SEGOVIA 1824: LAS PRISIONES DE JOSÉ SÁNCHEZ, EL FRANCÉS.
La Historia se viene contando en los últimos años a golpe de siglos completos, respecto a la efeméride a recordar, y hasta por medios siglos, como en el caso de la conmemoración de la coronación de Isabel la Católica en Segovia. Se anuncian otros centenarios, pero solo hechos significados parece que son recordados mediante este sistema, quedan fuera los demás. La memoria de una de esas pequeñas historias, que no se cuentan en los libros, es la que queremos dar a conocer aprovechando que se cumplen de ese hecho doscientos años justos. Nos referimos a la experiencia vivida por setecientos soldados segovianos movilizados durante el Trienio Liberal para la defensa de Pamplona, su capitulación ante el ejército francés de los Cien Mil Hijos de San Luis y su posterior cautiverio en un campo de prisioneros en Francia hasta su liberación.
La existencia misma de los ejércitos ha supuesto siempre la necesidad de su reclutamiento y reemplazo. De esta realidad partimos para contar la historia de uno de aquellos hombres al que le cayó en suerte ir a servir, movilizado para participar en una guerra lejos de su pueblo. Esa es la historia de José Sánchez, un vecino de Sanchonuño, soldado del Regimiento Provincial de Segovia, sacado de su entorno para cumplir con las obligaciones que el sistema le había deparado. Pero su experiencia pudo ser la de cualquier otro miliciano de cualquier lugar de la provincia, porque todos los pueblos contribuían a la recluta en proporción a sus habitantes.
El cupo de soldados en cada localidad se cubría por sorteo entre los varones que entraban en quintas en un acto que suscitaba mucha expectación, además de desazón en los mozos y sus familias ante la posibilidad de que salieran soldados, ya que esto era considerado como una desgracia. Asistían las autoridades locales, el sacerdote y el escribano, que dejaba por escrito y con detalle todo el proceso del acto. Como quiera que en el mismo se usaran dos cántaros de boca ancha, también se llamaba “encantarar” a este sorteo. En un cántaro se metían las llamadas cédulas con el nombre escrito de los quintos y en el otro se introducían todas las papeletas en blanco salvo las que decían “soldado”. En aquel sorteo fueron José Sánchez y Bonifacio Santos los que sacaron las dos papeletas que no estaban en blanco. Quedaban ligados por ocho años a ser milicianos del Provincial de Segovia.
EL REGIMIENTO PROVINCIAL DE SEGOVIA.
El Provincial de Segovia, como los demás regimientos que surgieron en todo el reino, fue un cuerpo militar de reserva. Fueron pensadas estas unidades por la necesidad de contar con una fuerza para la defensa del territorio a un coste muy económico. Porque serían los pueblos los que aportarían el personal y vestuario y el Estado el armamento. En tiempo de paz los soldados permanecían en sus casas y sólo se reunía la unidad en la capital durante algunos días al trimestre en la llamada Asamblea, convocatoria de formación e instrucción, con alguna que otra práctica de tiro. El resto del tiempo sólo mantenía activas su plana mayor y dos compañías de preferencia, la de granaderos y cazadores. El concejo de Sanchonuño tenía establecidas unas dietas de veinte reales a cada miliciano del pueblo cuando estos acudían a las convocatorias de Segovia.
Los milicianos del Provincial, incluido el tiempo que pasaban en sus pueblos, estaban dentro de la jurisdicción militar en cuanto a los delitos que pudieran cometer. Así, en 1769 cuando los dos milicianos de Campo de Cuéllar se vieron implicados en una reyerta, al haber denuncia por lesiones, el alcalde mayor de Cuéllar se hizo cargo de los civiles y dio parte al coronel del Provincial para que juzgara a los dos soldados. Un sargento de granaderos del Provincial llegó a Campo para conducirlos a la capital.
Fusilero del Regimiento . |
LA HISTORIA EN UN LIBRO DE CAJA
Regenerado el Regimiento Provincial de Segovia en 1814, después del regreso de sus prisiones en Francia, se retomó el mismo sistema de sorteos y la vuelta a las Asambleas de instrucción en la capital. Muy pronto se volvieron a dar, durante el Trienio Liberal, las circunstancias para la movilización de la unidad segoviana con destino de nuevo a tierras navarras.
