EL TÍO REGALIZA DE SAN MIGUEL DEL ARROYO (VALLADOLID).
DE MADRID A VILORIA.
ANEXO DOCUMENTAL
EL TÍO REGALIZA. UN HECHO TRUCULENTO EN SAN MIGUEL DEL
ARROYO (VALLADOLID) 1782
Todavía recuerdan los más
mayores en San Miguel del Arroyo el dicho: “Es más duro que el tío Regaliza,
que le molían a palos y no confesaba”. Se aplica incluso para referirse a niños
testarudos.
Cuando oí hablar del tío
Regaliza a José Antonio Arribas, vecino de dicho pueblo, enseguida lo relacioné con un
expediente del que había tomado algunas notas en la Chancillería de Valladolid.
Y me sorprendió cómo se había mantenido el recuerdo de este personaje en el
pueblo a través de este dicho. Andaba buscando referencias sobre bandolerismo
en la comarca cuellarana en la segunda mitad del siglo XVIII. Partía de un dato
confirmado: Manuel Consuegra y Vicente Garrido, vecinos de Sanchonuño, habían
muerto en dicho lugar a causa de unos balazos que les dispararon unos ladrones
la noche del 24 de octubre de 1786. Pero la partida de defunción de los
tiroteados no daba más detalles de las circunstancias del hecho, que se produjo
unos años después del que vamos a relatar referido a San Miguel del Arroyo. Por
ello, podríamos afirmar que no fueron excepcionales los robos y encuentros con
bandoleros en la Tierra de Cuéllar y que sin ser un problema continuado,
aparecía en algunos momentos dando lugar a situaciones de histeria y
preocupación colectiva.
Sin embargo, parece que los
asaltos a viajeros eran más frecuentes en el camino de Madrid a Valladolid, por
Arévalo. Utilizando en ocasiones los malhechores los pinares de estas tierras
como refugio, principalmente los de Coca, algo apartado de su zona preferente
de acción, para ponerse a resguardo de las partidas que los persiguieran. Dicho
camino desde la capital a Valladolid era sin duda más transitado por viajeros y
mercancías que el camino de Segovia a la ciudad del Pisuerga y por lo tanto más
atractivo para los asaltantes.
En junio de 1780 se produjo un
atraco a viajeros en el camino referido, entre Donhierro y Almenara, que nos puede
servir para ilustrar el modus operandi de los bandoleros. Cinco asaltantes a
media noche, cuatro en caballos y otro en una mula o macho, color castaño,
abordaron a Tomás Ruíz que fue encarado con un trabuco por uno de ellos. Le
mandaron echarse de bruces a él y a sus acompañantes. Les robaron tres ducados
en dinero, un fardo de pañuelos y fajas de seda que traían de Madrid y una capa
de paño de Chinchón nueva a Manuel Gómez, otro de los asaltados. Los bandoleros
llevaban sombreros redondos, atados con pañuelos blancos, e iban vestidos de
paño negro o pardo con botines de badana o becerro. Además de trabucos,
portaban puñales y pistolas. Una vez cometido el robo, se refugiaron en el
pinar de Donhierro.
Se citan en los documentos
otros atracos en la misma zona y en el mismo tiempo a cargo de once hombres
montados. Y esto pasa por toda la Tierra
de Cuéllar, Cogeces, Megeces, Íscar, Las Pedrajas y hasta Carbonero y la
Granja, en donde está poblado de pinares… Las autoridades mandaban, cuando
había alerta de asaltos, provisiones a las distintas localidades para que
estuvieran alerta y para que informaran si tenían noticia de otros robos.
Uno de estos bandoleros
actuando en nuestra comarca, justo por estos años de 1780, fue Sebastián del
Corso. Incluso le podemos imaginar como componente de la partida autora del
atraco referido en Donhierro. Pero al torcerse las cosas, envolvió los 6.000
reales, que tenía producto de sus asaltos, en un pañuelo de seda azul y los
ocultó en un lugar recóndito antes de ser detenido y encarcelado. Estaba preso
en Madrid y no veía la manera de recuperar su preciado botín.
Es en este punto donde aparece
Jacinto Díaz, el tío Regaliza. Entre todos los expedientes sobre bandolerismo,
vistos en la Chancillería, este era el que llamaba más poderosamente la
atención. Me refiero al que inició la justicia de San Miguel del Arroyo contra dicho Jacinto Díaz, palillero de
limpiar dientes y buscador de raíces medicinales, natural de San Pedro de
Argimil, en el obispado de Lugo, y vecino de Madrid, por ser cómplice de la
ocultación de 6.000 reales robados por su sobrino Sebastián del Corso.
