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miércoles, 3 de diciembre de 2025

EL TENIENTE FLORENCIO CUESTA VICENTE: EL CASCORRO DEL CARRACILLO.

 



A Eloy Gonzalo, por su heroicidad en el sitio de Cascorro durante la Guerra de Cuba, el Ayuntamiento de su Madrid natal le dedicó una estatua en el Rastro para perpetuar su memoria. Sanchonuño también tuvo su soldado valiente en esa guerra, Florencio Cuesta Vicente, cuyo recuerdo se había perdido por completo. Tal vez haya sido la casualidad la que nos haya puesto sobre la pista de su existencia para hacer con él ese ejercicio de reconocimiento que llevaba esperando tanto tiempo.


Alguien me había hablado en Sanchonuño de un hijo del pueblo llamado Ciriaco Cuesta, al que pocos ya recordaban, que llegó a ser delantero del Atlético de Madrid en los años treinta del siglo pasado. Desconocía esto por completo y me parecía suficientemente interesante el dato, cuanto menos para esa peña atlética de Sanchonuño, que también la hay, y por haber dado con alguien merecedor de ser rescatado del olvido por resultar ser el primer futbolista segoviano que militó en primera división.

Lo primero que constatamos fue que de Ciriaco Cuesta no quedaban familiares directos en el pueblo. Había que empezar, por ello, buscando en el registro para conocer sus ancestros. Allí supimos que Ciriaco Cuesta nació, efectivamente, en Sanchonuño en el año 1907. Fue hijo de Paula Sanz y de Florencio Cuesta. Todo rutinario, salvo el dato que consta en la profesión del padre: teniente de infantería. Poco usual y sorprendente para un vecino del pueblo. La investigación deriva por otros derroteros: ¿quién fue este teniente Cuesta? Es aquí donde una historia lleva a otra que, a la postre, resultará más interesante.

Después supimos que había descendientes del teniente Cuesta en Zaragoza. Una llamada telefónica al azar a la capital aragonesa tiene sus frutos. Al otro lado, José Félix Lucía Cuesta, médico jubilado, nieto del teniente y dispuesto a colaborar en la reivindicación de la memoria de su abuelo. Como si hubiera estado esperando esta llamada mucho tiempo. Será él la mejor fuente de información para conseguir el objetivo: conserva el expediente militar de su antepasado y una fotografía con su uniforme de teniente.


DEL CARRACILLO A LA MANIGUA.

Florencio Cuesta Vicente fue hijo del matrimonio formado por Pedro Cuesta, natural de Arroyo, y Juliana Vicente, de Sanchonuño. Nacido en 1871, su infancia basculó entre los dos pueblos citados y asistió a la escuela con aprovechamiento.

El ochocientos había sido un siglo de más guerras de las que se recuerdan. En los años finales de este periodo llegaron las guerras en Cuba, que para algunos era un territorio más de España, y para otros ya era tarde para conseguir la independencia de la isla que, junto a Filipinas y Puerto Rico, era lo que restaba de lo que había sido el Imperio español. Todos estos conflictos habían requerido del reclutamiento de ejércitos que los hicieran frente, a costa de sacar a los mozos de su entorno y de la desazón de sus familias.

Cuando a Florencio le llegó el momento de entrar en quintas, resultó ser en Sanchonuño uno de los nueve del reemplazo del noventa. Sólo tres fueron considerados soldados. Sus ciento cincuenta y seis centímetros sobrepasaban el metro y medio por debajo del cual algunos fueron excluidos por falta de talla. Para más inri, había sacado el número más bajo, lo que suponía servir en Ultramar, en concreto en la isla de Cuba.

Conocido su destino, se presentó en casa de su vecino Víctor Prieto para que le diera algún consejo desde su experiencia. En su momento, Prieto había corrido la misma suerte sirviendo en el Batallón de Infantería de La Habana. Recaló en Cuba cuando la llamada Guerra Grande (1868-1878) tocaba a su fin. El resto de su servicio se correspondió con un periodo más tranquilo en la isla. Cuando lo licenciaron, regresó a casa y entre seguir ganándose la vida a jornal, optó por ofrecerse como sustituto de otro soldado de la provincia para regresar a Cuba. Lo hizo por Felipe Gómez, un soldado de Migueláñez. A los suplentes se los rifaban y sería compensado por parte de la familia del liberado del servicio con dos mil pesetas, que era lo que se pagaba por redimir en metálico un destino en los territorios de Ultramar. Este tipo de prácticas determinaban que al final los que servían eran los más desfavorecidos, como refleja esta canción recogida por Pablo Zamarrón en El Carracillo: A la entrada de Segovia/ lo primero que se ve/ a todos los enchufados/ sentados en el café.

El veterano de Cuba le dio al nuevo soldado algunas consignas que le sirvieran para sobrevivir en la experiencia que tenía por delante, aunque no en todo Florencio le haría caso.

En la primavera de 1891 eran convocados los sesenta y cinco soldados de la provincia con destino a Cuba. Los juntaron en el cuartel de San Agustín en Segovia para ser trasladados a Cádiz. Allí fueron embarcados en el vapor Buenos Aires rumbo a La Habana. Era la primera vez que todos veían el mar y se hartaron de él cuando cruzaron el Atlántico. Muchos no volverían a casa.


Guerrilla de tropas españolas en la manigua, Cuba.

COMBATIR EN EXTREMA VANGUARDIA.

Llegaron a Cuba en un periodo de entreguerras, relativamente tranquilo. Era aquel no un ejército colonial, sino de jóvenes de extracción social baja que salían por primera vez de sus casas. Florencio quedó encuadrado en el Regimiento de Infantería Alfonso XIII y en poco tiempo, por sus cualidades, fue nombrado cabo por elección. Demostró capacidad de adaptación a aquel lugar, enteramente nuevo para él, y a las rutinas de la vida en el cuartel, donde algún tiempo estuvo destinado como escribiente. Ascendió a sargento por antigüedad cuando ya llevaba cuatro años en Cuba y esto le supuso volver a ejercer mando sobre la tropa.

La escasa actividad militar durante este primer periodo, limitada a la lucha contra el bandolerismo de la isla, se vería rota en febrero de 1895 con el Grito de Baire, donde los independentistas cubanos iniciaron la llamada por ellos Guerra Necesaria, usando la táctica de ataques relámpago contra las tropas españolas. Empezó aquí una frenética escalada de enfrentamientos continuos en muchos de los cuales intervino Florencio Cuesta y que están recogidos en su expediente militar. Tantos que no podemos reseñar aquí todos. En todo caso, se deduce de la lectura de ese expediente que el segoviano acreditó de más su valor, combatiendo en extrema vanguardia, se dice, siempre por delante de sus hombres. Al quinto mes del conflicto fue ascendido de sargento a segundo teniente por su comportamiento y herida de guerra que recibió en el combate de Ingenio Manolita.

Vuelta Abajo. Reparacicón de la via férrea.

En julio de 1896, Cuesta fue incluido en el Batallón Cazadores de Arapiles, movilizado desde la península y que necesitaba de oficiales experimentados, conocedores del terreno y familiarizados con la guerra de guerrillas, como lo era Florencio. Fue en esta unidad con la que participó en la acción del rescate del tren de Vuelta Abajo, de la que dio cuenta la prensa de la época. Ese tren había salido de La Habana y fue descarrilado mediante explosivos por los insurgentes. La escolta que acompañaba al convoy, formada por ochenta hombres, quedó acorralada, a merced de la fusilería de una tropa muy superior y en mala situación dentro del vagón blindado, administrando la munición que les quedaba. Tardaron dos días y medio en socorrerlos, sin que tampoco el enemigo se hubiera atrevido a asaltar el tren. Al fin llegó el Arapiles con quinientos hombres, recibidos por un tiroteo enemigo de mucha importancia y que duró cuatro horas. El primer herido grave en esta acción fue el teniente José Sanjurjo Sacanell, que sería con el tiempo famoso general, y el primero en llegar al tren sitiado para liberarlo otro teniente, su compañero: Florencio Cuesta.


Florencio Cuesta Vicente con el uniforme de teniente primero de infantería. (1898)


Por su comportamiento en intervenciones como esta había merecido el teniente segoviano tres cruces de primera clase de la Orden del Mérito Militar, una en cada año de la guerra y la tercera además pensionada.

En el último año del conflicto, en un encuentro en el que se tomaron dos campamentos a los enemigos después de reñida lucha, fue herido, esta vez muy grave, el teniente Cuesta. Sería la última acción en la que intervino nuestro paisano. Las heridas recibidas no fueron bien curadas y necesitó ingresar en un hospital de La Habana. En octubre de 1898 se le concedieron dos meses de licencia para la península como herido y enfermo, cuando ya se había iniciado la evacuación general del ejército español.

