La propia descripción del
Hospital, que dejó de su puño escrita Gómez González, nos deja claro que la
conclusión de este edificio fue la prioridad del arcediano. Pueden despistarnos
los elementos arquitectónicos y artísticos más tardíos que aparecen en la
portada de la capilla del Hospital respecto al momento de su fundación (1429) y
hacernos creer que todo el conjunto de la iglesia es posterior. Las arquivoltas
en dicha portada de estilo gótico isabelino, o el propio escudo de los
Alburquerque confirman esta propuesta y retrasan su factura a la intervención
de uno de los dos primeros duques (finales del siglo XV o principios del XVI).
Sin embargo, no cabe pensar sino en una reforma o mejora de dicha portada, que
pasa a proyectarse sobre la calle.
La descripción de Gómez
González sigue por la segunda planta. En el momento de su apertura los
pabellones de enfermos estaban en la planta baja, lo que se explica por la
referencia a las tarimas de madera que se pusieron en los mismos para evitar la
humedad del suelo. Describe dicha planta alta con sus diferentes espacios y sus
usos. Destaca en ella dos cámaras grandes con su chimenea y su zaquizamí. Palabra esta última incluida
por Rojas en su índice de vocabulario antiguo y que se refiere a un escusado o
servicio. El de los hombres estaba en la propia muralla, al que se salía desde
esta planta alta por un corredor y donde tenían su letrina al vuelo. Los planos
del siglo XVIII se refieren a este punto como cubo por donde se tiran las inmundicias. Diferencia las
dependencias anexas al propio cuerpo del Hospital y capilla. Dedicadas estas a
pobres comunes y articuladas en torno a un segundo patio. Establo para diez
bestias y dos viviendas para servidores de la institución; corral para aves y
un huerto o vergel con su pozo.
Todo lo dejó, en cuanto le fue
posible, bien acabado, según expresa el propio Gómez González. A todo ello se
dedicó desde su llegada a Cuéllar desde Roma, en junio de 1425, hasta su
partida para el monasterio de Guadalupe, en febrero de 1430. Aún tuvo tiempo
como arcediano de aplicar su doctrina en relación a la importancia de la
eucaristía en la misa. Así, se preocupó de que se dignificaran los sagrarios y
de cómo se guardaba el cuerpo de Dios en
todas las iglesias de su arcedianazgo de Cuéllar, como se recoge en el
manuscrito 697. Mucho celo pondrán, al menos desde esta época, los visitadores
del señor obispo para que los relicarios de las parroquias estuvieran en
perfecto estado de revista.
Este ideario de la
reivindicación de la transustanciación en el momento de la consagración ya lo
hemos señalado presente en la tabla para lucillo con la Misa de San Gregorio.
En la otra tabla patrocinada por el mecenazgo de Gómez González, la de Juan
Fernández, la referencia a este asunto se hace a través de la representación
del pelícano picoteando su pecho para dar su sangre a sus crías, tema
iconográfico muy recurrente para aludir a la eucaristía.
Abandonado su proyecto de
fundación de un monasterio jerónimo y por la prioridad dada por Gómez González
a la conclusión del Hospital, fue la construcción del Estudio de Gramática la
que quedó en segundo plano. El propio Rojas señala que quedó suficiente pero no
con las mejoras que en su época ya tenía gracias a la intervención del
patronato. Gómez González dejó dispuesto en 1438, consciente del retraso en el
edificio del Estudio, que se fuera reformando cada año hasta concluirlo también
en cal y canto. Con su claustro en medio articulando los espacios, a manera de
colegio dice, donde pudieran estar hasta doscientos escolares, que todo se
fuera haciendo, según las posibilidades, hasta acabarlo. Esto nos indica que no
se había concluido el Estudio en vida de Gómez González, pero el patronato
continuó con el proyecto del fundador hasta rematar la obra. Un dibujo del
siglo XIX nos da fe de que se construyó el claustro, con una espléndida galería
renacentista, otra de las obras perdidas en Cuéllar, siguiendo la voluntad del
fundador, pero ya después de su muerte.
Hoy nos podemos hacer una idea del
conjunto del edificio medieval a partir de los planos aparecidos en la
Chancillería de Valladolid, referidos a la importante reforma del Hospital
llevada a cabo a finales del siglo XVIII, cuando la institución estuvo bajo la
dirección directa de Baltasar Alonso, Defensor del Hospital, y la supervisión
del órgano judicial vallisoletano. Los dibujos confirman a grandes rasgos la
descripción hecha por el propio fundador Gómez González y dan fe de alguna
medida tomada en años anteriores. Nos referimos a la decisión de instalar las
camas de los enfermos desde la planta baja en la superior.
Alonso, junto con el arquitecto local
Joseph de Borgas, llevó a cabo una profunda reforma y puesta al día del
edificio del Hospital ejecutada entre los años 1774 y 1778. El objetivo era
recuperar el espíritu del fundador y prestar una asistencia más racional a los
enfermos, atendidos en la fundación, aumentando el número de camas.
En esta obra se amplió el
patio del pozo que quedaba entre la capilla y la muralla y al que daban las
enfermerías de hombres y mujeres. Se le añadió un nuevo coro a los pies de la
nave de la iglesia. En el momento del desmonte del primitivo edificio del siglo
XV, el arquitecto encargado del proyecto general, José de Borgas, informó a la
Real Chancillería de la debilidad de los cuerpos de fábrica preexistentes y su
incompatibilidad con la obra nueva, solicitando la suspensión del proyecto. El
tribunal comisionó entonces al arquitecto vallisoletano Pedro González Ortiz
para que inspeccionara las condiciones de la obra, el cual informó
favorablemente para el reinicio, con ciertas modificaciones. Aunque por el
momento no consta expresamente que esta fuera una de ellas, es muy posible que
el abovedamiento del coro tuviera que ver con los necesarios cambios de
estructura. Se trata de la única intervención de González Ortiz en el proyecto.[1]
Se reformaron las cocinas de
enfermos y se añadió una enfermería para gálicos y llagados. Considerando que
los seis sirvientes con los que contaría el Hospital habrían de vivir en sus
instalaciones, se habilitaron espacios para sus viviendas mediante el sistema,
mantenido antes y después en la comarca, de sala más dos alcobas. Se diseñaron
además las respectivas oficinas para
estos sirvientes, es decir sus
respectivos corrales con colgadizos para cuadras y leñeras. En el grupo
de sirvientes entraban los dos capellanes, enfermeras y otros servicios. Se
incluyen otras dependencias, como la sala para recetar y otra para descanso del
capellán; sala para juntas del Patronato, archivo, etc. Presuntamente, la
conocida como capilla de la Piedad se transformó en sacristía o en ampliación
de esta, desapareciendo así tan significado espacio para Melchor Manuel de
Rojas.
Fuera de la villa, Gómez González
patrocinó en la catedral de Segovia el altar de San Jerónimo al que dotó
también de ornamentos. El cabildo de la ciudad aceptó celebrar la festividad de
este santo para la que D. Gómez había destinado cierta cantidad de dinero y
para que se le dijera un aniversario sobre su sepultura, caso de llegar a ser
enterrado en la catedral, como arcediano de Cuéllar que había sido. El cabildo
aceptó gustoso las condiciones y dieron
muchas gracias de tantos bienes como había hecho y hacía a la dicha iglesia.[2]
No hay comentarios:
Publicar un comentario