El preso, desde la cárcel,
preocupado por su suerte, determinó considerar la manera de contactar con
alguien del exterior capaz de ir a buscar su dinero enterrado. Era una cantidad
importante. Para este fin confeccionó un plano, con unas señas fijas por
escrito, para facilitar el cometido. Pensó para ello en su tío Jacinto Díaz,
vecino de la villa de Madrid, a quien hizo llegar un sobre, con los planes
escritos y el mapa, a su despacho de palillero en la calle de Alcalá.
Jacinto Díaz, era un gallego
que se había afincado en Madrid donde figuraba como fabricante de palillos para
limpiar dientes. Vivía en la calle del Niño, hoy llamada de Quevedo porque el
escritor tuvo allí su casa, y el despacho en la calle de Alcalá. Además
aprovechaba las estaciones favorables para salir a buscar raíces y otras
plantas medicinales que servía a dos herbolarios de la calle Postas y la
Carrera de San Jerónimo. Era el indicado para ir a rescatar el dinero. Tenía la
coartada perfecta para convencerle de que fuera el encargado de esta comisión.
Si le hallaban cavando, lo hacía con el objeto de encontrar esta o aquella
raíz. Lo que el tío Regaliza ganaría con el encargo se ignora.
Ermita del Espíritu Santo o de la Fuenlabradilla en cuyo olmedal escondió el bandolero Sebastián del Corso el dinero producto de sus robos. (Foto: Ricardo Sanz. San Miguel del Arroyo) |
DE MADRID A VILORIA.
Jacinto Díaz aceptó ser él el encargado de ir a rescatar el dinero. Siguiendo las indicaciones de las señas dadas, se desplazó desde Madrid, pasando por Segovia y Cuéllar, a la ermita de El Henar. La referencia clave, antes de llegar al lugar de la ocultación, era un lugarcito del que Sebastián del Corso no recordaba el nombre. Sin duda se trataba de Viloria del Henar. De esta manera, en los primeros días de agosto del año 1782, llegó Jacinto a la ermita de la Fuenlabradilla, en el término de San Miguel del Arroyo, donde se estableció como huésped en la casa del santero de dicha ermita, Antonio Callejo. Tal vez ni le vieran por el pueblo de San Miguel. Solo algunos vecinos habían reparado en él, al cruzárselo por el monte, cuando iban a sus faenas.
El forastero hizo diferentes
rutas buscando raíces. Sin embargo, la querencia que Jacinto tenía hacia
determinado lugar, al que volvía una y otra vez pues no le resultaba tan fácil
dar con lo que buscaba, despertó las sospechas del guarda de los panes, Blas
Criado.
Se estableció cierta relación
entre Blas y el Regaliza. El guarda le vigilaba de cerca y de sus
conversaciones con el forastero dedujo que este realmente sabía de plantas
medicinales. De esta manera, los dos estaban juntos cuando Blas le dijo a
Jacinto que le dejara probar a él con alguna azadonada. Al segundo golpe, fue
el guarda el que hizo saltar alguna de las monedas que había escondidas dentro
del pañuelo. Para sorpresa de los dos. Sobre todo del guarda, que sospechó al
momento que tal vez era aquello lo que buscaba el palillero. Recogieron el
dinero y el guarda llevó a Jacinto a la ermita de la Fuenlabradilla. Desde allí
dio parte al pueblo, cuyos vecinos fueron acudiendo al santuario, a la voz y
reclamo de “han encontrado un tesoro en
el olmedal de la Fuenlabradilla”.
EUSTAQUIO ROMERO, ALCALDE
PEDÁNEO. PRIMERAS DILIGENCIAS.