La entrada en el conflicto por parte de los Estados Unidos, interesados en la isla vecina, precipitó el desenlace de la guerra a su favor. España perdió en poco tiempo lo que le restaba del Imperio que quedaría, de una forma u otra, bajo el control de los norteamericanos.

Florencio Cuesta fue repatriado en el vapor Alfonso XIII con destino a Cádiz. En la travesía fallecieron cinco soldados que venían enfermos como él. A Vigo también arribó repatriado Valeriano García Sanz, otro soldado de Sanchonuño que llegaba con malaria, para pasar luego al hospital de Segovia.


LA DÉCADA TRANQUILA

La derrota en la guerra contra Estados Unidos, supuso una profunda humillación nacional y provocó una grave crisis política y social en España. El ejército colonial fue repatriado y disuelto en gran parte, lo que afectó a Florencio Cuesta que había acabado la guerra en la isla del Caribe como primer teniente de infantería y se hallaría en la situación de pasar a la Reserva de Segovia. De hecho, el militar fijó su residencia en Sanchonuño, donde fue bien recibido por las autoridades que lo exhibían como ejemplo del soldado llegado a oficial por su valor en la guerra y como patriota. Aunque alguno había pagado los trescientos duros para librar a los suyos de ese trance. Le quedaron al teniente ciento setenta pesetas mensuales de retiro, que podría cobrar hasta cumplir los sesenta años, y que le permitían llevar una vida tranquila en su pueblo.

Se dio el capricho de comprarse una yegua, a la que llamó Habanera, en recuerdo de su experiencia cubana, que era la envidia sana de Magdaleno, el secretario de Gomezserracín. Su corcel, junto con el caballo de don Esteban, el señor cura, abría los festejos taurinos en la función de octubre, aunque el teniente prefería que lo montara un sobrino que tenía.

Existía en los primeros años del siglo XX una pequeña burguesía en la comarca formada por alcaldes, secretarios, algunos médicos, el farmacéutico del Campo y acaudalados propietarios y labradores. En lo político, este grupo cuidaba que el voto se decantara por el partido conservador, siendo así que en los pueblos salía siempre como diputado a cortes el Marqués de Santa Cruz. En lo cultural, solían juntarse y hacer eventos a los que invitaban siempre al teniente Cuesta, junto al comandante del puesto de la guardia civil de Chañe, por lo que ambos representaban. Así consta de una representación de don Juan Tenorio en Narros a cargo del que era médico y concejal local Maximino Pardo, de la que informaba en sus páginas El Adelantado de Segovia.

Al año de su vuelta a casa, Florencio Cuesta aprovecharía para contraer matrimonio con Paula Sanz Izquierdo. Con su aureola de héroe en Cuba, tenía el teniente tirón entre las mozas del pueblo y él se casó con la más guapa. Desde que se casó con Florencio, a Paula se la conocería en el pueblo como la Tenienta. Un año después nacería su primera hija, Lucía, a la que seguirían, Clemente, Ciriaco y el pequeño Florencio, su hijo póstumo, en abril de 1911. El cuarto hijo fue inscrito en el registro por su abuelo materno y se cita al padre como fallecido.

El teniente había dedicado los años desde su regreso a la formación de una familia y a disfrutar de esa vida tranquila, pero la última herida de Cuba se la había traído puesta. Era una bala silenciosa que acabó con su vida dos meses antes de que naciera su último hijo llamado como él. Fue la tuberculosis con la que regresó de la guerra. El peor enemigo en Cuba no habían sido los rebeldes mambises, sino las enfermedades tropicales, también la que se trajo Florencio. Murió en su casa de la calle Gomezserracín y sería enterrado en el cementerio de Sanchonuño en una sepultura que hoy no se conserva.

NIÑOS HUERFANOS DE GUERRA (DOS BODAS Y ALGÚN FUNERAL)

A los cuatro años del fallecimiento de Florencio Cuesta, Paula se casó en segundas nupcias con Hermenegildo Mateo. Era oriundo de Zarzuela y había venido a Sanchonuño llamado por su hermano mayor para participar en un proyecto de destilería de resinas. Meregildo era bajo y no especialmente atractivo, pero tenía don de gentes y una habilidad demostrada para conquistar y había cortejado a la viuda que se enamoró perdidamente de él.

Paula Sanz hizo uso de un recurso educativo al que tenía derecho e internó a Lucía, Clemente y Ciriaco en el Colegio de Niños Huérfanos de Guerra. Florencio, el hijo pequeño, había fallecido siendo niño. Las niñas estaban en el palacio del Infantado y los chicos cerca, en el cuartel de San Carlos, en Guadalajara. Venían a Sanchonuño en las vacaciones y el padrastro demostraba menos habilidades para ganarse el cariño de los hijos de su mujer, era con ellos cuanto menos adusto.

Clemente Cuesta falleció a finales de 1923, con diecinueve años, en Guadalajara. La noticia la dio un periódico alcarreño que indica literalmente que Clemente “ha dejado de existir”, sin aclarar la causa. Al entierro asistió su madre, el coronel del Colegio, una representación de niñas huérfanas y todos los compañeros del fallecido, entre los que estaba su hermano Ciriaco.

La primera boda celebrada en Sanchonuño en el año 1930 fue la de Lucía Cuesta, la hija mayor del teniente y de Paula Sanz, que se casaba con Félix Lucía, segoviano de Peñarrubias de Pirón y funcionario de Hacienda. Lucía Cuesta había estudiado Magisterio, pero sólo ejerció algún año porque después se dedicó a los suyos en casa, a los que enseñaría a leer. Aún recuerdan sus hijos en Zaragoza cómo el novio tuvo que pagar la costumbre o tornaboda a los amigos de la novia e invitarlos a una merienda, por ser forastero. Los recién casados acabarían estableciéndose en la ciudad del Ebro. Es allí donde José Félix y su hermana mayor Alicia nos hacen un repaso de todos estos recuerdos de los que no se hablaba con frecuencia en su casa. Sospechan que Hermenegildo pudo estar en la cárcel y que esas prisiones produjeron en su abuela una melancolía que la llevó a morir de pena.

Hermenegildo se había embarcado con Paula en un nuevo proyecto estableciendo una fábrica de jabón en Sanchonuño. Además, se había significado políticamente como de izquierdas y fue presidente de la Casa del Pueblo durante algunos años. Por este motivo, cuando estalló la guerra se le sancionó por responsabilidades civiles con dos mil quinientas pesetas y fue encarcelado en Segovia. Esta situación llevó a su mujer a un estado de depresión y ansiedad por el destino incierto de su esposo. Sería en estas circunstancias en las que en el año 1937 fallecería Paula Sanz, en ausencia de su marido y sola, pues de este matrimonio no hubo descendencia.


CIRIACO CUESTA, “CUESTITA”.

Hasta aquí queda reflejado también el contexto en que vivió en su infancia y juventud el otro hijo del teniente, Ciriaco. Con veintiún años, Cuesta empezó su carrera como futbolista en el Deportivo de la Coruña en 1928. Allí destacó como un gran delantero por lo que fue fichado por el Atlético de Madrid al año siguiente. Recién llegado a la capital, una revista deportiva le dedicó su portada y le presentó como estrella del fútbol segoviano; lo define como un jugador admirable y poseedor de una movilidad endiablada, a pesar de su frágil figura. Con su fichaje el equipo colchonero tuvo más chispa, más unión y peligro para los contrarios. Cuestita, como empezó a ser conocido, era un gran regateador, rápido en sus acciones, destacando su capacidad para marcar goles.


Ciriaco Cuesta Sanz “Cuestita”, delantero del Atlético de Madrid.

Ciriaco Cuesta seguiría en el Atlético durante siete años hasta el estallido de la Guerra Civil, jugando un total de sesenta y dos partidos en competición. La guerra truncó su proyección como jugador y terminada esta jugó un año más en el Imperio CF, en Segunda División, donde se retiró en 1940, para debutar como entrenador ese mismo año. Dirigió a la Gimnástica Segoviana entre 1947 y 1949. Como entrenador se adelantó a su tiempo y dio importancia a conocer y trabajar el estado anímico de sus jugadores.

Residente en Madrid, Cuesta mantuvo sus raíces siendo socio del Centro Segoviano, donde se hizo cargo de la sección de deportes y fue vicesecretario en los años cincuenta. En la capital de España fallecería en febrero de 1978. Al entierro asistieron sus sobrinos de Zaragoza, Jaime y José Félix. Este último recuerda que le llamó la atención una corona de flores que colocaron sobre la tumba de Ciriaco Cuesta. En las cintas leyó “Atlético de Madrid”. Él sabía por su madre que había sido jugador de fútbol, pero no a qué nivel. Cuando habló un directivo del club, al que no conocía, ensalzando la figura del difunto, se le quedó grabado que a su tío se le había querido y se le recordaba. No era un anónimo.


