Los hechos que no salen en las otras Historias, las pequeñas historias... jrcriado04@yahoo.es
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miércoles, 1 de septiembre de 2021
HISTORIAS EN LA PIEDRA: LA CORONA DE FRAY SEBASTIÁN.
miércoles, 28 de julio de 2021
SEGOVIANOS EN LA GUERRA DE MARRUECOS: 100 AÑOS DEL DESASTRE DE ANNUAL.
sábado, 10 de abril de 2021
LA ESCUELA CUELLARARA DE ESCULTURA Y PINTURA EN EL SIGLO XVI.
Desde el primer tercio del siglo XVI, se establecen en la villa de Cuéllar un grupo de escultores y pintores que atenderán a la demanda artística de obras para las iglesias de la comarca y tierras adyacentes. Esta demanda llegó a un punto en el que difícilmente podría ser suficientemente atendida desde los talleres de Segovia, Medina o Valladolid, lo que dio lugar a la aparición de la que se conoce como escuela cuellarana, un taller local que atenderá la demanda próxima, nutrido por artistas llegados de fuera y otros ya nacidos en Cuéllar. Los historiadores del arte han centrado la existencia de esta escuela durante el último tercio del siglo XVI y primeros años del XVII, en relación principalmente a la obra de Pedro de Bolduque y los pintores Maldonado. Sin embargo, nuevos datos aportados por investigadores del arte, vallisoletanos y segovianos, nos permiten asegurar que la vida de la escuela cuellarana tuvo un recorrido más largo de lo hasta ahora creído. Hoy podríamos establecer sus orígenes en la labor iniciada en Cuéllar por los artistas flamencos Arnao y Mateo de Bolduque, con seguridad establecidos en la villa segoviana en torno al año 1530. La continuidad y seguimiento a través de sus herederos y colaboradores, en la labor de talla y ensamblaje de retablos, nos permiten afirmar que la vida de la escuela cuellarana alcanza casi el siglo de recorrido: 1530-1620. Por lo tanto, la existencia de esta escuela no fue tan efímera como se ha pensado hasta ahora. A esta conclusión se llega a partir de la integración de los datos aportados por los investigadores aludidos y por los que presentamos, concluyentes, además, para establecer las relaciones de parentesco entre los Bolduque cuellaranos y los de Medina de Rioseco. Atenderemos más a los datos biográficos de los integrantes de la escuela, porque conocidos mejor los protagonistas, y sus años de actividad, entendemos que se facilitará la identificación de sus obras.
sábado, 20 de marzo de 2021
40 AÑOS DEL 23-F SEGOVIANOS EN LA VALENCIA DEL GOLPE DE ESTADO.
El servicio militar era todavía en los años ochenta del pasado siglo una traumática interrupción del trabajo, de los estudios o del paro, que durante quince meses nos alejaba de la vida y del entorno cotidiano. Pudiera ser que una pequeña minoría comulgara con los ideales castrenses que se intentaban inculcar en la mili, pero la gran mayoría no llegábamos a plantearnos seriamente ese tema y aceptábamos aquel trance como una obligación ineludible. Los veinte años cumplidos era la edad a la que entonces se nos embarcaba en aquella experiencia que nos haría hombres, según la doctrina militar. Sin embargo, vimos más valor en aquellos primeros objetores de conciencia que en el andén de la estación, a punto de subir al tren que nos llevaba a la III Región Militar, salieron de entre nosotros, reclamados por un oficial.
