testado y para que procedan después a gestionar el coteo de dicho pinar y lo amojonen ante escribano público. En este asunto hay un trasfondo de conflicto social que se prolonga durante siglos. Han sido los caballeros hijosdalgo de la villa, a través del Concejo, los que han pedido a su nuevo señor que les dé licencia para amojonar dicho pinar. Denunciaban que algunas personas de la villa y sobre todo los concejos de las aldeas próximos al pinar, cortaban madera en él sin ningún temor. Pero principalmente que no se pedía licencia y que no se pagaba el correspondiente permiso o albalá que era lo que pretendía el Regimiento cuellarano. El nuevo señor, por atraerse a este grupo de la oligarquía de la villa, dio licencia para que se acotara de nuevo el Pinar Testado y se hicieran cumplir las prohibiciones correspondientes.

En noviembre de 1427 figura como refrendatario del rey en una carta ejecutoria redactada en Segovia. Por este oficio cobraba una ración diaria de 40 maravedíes, 14.400 anuales, y los cobró hasta 1434.

En 1430 figura como oidor en el proceso seguido contra el Conde de Castro, que se había unido a los infantes de Aragón contra el rey Juan II.


Fachada de la Casa de la Torre o Palacio de Pedro I, en Cuéllar.


Por la documentación del Hospital de la Magdalena y por la que aporta el mismo Melchor Manuel de Rojas sabemos otros datos. Estuvo casado con Constanza García, matrimonio que pertenecía a la oligarquía de la villa y por eso contó D. Gómez González con ellos como miembros de la primera Cofradía que debía dirigir la fundación del Hospital de la Magdalena pero que pronto fracasó en su cometido. Rojas contó además con el testamento del doctor Ortún Velázquez y nos dice que fueron sus hijos Juan de Cuéllar, y Pedro de Cuéllar, Ruy Sánchez, Francisco Velázquez y otros que no nombra. Con este testamento, Rojas pone en duda la genealogía que el cronista Pellicer había hecho de los Velázquez de esta época. Falleció, al menos testó, el Dr. Ortún Velázquez en el año 1436. Siempre fue seglar y nunca tuvo ningún cargo religioso como su homónimo, cuya biografía omitimos aquí.

 

LOS DESCENDIENTES DEL DOCTOR ORTÚN VELÁZQUEZ,  MARIDO DE COSTANZA GARCÍA.

(Continúa)



CONCLUSIONES.
La Casa de la Torre, conocida como Palacio de Pedro I, fue la casa solariega de los Velázquez. Pasó de generación en generación, por mayorazgo, dentro de la rama principal de la familia. Elvira Blázquez, viuda de Pero Puerco, fue la primera poseedora. Le siguió su hijo Blasco Pérez y después el Dr. Ortún Velázquez de Cuéllar (si no nos hemos saltado una generación entre ambos). Tenemos la certeza de que el doctor fue cabeza de la familia Velázquez porque sería su hijo mayor el licenciado Juan Velázquez quien heredó el mayorazgo a la muerte de su padre hacia 1436. Que esto fue así lo testifica el testamento de la viuda del licenciado, Doña María de Toledo. El licenciado Juan Velázquez es personaje bien distinto a su sobrino del mismo nombre, Juan Velázquez de Cuéllar, el de Arévalo, hijo de Gutierre Velázquez. A delimitar las nuevas biografías de estos dos personajes, sobre todo la de Gutierre Velázquez, dedicaremos la segunda parte. Pero ya les adelanto: ninguno de los dos ocupó en ningún momento la Casa de la Torre. Gutierre Velázquez ya lo escribió en su testamento: lo poco que yo ya tengo en Cuéllar. Ni siquiera pudo enterrarse en el convento de San Francisco de la villa, como era su deseo. A su hijo Juan Velázquez de Cuéllar, contador mayor y luego testamentario de Isabel la Católica, en la villa solo le quedaban los parientes. Eso sí, contaría con ellos para promocionarlos dentro de la corte donde él era tenido en mucha estima por los Reyes Católicos. Quiero decir que los escudos que adornan el Palacio de Pedro I no corresponden al contador Juan Velázquez de Cuéllar y a su mujer Dña. María de Velasco como se insiste cuando nos explican la heráldica del edificio. Si alguna vez estuvieron en el palacio, fue de visita. Entonces, ¿a quiénes corresponden dichos escudos? Quedan emplazados para la segunda entrega.




NOTAS
4.- Cartulario de la Magdalena. Folio 266. Año de 1430, 25 de diciembre. Compromiso, poderes y sentencia sobre debates y dudas que hubo entre el cura y Beneficiados de San Esteban y los Capellanes del Hospital. Lo recoge también la C.D.C. Nº 382.
5.- Este debate y el posterior que organizó en Valladolid por la reina madre Catalina de Lancáster están extraordinariamente narrados por un contemporáneo a los mismos y testigo de ellos. Luis Panzán. Remembranzas del Papa Luna.
6.- González Sánchez. La corona de Castilla ... . Aporta el documento en el que el Dr. Velázquez ordena la tregua y la salida de los banderizos. AHN. Nobleza Osuna, carp. 49, nº 16.
7.- Zurita. Anales de Aragón.