J. Ramón Criado Miguel

(Publicado en El Adelantado de Segovia, domingo 2 de agosto de 2025)


















lunes, 3 de febrero de 2025

QUÉ JUANES SEAN ESTOS



La localidad abulense de Arévalo provechó la conmemoración, el pasado 2021, del V Centenario Comunero para reivindicar la figura de Juan Velázquez de Cuéllar, destacada personalidad de la corte mencionada en el testamento de la reina Isabel como un "leal servidor" y considerado como precedente de la revuelta de las comunidades, al tiempo que reconocía su lealtad con la villa en 1517, cuando se enfrento al recién llegado rey Carlos I.

A pesar de todas las pruebas en contra, el cartel explicativo de la Casa de la Torre en Cuéllar sigue manteniendo, para información de propios y extraños, que en ella vivió dicho Juan Velázquez de Cuéllar (el de Arévalo) con su mujer María de Velasco. La confusión viene provocada por una coincidencia en la onomástica y en los escudos heráldicos compartidos con los auténticos moradores en el edificio en la segunda mitad del siglo XV. Pero al turista curioso le cuesta menos creerlo que averiguarlo.
Demostrado tenemos, por la consulta y cruce de hasta cuarenta documentos, que quienes moraban en la Casa de la Torre en esta época eran Juan Velázquez, (sí, pero el licenciado y tío carnal de su homónimo arevalense) y su mujer María de Toledo. Y que si alguna vez Juan Velázquez (el de Arévalo) estuvo en esta casa de Cuéllar fue para visitar a sus parientes. Luego lo que dice el cartel explicativo no se ajusta a la verdad y ahí sigue.

LOS DE CUÉLLAR

Es tan frecuente el nombre de Juan Velázquez en la historia de Cuéllar que, para poder entenderla, es necesario saber sin fisuras quién fue cada uno y no confundirlos, cosa que por desgracia ha sido bastante habitual. Esto lo aprendimos de Melchor Manuel de Rojas, autor cuellarano del siglo XVIII que resumió este nudo gordiano en su frase qué Juanes sean estos.

El licenciado Juan Velázquez (distinto a otro Juan Velázquez, doctor, que se retiró de donado al monasterio de La Armedilla y que firmó con otros la sentencia de muerte de don Álvaro de Luna) heredó la Casa de la Torre en Cuéllar, y en ella moró, como primogénito del doctor Ortún Velázquez y de Constanza García, su mujer. Juan Velázquez y antes su padre, fueron hombres partidarios y fieles servidores de Fernando de Antequera y de su hijo Juan de Navarra, infante de Aragón, señores de Cuéllar, entrando por ello en conflicto con el rey Juan II de Castilla y su valido don Álvaro de Luna, arrastrando también a toda la villa de Cuéllar a sufrir sanciones del rey cuando las cosas les fueron mal.

Escudo de la familia Velázquez de Cuéllar..
En compensación a estos servicios, Juan de Navarra en 1428, desde Tafalla, hizo merced al doctor Ortún Velázquez de 10.000 maravedíes en las tercias de Coca, en agradecimiento por la lealtad mostrada a su padre, Fernando de Antequera, y a él mismo. Poco después moriría el doctor Ortún y su hijo Juan Velázquez seguiría en el servicio y confianza de Juan Navarra que le hizo su canciller y aparece en las crónicas como el Licenciado Cuéllar, mediando, por ejemplo, con los hombres de Álvaro de Luna antes de la definitiva primera batalla de Olmedo en 1445, que pondría fin a la injerencia en Castilla de los llamados infantes de Aragón, a los que pertenecía Juan de Navarra. Esto truncaría la proyección política del licenciado Juan Velázquez que se retiró a su villa natal y llevó allí una vida discreta. Añadiremos aquí que la historiografía tradicional ha confundido a Juan Velázquez, al nombrado Licenciado Cuéllar en las crónicas, con su hermano Gutierre Velázquez, que a la sazón solo era bachiller.

En el año 1494 los hermanos Ortún, Francisco y Diego Velázquez, hijos del licenciado Juan Velázquez de Cuéllar, ya difunto, y de María de Toledo, pleitearon contra el arzobispo de Sevilla, Alonso de Fonseca II, señor de Coca y Alaejos. Habían dejado de percibir los 10.000 maravedíes que por juro de heredad les correspondían en las tercias de Coca. Son los demandantes, como consta en el pleito, nietos del doctor Ortún Velázquez, con lo que la línea principal de los Velázquez de Cuéllar, moradores y dueños de la casa solar de la familia, llamada de la Torre o Palacio de Pedro I, queda meridianamente clara y fuera de toda duda. Quiero decir que cualquiera de los documentos citados, por si solos, dinamitan la genealogía “oficial” de los Velázquez de Cuéllar que les hizo en su día un tal Pellicer, cronista del rey Felipe IV.

El arzobispo se defendió bien y argumentó que el que había sido en su tiempo rey de Navarra y señor de Cuéllar, el infante D. Juan, fue un desleal al rey de Castilla y que con su marcha, expulsado de estos reinos, acabaron todos sus derechos sobre sus señoríos y también expirado la merced que en su día dio a los Velázquez. Sin embargo, la Chancillería falló en contra del arzobispo Fonseca, dando la razón a Ortún Velasco o Velázquez y a sus hermanos, aunque solo fuera porque quien había dado los 10.000 maravedíes en las tercias de Coca no era otro que Juan de Navarra, luego rey de Aragón, el mismísimo padre del rey reinante en el año de la sentencia, D. Fernando el Católico.

LOS DE ARÉVALO

El primero de los Velázquez de Cuéllar en la vecina villa de Arévalo fue Gutierre Velázquez. Era hijo también del doctor Ortún Velázquez y por lo tanto hermano del primogénito, Juan Velázquez, citado arriba. Le nombró Enrique IV mayordomo en la casa de la reina viuda Isabel de Portugal, segunda mujer de Juan II de Castilla y madre de Alfonso y la futura Isabel la Católica. Hemos establecido una relación de este nombramiento en compensación a los Velázquez por la muerte de Pedro Velázquez de Cuéllar, hijo también de Ortún, en una escaramuza con los nazaríes del reino de Granada en tierras de Jaén, año de 1456. De servicio ya en casa de de la reina viuda conoció a una dama portuguesa de Isabel de Portugal y casó con ella. Se trata de Catalina França de Castro con quién tuvo a su hijo Juan Velázquez de Cuéllar y cinco hijas. De las hembras, Berenguela entró monja en Santa María de Gracia, en Madrigal; las otras cuatro casaron con miembros de la baja nobleza, extendiendo el apellido por línea femenina por todo el reino. Consta que a la pequeña, Francisca, le llamaban la Velazquita.

Del testamento de Gutierre Velázquez, otorgado en Arévalo en 1491 ante el escribano Sancho de Villalpando, destacaremos tres cosas, a saber: la primera, que dejó 2.000 maravedíes para reparo de la iglesia de San Esteban de Cuéllar, donde sus padres y él mismo habían sido parroquianos; la segunda, que se refiere a “lo poco que yo ya tengo en Cuéllar”; y la tercera, que aunque estaba determinado a ser enterrado en el convento de San Francisco de Cuéllar, fue consciente de que esto no iba a ser posible por haberse hecho el duque de Alburquerque con la capilla y enterramientos de los Velázquez para hacer el suyo propio. Finalmente, Gutierre Velázquez fue enterrado en el convento de la Encarnación de Arévalo, donde su hijo Juan determinó establecer el panteón familiar para esta rama de los Velázquez. Y es lástima que tal convento como el palacio real, donde la familia vivió con la madre de Isabel la Católica, hayan sido derribados por la negligencia de quienes no han sabido conservarlos, privándonos de haber tenido más memoria material de los Velázquez de Cuéllar en Arévalo.

Juan Velázquez de Cuéllar, único hijo varón de Gutierre, nació en Arévalo hacia 1460, fue y se sintió más arevalense que cuellarano. Es por esto que ahora se le recuerde en la ciudad de La Moraña abulense. Toda su trayectoria vital fue unida a la familia real habida cuenta que Isabel la Católica, con quien empezó de paje, acabaría siendo la reina de Castilla. Sería personaje de confianza del príncipe heredero don Juan y lástima que éste falleciera tan pronto, porque no sabemos hasta dónde hubiera promocionado Juan Velázquez. No cabe aquí toda su biografía llena de ascensos. La confianza que le tuvo la reina Isabel tiene como colofón que Juan Velázquez de Cuéllar fuera uno de sus testamentarios. También lo fue, curiosamente, de su tía María de Toledo, la de Cuéllar. Porque sus parientes de aquí no se olvidaron de él. Ni él de sus primos, los hijos del licenciado Juan Velázquez. Es por eso que siendo contador mayor llamara a su lado a Ortún Velasco, que compartió despachos en la contaduría con Ignacio de Loyola, al que crió Juan Velázquez de Cuéllar en Arévalo, llamado como pariente de su mujer para que hiciera carrera también en el entorno de la corte.

