La Historia toca de forma
transversal al sexo femenino, algo que si ya es notorio con las mujeres
importantes, en el caso de las del pueblo llano es clara marginación. Por esto,
hemos recogido algunos datos que nos hemos ido encontrando en diferentes medios
y fuentes y si bien el resultado no es muy granado, queremos presentar algunos
ejemplos de mujeres trabajadoras para aportar nuestro grano de arena a enmendar
tanto olvido. Trabajadora es un epíteto para la mujer, es decir, por el hecho
de serlo ya se le supone o lo lleva implícito, salvo honrosas excepciones, que
de todo habrá. La fortaleza del otrora llamado sexo débil no se pone en duda,
que si hombres y mujeres tuviéramos que parir por turnos, otro habría sido el
devenir de la historia y de la demografía.
Fuera del hogar, el servicio
doméstico ha sido tradicionalmente una de las actividades que ha recibido gran
número de las mujeres trabajadoras a sueldo. No sé si servirá de ejemplo para
los casos de las demás criadas el de Juana Velázquez de la Torre, que fue
contratada por la reina Isabel la Católica para que fuera ama del malogrado
príncipe heredero Juan, fallecido en 1497. Yo la tengo por cuellarana, como a
otros que entraron en la órbita de los reyes llamados por su pariente Juan
Velázquez de Cuéllar, para entrar al servicio en la corte. La triste ama,
manifiesta en su testamento el gran dolor que sintió con la muerte del
príncipe.
Nombrada igual que la anterior, Juana
Velázquez fue viuda y estanquera para Cuéllar, Íscar y Fuentidueña del
monopolio del solimán y azogue, documentada a finales del siglo XVI. El monopolio de estos productos, obtenidos a
partir del cinabrio, estaba justificado en base a su uso en las minas de oro y
plata, principalmente en las colonias americanas. A Cuéllar llegaba el azogue
no para estos menesteres, sino para ser aplicado en el curtido de pieles en sus
tenerías, por sus cualidades corrosivas. Doña Juana era beneficiaria de este
estanco en Cuéllar y tenía en este negocio su forma de ganarse la vida. Tal vez
se tuvo en cuenta su viudedad para otorgárselo a ella.
Del trabajo de las esclavas habría mucho
que decir, porque era más habitual de lo que nos podemos imaginar que las
familias pudientes tuvieran servicio de esta naturaleza en la Castilla de
Cervantes. En 1565 bautizaron en Cuéllar a María, esclava india propiedad de
Diego de Hinestrosa, hijo de Dña. Isabel de Zuazo, la de las bulas de San
Esteban, y heredero de su mayorazgo. Fue su madrina Dña. Catalina de Quesada,
su ama y mujer de D. Diego. La esclavitud, como institución vigente en España y
sus colonias hasta finales del siglo XIX, se ha soslayado en los estudios como
una lacra de nuestra historia. Si traemos aquí que en España hubo esclavitud,
muchos no daremos crédito o pondremos objeciones, pero la realidad es que la
hubo y el esclavo fue un elemento normal de nuestra sociedad.
Llamativa nos ha resultado la historia de
Catalina López, tratante de gallinería en Madrid. Este oficio comercial aparece
como paradigma de oficio femenino desde principios del siglo XVII. No solo
suministraban gallinas y pollos, los más consumidos por las clases populares,
sino también huevos, conejos y todo tipo de volatería (faisanes, perdices,
codornices, pichones...), destinada a las clases privilegiadas. Poseían
cabalgaduras propias, debidamente registradas, y salían con ellas a comprar el
género a las zonas rurales. En caso de necesidad, nombraban persona de
confianza que les sustituyera en ese cometido. Gallinas, paja y cebada eran
parte del impuesto de alcabalas que en la Tierra de Cuéllar se le pagaban al
duque de Alburquerque en especie. Así, en 1651 dicha Catalina López se quedó
con el lote de las gallinas del partido, que ascendía a 2.300 aves, valoradas a
dos reales y medio cada una, lo que hacían un montante de 6.000 reales.
Llama la atención en la documentación que Felipe García autorice a su mujer Catalina López, para que esta le dé a él mismo el poder para ir a recaudar en Cuéllar las gallinas de las alcabalas del duque. Solo figuran las aves que tenían que pagar las aldeas, no las de la villa, y le sirven al historiador, en un siglo desierto de censos de población, para hacerse una idea de la misma, ya que cada vecino le pagaba una gallina al señor.
Llama la atención en la documentación que Felipe García autorice a su mujer Catalina López, para que esta le dé a él mismo el poder para ir a recaudar en Cuéllar las gallinas de las alcabalas del duque. Solo figuran las aves que tenían que pagar las aldeas, no las de la villa, y le sirven al historiador, en un siglo desierto de censos de población, para hacerse una idea de la misma, ya que cada vecino le pagaba una gallina al señor.