8.- De nos, el infante don Juan de Aragón e de Çeçilla, señor de Lara, duque de Peñafiel, etc, a vos Fortún Velázquez, dottor en leyes, nuestro alcalde mayor e del nuestro Consejo, e uno de los del consejo del rrey, mi señor e mi primo, e mayor de la Abdiençia; e a vos, Pero Bermúdez, nuestro vasallo e nuestro guarda de los pecheros de la nuestra villa de Cuéllar e de su tierra, vecinos de la dicha nuestra villa, salud e gracia. C.D.C. nº 302. 1422, marzo, 5. Toledo.





martes, 2 de agosto de 2016

SANCHONUÑO Y LOS TRINITARIOS: SAN SIMÓN DE ROJAS.


La victoria en la batalla de Lepanto sobre los turcos, año de 1571, parece estar en el origen de la devoción a la Virgen del Rosario en el mundo cristiano en general y en la Tierra de Cuéllar en particular.  La fiesta fue instituida por el Papa Pío V, luego santo, el 7 de Octubre, aniversario de la victoria obtenida por los cristianos en dicha batalla y atribuida a la virgen, invocada por la oración del rosario.

Pio V era dominico y fueron los frailes de su orden quienes tomaron esta iniciativa promovida por el papa. En la Tierra de Cuéllar parece que, por delegación del convento dominico de Santa María de Nieva, fueron los trinitarios los encargados de la difusión del culto a la Virgen del Rosario. Esto explicaría la aparición en  retablos de la Tierra de Cuéllar (Chañe, Santibáñez de Valcorba, Torrescárcela, Sanchonuño…) de la cruz trinitaria y de santos de esta orden religiosa.

San Juan de Mata en la iglesia de Torrescárcela (Valladolid)

Aunque ya existía como rezo desde la Edad Media, a partir de Lepanto se difunde con más fuerza esta devoción y en los distintos lugares surgen Cofradías con esta advocación que encargaron las correspondientes imágenes para su culto. En el caso de Sanchonuño, la Cofradía del Rosario compitió en devoción con la del patrón de la parroquia, Santo Tomás, relegándole con el tiempo a un papel secundario. Ha sido tal la devoción a esta virgen que, cuando en el año 1985 la localidad decidió dejar el primer domingo de octubre como fiesta menor y pasar la fiesta grande al primer domingo de agosto, nadie reparó en que tal vez era el momento de desagraviar al patrón. Pero la Virgen del Rosario tiene desde entonces dos procesiones y Santo Tomás sigue sin la suya. Todo el protocolo de la fiesta de octubre se trasladó a la de agosto.


Hacer historia contemporánea es crear polémica. Por ello me centraré en el objetivo que me había propuesto: dar a conocer el cuadro dedicado al beato Simón de Rojas conservado en la parroquial de Sanchonuño. Tal vez el primero de la diócesis, tal vez el único, sin contar con que los trinitarios de Cuéllar encargaran el suyo.

Este convento de la Trinidad en Cuéllar estuvo en principio junto al río Cerquilla, fuera de la población. Lo había fundado fray Thomas Walls, de nación inglés, por los años 1219. Se trasladó a la villa en el año 1554 bajo el auspicio de la familia Bazán y siguiendo las consignas del Concilio de Trento de que la orden haría mayor servicio estando dentro de núcleo poblado. Se aprovecharon las ruinas de la que antes había sido ermita de San Blas. En él fue ministro el padre fray Simón de Rojas, cuya beatificación se espera pronta. Así lo reseñaba un historiador cuellarano en el año 1763. Durante su estancia en Cuéllar, según Balbino Velasco, su influencia se dejó sentir en los pueblos de la comarca donde salía con frecuencia a predicar. Su memoria fue conservada por los frailes de su orden que recibieron con entusiasmo la beatificación de Simón de Rojas en el año 1766. Los trinitarios y todo Cuéllar, porque entre tanto hombre ilustre como había dado la villa ninguno había alcanzado los altares. Un santo para Cuéllar era lo que hacía falta, aunque Simón de Rojas hubiera nacido en Valladolid. No ha de extrañar que un miembro de la familia Rojas, que eran mucho, ya incluyera al beato Simón de Rojas como su abogado en su testamento, y mandó a sus herederos dos piezas de plata que habían de emplear para cuando lo canonizaran.

Se hallaba por estos años D. Manuel Marugán, cura de Sanchonuño aunque natural del Nieva, realizando importantes reformas en su iglesia. Entre ellas había encargado dos retablos al tallista de Peñafiel Felipe Durán. Uno de ellos el de la Virgen del Rosario, para una imagen que tiene un aire más castellano que otras de la comarca, que son más flamencas, digo esto porque pasan por ser del escultor Pedro Bolduque, que recaló en Cuéllar desde Flandes.