Armas de Juan Velázquez de Cuéllar y María de Velasco. Escudo cuartelado. Los cuarteles de la derecha (izquierda según miramos) son los del contador: los trece roeles de los Velázquez con bordura con ocho aspas. Debajo, cinco flores de lis en aspa con bordura ajedrezada.
Los cuarteles de la izquierda (derecha segun miramos al escudo) son los de María de Velasco, su mujer: quince piezas ajedrezadas, ocho lisas y siete de veros por Velasco; debajo Vélez de Guevara, cuartelado con tres bandas cargadas de armiños en 1 y 4 con cinco pamelas de plata en asapa sobre fondo de sable en 2 y 3.

Toda esta vida de méritos quedó truncada al final cuando Juan Velázquez se opuso a que Arévalo, Madrigal y Olmedo, fueran traspasadas a Germana de Foix. Fortificó Arévalo y se preparó para la resistencia. Por este desacato sería privado de todos sus cargos, cayendo en desgracia y muriendo poco después en el año 1517.

Juan Velázquez de Cuéllar ya cuenta con su escultura, que se alza en la plaza que lleva su nombre, en la explanada que da acceso al castillo de Arévalo. En puertas del centenario de la muerte de otro Velázquez, el adelantado Diego Velázquez, tal vez le corresponda a Cuéllar hacer un ejercicio similar al que se ha hecho en Arévalo con el que fuera contador mayor del reino. Este reconocimiento pendiente, al que fuera conquistador de Cuba, ya fue propuesto por Balbino Velasco poco antes de su fallecimiento.

Para terminar, quiero decir que ahora el lector es libre para creer y considerar lo que aquí ha sido expuesto o seguir leyendo las disparatadas entradas, realizadas para estos Velázquez, en la wikipedia. Sin embargo, después de este enésimo ejercicio de pedagogía, me conformaría con que los responsables municipales eliminaran el párrafo manifiestamente equivocado que aparece en dicho panel explicativo de la Casa de la Torre, llamada de Pedro el Cruel.


J. Ramón Criado Miguel



viernes, 24 de enero de 2025

LA MEMORIA DEL SOLDADO

 

SEGOVIA 1824: LAS PRISIONES DE JOSÉ SÁNCHEZ, EL FRANCÉS.

La Historia se viene contando en los últimos años a golpe de siglos completos, respecto a la efeméride a recordar, y hasta por medios siglos, como en el caso de la conmemoración de la coronación de Isabel la Católica en Segovia. Se anuncian otros centenarios, pero solo hechos significados parece que son recordados mediante este sistema, quedan fuera los demás. La memoria de una de esas pequeñas historias, que no se cuentan en los libros, es la que queremos dar a conocer aprovechando que se cumplen de ese hecho doscientos años justos. Nos referimos a la experiencia vivida por setecientos soldados segovianos movilizados durante el Trienio Liberal para la defensa de Pamplona, su capitulación ante el ejército francés de los Cien Mil Hijos de San Luis y su posterior cautiverio en un campo de prisioneros en Francia hasta su liberación.

La existencia misma de los ejércitos ha supuesto siempre la necesidad de su reclutamiento y reemplazo. De esta realidad partimos para contar la historia de uno de aquellos hombres al que le cayó en suerte ir a servir, movilizado para participar en una guerra lejos de su pueblo. Esa es la historia de José Sánchez, un vecino de Sanchonuño, soldado del Regimiento Provincial de Segovia, sacado de su entorno para cumplir con las obligaciones que el sistema le había deparado. Pero su experiencia pudo ser la de cualquier otro miliciano de cualquier lugar de la provincia, porque todos los pueblos contribuían a la recluta en proporción a sus habitantes.

El cupo de soldados en cada localidad se cubría por sorteo entre los varones que entraban en quintas en un acto que suscitaba mucha expectación, además de desazón en los mozos y sus familias ante la posibilidad de que salieran soldados, ya que esto era considerado como una desgracia. Asistían las autoridades locales, el sacerdote y el escribano, que dejaba por escrito y con detalle todo el proceso del acto. Como quiera que en el mismo se usaran dos cántaros de boca ancha, también se llamaba “encantarar” a este sorteo. En un cántaro se metían las llamadas cédulas con el nombre escrito de los quintos y en el otro se introducían todas las papeletas en blanco salvo las que decían “soldado”. En aquel sorteo fueron José Sánchez y Bonifacio Santos los que sacaron las dos papeletas que no estaban en blanco. Quedaban ligados por ocho años a ser milicianos del Provincial de Segovia.

EL REGIMIENTO PROVINCIAL DE SEGOVIA.

El Provincial de Segovia, como los demás regimientos que surgieron en todo el reino, fue un cuerpo militar de reserva. Fueron pensadas estas unidades por la necesidad de contar con una fuerza para la defensa del territorio a un coste muy económico. Porque serían los pueblos los que aportarían el personal y vestuario y el Estado el armamento. En tiempo de paz los soldados permanecían en sus casas y sólo se reunía la unidad en la capital durante algunos días al trimestre en la llamada Asamblea, convocatoria de formación e instrucción, con alguna que otra práctica de tiro. El resto del tiempo sólo mantenía activas su plana mayor y dos compañías de preferencia, la de granaderos y cazadores. El concejo de Sanchonuño tenía establecidas unas dietas de veinte reales a cada miliciano del pueblo cuando estos acudían a las convocatorias de Segovia.

Los milicianos del Provincial, incluido el tiempo que pasaban en sus pueblos, estaban dentro de la jurisdicción militar en cuanto a los delitos que pudieran cometer. Así, en 1769 cuando los dos milicianos de Campo de Cuéllar se vieron implicados en una reyerta, al haber denuncia por lesiones, el alcalde mayor de Cuéllar se hizo cargo de los civiles y dio parte al coronel del Provincial para que juzgara a los dos soldados. Un sargento de granaderos del Provincial llegó a Campo para conducirlos a la capital.

Fusilero del Regimiento .

Aunque en un primer momento se pensó en estas milicias para defensa urgente del territorio nacional, la ausencia del ejército regular, caro de mantener y alejado de España en sus campañas militares, hizo que se emplearan a los Regimientos Provinciales en diversos conflictos. Así, pronto veremos a los segovianos en la campaña contra la Francia revolucionaria en 1793, en el frente navarro, guerra poco conocida y olvidada de la que dio cuenta el Marqués de Lozoya aprovechando su rico archivo familiar. A la hora de la verdad, los provinciales combatían en primera línea junto al ejército regular, demostrando ser una fuerza útil a pesar de su menor preparación. Lo mismo cabe decir de su participación en la Guerra de la Independencia, donde destacó el Provincial de Segovia en la defensa de la plaza de Ciudad Rodrigo, contra el asedio francés, hasta su capitulación en julio de 1810, para ser conducido después, junto a toda la guarnición, a los depósitos de prisioneros en Francia hasta el final de la guerra. Detalle este que enlaza con la historia que viviría José Sánchez.

LA HISTORIA EN UN LIBRO DE CAJA

Regenerado el Regimiento Provincial de Segovia en 1814, después del regreso de sus prisiones en Francia, se retomó el mismo sistema de sorteos y la vuelta a las Asambleas de instrucción en la capital. Muy pronto se volvieron a dar, durante el Trienio Liberal, las circunstancias para la movilización de la unidad segoviana con destino de nuevo a tierras navarras.

Lo hemos sabido en casa porque en ella se ha conservado, de generación en generación, un pequeño libro con el forro de pergamino, en tamaño media cuartilla y escrito con diferentes letras. En él se habían anotado cuestiones de la economía doméstica, como contratos para servir al amo, deudas, jornales, ventas, una permuta de casas, el valor de la vaca Volandera o del novillo Corpulito y hasta compromisos matrimoniales. En la portada consta como “Libro de caja de Manuel Gómez, vecino de Sanchonuño”.

Nuestro fondo documental no es el de don Juan de Contreras, pero en aquel modesto libro estaba escrita en retazos una historia que también llevaba hasta Navarra. No son las vivencias del coronel, sino las de un soldado de a pie, José Sánchez, del Regimiento Provincial de Segovia durante el Trienio Liberal.