Superado el periodo de instrucción en Alicante, el destino que nos fue asignado fue el Gobierno Militar de Valencia. Lo que a priori sería una mili para dejarse llevar, por lo benigno de un destino en las oficinas, tomó un giro inesperado y nos vimos convertidos por sorpresa en policías militares. La compañía de este cuerpo, Policía Militar 32, se había quedado en cuadro por una mala planificación en los remplazos que la nutrían, y echó sus redes entre los recién llegados. El capitán de la policía había solicitado al general gobernador diez soldados para su compañía, de los que al final consiguió seis: tres segovianos, un gallego, un catalán y un madrileño. Desafortunados en eludir de alguna manera aquella selección, la tarde de nuestro primer día en Valencia ya estábamos entrando por la puerta de la compañía donde nos esperaba un “periodo” de formación al estilo de los marines de La chaqueta metálica. Lo que menos nos humilló fue aquel corte de pelo hasta no poder apurarlo más, o no poder hablar con los veteranos, o ser durante aquellos días meros números, o que nos tuvieran ese mismo día hasta las tres de la madrugada aprendiendo el funcionamiento de nuestras nuevas armas. En la mañana siguiente había programadas prácticas de tiro y contaban con nosotros para el evento, por ello, debíamos saber el funcionamiento del subfusil propio de la policía, completamente novedoso para nosotros que no habíamos pasado de primero de cetme. Ejercicio peligroso por el grado de estrés al que estábamos sometidos.
Vimos también interrumpido por sorpresa el periodo de instrucción interna. Si en el campamento se juraba bandera, allí se juraba tolete, nombre que se le daba a la porra de madera del policía militar. Nos privaron del único acto reconocimiento del progreso adquirido. Sin previo aviso, para el día siguiente del asesinato de John Lennon, 8 de diciembre de 1980, nos pusieron a los seis recién incorporados en la guardia del Gobierno Militar.
Mi estreno en la guardia fue tranquilo en una entrada al edificio que daba acceso a un bar para oficiales. Por la tarde se presentó de paisano el general gobernador, nosotros eramos su guardia pretoriana y teníamos que reconocerle, aunque solo lo veríamos cada mañana cuando entraba por la puerta principal. Era D. Luis Caruana y Gómez de Barreda, supe que era él por su porte entre militar y aristocrático. Me cuadré e hice sonar con toda su intensidad aquellos accesorios metálicos que nos poníamos en los tacones de las botas para darle las novedades del protocolo. No lo volví a tener tan cerca.
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Luis Caruana y Gómez de Barreda. General Gobernado de Valencia el 23-F |
Desde el momento de ser reconocidos por fin como policías militares, y perfectamente reconocibles los seis porque nuestra altura contrastaba con la de nuestros compañeros (voluntarios captados entre los reclutas más altos en el campamento) oímos hablar de la denominaba Operación Turia. Consistía esta en un operativo diseñado para la protección de itinerarios y edificios militares a cargo de Policía Militar.
La guardia en la puerta del Gobierno Militar de Valencia. Un mes después del intento de golpe, el 19 de marzo de 1981. |
Existía un informe de los servicios secretos (Cesid) según el cual, ya desde finales de 1980, había una amenaza real en la ciudad de Valencia de que se produjera una acción terrorista de ETA. Sin embargo, los ejercicios que empezamos a practicar en el mes de enero de 1981 tomaron otro sentido. Esas prácticas las realizábamos en un antiguo cuartel de carabineros, en la playa valenciana de La Patacona, e iban orientadas a actuar ante una presunta guerrilla urbana, en un contexto de estado de excepción, como llegó a verbalizar un teniente en una clase teórica. El ejercicio más repetido consistía en cómo ponernos a cubierto, yendo en nuestro endeble vehículo oficial del cuerpo, la siata, nula en blindaje, ante disparos que venían desde los edificios.
LA TARDE DEL 23-F
La mañana de aquel frío lunes de febrero fue extrañamente más tranquila de lo habitual. Sabíamos que por la tarde habría de nuevo Operación Turia, pero ignorábamos en qué contexto. Todo sería por la tarde. Después de comer, nos reunieron a todos y nos recordaron lo básico del operativo: patrullar Valencia como ya habíamos hecho en otras ocasiones, pero ahora aquello iba más en serio. Me quedé fuera de esa vigilancia por ser uno de los escoltas del llamado jefe de día, militar que sustituye al general gobernador en alguna de sus funciones. Extrañamente ese día lo era un teniente coronel; lo recogimos en su domicilio y lo trasladamos al gobierno militar. No volvió a requerirnos sino para que reforzáramos la guardia del edificio. Fue entonces cuando oímos por la radio valenciana el bando del general Milans del Boch, repetido cada media hora entre marchas militares, y tuvimos noticia del asalto al Congreso por Tejero y sus guardias civiles.