Se habían entendido bien el párroco y el escultor en la redacción del contrato de los retablos, firmado en 1771. Si bien, no habían previsto la inclusión de un lienzo dedicado al recién beatificado Simón de Rojas. Por influencia del momento de euforia y por la de los trinitarios de Cuéllar, que parece que daban su supervisión en lo que tocaba al culto de esta virgen, en última instancia se incluyó, sobre la hornacina de la talla, un cuadro dedicado al beato.


La iconografía del mismo coincide con la que existe sobre Simón de Rojas en Madrid, en el comedor del Ave María que él fundó. Donde nos la explicó un fraile al que requerimos para tal fin en una de nuestras visitas a la capilla de dicho comedor. Representa al beato arrodillado, en oración, al que se le aparece la Virgen que le entrega una cinta. Con toda naturalidad, el trinitario nos comentó que el cordón que le da la virgen a Simón de Rojas era un cilicio, como remedio para que el fraile superara las tentaciones carnales en momentos de crisis, que los tuvo. En el cuadro de Sanchonuño, además del cilicio, el Niño le da también un rosario al trinitario, con lo que se le da sentido a su inclusión en este retablo. Se incluyen otros elementos en el cuadro que se prestan a una interpretación más subjetiva, aunque sin duda tienen su intención. Por un lado, los panes que aparecen en el suelo pueden hacer referencia a la inclinación que tuvo Simón de Rojas por los pobres, a través de las Congregaciones del Ave María. El comedor de Madrid sigue dando comidas en varios turnos a día de hoy y en él, qué pequeño es el mundo, colabora como voluntaria Dolores Álvarez, que ahora sabe que por Sanchonuño, su pueblo, también anduvo Simón de Rojas.

Hay en el cuadro una clara composición piramidal en la organización de los personajes: la Virgen, el Niño y el beato. Se echa en falta el lema AVE MARIA, propio del beato y que, dicen, tenía siempre en su boca. Es sustituido por una clara alusión a la Trinidad con el Dios Padre, la paloma y el Niño, que forman una línea de derecha a izquierda.

Aparece el fraile apoyando sus rodillas sobre dos tiaras de obispo, como si hubiera renunciado a cargos eclesiásticos destacados. No le hicieron falta. Su influencia en la corte de Felipe III fue considerable. Tenía fama de milagrero y todos vivían pendientes de esos milagros.

Acabó metiéndose en asuntos políticos. Al plantearse la expulsión de los moriscos, el padre Rojas dictaminó que había que aplicar radicalmente la medida. Arremetió contra el arte y música profanas, contra las fiestas, contra la prostitución. Muerto Felipe III, fue nombrado confesor de la nueva reina, Isabel de Borbón, con la influencia y poder que este cargo suponía. En resumen, y en palabras de Caro Baroja, fue un adalid de la Santa España. Murió en Madrid en 1624. Dos siglos más tarde de su beatificación, sería canonizado en 1988 por Juan Pablo II.


El retablo de la Virgen del Rosario de Sanchonuño, en el lado de la epístola de su iglesia, de estilo barroco-rococó, es obra, como se ha dicho, de Felipe Durán. En su composición y realización no poco tuvo que ver D. Manuel Marugán. Este cura, sin descuidar sus obligaciones parroquiales, tenía aficiones pintorescas. Así, entre otras cosas, diseñó un carretón falcado, que no era sino un apero alternativo al trillo tradicional. Con ayuda del herrero y carpintero del pueblo construyó el prototipo. Adelantó la prueba del mismo para que estuviera presente el obispo, que se hallaba de visita pastoral. Tal vez no era el momento y las mieses con las que se hizo la parva de la demostración estuvieran verdes. Estas acabaron embozando las hoces, con corte en su parte convexa, en las que se basaba su invento. Todo influyó para que aquello fuera un rotundo fracaso, al que hubo que añadir la mofa de sus parroquianos. En Sanchonuño no se tomaron en serio aquella nueva tecnología y siguieron usando los trillos tradicionales de Cantalejo otros doscientos años más, hasta 1970.

Ese año fue la última vez que vi a los trinitarios en Sanchonuño. Acababa el curso y dos hermanos de la orden, de paisano, aparecieron en la escuela para captar nuevas vocaciones. Se llevaron una semana a un grupo de siete u ocho chicos a su convento de Salamanca. Las experiencias allí fueron dispares. Ellos lo saben. Solo uno regresó después con los trinitarios y durante tanto tiempo que a punto estuvo de vestir el hábito blanco, con la cruz de brazos rojo y azul.

Empezábamos con Lepanto. Hubiera sido un tópico haber citado, en el cuarto centenario de su muerte, a D. Miguel de Cervantes en relación con esa batalla. Sin embargo, es de justicia recordar que fueron los trinitarios los que gestionaron y consiguieron el rescate de su presidio en Argel, salvándolo de un destino incierto. Fue Fray Juan Gil, trinitario natural de Arévalo. Y en agradecimiento al gran amor y predilección por la Orden Trinitaria, se mandó enterrar Cervantes en las monjas trinitarias de Madrid, en cuyo convento se han buscado sus restos infructuosamente.

Texto: J. Ramón Criado
Fotos: Pablo Pascual