Razón de lo que he dado a mi hija Lorenza desde que se fue su marido y mi yerno a la raya de Francia. Libro de caja de Manuel Gómez. Sanchonuño 1822.

Pepe Sánchez era uno de los dos milicianos del pueblo y había concertado matrimonio con Lorenza Gómez y ese compromiso quedó anotado en el libro de su padre, Manuel. Ella aportaba al matrimonio un manteo de sempiterna azul, regulado en setenta reales, entre todo un ajuar de ropa de escusa y cama que su padre tasó en ochocientos veinticinco reales. La boda se celebró en la parroquia de Sanchonuño en noviembre de 1820 y como el novio ya era miliciano del Provincial de Segovia, lo hizo con la licencia del coronel del regimiento, don Victoriano de Chaves-Girón, marqués de Quintanar.

Haberse casado no le eximía de sus compromisos como militar, ni el haber sido el padre de una niña al año siguiente. Sin embargo, José Sánchez jugó su última baza haciendo diligencias en Segovia para librarse del servicio, alegando para ello que un brazo lo tenía manco. Para este cometido, su suegro le había adelantado ciento veinte reales para las gestiones y se lo había apuntado en su libro de caja como deuda pendiente. No logró su objetivo y el soldado no pudo librarse de lo que vendría después.

El desarrollo de los acontecimientos políticos durante el Trienio determinó que José Sánchez, fuera sacado de su entorno y movilizado con la unidad a la que pertenecía. De ello da cuenta una partida nueva que su suegro abrió en el libro: Razón de lo que he dado a mi hija Lorenza desde que se fue su marido y mi yerno a la raya de Francia el año de 1822. Durante la ausencia de su yerno, el suegro se haría cargo de ir adelantando las tres fanegas de trigo para que pudiera sembrar, cuatro fanegas para moler, o un costal de harina para la Lorenza y su hija. Continúa la cuenta abierta en 1823, el marido sigue ausente; Manuel Gómez va anotando las aportaciones para la manutención de su hija y de su nieta. Todavía en octubre, aunque la guerra ha terminado, José Sánchez no ha regresado. Saben que está prisionero en Francia con su Regimiento. A las penurias por los gastos habituales se añade el apercibimiento de embargo que le hizo el marranero porque no había cobrado el cerdillo que le había dejado al fiado a Lorenza.

EN LA CAMPAÑA DE NAVARRA

Hubo en Navarra una rebelión realista en defensa de Fernando VII con todos sus poderes y en contra de los constitucionalistas. En este ambiente de enfrentamiento, se decidió desde Madrid enviar a Pamplona a algunos regimientos provinciales para sujetar a Navarra, se dijo. El Regimiento Provincial de Segovia, junto con otros, fue movilizado para contener las partidas absolutistas en las zonas rurales y para realizar tareas de policía dentro de la ciudad. Pero principalmente para reforzar la guarnición de la ciudadela pamplonesa. En Pamplona se produjeron choques entre absolutistas y constitucionales, apoyados por militares de la guarnición, en los que hubo muertos y se declaró el toque de queda. Era una situación de guerra abierta la que se encontraron los segovianos.

Una guerra que cobró fuerza cuando en abril de 1823 un ejército francés, más conocido como los Cien Mil Hijos de San Luís, entró en España para volver a poner a Fernando VII en el trono con todos sus poderes. Una de las batallas más duras se libró en Pamplona donde el ejército liberal se atrincheró dentro de la ciudad. Los franceses de inmediato pusieron el sitio a la plaza instalando sus baterías para bombardear la Ciudadela, asedio que duraría cinco meses, hasta la capitulación en septiembre.

Vista de Pamplona durante el asedio francés. Abril de 1823. Grabado del siglo XIX. Víctor Adam. (Museo San Telmo).




El general francés, ante el que se formalizó la rendición, determinó, con buen criterio, el traslado de los capitulados como prisioneros a Francia, pues temía las represalias de los absolutistas españoles contra sus compatriotas. Varias jornadas de tránsito a pie, a una media de treinta kilómetros al día, les hicieron recalar a algunas unidades en Périgueux. Los del Provincial de Segovia fueron conducidos, a seiscientos kilómetros de Pamplona, a los depósitos de Aurillac, en la región histórica de Auvernia, que es la información que el miliciano del Provincial segoviano, uno de los de Torrescárcela, hizo llegar desde Francia a su familia. Demasiado precisa para no considerarla fiable, más cuando está documentada la existencia de este depósito de prisioneros en la Francia Central.

Incomprensiblemente, el cautiverio se prolongó más allá de finalizada la guerra, hasta los primeros días de abril del año 1824, casi siete meses. El exilio descrito parece obedecer más al poco interés que España mostró en su pronto regreso que a un ejercicio de represión o de reeducación, ya que el trato dispensado a los prisioneros, sin ser bueno, no dejó de ser correcto. Finalmente, el gobierno español receló de la posible ideología constitucionalista de estas tropas y, aunque las del Provincial de Segovia eran de reemplazo, decidió como medida quirúrgica licenciarlas a su regreso.

En el libro de caja, conservado en Sanchonuño, hallamos en su día las breves apuntaciones que nos ponían sobre la pista de estas prisiones, desconocidas por la historiografía, al citar a José Sánchez, miliciano del pueblo, cautivo en Francia.

DE VUELTA A CASA

En febrero de 1824, en un informe remitido desde Sanchonuño contestando a las preguntas que desde Segovia se pedían sobre la situación de los milicianos del pueblo, el fiel de los hechos certificaba que José Sánchez y Bonifacio Santos, los dos por la dotación de Sanchonuño, habían marchado con su regimiento por orden del Gobierno revolucionario a la ciudad de Pamplona; los mismos que cayeron prisioneros y habían sido conducidos al reino de Francia, donde aún permanecían. Desde Navalmanzano se informó que, de los cuatro milicianos que entonces aportaba el pueblo, de tres tenían noticia de que se hallaban prisioneros en Francia por capitulación hecha en el castillo de Pamplona y que sabían que había muerto otro en dicha ciudadela llamado Julián Frutos.

En mayo de 1824, regresó licenciado a Sanchonuño el miliciano José Sánchez y retomó su oficio de labrador, con el que se había ganado la vida. De esta vuelta a casa da fe otro apunte en el libro de su suegro dicho año: cuando vino de Francia prisionero, les presté ciento cincuenta reales de ayuda para comprar una res a Sebastián Arranz, por haberse desgraciado una de las dos que tenían. José Sánchez y Bonifacio Santos comprobaron a su vuelta que en toda la comarca de Cuéllar se respiraba un ambiente político que les recordaba al que habían vivido en Pamplona. Los dos soldados del pueblo se habían buscado y apoyado en ese destino común que los había llevado a compartir incertidumbres, riesgos y prisiones en el servicio de las armas durante dos años ininterrumpidos.

Dos años justos desde su regreso fueron los que le restaban por vivir a José Sánchez. El 20 de mayo de 1826 fallecía en Sanchonuño, sólo dos años después de haber regresado a su pueblo y con su familia, tras la campaña de Navarra y el presidio junto al Provincial de Segovia en Francia. Su partida de defunción es muy parca y no permite relacionar su muerte con las secuelas que acarreara de la experiencia vivida en la guerra. Murió de enfermedad y sólo pudo recibir la extremaunción; no había cumplido aún los treinta y tampoco hizo testamento. Lorenza, su mujer, no pudo más que hacerse cargo de la misa de entierro. Sólo tres días después se presentó Zacarías, el marranero, para saber quién se hacía responsable del pago de ochenta reales que se le debían de la cerda que le había vendido al difunto. El suegro se volvía a cargar con la deuda, además de quedarse con la marrana, pues la Lorenza le dijo a su padre que ella no podía mantenerla

lunes, 22 de abril de 2024

Mercedes y castigos en la Guerra de las Comunidades. La captura de Juan Bravo.

 Cuando Rodrigo de Tordesillas regresó a Segovia desde La Coruña, donde había votado el servicio al emperador Carlos, se dispuso a dar cuenta de su actuación como procurador en Cortes. Le avisaron de que fuera precavido pues los ánimos estaban muy exaltados en la ciudad. El día anterior, 29 de mayo de 1520, habían ahorcado a Hernán López Melón y a otro corchete por reprender de palabra las posturas manifestadas contra el emperador en la junta de cuadrilleros en la iglesia del Corpus Christi. Rodrigo de Tordesillas sería la tercera víctima de la revuelta cuando se presentó a dar cuenta al regimiento segoviano de su actuación en las Cortes. Al llegar a la iglesia de San Miguel, una muchedumbre le increpó y acabó estrangulado en plena calle y su cadáver colgado con los de el día anterior.