Los tanques y blindados entraron en la capital ocupando puntos estratégicos. Sentimos su llegada desde el balcón de la fachada principal del Gobierno Militar. Uno de los tanques paró delante de nuestro edificio para quedarse allí. Tal como se desarrollaron después los acontecimientos, no supimos si estaba con nosotros o contra nosotros. Esa es la imagen captada por la cámara del fotógrafo José Penalva, icono del golpe en Valencia.
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Carro de combate delante del Gobierno Militar de Valencia la noche del 23-F. |
En cuanto a nuestro jefe, Milans había dado orden al gobernador militar, Luis Caruana, para que acudiera al Gobierno Civil y arrestar al gobernador, José María Fernández del Río, y tomar el control del poder político. Lo hizo prácticamente solo y mantuvo las patrullas de vehículos ligeros de su Policía Militar recorriendo diversos itinerarios, en especial las calles importantes de la ciudad requiriendo la documentación a las pocas personas que transitaban.
Desde Madrid, el general Gabeiras, jefe de estado mayor, tras conocer que Milans le estaba mintiendo y seguía con los carros de combate en la calle, dando largas a las órdenes que le transmite, decide relevarlo en el mando. Va a producirse la escena más tensa y peligrosa de todas las que se vivieron esa jornada: el enfrentamiento entre el golpista ya derrotado, el capitán general Milans del Bosch, y el general Caruana, gobernador militar de la Plaza, su subordinado, que tiene la orden de arrestarle y de quitarle el mando.
Caruana cumplió la papeleta que le tocaba y se presentó en Capitanía, en este caso solo, evitando roces entre sus hombres y los de Milans. El general gobernador entró en el despacho del capitán general y le dijo: “Mi general, traigo orden de Gabeiras de que te consideres arrestado y hacerme cargo de la Capitanía”. Milans sonrió y, cogiendo el revolver que tenía encima de la mesa, le dijo: “Atrévete...”. El arrestó no se consumó porque entonces entró una llamada por teléfono de La Zarzuela y el capitán general se resignó ante la llamada directa del rey. Milans del Bosch comprobó, finalmente, que las restantes capitanías generales no lo seguían y terminó por tirar la toalla y asumir su fracaso.
La aparición del rey Juan Carlos I en televisión, pasada la una de la madrugada del 24 de febrero, fue providencial. El rey se dirigió a la nación para situarse contra los golpistas, defender la Constitución, llamar al orden a las Fuerzas Armadas en su calidad de Comandante en Jefe y desautorizar a Milans del Bosch. A partir de ese momento el golpe se da por fracasado.
El colofón de la historia es que Milans ingresó en prisión, el gobernador civil dejó la política y Caruana, sorpresa, fue nombrado capitán general de Aragón.
viernes, 12 de marzo de 2021
LAS PEGUERAS
Testimonio recogido al resinero Audelino Martín (Narros de Cuéllar 1922-Campo de Cuéllar 2002) sobre cómo se preparaban las antiguas pegueras para obtener la pez.
Las antiguas pegueras eran de abobes y forradas de barro, luego se empezaron a hacer de ladrillo. Había maestros albañiles especializados en hacerlas por la dificultad que conlleva su construcción.
Las pegueras se pueden poner en cualquier lugar, pero es mejor hacerlo en desnivel para recoger en la parte trasera la pez, si no hay que hacer un canal.
Detrás de la peguera hay que hacer la hoya o pila de ladrillo donde vierte la pez, tapada por arriba la hoya con tablas y tierra para que no respire la pez, que podría arder. El suelo de la peguera va a desnivel desde la boca hacia la hoya en la cual vierte con un tubo que atraviesa la bóveda.
PREPARACIÓN DEL ENCAÑE.