Cómo primer eslabón en la
cadena de la justicia, le tocaba intervenir al alcalde pedáneo de San Miguel,
Eustaquio Romero. Al tener noticia de que un hombre forastero había encontrado
un pedazo de dinero y de que este se hallaba en la casa del ermitaño de la
Fuenlabradilla, determinó dirigirse hacia allí, acompañado del regidor Jerónimo
Arenal. Llegó a las cinco de la tarde del día 8 de agosto. Dentro, con el
detenido, estaban el guarda, el ermitaño, el maestro Manuel Valdés y Antonio
Capa. El alcalde Romero inició las diligencias, de las que fue fiel de los
hechos el maestro Valdés, preguntándole al Regaliza por su filiación. Después
le pidió que mostrase sus pertenencias para su reconocimiento y le hallaron en
el talego los dineros encontrados (pesos duros, dicen, metidos en un moquero de
seda, bastante gastado). Extendieron las monedas en una capa y el alcalde dio
orden a los presentes que lo contaran. En el ínterin, se sumó al grupo Matías Arribas,
sacristán de la parroquia de San Esteban, del lugar de San Miguel, y Joseph
Pelillo, regidor de dicho pueblo, así como Manuel Pelillo. En presencia de
todos se contó el dinero por el tipo de monedas que había (pesos duros, medios
pesos, pesetas y demás) sin llegar a precisar la cantidad exacta en reales, que
era importante. Se hizo depositario del dinero a Manuel Pelillo, procurador
síndico de San Miguel.
Habiendo preguntado el alcalde
Romero después a Jacinto Díaz que de qué era aquel dinero, este le respondió
que se lo había topado, negando con
ello que hubiera ido en su busca intencionada. Esto exacerbó al alcalde que le
dijo: Dese usted preso y si saliese bien,
se le devolverá el dinero. Sin embargo, en el registro de las otras
pertenencias del gallego, aparecieron los papeles que le comprometían: el plan
diseñado por escrito que había servido a Jacinto de guía, el sobre de carta con
sus señas y el propio plano.
El alcalde de San Miguel
determinó, después de esto, pasar el caso al siguiente eslabón en la cadena de
la justicia: el alcalde mayor de Cuéllar. Así como el traslado del preso a la
cárcel de la villa. Pero antes de llevar al detenido a Cuéllar tuvo que
solucionar otros problemas con sus vecinos.
San Miguel del Arroyo: Iglesia parroquial. A la izquierda, en piedra, casa de la familia Pelillo, construida en 1752 por Bernardo Pelillo. (Foto: Ricardo Sanz) |
REACCIÓN DE LA GENTE DE SAN
MIGUEL DEL ARROYO.
El trámite de oficio que había
realizado el alcalde con Jacinto Díaz le resultó más fácil que canalizar las
expectativas de sus vecinos respecto al tesoro. La gente del común, obviando
por la pasión del momento lo que era evidente, consideró que si el dinero había
aparecido en el término del pueblo les pertenecía de algún modo. Ya había
costado mantener en la puerta del santero de la Fuenlabradilla a los curiosos y,
acabado el interrogatorio, dos de los regidores fueron a la casa del concejo
con mucha gente. Y allí empezaron a decir unos que este dinero sería bueno para
pagar en las arcas reales los tributos que tenían atrasados, otros que para
estandartes (sic), porque hacían falta por no tener dinero el ayuntamiento, y
otros para distintos fines. Por si fuera poco, apareció el cura de San Miguel,
D. Nicolás Antonio Moreno, diciendo que el dinero le correspondía al mostrenco
y cruzada y que a él le pertenecía como juez de la misma. Pero ni por el cura
ni por los otros se inclinó el alcalde Romero, aunque por unos y por otros
estaba completamente aturdido y sobrepasado por los acontecimientos, según su
propia declaración.
Al final, entre el cura y los
regidores, junto con el maestro y procurador síndico Pelillo, determinaron que
el alcalde condujera al preso a Cuéllar ante el alcalde mayor y que llevara
solamente la mitad del dinero, unos 3.060 reales. Que la otra mitad se
reservase en poder del cura, la que si muriese en prisión Jacinto Díaz se
aplicaría el dinero por hacer bien por su alma (propuesta sin duda del señor
párroco) mediante la aplicación de misas y sufragios. Si saliera inocente, se
le devolvería el dinero por mano del cura. Al ser las personas principales del
pueblo las que propusieron este acuerdo, lo aceptó así el alcalde Romero.
En la propuesta quedó el
depositario del dinero, Manuel Pelillo, en entregárselo al sacerdote, pero no
debió hacerlo. Regresado de Cuéllar de entregar al preso, y hallándose
trillando el señor alcalde, se presentó el cura en la era a reclamarle porque
aún no le habían dado el dinero para que él lo custodiara. Le respondió el
alcalde que en su mano no estaba el dárselo y sí en la del depositario, que era
el procurador síndico Pelillo.