Lo hemos sabido en casa porque en ella se ha conservado, de generación en generación, un pequeño libro con el forro de pergamino, en tamaño media cuartilla y escrito con diferentes letras. En él se habían anotado cuestiones de la economía doméstica, como contratos para servir al amo, deudas, jornales, ventas, una permuta de casas, el valor de la vaca Volandera o del novillo Corpulito y hasta compromisos matrimoniales. En la portada consta como “Libro de caja de Manuel Gómez, vecino de Sanchonuño”.
Nuestro fondo documental no es el de don Juan de Contreras, pero en aquel modesto libro estaba escrita en retazos una historia que también llevaba hasta Navarra. No son las vivencias del coronel, sino las de un soldado de a pie, José Sánchez, del Regimiento Provincial de Segovia durante el Trienio Liberal.
Razón de lo que he dado a mi hija Lorenza desde que se fue su marido y mi yerno a la raya de Francia. Libro de caja de Manuel Gómez. Sanchonuño 1822.
Pepe Sánchez era uno de los dos milicianos del pueblo y había concertado matrimonio con Lorenza Gómez y ese compromiso quedó anotado en el libro de su padre, Manuel. Ella aportaba al matrimonio un manteo de sempiterna azul, regulado en setenta reales, entre todo un ajuar de ropa de escusa y cama que su padre tasó en ochocientos veinticinco reales. La boda se celebró en la parroquia de Sanchonuño en noviembre de 1820 y como el novio ya era miliciano del Provincial de Segovia, lo hizo con la licencia del coronel del regimiento, don Victoriano de Chaves-Girón, marqués de Quintanar.
Haberse casado no le eximía de sus compromisos como militar, ni el haber sido el padre de una niña al año siguiente. Sin embargo, José Sánchez jugó su última baza haciendo diligencias en Segovia para librarse del servicio, alegando para ello que un brazo lo tenía manco. Para este cometido, su suegro le había adelantado ciento veinte reales para las gestiones y se lo había apuntado en su libro de caja como deuda pendiente. No logró su objetivo y el soldado no pudo librarse de lo que vendría después.
El desarrollo de los acontecimientos políticos durante el Trienio determinó que José Sánchez, fuera sacado de su entorno y movilizado con la unidad a la que pertenecía. De ello da cuenta una partida nueva que su suegro abrió en el libro: Razón de lo que he dado a mi hija Lorenza desde que se fue su marido y mi yerno a la raya de Francia el año de 1822. Durante la ausencia de su yerno, el suegro se haría cargo de ir adelantando las tres fanegas de trigo para que pudiera sembrar, cuatro fanegas para moler, o un costal de harina para la Lorenza y su hija. Continúa la cuenta abierta en 1823, el marido sigue ausente; Manuel Gómez va anotando las aportaciones para la manutención de su hija y de su nieta. Todavía en octubre, aunque la guerra ha terminado, José Sánchez no ha regresado. Saben que está prisionero en Francia con su Regimiento. A las penurias por los gastos habituales se añade el apercibimiento de embargo que le hizo el marranero porque no había cobrado el cerdillo que le había dejado al fiado a Lorenza.
EN LA CAMPAÑA DE NAVARRA
Hubo en Navarra una rebelión realista en defensa de Fernando VII con todos sus poderes y en contra de los constitucionalistas. En este ambiente de enfrentamiento, se decidió desde Madrid enviar a Pamplona a algunos regimientos provinciales para sujetar a Navarra, se dijo. El Regimiento Provincial de Segovia, junto con otros, fue movilizado para contener las partidas absolutistas en las zonas rurales y para realizar tareas de policía dentro de la ciudad. Pero principalmente para reforzar la guarnición de la ciudadela pamplonesa. En Pamplona se produjeron choques entre absolutistas y constitucionales, apoyados por militares de la guarnición, en los que hubo muertos y se declaró el toque de queda. Era una situación de guerra abierta la que se encontraron los segovianos.