En relación a esta actividad, asistimos por
estos años a una denuncia de intrusismo en la profesión, como un primer Cabify
en la Corte. Serían dos mujeres, María de Paz y Ana López, las que en
representación del colectivo de tratantes informaran a las autoridades de la
presencia de mujeres chalanas que, sin tener cabalgaduras propias, vendían
pollos y huevos por distintos puntos de la ciudad. La repetición de apellidos
en los censos de tratantes hacen pensar que esta actividad femenina se
articulaba a través de redes familiares. Entre las gallineras de 1700 destaca
María Martínez de Coca, con una reata de 10 machos para la realización de su
labor, esto nos pone sobre la pista de que algunas de estas mujeres fueran
además segovianas.
Al margen de estos ejemplos con nombres
propios, en relación al trabajo y oficios que desempeñaron las mujeres,
tendríamos que referirnos a toda esa legión de mujeres anónimas que no sale en
los papeles. El servicio doméstico y la lavandería constituyen el mayor nicho
de empleo de la mujer trabajadora en la España tradicional. Las lavanderas eran
en las ciudades un ejército laboral invisible e infravalorado, la mayoría de
ellas viudas. Después de ellas venían las actividades relacionadas con el
abastecimiento y distribución de alimentos donde se empleaban un buen grupo de
mujeres. El abasto ponía en relación la economía de la ciudad con la de las
zonas rurales y, con ese suministro, los oficios de procesamiento de alimentos
y la restauración. Este sigue siendo hoy en día un sector estratégico para el desenvolvimiento
de la economía rural y para la fijación de población en los pueblos, y el
ejemplo de lo que decimos lo hallamos en el norte de la provincia.
Mujeres picando la raíz de la achicoria en un secadero de Sanchonuño hacia 1960. (Geni Maroto) |
“La mujer de El Carracillo se echa la
tierra al hombro”, oímos decir no hace mucho a una mujer de edad en
Cantimpalos. Como si esas mujeres fueran el paradigma y ejemplo de la mujer
trabajadora segoviana. Y mirando a lo que nos resulta más próximo no le falta
razón, pues a las tareas del hogar siempre estaban dispuestas a complementar
con su trabajo el de maridos y padres: escardar, espigar, trillar, aventar o
coger miera, según los casos. Geni Maroto, hija y nieta de resineros, ha
recopilado un interesante archivo de fotografías antiguas que reflejan esos
trabajos antes de la mecanización del campo. Se incluyen fotos en las campañas
en Francia o Suiza, como prueba de que no solo se iban los hombres en los
sesenta y setenta. De estos fondos salió también la imagen de su abuelo
resinando, plasmada ahora en un monumental grafiti en la plaza se Sanchonuño,
en reconocimiento a este oficio. Geni durante mucho tiempo salió de su pueblo y
trabajó como gobernanta en un importante hotel de Menorca, regresando cada año
al final de la campaña turística. En este tesoro de imágenes, nos quedamos con
la que aquí presentamos: grupo de mujeres picando la achicoria, icono para el
futuro museo de esta raíz proyectado en Sanchonuño. El hombre en el horno y la
mujer picando. La imagen no refleja la dureza de este trabajo. El picado de la
achicoria en rodajas antes de pasarla al secadero era realizado por mujeres,
más habilidosas con el hocín que los hombres. Labor ingrata por el frío de
inviernos más rigurosos y que solía hacerse al abrigo del techo de un
colgadizo. Imagen precursora que enlaza con la de las trabajadoras que al día
de hoy acuden a las fábricas hortofrutícolas.
El cultivo de la achicoria como sucedáneo
del café en el siglo XX puso en valor unas tierras con unos rendimientos
impensables hasta entonces, cuando se dedicaban al cultivo del cereal. Las
tierras centeneras de la comarca tan apropiadas para este cultivo y los que
vinieron después: la zanahoria, la remolacha, el puerro o la fresa. La
achicoria relanzó la economía y retrasó el éxodo de familias hacia Madrid o el
País Vasco. Con la mejoría en la economía familiar llegó también un acceso más
igualitario de la mujer a la promoción y al estudio. De nuestros pueblos han
salido en las dos últimas generaciones una importante legión de féminas que
accedieron a la formación: maestras, enfermeras, veterinarias, economistas,
médicas, periodistas, abogadas, fiscales, juezas… Aunque en estos casos el
destino laboral de estas mujeres esté en la ciudad.
En reconocimiento de la labor de todas
ellas, incluidas las que siguen enraizadas y trabajando en sus pueblos y las
que por omisión no han salido en esta instantánea, vayan dedicadas estas
líneas.
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