(La escena de tauromaquia más
antigua de la provincia).
El análisis histórico de las
pinturas murales aparecidas en el atrio de la iglesia de la localidad de
Pinarejos inducen a interpretarlas como la alusión a un hecho de armas de la
Reconquista: la toma de Antequera por el infante Don Fernando en el año 1410.
La iglesia de Nuestra Señora
de la Asunción, en la localidad de Pinarejos, es la única de El Carracillo que
ha conservado su volumetría exterior original de época románica (siglo XIII), con un ábside rectangular con
cubierta a dos aguas. En el edificio destacan la singular torre, con un
excelente chapitel piramidal y un pórtico, orientado al mediodía, con una singular
arquería de columnas con capiteles románicos y arcos de ladrillo, similar a la
de Nieva. A este pórtico se le cegaron sus arcadas y estuvo cerrado destinando
ese espacio a otros fines.
Sacar a la luz el atrio no era
ninguna sorpresa y sí uno de los objetivos de la intervención para la
restauración de la iglesia durante los años 2001-2002. La novedad durante este
proyecto fue el hallar en los muros interiores de la nave y en la pared del
pórtico interesantes pinturas que se han datado como propias del siglo XV y
pertenecientes estilísticamente al gótico internacional. En el exterior lo que tenemos es un programa iconográfico más
profano, por la temática que recoge, tal vez por ello se representaría en esta
pared del atrio; sin duda, donde se reunía el poder civil, esto es, el concejo
de vecinos de Pinarejos-Tirados. Consideramos que constituyen un conjunto con
una idea preestablecida: la perpetuación en la memoria de la participación de
dos personajes del pueblo en la toma de Antequera.
Tres son las escenas que
componen este programa iconográfico: la representación de Santiago en la
batalla de Clavijo, la escena que representa el asalto a las murallas de
Antequera y los caballeros lanceando al toro.
SANTIAGO MATAMOROS.
El Santiago de las pinturas se adapta al modelo tradicional: va
ataviado con una túnica y amplio manto rojo y lleva un sombrero de ala ancha
negro en el que se adivina la concha o venera del peregrino y monta un caballo
de color blanco. Blande una espada con su mano derecha, sujeta las bridas del
animal con la mano izquierda, la misma en la que también enarbola el estandarte
que simboliza su victoria sobre los infieles. Salvo por el semblante sereno del
apóstol, estamos a un paso de un Santiago
matamoros. Se plasma en la imagen la ideología de Cruzada contra el infiel,
que justifica la guerra de Reconquista durante los siglos anteriores y, en el
momento de la realización de las pinturas, contra el reino de Granada. Idea que
seguía vigente en las campañas del infante D. Fernando.
Acotado por el estilo
artístico de las pinturas el periodo histórico al que se refieren, durante la
primera mitad del siglo XV solo hay tres campañas contra el reino de Granada
por parte de los castellanos: Setenil, Antequera y la batalla de Higueruela.
Como la primera fue un fracaso y la tercera fue una batalla campal, todo nos
lleva a apostar porque la toma representada en las pinturas de Pinarejos sea la
de Antequera.
En 1390, último año de su
reinado, Juan I otorgó, entre otros, el señorío de Cuéllar a su hijo el infante
don Fernando, quien, después del compromiso de Caspe, ocuparía el trono de
Aragón. Este traspaso supuso una señoralización de la villa que, aunque pasara
a un miembro de la realeza, se distanciaba del dominio directo del rey. Hubo
oposición por parte de los caballeros hijosdalgo a esta entrega al infante D.
Fernando. El rey aplacó los ánimos otorgándole una feria a la villa de Cuéllar,
que envió por última vez procuradores a las Cortes de Madrid, en 1390. En
Cuéllar el infante encontrará fieles servidores y entre estos destacará una
familia por los servicios que prestará en el futuro a D. Fernando y a sus
descendientes, la de los Velázquez de Cuéllar.
El deseo de prestigiarse en la guerra contra los infieles le llevó a
D. Fernando a luchar contra los nazaríes de Granada en dos campañas llevadas a
cabo contra Setenil, en 1407, y contra Antequera, en 1410. En esta última
obtuvo un importante triunfo por la toma de la plaza malagueña, siendo así que
desde entonces será conocido como Fernando de Antequera.
Además de caballeros de la
villa, se documentan también caballeros
residentes en las aldeas de la Tierra que hicieron las campañas con D. Fernando
de Antequera. A este último grupo creemos que pertenecen los caballeros de
Pinarejos que quisieron dejar constancia de la participación en la hazaña en
estas pinturas.
LA TOMA DE ANTEQUERA EN LAS
PINTURAS DE PINAREJOS.
La escena a la derecha de la
puerta de acceso al templo representa claramente el asedio y carga de un
ejército cristiano a una fortaleza. Se percibe la carga de la caballería,
seguida de la infantería, contra unas murallas protegidas por sus defensores,
lo que estratégicamente no tiene mucho sentido. Sin embargo, esto no es solo una alegoría para representar la conquista de Antequera. Efectivamente, el infante D. Fernando entró en la ciudad a caballo y seguido de su cohorte de soldados más cercanos en cuanto el asalto definitivo a una de las torres de la muralla fue logrado por los asaltantes y las puertas quedaron abiertas. Este hecho aparece recogido en las crónicas contemporáneas de la época. También por el historiador Lorenzo Valla, que estuvo al servicio de los descendientes del Infante en Italia y al que damos todo crédito:
Igualmente el general,
(el infante D. Fernando) una vez que vio la puerta abierta, entró por
ella con la cohorte pretoria, a banderas desplegadas, mientras aún
duraba la pelea. Con su presencia se derrumbó en los vecinos de
Antequera el resto de alientos que les quedaba, sí es que tenían
alguno.