Una guerra que cobró fuerza cuando en abril de 1823 un ejército francés, más conocido como los Cien Mil Hijos de San Luís, entró en España para volver a poner a Fernando VII en el trono con todos sus poderes. Una de las batallas más duras se libró en Pamplona donde el ejército liberal se atrincheró dentro de la ciudad. Los franceses de inmediato pusieron el sitio a la plaza instalando sus baterías para bombardear la Ciudadela, asedio que duraría cinco meses, hasta la capitulación en septiembre.
Vista de Pamplona durante el asedio francés. Abril de 1823. Grabado del siglo XIX. Víctor Adam. (Museo San Telmo). |
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Incomprensiblemente, el cautiverio se prolongó más allá de finalizada la guerra, hasta los primeros días de abril del año 1824, casi siete meses. El exilio descrito parece obedecer más al poco interés que España mostró en su pronto regreso que a un ejercicio de represión o de reeducación, ya que el trato dispensado a los prisioneros, sin ser bueno, no dejó de ser correcto. Finalmente, el gobierno español receló de la posible ideología constitucionalista de estas tropas y, aunque las del Provincial de Segovia eran de reemplazo, decidió como medida quirúrgica licenciarlas a su regreso.
En el libro de caja, conservado en Sanchonuño, hallamos en su día las breves apuntaciones que nos ponían sobre la pista de estas prisiones, desconocidas por la historiografía, al citar a José Sánchez, miliciano del pueblo, cautivo en Francia.
DE VUELTA A CASA
En febrero de 1824, en un informe remitido desde Sanchonuño contestando a las preguntas que desde Segovia se pedían sobre la situación de los milicianos del pueblo, el fiel de los hechos certificaba que José Sánchez y Bonifacio Santos, los dos por la dotación de Sanchonuño, habían marchado con su regimiento por orden del Gobierno revolucionario a la ciudad de Pamplona; los mismos que cayeron prisioneros y habían sido conducidos al reino de Francia, donde aún permanecían. Desde Navalmanzano se informó que, de los cuatro milicianos que entonces aportaba el pueblo, de tres tenían noticia de que se hallaban prisioneros en Francia por capitulación hecha en el castillo de Pamplona y que sabían que había muerto otro en dicha ciudadela llamado Julián Frutos.
En mayo de 1824, regresó licenciado a Sanchonuño el miliciano José Sánchez y retomó su oficio de labrador, con el que se había ganado la vida. De esta vuelta a casa da fe otro apunte en el libro de su suegro dicho año: cuando vino de Francia prisionero, les presté ciento cincuenta reales de ayuda para comprar una res a Sebastián Arranz, por haberse desgraciado una de las dos que tenían. José Sánchez y Bonifacio Santos comprobaron a su vuelta que en toda la comarca de Cuéllar se respiraba un ambiente político que les recordaba al que habían vivido en Pamplona. Los dos soldados del pueblo se habían buscado y apoyado en ese destino común que los había llevado a compartir incertidumbres, riesgos y prisiones en el servicio de las armas durante dos años ininterrumpidos.
Dos años justos desde su regreso fueron los que le restaban por vivir a José Sánchez. El 20 de mayo de 1826 fallecía en Sanchonuño, sólo dos años después de haber regresado a su pueblo y con su familia, tras la campaña de Navarra y el presidio junto al Provincial de Segovia en Francia. Su partida de defunción es muy parca y no permite relacionar su muerte con las secuelas que acarreara de la experiencia vivida en la guerra. Murió de enfermedad y sólo pudo recibir la extremaunción; no había cumplido aún los treinta y tampoco hizo testamento. Lorenza, su mujer, no pudo más que hacerse cargo de la misa de entierro. Sólo tres días después se presentó Zacarías, el marranero, para saber quién se hacía responsable del pago de ochenta reales que se le debían de la cerda que le había vendido al difunto. El suegro se volvía a cargar con la deuda, además de quedarse con la marrana, pues la Lorenza le dijo a su padre que ella no podía mantenerla