Había escrito la primera
historia de Cuéllar D. Diego Bermúdez de Guevara, hidalgo natural de la villa
segoviana y al servicio del duque de Alburquerque, por los años de mediados del
siglo XVII. Hay constancia de que
esto fue así porque el mismo Bermúdez se lo manifestó al cronista del rey, D.
Josef Pellicer, con el que se carteaba e informaba sobre las familias de
Cuéllar, para los árboles genealógicos, muy de la moda, que al de Madrid le
encargaban.
Sin embargo, la obra de
Bermúdez de Guevara se echó a perder por la desidia de sus herederos. Acabaría,
señala una tradición, sirviendo para envolver con sus hojas las especias que se
expedían en una tienda cuellarana. Así, conocedor del destino de la historia
escrita por su paisano Bermúdez, D. Melchor Manuel de Rojas, hidalgo del siglo
XVIII, pergeñó una idea para que las Apuntaciones,
que había escrito sobre la muy noble
y leal villa de Cuéllar a lo largo de su vida, no corrieran la misma
suerte.
Le habían encargado a D. Melchor
en el año 1763, desde el patronato del Hospital de la Magdalena, que realizara
una copia a letra moderna del Cartulario de
la fundación hecha en la villa por D. Gómez González, allá por 1430. El
Cartulario, copia de seguridad de los papeles del archivo el Hospital, tenía ya
las letras muy deslavazadas y su grafía antigua no se entendía por los
compatronos de la fundación que no eran otros que los regidores del
ayuntamiento. Era propicia la ocasión para que, con permiso del Patronato,
incluyera Melchor Manuel de Rojas en su copia de los documentos oficiales del
Hospital su Historia de Cuéllar y la
biografía del fundador, el arcediano Gómez González. El Cartulario servía no
solo para una consulta más metódica de los documentos del archivo, sino que
además tenía valor jurídico en los pleitos y podía ser presentado como prueba
en los juicios. Por esta razón, la existencia útil de la copia del Cartulario
hecha en el siglo XVIII por Rojas fue efímera. Solo estuvo treinta años en
Cuéllar, ya que se presentó en el Consejo de Castilla, en Madrid, en un
contencioso con el obispo de Segovia, sobre si este tenía derecho de visita
sobre el Hospital de la Magdalena. El juicio no se concluyó y los Cartularios,
el antiguo y su copia, quedaron olvidados en los archivos madrileños.
Paradójicamente, la historia
de Cuéllar de Melchor Manuel de Rojas, salvaguardada por él mismo en su copia
del Cartulario, se perdió de esta manera durante doscientos años. Esta es
literalmente la historia perdida de Cuéllar que hemos dado a conocer
recientemente.
LA HISTORIA ENCONTRADA.
Acabaron los dos cartularios
en el Archivo Histórico de Madrid y fueron sacados del expediente del juicio
referido por la singularidad de los dos libros. Después vino al acceso a los
mismos, por cualquier interesado, en el Portal de Archivos Españoles. Pensamos,
al conocer los documentos, que otros colegas ya los habrían estudiado. No era
el caso. Dimos a conocer las referencias bibliográficas en nuestro primer
artículo sobre los cartularios y el propio Balbino Velasco, entonces cronista
de Cuéllar, se interesó por ellos para dar cuenta en la quinta edición de su Historia de Cuéllar, que prácticamente
estaba ya en la imprenta. Solo tuvo tiempo para conocerlos y citarlos, no para
estudiarlos a fondo. Sin embargo, no es tan importante ver quién llegó antes a
las Apuntaciones de Melchor Manuel de
Rojas, sino la manera de abordarlas.
Decimos esto porque en el ínterin un anticuario
las usó como fuente para uno de sus trabajos pero sin entrar en su
análisis. El resultado fue una obra de escaso valor, de la que el autor se
jactaba de haberla hecho en tres meses (ya serían seis). Todo por tomar al pie
de la letra lo que escribió Rojas sin cotejar sus escritos. Este es el otro de
los significados de historia perdida: la
que no analiza críticamente las fuentes y sigue repitiendo los errores pasados.
La que confunde, más que aclara.