 Fue de esta manera como estalló la chispa que prendió la llamada Guerra de las Comunidades. En el transcurso del conflicto habría vencedores y vencidos. Los primeros fueron compensados con mercedes por los servicios prestados. Los segundos castigados de diferentes formas por haberse levantado contra las políticas de Carlos V. Se seguía un protocolo que arrancaba desde la Edad Media.

En cuanto a los perdedores, algunos pagaron con su vida y con la confiscación de sus bienes el haber estado en el bando comunero. Es el caso del propio Juan Bravo y del menos conocido Juan de Solier, regidor de Segovia y procurador comunero en la Junta de Tordesillas. Era tío de Gonzalo de Tordesillas, que intercedió por él para que fuera liberado en primera instancia, y por lo tanto también perteneciente a la comunidad conversa segoviana. Al final, fue apresado y ejecutado en agosto de 1522 en Medina del Campo, junto a otros procuradores, al revisarse las sentencias previamente acordadas por los regentes. La viuda de Juan Bravo, María Coronel, pleiteó por recuperar los bienes confiscados a su marido, centrándose en los que le correspondían por su dote.

Juan Bravo
Cuéllar y Villalar

 En Segovia solo la capital y Sepúlveda se adhirieron al movimiento comunero. La fidelidad a la corona que manifestó desde el principio el señor de Cuéllar, Francisco Fernández de la Cueva, II duque de Alburquerque, condicionó que sus vasallos pudieran tomar otra opción. Al duque le espantaba que triunfaran los comuneros, porque las ideas de estos diferían por completo de las suyas. Los hijos del duque, don Beltrán y su hermano don Luis, tomaron parte activa en la lucha, hallándose ambos en la toma de Tordesillas, donde don Luis fue herido de una pedrada. Pero estos servicios se prestaban pensando en las mercedes que se solicitarían posteriormente como pago de los mismos. 

Batalla de Villalar
Cuando Padilla decidió abandonar Torrelobatón y retirarse hacia posiciones más seguras en Toro, los jefes de los imperiales fueron en su búsqueda. Esta persecución y acoso se resolvió en las inmediaciones de Villalar cuando la caballería realista abordó a un ejército comunero poco dispuesto al combate. En Villalar hubo miedo, avivado por la lluvia que dejó el campo embarrado. La lucha se decidió rápidamente en favor de los realistas ante la escasa resistencia de unos rivales desmoralizados, cayendo prisionero el grueso del ejército rebelde y los cabecillas comuneros. Batalla de Villalar propiamente dicha no hubo, dado que los comuneros optaron por la fuga apenas los acometió la caballería de los imperiales, que no sufrió una sola baja entre sus filas. Salvo Juan de Padilla, con dos escuderos que le acompañaban, y Juan Bravo, que se esforzó por hacer intervenir la artillería desde el caserío de Villalar, no consta que ningún otro comunero pelease en aquella jornada. El primero fue hecho prisionero por don Alonso de la Cueva, de la casa de Alburquerque, después de que el capitán toledano hubiera derribado de su caballo a don Pedro de Bazán. Juan Bravo fue hecho prisionero por el cuellarano Alonso Ruíz de Herrera, hombre de a caballo de la capitanía de don Diego de Castilla. En Villalar no se hizo prisionero a ninguno de los soldados rasos, sino que una vez apresados se les hizo entregar las armas y pudieron irse libremente. Sin embargo, Padilla, Bravo y Maldonado serían ajusticiados al día siguiente. 

Alonso Ruiz de Herrera 

El mismo año de Villalar, Ruiz de Herrera siguió en campaña con los ejércitos castellanos que subieron al encuentro de los franceses que, aprovechando la coyuntura de guerra en Castilla, invadieron Navarra. En el encuentro de Noáin, en las proximidades de Pamplona, el cuellarano volvió a realizar una acción singular en el campo de batalla, arrebatando el estandarte del general francés, André de Foix, al que también hirió. Pero como el Señor de Lasparre, el general, acabara en manos de don Francés de Beaumont, fue este quien quiso usurpar el mérito de su captura al de Cuéllar. 

Ruiz de Herrera tuvo que formar por ello una extensa probanza ante notario para las cosas que le convenían. Consiguió que se le reconocieran sus méritos y que se le otorgaran cien mil maravedíes como recompensa por la captura de Juan Bravo en Villalar y por haber arrebatado el pendón de los franceses. Por este testimonio notarial se saben algunos detalles de cómo Alonso Ruiz se apoderó de Juan Bravo, a quien desmontó de su caballo y le hizo subirse al del propio cuellarano que estaba herido. Después lo condujo ante el almirante de Castilla que le ordenó que lo presentara al capitán de la guarda. 


Arrebatar una bandera al enemigo en combate fue siempre objetivo muy codiciado por su dificultad y por su gran valor moral. Por eso Alonso Ruiz de Herrera solicitó y obtuvo merced de Carlos V para ponerla de orla en su escudo de armas: un estandarte blanco con una santa Elena, con una cruz dorada en su mano y un león dorado de ambas partes con follajes y una letra que dice «FIN AVRA». 

Para terminar, Balbino Velasco, el gran historiador contemporáneo de Cuéllar, tocó todos los palos en su historia sobre la villa segoviana. Así, al explicar el significado de la expresión 'Adelantarse como los de Cuéllar', se inclina, sin rubor, por atribuirle un sentido peyorativo a este dicho, y no digo yo que no lo tenga. Sin embargo, las acciones de Alonso Ruiz de Herrera en Villalar y en Navarra aportan el contrapunto de la valentía y de dar ese paso al frente en los momentos de dificultad. Aunque fuera por una recompensa.


https://www.elnortedecastilla.es/segovia/cuellarano-apreso-juan-20180423105020-nt.html

ANEXO DOCUMENTAL

UN EPISODIO DE VILLALAR: LA PRISIÓN DE JUAN BRAVO

En una información hecha en Segovia á 11 de Mayo de 1521 «ante el muy noble licenciado Juan Ortiz de Zárate, del Consejo de SS. MM. e alcalde en la su casa y corte, y en presencia de mí Diego de Horbanega, escribano, declaró Alonso Ruiz que el día de la batalla que fue cabe Villalar, quando fue desbaratado Padilla y la gente de la comunidat, puede haber cerca de tres semanas, yo el dicho iba hombre de armas, en servicio de sus magestades, en un caballo blanco, en la dicha capitanía de Don Diego de Castilla, e peleando delante de la bandera de la dicha capitanía prendí al dicho Juan Bravo, y preso le entregué al Señor Almirante en la dicha batalla, y a tiempo que se le entregué su Señoría del dicho Señor Almirante dixo e prometió que me daría por el dicho preso muy buen rescate, y me mandó entregarle al capitán de la guarda de sus magestades, y así yo lo entregué xltem que al tiempo y sazón quando yo prendí al dicho Juan Bravo, en la dicha batalla, me hirieron el dicho caballo blanco, y de que le vi herido, apeeme e fize subir en él al dicho Juan Bravo, e luego delante del dicho capitán de la guarda, al tiempo que ansí le entregaba preso al dicho Juan Bravo, se cayó muerto el dicho mi caballo blanco, e que al tiempo que ansí le tenia preso al dicho Juan Bravo, él mismo dijo que yo le había prendido e no otro alguno e era mi prisionero». El alcalde recibió juramento a los testigos que presentó Alonso Ruiz para probar dicho extremos en debida forma. El primero de ellos, Hernando Ruiz de Salas, alférez de la compañía de don Diego de Castilla, dijo: «que vio el dicho día al dicho Alonso Ruiz que iba en un caballo blanco que él tenia, en la dicha compañía, e le vio ir delante de este testigo, que llevaba la bandera, e vio que el primero que llegó al dicho Juan Bravo en el dicho desbarate fue el dicho Alonso Ruiz, e se abrazó con el dicho Juan Bravo después de averle dado ciertos golpes con una porra que llevaba, y después que el dicho Juan Bravo estaba rendido al dicho Alonso Ruiz, llegó este testigo por favorecer al dicho Alonso Ruiz, porque otros hombres de armas que avian llegado después, se lo querían matar, e vio que el dicho Juan Bravo dijo a los dichos hombres de armas que llegaron después: señores, no me matéis que ya yo estoy rendido á este caballero; y decíalo por el dicho Alonso Ruiz; e después de esto llegó Don Francisco de Biamonte (Francés de Baumont) diciendo que él quería parte de aquel prisionero, y este testigo tenía por la mano al dicho Juan Bravo, e dijo al dicho Don Francisco que no tenia razón de pedir parte del prisionero, que era del dicho Alonso Ruiz, e ansí este testigo le entregó al dicho Alonso Ruiz e le dijo que se apartase con él á una parte donde no se lo matasen, e ansí se salió el dicho Alonso Ruiz con él fuera de donde él estaba.