Primero se coloca la muela, que son ramas verdes y fuertes para que no se quemen hasta el final. Para extraer la pez se utilizan impurezas de la resina y teas (que son astillas teudas con melera). La forma de encañar consiste en colocar primeramente sobre la muela una vuelta de astillas de tea apoyadas en la pared del horno, con caída hacia el centro, todo alrededor. A continuación se colocan impurezas de la resina, colocadas a desnivel igual que la tea con caída hacia el centro. Así se irán alternando vueltas de tea con otras de impurezas.
Cuando la peguera ya va rebosando, se van colocando adobes sobre la entrada casi hasta taparla, dejando solamente diez centímetros de boca, para facilitar una combustión lenta. De esta manera la pez irá destilando poco a poco, cayendo hacia la base de la peguera y saliendo hacia la hoya.
Todo este proceso de preparación de la peguera para destilar hasta que se le da fuego se llama “encañe” y así se dice también “encañar la peguera”.
La duración de la operación de la destilación es de tres días aproximadamente, vigilada pero no de continuo; hay que ir quitando los abobes de la boca según se vaya quemando.
EXTRACCIÓN DE LA PEZ
Cuando se observa que dentro de la peguera solo quedan brasas quemadas, se destapa la hoya y en el momento en el que no corre pez hacia ella se puede sacar casi sin peligro ninguno (en estado líquido) con un cazo desde arriba.
La pez se pasaba a recipientes de madera llamado tabales, que son moldes para recibir pez quemada, que se utilizaba para empegar recipientes para el vino, como botas, pellejos, colambres, así como los toneles.
Publicado en la revista ESPADAÑA, Nº 14. Sanchonuño, agosto de 1990. Página 13.
Parte posterior de una peguera por la que se recogía la pez según iba destilando desde el interior de la bóveda. La imagen corresponde a la peguera que hubo en el llamado Molino Boriles, al sur del término de Campo de Cuéllar, junto al arroyo Malucas (antaño río), en cuyo desnivel hacia el cauce se construyó la peguera. Dada la robustez de las estructuras en bóveda, no cabe pensar otra cosa que fue destruida intencionadamente por algún desaprensivo para “aprovechar” los ladrillos de tejar y darle a su choco o merendero un aire rústico. Las fotos se tomaron hacia 1989, poco antes de su desaparición.
miércoles, 20 de enero de 2021
LA HISTORIA DE CUÉLLAR, PRADO DE CONCEJO DONDE TODO EL MUNDO ENTRA.
Una de las últimas actividades desarrolladas estas Navidades, a propuesta del Ayuntamiento de Cuéllar a través su Concejalía de Cultura, ha sido la presentación del libro de Juan Armindo Hernández Montero titulado “El Castillo-Palacio y las Murallas de Cuéllar. Arquitectura e Historia”. Tuvo lugar el lunes 4 de enero en el Centro Alfonsa de la Torre a las 7 de la tarde y acompañaron en la mesa al autor de la obra la concejala Teresa Sánchez Barahona (prologista del libro) y, como moderador, Salvador Guijarro, editor de la revista LA VILLA.
Cuando D. Armindo está al otro lado de la mesa se sabe cuándo se empieza pero no cuándo se acaba. Así, se explayó durante casi dos horas y media de exposición, (el título de su libro ya nos lo advertía), sobre arquitectura e historia. Arquitectura porque es la disciplina del autor del libro, en la que es doctor, e Historia porque la primera estaría influenciada por esta. Por eso en su libro, y en la presentación del mismo, dedica un nutrido número de páginas para hacernos un pormenorizado compendio de la historia local, recurriendo (sin pudor) a citas directas de la wikipedia o de los historiadores más eminentes, a los que prefiere. Desde su formación como arquitecto, el autor accede a los temas relacionados con su especialidad en cuanto a la arquitectura y desde ahí al arte. Desde aquí, aprovechando un portillo de la muralla, se cuela directamente en la Historia. Nada que objetar, porque en lo relativo a lo que trata sobre el castillo-palacio y las murallas se nos presenta de una manera correcta en cuanto al texto y a las imágenes y planos que lo acompañan.