Por delante del ejército
asaltante, cuyo caballo mete media cabeza por la puerta reforzada con hierros
de la muralla, se representa a su jefe: el infante D. Fernando. El protocolo
prohíbe que nadie más se lleve ese mérito y se le pone en ese lugar sobre su
caballo pinto; se adivina una corona sobre su cabeza y el pintor insinúa una
aproximación a su escudo: las barras rojas de Aragón. Tal vez porque no supiera
representarlo con mayor fidelidad.
Le sigue en la escena el que
sería uno de los comitentes de estas pinturas: el caballero a caballo con
escudo, casco y armadura, destacado sobre el resto de la tropa que carga. Se
representa la heráldica de este caballero que parece un joven: escudo con una
banda, sin que podamos precisar sus colores. En los caballeros representados en
la tercera escena del atrio, el escudo que lucen en su pecho pasa a tener dos
bandas en vez de una. ¿Cuál es la razón? El escudo recogía en muchos casos los
méritos hechos por sus poseedores. Esto lo apunta el historiador cuellarano del
siglo XVIII Melchor Manuel de Rojas, que señala en su Historia cómo los
caballeros más destacados de la villa añadieron a su escudo de armas la bordura
de gules con ocho aspas de oro por su participación, justamente, en la toma de
Antequera. Queremos decir que los caballeros de Pinarejos fueron a Antequera
con una banda en su escudo y volvieron con dos, como reconocimiento a su
participación en la batalla.
Y a la vuelta de la campaña,
victoriosos y con botín, se dispusieron festejos para celebrar la toma de tan
importante plaza fortificada a los nazaríes. Estas celebraciones incluyeron
toros y es justo lo que podría estar representando la escena tercera del atrio
y la que cierra el ciclo iconográfico. Sorprende al visitante que queden hoy
dentro de la sacristía pero este espacio fue en su día parte del atrio. Son las
pinturas más antiguas con temática taurina en la provincia y fueron usadas, al
poco de haber sido descubiertas, por los documentalistas de turismo de Cuéllar
como imagen para reforzar esa idea de los encierros más antiguos de España.
Pero en esos paneles con la escena de tauromaquia no se señaló que no estaban
propiamente en la villa sino en la Tierra: en la iglesia de Nuestra Señora de
la Asunción en el pueblo de Pinarejos, lo que dejó perplejos a los habitantes
de este lugar. Los dos caballeros a la derecha, el primero más joven que el segundo,
lancean al toro cárdeno situado a la izquierda; muy desdibujados se adivinan
otros personajes participantes en el festejo, alguno caído en el suelo.
LOS TESTIGOS HABLAN
No sabemos los nombres de los
caballeros representados en las pinturas de Pinarejos, pero tenemos el
testimonio contemporáneo a ellos de otros hombres de armas salidos de los
pueblos y participando en la campaña de Antequera, cuya toma creemos que es la
que se representa en las pinturas.
En su declaración,
Alfonso Sánchez, hijo de Diego López,
bajo juramento en la ejecutoria de hidalguía a favor de García de Cuéllar, año
1453, testificó lo siguiente:
Que conoció al padre y al abuelo de dicho García viviendo en Pesquera,
aldea de la villa de Cuéllar (despoblada hoy, entre Chañe y Arroyo) y que
fueron hidalgos y tenidos por tales. Que por esto no pagaban tributo salvo en
los que pagaban los hombres hidalgos (muralla, caminos, puentes y términos),
pero sí pagaron en la compra de Montemayor y en la del reloj. Que vio en su día
como García Álvarez, su abuelo, acompañó al infante D. Fernando en la guerra de
Antequera y de Aragón cuando fue para allá, y tenía consigo otro compañero de
armas que llevó y que al dicho tiempo el testigo estuvo en dichas guerras por
paje de Juan López, su tío, y vio que los caballeros y escuderos tenían y
nombraban a García Álvarez por hidalgo. Que el padre, Juan Álvarez, fue a las
guerras que hubo con los reyes de Aragón y Navarra, con otros hombres hidalgos
de la villa y tierra y lo viera presentarse en la aldea de Pecharromán, tierra
de Fuentidueña, donde todos se juntaban para salir en campaña.
Escudo de Fernando de Antequera en Cuéllar. |
Todavía cuarenta años después
de la toma de Antequera, Gutierre Velázquez, hijo del doctor Ortún Velázquez
que había participado en la campaña, encargaba a un poeta pariente suyo
romances sobre tan significada hazaña como prueba de la memoria que aún se
conservaba de este hecho. Los caballeros de Pinarejos, a su manera, quisieron
dejar recuerdo de su participación en la campaña mandándola representar en las
paredes del atrio de su iglesia.
Texto y fotos: J. Ramón
Criado.
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