«Bernaldino de Bajera, hombre de armas, dijo: que dicho día andando este testigo en el dicho desbarato, topó con el dicho Alonso Ruiz que tenia preso al dicho Juan Bravo, e le rogó que se quedase con él hasta ponerlo en cobro, y el dicho Alonso Ruiz quitó al dicho Juan Bravo un sayón de terciopelo negro e un coselete, e le dijo que se apease de su caballo, e le hizo cabalgar en un caballo blanco en que el dicho Alonso Ruiz iba, y entonces le dijo el dicho Juan Bravo: caballero, más holgara venir en un caballo de dos ó tres que mis pajes llevaban , que no en este que no vale nada, por[que] en uno de ellos fuerades bien encabalgado; y así el dicho Alonso Ruiz y este testigo llevaron al dicho Juan Bravo fuera de la gente e toparon al Señor Almirante, y el dicho Alonso Ruiz le dijo: Señor, e aquí Juan Bravo que traigo preso; y el Señor almirante dijo: ¿quién le prendió? y el dicho Alonso Ruiz dijo que él, y el dicho Juan Bravo le iba hablar; el Señor almirante le dijo que no hablase; que él le prometía de quemarle en Torre de Lobaton como él abia hecho á su fortaleza, y dijo al dicho Alonso Ruiz: hidalgo, entregaldo al capitán de la guarda, que yo prometo de os dar por él buen rescate; e así lo entregó el dicho Alonso Ruiz al dicho capitán.»

(Archivo general de Simancas. Descargos del Emperador Carlos V, leg. 48, fol. 24, documento original.)

Y no fue la prisión de Juan Bravo el único hecho notable de este Alonso Ruiz, pues fue también quien en la batalla contra los franceses en Navarra cogió el estandarte á M. Gasparros, Capitán General del ejército de Francia, vencido en dicha batalla, según consta por cédula del Condestable de Castilla dada en Valladolid á 20 de Enero de 1523. Era, pues, Alonso Ruiz hombre de armas y de corazón: fue natural de Cuéllar, y estuvo casado dos veces, dejando numerosa descendencia.

Por la copia: LUIS PÉREZ RUBÍN.

Pérez Rubín, L., «Un episodio de Villalar. La prisión de Juan Bravo». Revista de Archivos, bibliotecas y museos. N.º 4 y 5 (abril y mayo de 1902), pp. 385-6.  

Palabras clave. Guerra de las Comunidades. Captura de Juan Bravo. Alonso Ruíz de Herrera. Noaín. Cuéllar en la Guerra de las Comunidades. Rodrigo de Tordesillas.


sábado, 20 de enero de 2024

EL REGIMIENTO PROVINCIAL DE SEGOVIA: TRES VECES PRISIONERO EN FRANCIA.

El Regimiento Provincial de Segovia fue una unidad de infantería creada en el año 1766 durante el reinado de Carlos III. Estuvo integrado enteramente por soldados reclutados por sorteo en los pueblos de la provincia, en proporción a los habitantes de cada uno. Hubo 43 regimientos que surgieron en todo el reino como cuerpos militares de reserva y fueron pensados por la necesidad de contar con una fuerza para la defensa del territorio a un coste muy económico. Porque serían los pueblos los que aportarían el personal y vestuario y el Estado el armamento. En tiempo de paz los soldados permanecían en su casa y solo se reunía la unidad en la capital durante algunos días al trimestre en la llamada Asamblea, convocatoria de formación e instrucción, con alguna que otra práctica de tiro. Mientras el resto del tiempo sólo mantenía activas su plana mayor y sus compañías de preferencia (las de granaderos y cazadores), que a su vez también tomaron parte en diversas campañas. Algunos concejos, como el de Sanchonuño, destinaban unas dietas en metálico a los dos milicianos del pueblo cuando estos acudían a las convocatorias de Segovia.

El Regimiento se componía de un solo batallón de 720 hombres efectivos, repartidos en siete compañías de las cuales dos eran de soldados elegidos, las citadas de granaderos y de cazadores. La elección de sus oficiales se realizaba por parte de las jurisdicciones locales de entre la pequeña nobleza, sin que fuera preciso que contaran con experiencia militar previa. Es por esto que sería su primer coronel don Manuel de Campuzano Peralta y Arias Dávila, conde de Mansilla. Desde 1783 pasó a ser coronel del Regimiento Luis de Contreras Girón y de Peralta, Marqués de Lozoya. El sargento mayor, empleo hoy desaparecido entre el comandante y el teniente coronel, era el responsable de la instrucción y disciplina de la unidad.

El uniforme del Provincial de Segovia durante todo el siglo XVIII consistió en una casaca o chupa blanca con las bocamangas rojas, polainas en los pantalones blancos y tricornio. Su bandera la de los colores de la casa Borbón y en los extremos el escudo de la ciudad.

Si en un primer momento se pensó en estas milicias para defensa urgente del territorio nacional, la ausencia del ejército regular, caro de mantener y alejado de España en sus campañas militares, hizo que se emplearan estas fuerzas en diversos conflictos. Así, pronto veremos al Provincial de Segovia en la campaña contra la Convención francesa o Guerra del Rosellón, en la invasión de Portugal, Guerra de la Naranjas en 1801, y en la Guerra de la Independencia.

GUERRA CONTRA LA FRANCIA REVOLUCIONARIA.

 
La alarma en las monarquías europeas saltó cuando la cabeza de Luis XVI rodó en la guillotina revolucionaria francesa en enero de 1793. Ese fue el desencadenante de la guerra contra la Convención. El sentimiento de indignación contra Francia fue tan unánime en España, que provocó uno de esos movimientos colectivos, raros en la Historia, que hacen vibrar a todo un pueblo movido por un ideal común. Ni la guerra de la Independencia gozó de una tan unánime popularidad. Prelados y párrocos predicaban desde el púlpito esta nueva cruzada.

Por eso, la noticia de que el Regimiento Provincial de Segovia, compuesto por naturales de la provincia, estaba destinado a hacer la campaña, alegró a los segovianos de tomar parte en el conflicto. La declaración de guerra fue acogida con entusiasmo, y así, e1 obispo, que lo era don Alonso Marcos de Llanes, el Cabildo y muchos particulares, ofrecieron donativos para la guerra, tan cuantiosos algunos como el del Marqués de Quintanar, que entregó crecidas cantidades, o el del Marqués del Arco, que armó a su costa un grupo de soldados. D. Juan Bodega, vecino de Turégano, gratificó con 400 reales a los cuatro milicianos de su pueblo y ofreció mantener a dos más por dos años a su costa. Donativos humildes otros, como el de don Bartolomé Peral, maestro de Riaza, el cual ofreció toda su asignación anual: tres fanegas de trigo, tres de cebada y 160 reales.

En Cuéllar, Pedro de Alcántara y Burgos fue comisionado por el Ayuntamiento para conducir 21 voluntarios para servir en el ejército, que junto a otros 22 de la jurisdicción de Segovia, los entregó al gobernador militar de la Corte. Las gratificaciones hechas a los alistados de Cuéllar ascendían a 12.000 reales en efectivo. Habían intervenido en su recluta el Ayuntamiento, pero sobre todo el alcalde mayor del duque de Alburquerque, el cabildo eclesiástico, el patronato de la Magdalena y particulares. Todo ello a pesar de hallarse el pueblo muy decaído por las tormentas sufridas en la Tierra ese año. Pedro de Alcántara, que era su nombre de pila, había ofrecido también a uno de sus hijos como recluta para esta guerra contra los franceses; lo sustraía así de la justicia, pues estaba acusado de haber maltratado y causado la muerte a una hija de Laureano López, vecino de Vallelado. El entonces marqués de Cuéllar, con grado de teniente coronel, se hallaba también sirviendo en el frente de Navarra como ayudante de campo, nos referimos a José María de la Cueva y de la Cerda.

Los Pirineos serían el frente natural en este conflicto y España emplazó allí tres ejércitos. El de Cataluña, al mando del general Ricardos, fue el más numeroso con 40.000 hombres porque sería en la zona oriental, en el Rosellón, donde iba a desarrollarse la parte más importante de la contienda. La guerra empezó bien por los éxitos conseguidos por Ricardos, hasta el punto de que en las parroquias de la diócesis de Segovia se mandaron misas de acción de gracias por la buena suerte de nuestros soldados. El frente occidental, el de Navarra, con la mitad de efectivos militares que el ejército de Cataluña , se esperaba que fuera un teatro secundario en las hostilidades. Allí habían sido destinados los más de los Regimientos provinciales: los de Segovia, Logroño, Ávila, Plasencia, Sigüenza, Soria, Burgos, Toledo y León. 