Sin embargo, en cuanto Hernández Montero se adentra en la Historia en general, quiere abarcar mucho y en algunos puntos ahondar demasiado para presentarnos algunas novedades de su cosecha. Ya le cuesta al historiador abordar épocas que no corresponden a su especialidad y D. Armindo se nos presenta como un colega de amplio espectro que se atreve con cualquier periodo sin rubor. Luego invita al debate, pero se enroca en sus convicciones cuando este se produce y no se muestra receptivo (esta es la impresión que experimentamos desde fuera en el debate que sostuvo con Julia Montalvillo, nuestra archivera, sobre un asunto heráldico).
Armindo, en esta dinámica, da un salto cualitativo y nos deja perplejos y descolocados al presentar una propuesta dogmática sobre la repoblación medieval de Cuéllar, en la que no hubo dos fases sino tres, según él. Sin embargo, esta propuesta no la presenta, a nuestro entender, suficientemente apoyada. Admitidas hasta ahora por la historiografía una primera repoblación después de la batalla de Simancas en el año 939, que sería desbaratada por Almanzor en el 977, y la posterior y definitiva en tiempos de Alfonso VI tras la conquista de Toledo (1085), Armindo nos añade lo que él llama la “segunda” repoblación, entre las que hasta ahora se han considerado, pasando la que hasta ahora era la segunda a tercera. Con esta aportación más que construir la Historia de Cuéllar la desestabiliza, porque no la presenta suficientemente argumentada.
Hernández Montero basa su hipótesis en un documento hallado en el Archivo Histórico Nacional, fechado según él en el año 1078, que contiene una donación de Teodobaldo y su mujer María de una heredad (casas, viñas, tierras, huertos) al arzobispo de Toledo D. Bernardo y al convento de Santa María de Cuéllar. De entrada, el documento presenta dudas razonables en cuanto a su datación: es imposible que nadie haga una donación en esa fecha a un arzobispo que todavía no ha sido nombrado (lo será en 1086 después de la conquista de Toledo). Y segundo: es osado identificar, sin margen a la duda, el citado convento de Santa María con la parroquia de ese nombre en Cuéllar, que es lo que plantea D. Armindo. Pero esta identificación le viene pintiparada al señor arquitecto porque es la base para sostener su teoría de esa segunda repoblación: si ya hay una organización parroquial en 1078, podemos afirmar que con anterioridad se había establecido una población que se inicia en tiempos de Alfonso V de León, posiblemente durante la década de 1010. Cuanto menos sorprendente y peligrosa por la vehemencia con la nos la presenta el ponente. De paso, Santa María de la Cuesta, según él, sería una de las parroquias más antigua de la villa.
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Iglesia de Santa María de la Cuesta, Cuéllar |
No ha reparado Hernández Montero en que haya otras posibilidades para poder considerar, cuanto menos, que el aludido convento de Santa María de Cuéllar fuera el de Contodo. Hasta ahora, Santa María de la Cuesta solo ha aparecido en la documentación medieval como parroquia; Contodo presenta los dos términos del documento: fue convento y su advocación era la de Santa María. Y la idoneidad de la ubicación del solar de la Cuesta para situar en él un convento o monasterio es nula. Se buscaban para su construcción espacios con una corriente de agua, lo que no tenemos en la Cuesta y sí en Contodo con el Cerquilla y, además que fueran lugares apartados de núcleos de población (puede verse en Wolfgang Braunfels: La arquitectura monacal en occidente. Barral ).
Del convento de Santa María de Contodo nos da noticias Melchor Manuel de Rojas, historiador cuellarano del siglo XVIII, que conoció sus vestigios a una milla de Cuéllar junto al Cerquilla, camino de Sepúlveda. Fue en su origen de monjas cistercienses, llamadas las Dueñas de Contodo. Aunque no pudo dar la fecha de su fundación, afirma que por un privilegio del rey Fernando IV, que el usó como fuente, su antigüedad era considerable. Tenía el convento otros documentos reales, pero los perdieron dos monjas en un río cuando iban camino de Burgos para confirmarlos. Hecho que, lejos de ser una leyenda, lo tenemos por bueno ya que Mª Soterraña Martín Postigo lo ha dado a conocer utilizando otras fuentes. Permanecieron las monjas hasta el 1400 en que tuvieron que abandonarlo por la cortedad de sus rentas. Se hicieron cargo de lo poco que tenían los también cistercienses del convento de Sacramenia, en cuyo archivo se documentó don Melchor para esta especie, como decía él.