Por lo dicho, las Apuntaciones de Melchor Manuel de Rojas
exigían una lectura detenida (no me sonrojo de que el tiempo empleado se cuente
por años) y analítica, porque no todo lo que cuenta el historiador del siglo
XVIII ha resultado ser cierto. En este sentido, sí somos los que hemos
recuperado la historia perdida de Rojas. Porque hemos entrado en ella para
desentrañar sus intenciones e ideología. Las luces y las sombras de una obra
sectaria en la que su autor pretendía justificar la preeminencia de su clase
social, la de los hijosdalgo, sobre el común de la población, en el control de
los resortes económicos y del poder de toda la Tierra de Cuéllar.
La de Melchor Manuel de Rojas
es una historia que se aleja de la contaminación de los falsos cronicones, aún sin estar exenta de ella. Nos referimos a
aquellos escritos falsarios aparecidos en el siglo XVI que embrollaron la
historia y la convirtieron en impracticable incluso para los más entendidos.
Pero entre tantos males, lo positivo fue el considerable número de historias
locales que se escribieron. Los autores de los falsos cronicones concedieron a
los pueblos remota antigüedad, en otros fijaron la situación de antiguas y
renombradas poblaciones, en algunos hasta silla episcopal, fundada por los
mismos apóstoles o santos paleocristianos, y dieron por doquier a casi todos
santas vírgenes. Para el caso de Segovia, los cronicones fingidos inventaron
para su diócesis un santo que le daba antigüedad y lustre: San Geroteo. Será
Gaspar Ibáñez de Segovia, el Marqués de Mondéjar, historiador más cabal, quien
arremeta en un escrito en defensa de los patronos clásicos, San Frutos y San
Valentín, contra el intruso obispo San Geroteo, introducido por el supuesto
cronista Dextro (creado por Jerónimo de la Higuera).
NOTICIAS SOBRE EL ARTE EN
ROJAS
Aunque Melchor Manuel de Rojas
no concibe un plan dentro de su obra para abordar el Arte en Cuéllar, nos
rescata referencias a obras
desaparecidas, caso del Convento del Pino, en Mata de Cuéllar, fundado por el
presunto antepasado de Gómez González, Alonso García de León, contador mayor de
Enrique III. O nos da luz sobre algunas obras de arte que se han conservado,
aunque hoy estén en museos de fuera de la villa. Este es el tercer significado
de historia perdida: el conjunto de
obras de arte echadas a perder en Cuéllar o que salieron fuera de la villa,
recalando en Madrid, Barcelona o en el mismo Harlem, en Nueva York.
Es muy interesante la tabla
para un sepulcro de la iglesia de San Esteban que encargó Gómez González en el
primer tercio del siglo XV. El arcediano patrocinó esta sepultura o lucillo
para dos parientes próximos, padre e hijo. Se trata de Juan Velázquez Caballero
y Juan Velázquez, caídos presuntamente en algún conflicto armado de su época,
tal vez en Setenil o Antequera. Es una de las pocas conjeturas que nos
permitimos en el libro: son para nosotros el padre y el hermano del
patrocinador, Gómez González. Todo ello después de desmontar la genealogía que
Rojas construye para el arcediano. Solo un pariente en primer grado dedica una
obra de este tipo para el entierro de sus parientes. Así nos lo relata Rojas,
que supo ver la importancia de esta tabla:
Hizo construir Gómez González en esta iglesia de San Esteban para
depósito de dos parientes queridos suyos, a la mano derecha de la entrada, que
es un arco con una pintura antigua y poco cuidada, que por tanto me costó no
poco leerla después de bien lavada y barrida.