Bajorrelieve en la fachada de la Casa de la familia Pelillo. San Miguel del Arroyo. (Foto: Ricardo Sanz) |
II Parte
Eran los cargos del concejo
anuales y a Eustaquio Romero le había tocado lidiar con aquel embolado. Cuando
trasladó al preso a Cuéllar, acompañado de otro vecino, el tío Regaliza había
ablandado su corazón para que le administrara un dinero que tenía suyo propio,
el que había traído para su manutención. Se hacía a la idea de que iba a pasar
un tiempo, cuanto menos, en la cárcel de Cuéllar y de que le tocaría pagar
algunos gastos de su comida y tener contento al carcelero. Así lo hizo, y le
llegó a mandar algunas monedas con el santero de la Fuenlabradilla, Antonio
Callejo, lo que le traería algún problema con el Alcalde mayor.
Era dicho alcalde mayor por el
Duque de Alburquerque D. Antonio de Salas Heredia, abogado de los reales
consejos, segunda instancia en la cadena de justicia de la época. Antes que en
Cuéllar, lo había sido en otros estados del de Alburquerque como en Ledesma. Se
hizo cargo del reo y, en coordinación con la Chancillería de Valladolid, siguió
las diligencias del caso encaminadas a hacer confesar al Regaliza. Pero éste no
soltaba prenda.
Pidió a Madrid se investigara
sobre qué puño y letra escribió el itinerario y dibujó el plano para la
localización del dinero oculto. Se sospechó de un vecino de Jacinto Díaz, el
abogado D. Manuel Vindel. Se le interrogó a éste sobre si había estado alguna
vez en el Santuario del Henar o en los pueblos de la zona, expresando en qué
año y con qué motivo. Que cuánto dinero le había dado al palillero y que si
éste había ido a algún negocio más que al de las hierbas medicinales.
Vindel negó que hubiera dado carta ni mapa alguno a Jacinto. Que
le dijo de palabra la mejor ruta para llegar a Cuéllar (Segovia, Encinillas, Escarabajosa,
Sanchonuño) cuando le había preguntado sobre este asunto. Negó haber estado en El
Henar, ni en San Miguel o Viloria. Dijo que conocía los lugares de esa ruta de
oídas.
Así las cosas, se solicitó desde Madrid el traslado del preso a
esa capital para seguir el proceso. Se señala desde la Chancillería, que es
desde donde llega la orden, que se traslade al reo a esa villa por los medios acostumbrados (de tránsito de justicia
en justicia), con seguridad de que no tome lugar sagrado. Asunto este último
contra el que están luchando para su eliminación los dos fiscales estrella de
la Chancillería en aquellos años: Montenegro y Rodríguez Bayo.
Jacinto Díaz llevaba ya casi tres meses en la cárcel de Cuéllar y
había recibido al menos una carta de su mujer, Ana Moreno. Carta que según el
alcalde mayor arrojaba mucha luz al caso, como pidiendo una tregua para ser él
quien resolviera el asunto. Ana le dice a Jacinto que mire por él, invitándole
a que declare quienes están detrás de su encargo. Se despide con un tu más rendida esposa que tu bien y ver
desea. Salas Heredia, el alcalde mayor, aprovecha esta baza para presionar
emocionalmente al Regaliza. Pero éste se mantiene en sus trece. No descartamos
que hubiera malos tratos en los interrogatorios, pero la documentación no lo
recoge.
Solo obtuvo del preso que no diría nada por no causarle más
perjuicios a su sobrino Juan Fernández, preso en la cárcel de Madrid por
amancebamiento conocido. Que la carta se la habían dejado en su despacho de la
calle Alcalá en una mesilla y que no pudo averiguar quién. Preguntado su
sobrino en Madrid, dijo que él había mandado la carta con un preso recién
salido de la cárcel, pero que a él se la había dado otro preso.
Jacinto Díaz seguía ratificándose en que él no había cometido robo
ni delito alguno, ni sabía quién era el preso que le había dado a su sobrino
dicho papel.
Mientras tanto, a Sebastián del Corso no se le había podido tomar
declaración porque había sido condenado a cumplir su condena en un presidio del
norte de África.
