La concejala de Turismo de la
villa de Cuéllar se expresaba radiante por el buen augurio que suponía ver la
sala del Palacio de Pedro I con una
buena asistencia de público. El catedrático de historia del derecho, Félix
Martínez Llorente, daba una conferencia sobre la figura de Pedro I. Al minuto
de su intervención, un sonido fuerte y seco nos sobrecoge. Fue justo detrás de
mí, pero con mayor riesgo para la persona allí sentada: una piedra, de la pared
de cal y canto, se había desprendido y caído desde bastante altura al patio de
butacas. Una manifestación fantasmagórica de D. Pedro, apuntó el conferenciante
tratando de quitarle hierro a lo que pudo ser una desgracia.
El Sr. Llorente viene siendo el
buque insignia de los historiadores oficiosos en la Villa, organizador de
jornadas de investigación con el teniente de alcalde, y fue a él a quién se le
encargó desgranar una biografía del rey justiciero o cruel, según se mire y de
sus bodas efímeras. Nada que objetar al contenido de la primera parte y al
tono, que cautivó al público. Menudo verbo. Pero en cuanto empezó a aterrizar
en la boda de D. Pedro en Cuéllar las deficiencias en los contenidos empezaron
a levantar sospechas de lo poco, o nada que el catedrático iba a aportar sobre
lo que más nos interesaba a los presentes: su boda en Cuéllar con Dña. Juana de
Castro. Dio por sentado que el rey se alojó en el que él llamó alcázar, y que
por eso se casó en la de San Martín (sin pensar que fuera la novia parroquiana
de esa iglesia). Que la abandonaría al día siguiente, idea hoy superada. Y no
dio ninguna explicación convincente de por qué el banquete fue en el palacio en
el que daba la conferencia. Fue en este punto cuando hizo una interpretación
peregrina de la heráldica del palacio donde nos encontrábamos, atribuyendo los
escudos de la fachada a los Castro y sus descendientes y relacionando las
flores de lis de uno de ellos con el reino de Francia (¡). En ningún caso se
refirió al escudo de los Velázquez allí representado, y visto lo cual deduje
que no sabía quien vivía en el palacio en el momento de la boda ni quiénes
continuaron siendo sus poseedores. Él, que nos ha reprochado a los
historiadores por denostar los escudos y no darles la importancia que tienen, y
que se jacta de heraldista de pro, reformador del escudo municipal cuellarano.
Fue sobre este particular de lo heráldico, por la tomadura de pelo que suponía
para la audiencia, por donde empecé a verbalizar mis discrepancias con el
catedrático, pero solo al final de su conferencia, no habiéndole interrumpido
nunca. Realmente sí le hice dos reproches, y en ocasiones fui vehemente, cierto.
Primero: Yo hago acto de presencia en cualquier conferencia que tenga que ver
con la historia de Cuéllar y comarca, me había hecho 200 km para estar en la
suya. Él solo asiste a las que esté en la mesa como ponente o como invitado (y
qué elenco de invitados, ya hablaremos en otra ocasión de alguno de ellos).
Segundo: era por esta razón que desconocía mi libro Cuéllar: la historia perdida, que para Llorente había sido la historia ignorada, y la causa de su
desconocimiento en sus meteduras de pata. También verbalizó, en su conato de
histeria, que no leería nada escrito por mí, con lo que cimenta más su
ignorancia.
Se me reprochó por su pertiguero,
el Sr. Hernanz, que me ajustara a las preguntas (¡?), para después espetarme
que había ido a dinamitar la conferencia (a dinamizarla, le contesté yo, para
que no fuera un monólogo sectario de su colega). Lo que no se quería es que
hubiera ningún tipo de debate y consiguió que hasta el público, o parte de él,
se me pusiera en contra, y hasta el Sr. Alcalde presente me mandó callar,
vetando mi libertad de expresión en un edificio público. Y se me invitó a que
abandonara la sala por haber ofendido al conferenciante, que lo manifestaba con
su mirada desencajada hacia mi persona, retándome al uso de la espada,
desconociendo que es el arma que mejor uso. David contra Goliat, el maestro de
escuela contra el catedrático de la UVA. En primera instancia me negué a
abandonar, pero visto que aquello no iba a ninguna parte salí del edificio
antes de que sus moradores, revueltos desde su tumba, desprendieran otra piedra
de sus paredes.
(El día de la presentación de mi
libro había más gente en la misma sala, pero la Sra. concejala de Turismo lo
ignora, porque ella no asistió y hasta le puso sordina. Tampoco estuvo el sr.
alcalde ni su teniente ni, por supuesto, el señor catedrático de historia del
derecho. Afortunadamente, porque sí había ese día gente donde ayer cayó la piedra
de los Velázquez, los hijos de D. Blasco Pérez Dávila, los nietos de Pero
Puerco, marido de Dña. Elvira Blázquez, dueña de la Casa de la Torre en las
bodas de Pedro I con Dña. Juana de Castro).
(Continuará)
Próxima entrega: Endogamia en las
Jornadas de investigación histórica. (Cómo aprovecharse del trabajo de un participante
y no dar cuenta de ello, qué listos somos).
Moraleja: Hay que tener más seriedad y
respetar al oyente, considerarlo y ser
lo suficientemente modesto para reconocer que uno no lo sabe todo, y no ir de
diosete.
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