Esta pintura gótica sobre
tabla es una más de las importantes obras de arte cuellaranas que hoy se hallan
fuera de la villa. Dicha pintura ingresó en el Museo Arqueológico Nacional en
1936, y en las guías de este museo aparece descrita como un fondo de lucillo
funerario procedente de la iglesia de San Esteban de Cuéllar. La tabla, con
estructura de arco apuntado, encajaría en el marco arquitectónico del sepulcro,
constituyendo su fondo. Tan importante pintura, por quien la encargó y por lo
que significa (tiene representada una de las primeras Misas de San Gregorio del
panorama artístico nacional) debería ser solicitada al museo que ahora la
expone y ser traída a su iglesia de origen, San Esteban de Cuéllar, para ser
admirada durante los meses que duren las Edades del Hombre. Ignoramos si está
en los planes de los organizadores hacerlo, pero la ocasión es pintiparada,
plagiando la expresión del prologuista de nuestro libro, D. Antonio Linage
Conde. Y ya puestos a sugerir obras para dicha exposición, resulta
significativo, por su singularidad, que uno de los pueblos de la tierra de
Cuéllar, Sanchonuño, cuente con un Cristo Yacente, escultura neo-barroca,
realizado por un artista oriundo del pueblo, hace tan solo veinticinco años y
que, aunque nos toque por razones de parentesco, no queremos dejar de dar a
conocer aquí. Cabe perfectamente en el programa de las Edades: Reconciliare. Pero doctores tiene la
iglesia.
LOS VELÁZQUEZ DE CUÉLLAR
Ha sido un reto, gratificante,
desentrañar la obra de Rojas, con sus luces y sus sombras, con sus
intencionalidades. Hemos pretendido hacer un trabajo para sumar, para aportar
novedades para la historia de Cuéllar, usando las claves que se extraen del
historiador del siglo XVIII. Los indicios para llegar hasta el testamento de
Martín López de Córdoba Hinestrosa, el marido de Isabel de Zuazo, la señora de
las bulas, que se da a conocer íntegro. Rojas en alguna ocasión duda y nos hace
dudar a nosotros. Pone en entredicho las genealogías y señala el camino para
corregirlas. Así, hemos llegado a establecer el árbol genealógico de los
Velázquez, cabezas de la familia, los moradores de la Casa de la Torre o
Palacio de Pedro I el Cruel. Paradójico, cuando el propio Rojas inventa otras
genealogías y hay que desmontárselas a él. Este asunto ya nos ha acarreado
algunos detractores, pero estamos tan seguros de lo bien hecho, que será
cuestión de tiempo que se acepte como válido. La confusión la sembró el
cronista Pellicer, al adulterar el árbol de los Velázquez, para hacer cabeza de
la familia a Gutierre Velázquez, el de Arévalo, mayordomo de la reina viuda
Juana, madre de Isabel la Católica. Ni Gutierre ni su hijo, Juan Velázquez de
Cuéllar, fueron dueños de la casa solariega de Cuéllar. Incluso ninguno pudo
enterrarse en la villa, como había sido su deseo. Melchor Manuel de Rojas
sienta las bases al poner en entredicho a Pellicer, por haber tenido el
testamento del Dr. Ortún Velázquez (1436), cabeza de la casa y personaje
relegado a un segundo plano por la historiografía tradicional de la villa.
Incluso por haberse hecho una sola biografía con la del doctor y un homónimo
contemporáneo suyo. En el recorrido de nuestro estudio, otros documentos han
venido a apuntalar nuestra propuesta. No haremos aquí un nudo gordiano de otro
que nos jactamos de haber deshecho. Los detalles los podrá encontrar el lector
en nuestro libro.
EL TESTAMENTO DE MARTÍN LÓPEZ
DE CÓRDOBA HINESTROSA.
El otro testamento manejado
por Melchor Manuel de Rojas es el de un cuellarano que ha pasado a ser
actualidad: el de D. Martín López de Córdoba Hinestrosa. Su mujer, Isabel de Zuazo, acumuló durante su vida un
buen conjunto de bulas y otras prerrogativas en papel con las que se hizo
enterrar, habiendo custodiado y conservado, desde su sepulcro en la iglesia de
San Esteban, tan interesante legado durante casi quinientos años.
Por
empeño en la investigación, dimos con el testamento de su marido, D. Martín López, año de 1523,
enterrado junto a su mujer en las extraordinarias sepulturas del lado de la
epístola en dicha iglesia de San Esteban de Cuéllar. Este testamento es un
documento extenso, prolijo en detalles e interesante para la historia de la
villa. No tenemos constancia de que lo hayan utilizado historiadores
contemporáneos; no obstante, después de haber sido dado a conocer por nosotros,
algún colega ha envidado con que él
también lo estaba trabajando, que ya lo conocía. Confesamos aquí, avisados de
nuestra experiencia, que con el testamento de D. Martín nos habíamos reservado,
para nuestra custodia, la referencia de este documento para, llegado el caso,
exponer dónde lo encontró cada uno.