El alcalde mayor de Cuéllar ejecuta la orden del traslado de
Jacinto Díaz hacia Madrid el 25 de octubre de 1782. Interrogados los dueños de
los herbolarios a los que servía el tío Regaliza, éstos manifestaron su
sorpresa, pues tenían a Jacinto por hombre aplicado y de arreglada conducta.
Con el traslado del palillero también se pierden las noticias
sobre su suerte ya que el proceso se concluiría en la capital del reino. Se
remitieron con él los 6.000 reales, incluidos los 3000 que se habían quedado en
San Miguel, como mal menor para aplacar los ánimos de los vecinos, que
consideraban que eran del pueblo. Para recuperar ese dinero que había quedado
en poder del procurador síndico Pelillo, la Chancillería desarrolló una
investigación paralela en San Miguel para averiguar qué razones hubo para
partir el dinero. Pelillo hizo bien en guardarlo, sin dárselo al señor cura,
porque fue a él a quien en última instancia reclamaron ese dinero.
Hasta aquí esta pequeña historia que durante un tiempo tuvo en
vilo al pueblo de San Miguel del Arroyo. Mantenida en la tradición y conservada
(y confirmada) en los papeles de la Chancillería. Y el ingenio que tuvo el pueblo para apodar a Jacinto Díaz como el Tío Regaliza, por ser buscador de raíces.
El guarda de los panes de San Miguel del Arroyo, Blas Criado,
siempre recordó que lo que el tío Regaliza buscaba eran yezgos, una especie del
saúco, la raíz de la nuez y malvavisco. Recordaba también que los cantos
ruedan, por eso no estaba allí la piedra que marcaba el sitio exacto donde
Sebastián del Corso había escondido su dinero, bajo aquel pino, de dos brazos,
en el Olmeral de la Fuenlabradilla.
(Dedicado a mis amigos de San Miguel del Arroyo: José Antonio
Arribas, por haberme facilitado la llave de
este caso; a Diego y Rebeca; a Ricardo Sanz, agradeciéndole el interés y las
imágenes prestadas; a Jorge Velasco y Javier Arribas, por haberme invitado a
tocar también en la procesión de la Virgen de la Fuenlabradilla; a todo el
pueblo, en fin, por el seguimiento que ha hecho de esta microhistoria).
J. Ramón Criado
(Terminada esta microhistoria en Sanchonuño, hoy 2 de julio de
2016)
ANEXO DOCUMENTAL
(El plano y señas fijas para encontrar el botín del
bandolero Sebastián del Corso. Año 1782)
A Jacinto Díaz, que Dios guarde.
Calle de Alcalá, el Palillero.
Madrid.
Señas fijas que no ay en dónde
herrar. Primeramente a Segovia, y luego a la Virgen del Lenar y desde la
Hermita se ve un lugarcito que ay media legua muy corta que se toma el camino para
ir a este lugar junto la Ermita de la Virgen a mano izquierda, por entre las
casas y la Hermita, no se acuerda el nombre del lugar pero no ay otro más
cerca, que está camino del Arrabal. A la salida se encuentra una cuesta abajo
muy chica es la cuesta y a mano izquierda se encontrará una Hermita caída y más
alante un arroyo con una puentecita y dos caminos, el uno a la izquierda y el
otro a la derecha, que este de la derecha se conoce muy poco por aber un piazo
de prado, pero en siguiendo el agua abajo no tiene pierde nenguno. Y en abiendo
andado como un quarto de legua se encontrará un cercado de álamos blancos, /a
mano derecha/ y más alante se encontrará otra cerca a mano izquierda con álamos
negros y antes de llegar a la cerca se dejará el camino y se tomará la pared
arriba de la cerca y se volverá a mano derecha siempre siguiendo la pared y en
estando en medio de aquella línea de pared se volverá la espalda a la pared y
en frente se verán tres pinos muy grandes que acen figura los tres de un
triángulo. Y primero se encuentra un pimpollito nuevo, que está cortada la
cogolla, y se irá al pino del medio, que es el más gordo y encima ace a dos ramas
grandes, que cada una tira por su lado. Y al pie de este pino, por la parte de
abajo, ay un canto encima de la tierra que ace amodo de baldosa, pero no ay que
fiar en el canto aunque no esté allí, que los cantos ruedan. Al pie de dicho
pino de por la parte de abajo, mirando siempre enfrente de la cerca, se aondará
como dos pies de ondo, que lo qual se encontrará una raíz y abajo de ella un
pañuelo azul atado con una calzadera.