Sería en el frente navarro donde el Provincial de Segovia tendría su bautismo de fuego al mando del Marqués de Lozoya, que era su coronel, y cumplió sobradamente con lo que se podía esperar de esos soldados. La misión del ejército en Navarra era la de contener al enemigo, sin renunciar a llevar a cabo alguna ofensiva que distrajese por aquellos lados sus fuerzas cuando fuera necesario. El regimiento provincial segoviano se vio envuelto en la mayor parte de las operaciones que configuraron la guerra, llegando incluso a tomar parte en operaciones de destacado nivel ofensivo. Es por ello que empezaron a llegar las primeras noticias de bajas del Provincial a Segovia, como la del miliciano de Cantalejo Bernabé Sanz, que dejaba viuda joven en su lugar de nacimiento, a la que había dejado como heredera universal.

Los historiadores poco o nada se han ocupado da la campaña de Navarra. Sin embargo, no faltaron en ella hechos gloriosos de valentía en los primeros meses, y de tenaz defensa en las últimas y desdichadas fases de la guerra. Para el caso del Provincial segoviano contamos con la correspondencia de la mujer del coronel, Doña Juana María de Escobar y de Silva, convirtiéndose sin querer en corresponsal de guerra. Las cartas de la marquesa , que siguió en su coche de mulas al regimiento que mandaba su marido y del cual era oficial su hijo, son preciosos documentos para seguir las vicisitudes de la guerra en el Pirineo navarro.

Ruinas de la fábrica de armas de Eugui en el curso alto del río Árga.

En 1794 el curso de los acontecimientos cambió, motivado por el decreto en Francia del reclutamiento general para la constitución de un ejército nacional y la determinación de invadir la frontera de Navarra por lo que la actividad se incrementó en este sector. El general Ventura Caro mandó a los segovianos al puerto de Ibañeta, en Roncesvalles, en donde desde junio de dicho año los franceses llevaron la iniciativa. El ejército francés ocupó Baztán y las Cinco Villas. A lo que siguió la destrucción de las fábricas de armas de Eugui y Orbaiceta, la primera de las cuales ya nunca volvería a ser reconstruida. En la defensa de Eugui, objetivo estratégico por ser fábrica de armas y municiones, estuvo también el Provincial de Segovia rechazando el ataque de fuerzas muy superiores hasta su rendición. Hubo más de 200 bajas en estas operaciones, de alguna de las cuales da cuenta la mujer del Marqués de Lozoya, como la de un soldado de Aldea Real.

El segoviano Tomás Rodrigo, sargento del Provincial, había sido herido ya a principios de la guerra y estuvo en la heroica defensa de la fábrica de Eugui, donde fue hecho prisionero y llevado a Francia junto con otros oficiales y muchos soldados del Regimiento. Sería la primera vez en su historia que la unidad segoviana era conducida como cautiva a territorio francés. Se fugó de este presidio el sargento Rodrigo y dio a su vuelta cuenta del buen estado de los prisioneros segovianos, a los que los franceses tenían en consideración por el heroísmo demostrado en la defensa de la fábrica de armas. Asegurando el sargento que no tenían el mismo trato con los prisioneros de Figueras, la belle inutile, cuyo baluarte defendido por 9000 hombres había capitulado ante el francés sin disparar un solo tiro; a estos los miraban con desprecio, sin embargo que los pobres muchos eran inocentes.

La Paz de Basilea puso fin al conflicto y como quiera que el resto de países europeos ya habían firmado por su cuenta con Francia, y por el desgaste propio de la guerra, París y Madrid hicieron lo propio renunciando por la misma los franceses a los territorios ocupados. Sólo reclamaron la parte occidental de la isla de Santo Domingo, Haití.

En septiembre de 1795 el Provincial de Segovia partía desde tierras navarras de vuelta a casa. Así lo relata Doña Juana, la mujer del coronel: Gracias a Dios he visto salir el regimiento hoy martes 15 muy lucido, llevando las compañías de granaderos y todo él con una gente hermosa, habiendo salido Luis delante a caballo, y los demás oficiales donde les correspondía, hasta que todos tomaron sus caballerías, y marcharon muy contentos.

EL PROVINCIAL DE SEGOVIA EN LA FRANCESADA: DEFENSA DE CIUDAD RODRIGO.

Ciudad Rodrigo
Por el Tratado de de Fontainebleau en 1807, España y Francia, ahora aliados, daban vía libre a la invasión de Portugal. Ésta se realizó por un ejército combinado hispano-francés que a finales de dicho año ocupó Lisboa. Para esta operación fueron movilizadas las dos compañías de élite del Provincial de Segovia, granaderos y cazadores. El grueso de la unidad, con su coronel el Marqués de Quintanar, fue enviada a La Coruña como guarnición para vigilar las costas. Allí seguía en mayo de 1808 cuando se inició el levantamiento contra los franceses. El coronel se unió con su Regimiento a las fuerzas del marqués de La Romana, participando en las operaciones en la retirada desde Burgos a Galicia, combatiendo luego en El Bierzo y Salamanca, y sobre todo en la sitiada plaza de Cuidad Rodrigo, entre febrero y julio de 1810.

El general Pérez de Herrasti
El general Pérez de Herrasti dirigió la defensa de dicha plaza salmantina durante el sitio realizado por tropas francesas que comandada el mariscal Ney. Estas tropas galas estaban compuestas por 65.000 miembros, mientras la guarnición defensora de la ciudad eran 5500 españoles. Para entonces quedaban sólo 311 hombres del Provincial de Segovia, que aún así estuvo cubriendo el espolón llamado de Santiago en el baluarte salmantino, bajo el mando de su coronel, su teniente coronel Francisco Mendiri y su sargento mayor Fernando Mateos, con el mayor celo y vigilancia. Según el informe que redactó Herrasti todos sus oficiales y tropa desempeñaron su deber en las ocasiones que se ofrecieron con el honor correspondiente. Tuvo el Provincial de Segovia durante el sitio 9 bajas y 43 heridos, todos ellos de tropa salvo un oficial. Cuando al final la plaza capituló, las tropas que la habían defendido fueron enviadas a un penoso cautiverio en tierras de Francia. Segunda vez que nuestro Provincial pasaba por este trance. Se cita el depósito de Macon (Franco Condado) como uno de los lugares donde estuvieron presas las tropas después de la capitulación de Ciudad Rodrigo.

Manuela Troncoso
Otro centro de internamiento de presos fue Charleville, en las Árdenas, donde recaló la gallega Manuela Troncoso, mujer que se alistó voluntariamente en el Provincial de Segovia, donde servían su marido Fernando Miravalles como sargento y su hijo de diez años, fruto de su primer matrimonio, como tambor. Participó Manuela Troncoso uniformada como soldado en la defensa de Ciudad Rodrigo y se hizo merecedora de los consiguientes reconocimientos. Aparecen documentados junto a este matrimonio en Francia otros soldados segovianos como Juan Palomino, de la capital, o Santiago Esteban, de Navas de Oro. Los segovianos recuperaron su libertad en 1814, tras la abdicación de Napoleón.

Por el valor demostrado en Ciudad Rodrigo, hubo ascensos entre los oficiales y medallas también para soldados del Provincial de Segovia. Fernando Mateos, Fernando Valdés, Juan Soldado y Juan Pío Quijano, sargento mayor y capitanes del Regimiento Provincial de Segovia, fueron ascendidos al grado de teniente coronel. Francisco Javier Mendiri a coronel y el coronel a brigadier. Francisco Herranz, Ángel Díaz y Vicente Torices, soldados del Provincial, recibieron la cruz pendiente con una cinta morada, que tenía grabado por un lado las armas de Castilla, y en el reverso un letrero que decía: Valor acreditado en Ciudad Rodrigo.

El advenimiento del Trienio Liberal en 1820 determinó que el primer alcalde constitucional de Segovia fuera Fernando Mateos, coronel de los ejércitos nacionales y sargento mayor del Provincial de la ciudad. Todo un desconocido de la historia local, salvo por su hoja de servicios en el ejército de la que hemos dado aquí algún retazo. Cuando los cien mil hijos de San Luis irrumpieron en España para volver a reponer al rey felón Fernando VII con todos sus poderes en el trono, el Provincial de Segovia estaba de guarnición en la ciudadela de Pamplona. Allí capituló, con el resto de los defensores, después de un prolongado asedio en septiembre de 1823. Para evitar represalias de los absolutistas navarros, los franceses determinaron trasladar como prisioneros a las tropas de la ciudadela a su país. Sería ésta la tercera vez documentada en que el Regimiento Provincial de Segovia estuvo cautivo en Francia en un corto periodo de treinta años.