Es
un documento complementario para el significado de las bulas de su mujer. Bulas
de Martín López son las de
difuntos, tomadas en 1498, para sus cuatro abuelos y sus padres, todos
perfectamente identificables. No así la que tomó para una tía que, por su
testamento, hemos identificado con Leonor López de Córdoba, hermana de su padre
Gabriel López, enterrada en la iglesia de Santiuste de San Juan Bautista, y
hacia la que su sobrino profesaba especial compromiso (Bula 3.7). Pero Martín
López confiaba más en la aplicación de misas y aniversarios, para la salvación
de su alma, que en la adquisición de bulas. Y su deseo, verbalizado en su
última voluntad, de ser amortajado con el hábito franciscano, con el que
realmente ha aparecido en su sepulcro. Continúa el testamento de Martín López
con las honras fúnebres del día de su entierro y siguientes, cuyo boato es
proporcional a la categoría social del difunto: el de un noble hidalgo
cuellarano con la suficiente hacienda como para no haberse tenido que embarcar
en la aventura de la conquista de América, como sus sobrinos los Rojas.
Las mandas piadosas por su alma se complementan con un treintanario
revelado en San Esteban y las misas de San Amador. Interesante el treintanario
revelado, porque es una manda especial que consistía en treinta misas por
espacio de treinta días seguidos en sufragio del difunto, durante los cuales el
sacerdote permanecía encerrado en la iglesia y se creía supersticiosamente que
Dios había de revelar el estado del alma del difunto. Era la manera de
asegurarse Martín López el camino de su salvación, prefiriendo la manda de
misas a la acumulación de bulas. En el mismo sentido se oficiaba el
treintanario de San Amador, que gozó durante la Baja Edad Media de gran
popularidad y que se mantiene para algunos casos en Cuéllar y este es el
ejemplo. Se componían de una serie de misas, concretamente treinta y una en
Castilla, que tenían por objeto el rescate del Purgatorio de las almas de las
personas por las que se oficiaban. Estas misas, distribuidas en diferentes
tandas, se acompañaban de la quema de un determinado número de candelas en cada
una de ellas.
PALABRAS FINALES
En resumen, del análisis de las Apuntaciones
de Melchor Manuel de Rojas se ha llegado a aportaciones nuevas para la Historia
de Cuéllar. Además de las expuestas, nos ha permitido atribuir la
identificación del cadáver 2 a, aparecido
en uno de los sepulcros de San Esteban, con Ana Jaramillo, nuera de Martín
López de Córdoba Hinestrosa. Pero estos y otros detalles ya no caben aquí.
Muchos de los datos
recopilados a partir de Rojas en nuestro libro “Cuéllar: la historia perdida”,
los teníamos ya publicados, pero dispersos. Convenía, y este era el momento,
juntarlos y complementarlos. Hacer nuestra propia copia de seguridad, como lo
fue en su día el Cartulario del
Hospital de la Magdalena. Para que, llegado el caso, haga a juicio y fuera de él. Pero, sobre todo, el libro ha surgido
para sumar a la Historia de Cuéllar, para divulgar y dar a conocer a la gente
estas aportaciones. Somos independientes de cualquier academia, universidad o
cátedra. Beligerantes contra cualquier intento de monopolio de la Historia de
Cuéllar, a la que, por su grandeza, no se la puede acotar. Escribimos pensando
en los lectores a los que agradecemos el interés, acogida y el apoyo prestado a
esta obra. Así como a los medios por la cobertura facilitada.
Por último, señalar mis
cómplices necesarios. Los patrocinadores del proyecto para que la mía no fuera
otra historia perdida en un cajón. Instituyendo un nuevo modelo de mecenazgo,
ellos son: el Ayuntamiento de mi localidad natal, Sanchonuño, y dos empresas
privadas de la localidad (HUERCASA y El Campo). Muchas gracias.