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Santa María de la Cuesta (Cuéllar) |
Si Hernández Montero hubiera usado como fuente al historiador Rojas podría haber sacado además otras enseñanzas para su trabajo sobre las murallas ya que fue él quien primero las trató intentando dar explicaciones sobre su origen y datación. Asimismo nos informa de los restos materiales que aún él conoció en el Castilviejo. Rojas fue un cuellarano que quiso a su Cuéllar tanto o más que D. Armindo.
Yo, como mentor que he sido de Melchor Manuel de Rojas, tengo la obligación moral de hacerle estas observaciones y no porque me haya ninguneado a mí, sino porque lo ha ignorado a él. Cada uno elige sus fuentes de información, pero si queremos ser objetivos tendremos que cotejarlas todas. Podría haber visto además cómo D. Melchor se preocupó por si ya estaba poblada antes de la definitiva repoblación de Pedro Ansúrez y las pruebas que nos aporta para afirmar que antes de esta no estaba yerma la Villa, pudiendo caber solo que estuviese malparada y de vecindad no muy crecida. Efectivamente, estamos con Rojas en que la campaña de Almanzor no arrasó completamente Cuéllar, ni hizo desaparecer su población por entero, (algo que después le pesó) quedando grupos marginales, residuales y poco organizados, pero no cabe la propuesta de esta repoblación que nos trae Hernández Montero.
Rojas fue crítico con historiadores y genealogistas de mérito que le precedieron. Tuvo criterio propio para poner en tela de juicio el árbol genealógico de los Velázquez corrompido por Pellicer, el que algunos seguimos copiando al pie de la letra sin plantearnos sus deficiencias. Nos dio las claves para saber qué Velázquez eran aquellos. Y Armindo se nos pierde con facilidad en las genealogías no solo de los Velázquez sino también de los propios duques.
Hay en la bibliografía otras omisiones importantes, como el no haber hecho referencia al trabajo sobre los recintos amurallados de Cuéllar y sus castillos de Mariché Escribano (publicado en la revista local en la que él ha sido decano colaborador). En este caso el ninguneo suena a que Hernández Montero reclama la exclusividad para tratar sobre estos asuntos (prado vedado).
En otro orden de cosas, la sala admitió por las condiciones actuales un aforo condicionado pero, independientemente de esto, hubo colegas que ni estaban ni se les esperaba. Hay historiadores o arrimados que solo asisten a las conferencias cuando están al otro lado de la mesa como ponentes o invitados. Ignoramos en qué grupo está Hernández Montero porque él siempre tiene que desplazarse desde Madrid, y en este caso desconociendo si las normativas de las Comunidades Autónomas lo permitían.
Para terminar, otro asunto que me preocupa es que dependiendo del color del Ayuntamiento se dé más pábulo a unos historiadores que a otros. Entonces yo seguiría estando en tierra de nadie porque he tenido desencuentros históricos con todos, incluida la actual concejala de Cultura a cuenta de la Casa de la Torre y de los Velázquez, asunto aún pendiente de concordia porque manos blancas también ofenden. Y las autodenominadas Jornadas de Investigación Histórica tendrán que esperar a tiempos mejores para ellos que cambien las tornas y las echaremos en falta, a pesar de habernos acusado de dinamitarlas, que no de dinamizarlas. El problema de fondo es la atomización de la historiografía cuellarana, donde cada uno va por su cuenta sin atender a los demás, aferrado a sus convicciones y sin encajar las críticas; sin encontrar siquiera un colega que nos relea, corrija y asesore en nuestros escritos antes de sacarlos a la luz. En definitiva, como me apunta un amigo, un jardín de narcisos, con alguna honrosa excepción.
J. Ramón Criado Miguel
Historiador